HÁGASE DESPUÉS DE LEERSE
Mariana Ozuna Castañeda
En Culiacán, una mujer se masturba en la sala de cine durante la exhibición de 50 sombras de Grey… Otra novela que brinca de la letra impresa a la pantalla grande. Múltiples clamores se levantan a favor y en contra del fenómeno de las sombritas: que si es de “buen gusto” (descubrí que es un eufemismo de mojigatería); que si el protagonista se parece a Enrique Peña Nieto (comentario de la miope y barbera Shanik Berman, y que no sé si es a favor o en contra); que si existe mucha y buena literatura erótica y pornográfica (La historia de O de Pauline Réage), y cine como El imperio de los sentidos, o Perfect blue de Satoshi Kon, para qué leer esa novela “espanta burgueses” (dijo mi amigo JA enajenado literario, cinéfilo y melómano); que está llena de clichés, cuyas actuaciones son pésimas, que…, y a esto se suman los memes que ridiculizan la película.
El fenómeno de las sombritas reconoce el poder consumidor del deseo femenino, somos sujetos sexuados consumidores (¿ávidas?), cuya libido será pastoreada hacia los campos de la industria editorial, fílmica, o de producción de objetos eróticos. Con todo, este fenómeno puede significar la posibilidad de reconocerse sexualmente para muchas mujeres, saber de su deseo y explorarlo “a salvo” y con el beneplácito social. Porque el fenómeno Grey está dentro de los planes —como bien diría el Guasón interpretado por Heath Ledger—, coincide con la visión estereotipada de la sexualidad femenina: ingenua, inexperta, que requiere conducción masculina hacia su propia satisfacción, “nada de perversión y mucho de sumisión”, insiste JA.
Otro producto erótico para mujeres que eriza las nucas de muchos se llama yaoi. Mientras los ejemplares de la novela de E.L. James pueden encontrarse en los pasillos de los supermercados, el yaoi es prácticamente desconocido para la mayoría de las mujeres, algunas lo consideran pervertido, inmoral, de mal gusto, indecente, sucio, enfermo, y por eso atrae…, nada de eso, el yaoi es también estereotipo.
Me topé con el yaoi hace una década (¿hace tanto?), de manos de una estudiante de comunicación de la Universidad del Claustro de Sor Juana, ella, divertida, leía yaoi en el transporte público, feliz ante los suspiros de impaciencia y las miradas de escándalo de los pasajeros: “¡Las señoras, me echan unos ojos!, pero no les molesta la página 3 del Ovaciones ni las revistas de encueradas”, me decía sin rubor en sus mejillas. Lo permitido se identifica con lo aceptado.
El yaoi es un género de cómic japonés destinado para el consumo femenino, que narra amores entre dos varones. Tanto los varones como los amores son idealizados: hermosos ellos, suaves, dulces, tiernos hasta en el climático instante de la penetración, generalmente omitido. Hay diversos subgéneros, la constante es la narración romántica ideal donde uno de los personajes interpreta al experimentado varón, que curiosamente es el activo; mientras el otro es un joven, inexperto y pasivo que será iniciado —y aceptado amorosamente— en la sexualidad gay.
Ni Gray con sus sombras, ni el yaoi con sus hermosísimos amantes gay aportan perversión, sino sumisión; no se atreven a salir del cinturón de protección para las mujeres: el amor, el verdadero domesticador de la sexualidad femenina, el único, más barato y occidentalmente distribuido y aceptado calzón de castidad. A pesar de todo, quizá gracias a las sombritas o al yaoi algunas se encaminen fuera de los senderos prediseñados para el consumo y la contención, quizá de eso se trataba el tocamiento en Culiacán (con albur), de salirse del sendero, extraviarse y explorar, explorar.