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HUÉRFANOS

Cuidar a los padres en su vejez sigue siendo obligación de las mujeres de la familia: hijas, cuñadas, nueras, tías, hermanas. Se da por sentado. Un conocido incluso prefiere visitar a su hermana siempre y cuando no esté la mamá enferma, porque puede “arruinarle su estancia”, y una pensaría, que se refiere a que tendrá que cambiar pañales, limpiar sondas, mover un frágil cuerpo de una cama a una silla de ruedas, pero no, se refiere a que ver a su propia madre enferma lo pone mal… Ninguno de mis tíos ha cuidado un enfermo, de ningún tipo, ni siquiera a sus hijos, ni mis primos, los ancianos enfermos que he visto siempre son atendidos por mujeres. Ellas hallan el tiempo y la paciencia, el cariño para hacerlo aún cuando son empresas que ponen a prueba los nervios de cualquiera.

El caso que me hizo percatarme de esto fue la película Bota a mamá del tren (1987) con Danny DeVito y Bill Crystal, la vimos en la televisión mi mamá y yo, y lo primero que dijo fue “Sí, cómo no, ¿cuándo has visto tú a un señor cuidando a su mamá?”, con todo la película la hizo reír mucho, todas las de DeVito de esa época la hacían reír… Es en la fragilidad de la vejez en que los fantasmas de la infancia resurgen, los padres son débiles, obstinados algunos, quieren hablar con nosotros todo el tiempo cuando estamos cerca (como nosotros los acosábamos cuando niños). Si se ha vivido con ellos desde siempre, su vejez y nuestra vida se integran, cuidando nietos, colaborando, conozco algunos profesores universitarios que incluso pagan las costosas colegiaturas de sus nietos “porque a sus hijos nos les alcanza”, o regalan autos seminuevos a sus hijos adultos “porque no les alcanza para comprarse uno nuevo, y lo necesita”…, hubo un señor que dobleteaba beca a sus casi sesenta años porque le daba una a su hijo de cuarenta que no podía mantener a su familia… Otros ancianos, los más solos están en asilos, confiando en la bondad de extraños, otros simplemente deambulan en las calles…

¿Quién nos cuida cuando estamos enfermos?, ¿quién cuando además esperamos la muerte? Mis tías, mis amigas, las mujeres de las familias de amigos están al pendiente de los viejos de la comunidad, de los enfermos, se reúnen para tomar decisiones, ellos se apartan… Y los varones progres que son mis colegas dicen que “ayudarán con dinero”, pero “no sabrían cómo”, y que con tiempo y energía definitivamente no. Los cuidados de la vida y de la muerte siguen siendo evadidos por la mayoría masculina. “Entiéndelos, es que están asustados, no pueden manejarlo”, me dijo una amiga, y yo me quedé pensando en el personaje de DeVito, y me quedé pensando en que yo estaba aterrada mientras cuidaba a mi mamá en sus últimos meses de vida…, y que uno de mis hermanos se involucró por completo. Una revelación, ver a este hombre de casi 40 años –con quien yo apenas intercambiaba monosílabos–, cargando a nuestra madre, hablándole con suavidad y repitiendo las cosas sin exasperarse para que ella pudiera decidir si quería azúcar en su té o no, solícito, mandadero, lavando ampollas, sobando pies, acomodando almohadas todo el tiempo, escuchando, escuchando amorosamente. Cuando le pregunté por qué lo hacía, si no se sentía menos o asustado, respondió “Porque es mi mamá”. No se volvió todo abrazos y besos, se volvió presencia.

Mi amiga G cuidó a distancia del último esposo de su mamá, los hijos de ese hombre no sólo no apoyaban económicamente, sino que además no lo visitaban, ni se encargaban de sus medicamentos, nada… Ahora G cuida en casa a su mamá, es difícil porque la señora parece tener demencia senil y “se le va la onda”, pero G disfruta charlar con ella, alimentarla, discutir incluso. Ella como DeVito se quedó sola con su madre anciana y ambas se acompañan.

No somos ecosistemas, sin los cuidados la vida humana no prospera, cuidar no se reduce sólo a alimentar y vestir, cuidar es hacernos humanos con el otro, tener la vida del otro en nuestras manos… Eso nos impone un ritmo que no es productivo, donde todo se disuelve en un presente inmediato saturado de nuestras propias glorias y miserias.

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En un de repente está en la década de los cuarenta (nació el día de reyes de 1974), es madre soltera de un hijo que actualmente tiene 4 años y con quien disfruta plenamente aprender a ser su mamá. Imparte cursos en la carrera de letras de la UNAM (esto a veces la hace profesora universitaria, a veces no). Es feminista lo cual le ha aclarado asuntos del mundo en que vive y de cómo quiere vivirlo y compartirlo, también ha ahuyentado amistades y acrecentado otras. Cafeinómana, lectora, adicta a la imagen narrativa y escritora fragmentaria. Se considera mejor conversadora que bebedora, y mejor bebedora que lectora de modas. A pesar de lo dicho, suele recordársele por su cabellera afro.

2 COMENTARIOS

  1. “La vejez es terrible” me dijo recientemente una amiga. La vejez es cosa mala, inevitable y dolorosa, pero entraña también una sensación de triunfo sobre la vida. La vejez, combinada con soledad, es sin duda atemorizante…

  2. Cierto, vemos a la vejez como algo terrible. Pensar que la curva de la población se va cambiando y nosotros vamos a ser los viejos entre muy pocos jóvenes, tal vez sean los robots los que nos atiendan, si tenemos el poder adquisitivo. No soy muy optimista al respecto, por eso a vivir la vida y cuidarse para llegar con la mayor dignidad a la edad que jos permita decir que triunfamos.

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