Uno de los retos que tiene el migrante a medida que pasa el tiempo es permanecer de manera legal en el país al que se ha mudado. En mi caso, una combinación de indecisión, flojera ante la burocracia canadiense (igualita de ineficaz que la de cualquier país), homesickness (traducción: síndrome del Jamaicón) y falta de dinero me habían detenido para solicitar la residencia permanente. Pero he llegado a un punto en el que me sale mucho más caro solicitar visas y permisos cada cierto tiempo, que enfrentar el largo y tortuoso proceso que se avizora.
Con esta trágica condición en mente, además del firme propósito de hacer las cosas con tiempo y que no me agarren las prisas (todo, todo se me vence en enero de 2016) decidí emprender una excursión hacia el boyante poblado de Leamington, Ontario, para beneficiarme del combo pasaporte+tacos.
El mero día de mi cumpleaños (agosto 4, aún se reciben regalos), Eric -mi marinovio- y yo agarramos camino y llegamos al consulado mexicano en Leamingon para renovar mi pasaporte e iniciar el proceso por el mero principio. Tal vez Leamington sea uno de los pocos lugares en el mundo donde se ha establecido una oficina diplomática para servicio de los trabajadores temporales de las granjas, que son cientos y llegan cada año con la primavera y se retiran a mediados del otoño de vuelta a México. Durante la temporada de llegada, el consulado rebosa de actividad y no hay tiempo para nada. El resto de año, se cuentan con los dedos de una mano los nacionales que llegan ahí a renovar un pasaporte, reportar uno perdido o como en el caso de mi amigo Manuel, registrar a una bebé nacida en gélidas tierras. Tanto el consulado como los tres restaurantes de comida mexicana que se establecieron en Leamington son un intento desesperado por hacer la estadía de los jornaleros un poco más sencilla y ayudarles a resolver problemas administrativos, que pueden ser tan generales como tramitar una credencial de elector perdida, o tan dramáticos y sombríos como repatriar el cuerpo de un trabajador muerto acá por cualquier circunstancia.
Como sea, nosotros, además del pasaporte y los tacos de barbacoa, llevábamos otra misión que cumplir, teníamos una agenda, como dicen por acá: encontrar un stash de huitlacoche. Hace un par de años la mamá de un muy buen amigo trabajaba como voluntaria en Leamington dando clases a los trabajadores. Al finalizar del curso ellos, como muestra de agradecimiento, le regalaron un enorme contenedor con huitlacoche que ellos cultivan para su consumo personal en los campos de maíz blanco de la zona. Como era tanto, mi amigo comenzó a repartirlo entre la comunidad, nos tocó un buen porcentaje del paquete original y desde entonces, Eric quedó convertido en un junkie del “caviar azteca”, así que una vez realizados los trámites que sirvieron de pretexto para el viaje, nos dedicamos a preguntar cómo y con quién podíamos conseguirlo.
La primera opción natural fue la señora del restaurante mexicano.
-Oiga, ¿usted sabe si es temporada de huitlacoche?
-(Con ojos desorbitados) ¿De qué? No sé qué es eso.
– Huitlacoche. Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
-(Con expresión de suspicacia) ¿Un hongo? No, no sé…
– ¿Usted de dónde es?
-(Gran sonrisa) De Veracruz.
-¿Y cuánto tiempo lleva viviendo acá?
-Treinta años. Sabe, lo del hongo, no creo que nadie acá haga eso. Los inspectores sanitarios son muy estrictos. Yo no creo que sea legal.
Primer strike en busca del hongo perdido.
La segunda opción fue la dependienta de la tienda de productos mexicanos. Entramos ahí llamados únicamente por el letrero de la puerta, en español. Eso sí, en Leamington la mitad de las señalizaciones y letreros están en este idioma, no es difícil encontrar lo que se busca. Al pasar la puerta nuestras ilusiones se desvanecieron. No había sino unas cuantas latas de conservas de La Costeña, el infaltable gansito Marinela y uno que otro frasco de salsa picante. Preguntamos.
-Oiga, ¿tiene huitlacoche?
-(Rostro de profundo desconcierto) ¿El quéee?
-Huitlacoche.
-(Expresión de “me están tomando el pelo”) ¿Qué es eso?
-Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
-(Cara de repugnancia) ¿Un hongo? Blagggghhhh.
-¿Usted es mexicana?
-¡No!
-Ah. Muchas gracias.
Abanica para el segundo strike.
Leamington está considerada la capital canadiense del tomate. Ahí se estableció hace décadas la fábrica de conservas Heinz, que produce salsa catsup y enlata tomates para distribuirlos por el mundo entero. A eso vienen acá los trabajadores mexicanos, a recoger el tomate y, de paso, ayudar en la siembra y cosecha del maíz blanco. Por eso no nos extrañó ni tantito encontrar una caseta de información turística con forma de un enorme tomate en medio de la avenida secundaria del pueblo. La orgullosa funcionaria de turismo local, una simpática canadiense, hacía consultas en su computadora, rodeada de folletos informativos sobre la región. Preguntamos (en inglés).
-Usted sabe, de casualidad, dónde podríamos conseguir huitlacoche?
-(Una sombra de duda atraviesa su mirada, pero de inmediato la controla y dice:) Lo puede repetir, por favor.
-Huitlacoche. Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
Sin asomo de duda, la industriosa servidora pública toma varios folletos, abre uno que contiene un mapa de la región de Leamington y lo extiende ante nuestros ojos.
-Aquí están señaladas todas las granjas de maíz blanco de la región -dice orgullosa.
-Pero, ¿cree que tengan huitlacoche?
-(Sombra de duda cubre su rostro, la sonrisa congelada). Lo mejor será ir a preguntar directamente ahí.
Strike tres y ponchados.
Obtuvimos tres respuestas que engloban las reacciones posible ante lo nuevo: suspicacia (no creo que sea legal), asco (blaaaggggghhh) y negarse a admitir que no lo conocemos, pero ofrecer alternativas para desviar la atención de quien pregunta. Estábamos tan desesperados que quisimos preguntar a las personas que pasaban por la calle si conocían alguna granja de maíz que produjera huitlacoche, pero en lugar de eso decidimos pasar por los puestos que ofrecen las mazorcas a pie de carretera, o algunas pequeñas tiendas en las que se vende fruta y otros productos. Un señor canadiense simplemente nos espetó: “Eso seguramente que no lo hay aquí”, el énfasis en “seguramente” nos reveló su opinión sobre el producto y lo que él haría si se llega a enterar que alguien está tratando de cultivarlo en su granja. Compramos cuatro elotes y huimos despavoridos.
Si no fuera porque hace unos años yo lo vi, lo tuve entre mis manos y posteriormente me lo comí, estaría dispuesta a afirmar que en Ontario no se produce huitlacoche. Que las autoridades sanitarias han logrado mantener a raya la manufactura de la sustancia y que no hay un solo distribuidor en la región. Pondría mi mano en el fuego. Y sin embargo, se cuece…