EL CUERPO XXXS
Hace unos días mi amiga B nos compartió una publicación cuyo tema era el cuerpo femenino (B tiende a provocarnos individual o colectivamente, una de las mejores expresiones de su cariño intelectual). El artículo referido quería tratar de nuevo el que parece seguir siendo el punto fundamental de la agenda feminista y femenina: el cuerpo de las mujeres. Si continuamos hablando de él como materia en disputa seguramente se debe a que sigue sin ser nuestro cuerpo, es decir, sin pertenecernos como un bien enajenado, o sin ser nuestro para habitarlo. En tal texto se afirmaba que las mujeres éramos libres y que la expresión innegable de tal libertad era que podíamos si así lo decidíamos mutilarnos (cirugía plástica a la Meg Ryan o a la Uma Thurman, quesque no), o consumir (maquillaje, medias, ropa despiadada con las carnes).
F es diseñadora gráfica, coser le ha revelado un mundo femenino en la sierra de Puebla. “Inditex, me dijo, redujo de nuevo sus tallas”, (¿de nuevo?). Que la misma talla no te quede en la misma marca pasados los años se llama vanity sizing o inflación de talla, es decir: hacer que los números de talla sean para cuerpos cada vez más pequeños. El grupo Inditex posee Zara, Pull&Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho, Zara-Home y Uterqüe. El cuerpo de las mujeres que comprábamos en esas tiendas recibió un ultimátum (otro) para mantenerse dentro de sus parámetros de consumo. En 2014 la marca J. Crew dio a conocer la talla XXXS (S= small, pequeño; XS= más pequeño; XXS= mucho más pequeño…), numéricamente S= 4 y XXXS= 000. Ultimátum de la desaparición.
La mujeres incluso somos libres de figurar como locutoras -merced a entallados jeans, oxigenada cabellera y tetas D o doble D- en el panel de expertos en futbol. Los medios visuales son democráticos, no hay mujeres con alopecia, ni con cortes punk o desafiantes, mucho menos con carnes y, en México, hay que imponer una piel que pase por blanca y cabelleras que pasen por rubias, a esto se suma la fascinación por la juventud cifrada en las veinteañeras… Mi cabellera afro simplemente no figura y ha sido incomprendida por casi todos los estilistas durante décadas, y el esfuerzo por incluirla —créanlo lo intenté— en el reducido catálogo de modelos femeninos no vale la pena. Mi afro es espléndido y único.
Me he cansado de escuchar la frase “No te arregles para ÉL (y no me refiero a dios, aunque Él también está incluido), arréglate para ti”, es una frase que se balancea apenas en el trapecio, a riesgo de caer en el modelo de mujer complaciente. ¿Qué presupone la palabra “arreglarse”?, será que estamos de hecho desarregladas, es decir, sin arreglo o compostura. Y por qué “arreglarse” implica vestir a la moda (caber en las diminutas tallas de Zara o Bershka), plancharse a la moda el cabello o la cara, contar calorías; por qué arreglarse significa consumir y ese consumo nos iguala. L, una mujer de sensual rotundidad, casi muerde las palabras “Me choca, todas son igualitas”.
La libertad ha sido desplazada, inutilizada. Envejecer, hacer crecer nuestras barrigas sin calificativos en este entorno, exhibir mi afro, más que audacias son esfuerzos de autoimaginación.
¿Será acaso que dilapidamos la herencia libertaria incapaces de imaginarnos el presente?