Su nueva novela está protagonizada por Lara, un famoso y exitoso comunicador que trabaja en una televisora tan poderosa como podría serlo Televisa; en la cresta de ola, Lara aprovecha los cambios en el corporativo para encabezar un programa crítico, libre, de esos que demandan las nuevas audiencias. Sin embargo, tarde o temprano las relaciones de poder de la televisora y eso que llamamos “sistema” terminarán por imponer el viejo estilo, el de siempre, y Lara se dejará llevar por la corriente hasta convertirse en un criminal.
Si en algo se parecen La casa de K, tu anterior novela, y ahora Lara, es en las relaciones de poder que se establecen entre un gran corporativo y una persona, en este caso Lara. ¿Te parece que ese es un posible puente entre ambas novelas?
En ambas hay una relación entre una estructura poderosa y un individuo que de una u otra forma resiente el peso de esa estructura. Creo que La casa de K es mucho más humorista en su tono y como tiene la forma de una novela policiaca, lo que mueve la acción es la duda de quién comete los crímenes. Con Lara hay esa relación entre la superestructura y el individuo pero no hay un thriller porque en todo momento sabemos quién comete los crímenes. Ambas tienen que ver con la relación del individuo con un sistema que lo rebasa.
¿Crees que actualmente se están escribiendo novelas así, sobre relaciones de poder?
Creo que es una preocupación que he visto en otros autores y en el común de la gente porque estos aparatos de poder han cobrado magnitudes insospechadas. Al tiempo que parece que el individuo tiene más margen de maniobra y libertad, junto con la tecnología y la simple acumulación de recursos que propicia el capitalismo, ha generado estas megapotencias que se perciben cada vez más incontrolables y incuestionables. En mi caso es una preocupación personal; fuera de mi primera novela que no tiene nada que ver, en estas dos últimas sí hay una preocupación muy clara de ese tipo.
Lo anterior me hace pensar en tus obsesiones como escritor. ¿Cuáles son y cuáles de ellas están reflejadas en Lara?
A veces es difícil darte cuenta de cuáles son tus obsesiones hasta que salen las cosas y las puedes ver con un poco de mayor distancia. Diría que me propuse hacer Lara como una novela que tiene que ver con el aspecto moral de la persona, quería hacer un libro en el que el personaje terminara enredado en una situación que le exigía o lo empujaba a tomar decisiones de tipo moral. En ese sentido la veía muy diferente a mis otras dos novelas porque La cada de K es una novela sobre cómo te acabas acomodando en un mundo en el que no tienes todo el control. Originalmente pensaba que Lara no iba ocurrir en el medio televisivo ni iba a estar tan relacionada con esta cuestión del poder. Otra preocupación que veo ya con mayor claridad es sobre el lenguaje mismo: por un lado, como algo más limitado de lo que creemos en cuanto a comunicarnos y representarnos el mundo a través de él, y por otro lado, como un vehículo para deformar la realidad y la comunicación. Entonces creo que las tres novelas que he escrito comparten cierto escepticismo sobre el lenguaje —de lo que esperamos de él y lo acaba haciendo por nosotros— y por extensión hay una cierta crítica a la idea moderna de lo racional, siempre muy ligada al lenguaje. Creo que estamos en un momento histórico de crisis en cuanto a las promesas del progreso, y el lenguaje que veo muy ligado a la racionalidad está en el centro de esta crisis; la ilustración nos prometió que la razón nos iba a traer el paraíso y a lo que ha dado lugar es a cosas muy diferentes.
En el caso de esta nueva novela, ¿qué fue primero, la historia o el personaje?
Tenía pensado buscar una circunstancia que veía relacionada con la violencia. Es difícil escribir en nuestros tiempos en México sin que acabe tocándose el tema de la violencia pero a diferencia de La casa de K, Lara es muy diferente porque aquí se toca lo siniestro. Me había propuesto que hubiera una situación límite que llevara al personaje a una serie de circunstancias, a raíz de una historia que leí durante el tiempo en que viví en Estados Unidos, y que no voy a revelar, pero como se dieron las cosas no fue como me lo planteé en un principio.
Una preocupación importante que tiene que ver con el momento que vivimos en México: esta idea de que nos presentan la violencia como algo ajeno a nosotros, como si fuera gente de Marte o que salió de la nada y me interesa mucho ese proceso: qué hace que la gente pueda cometer atrocidades. Creo que al final hay, por un lado, una cuestión social, colectiva, que tiene que ver con la impunidad y que propicia estas cosas, y una cuestión que parece anticuada pero que tiene que ver con el libre albedrío. Finalmente la gente decide apretar el gatillo o secuestrar; hay un momento en que puedes optar o no por hacer las cosas. Lo que me interesaba conseguir con este libro es plantear ese proceso, el proceso que lleva a una persona, aparentemente común y corriente, a cometer cosas atroces que ni él mismo ni los que lo rodean hubieran pensado que podrían suceder y que ese proceso fuera creíble para el lector, espero haberlo logrado.
Dicen que el crimen no paga, pero con Lara no sucede así…
Lo que vemos a nuestro alrededor es que el crimen sí paga y eso motiva a cada vez más personas a entrarle al crimen porque es obvio que a muchos criminales no les pasa nada, de hecho muchos son nuestras autoridades nuestro gobierno, las personas supuestamente respetables de nuestra sociedad y hemos llegado a un grado de cinismo que permea al resto de la sociedad, y parecería que eres un tonto si no te aprovechas de algo, lejos de ser una violación a una norma se ha vuelto la norma, y eso es algo que la novela quiere señalar también, está escrito en términos crudos para poner de manifiesto que se ha llegado a un punto de total cinismo en cuanto a lo que está bien y está mal.
Héctor Toledano, Lara. Grijalbo, 2017.
Fotografía del autor tomada de http://www.latempestad.mx/hector-toledano-entrevista/