Well that’s just teenage talk
Pinky swear that you won’t go changing
Teenage Talk de St. Vincent
Sin embargo, la escritora neoyorkina Linda Rosenkrantz, autora de varios libros de no ficción como Telegram! que es una historia del telégrafo, plantea una sencilla premisa: el acercamiento a la cotidianidad de tres amigos cercanos que son Emily, Vincent y Marsha. ¿La inventiva? Ninguna. La también periodista se llevó una grabadora durante sus vacaciones en los Hamptons, un lugar para el descanso de la clase alta. La charla es el resultado de una transcripción que tardó en realizarse un par de años. En un inicio Linda Rosenkrantz tenía mil quinientas páginas de lo dicho por 25 participantes (u oradores, en este caso), las cuales disminuyeron drásticamente.
Las tecnologías de la palabra son abordadas con perspicacia en los capítulos titulados a manera de estampas de la convivencia, por ejemplo: “La cena de almejas”, “Marsha interrumpe una discusión sobre ella” y “A Vincent le da un ataque en la playa”. El cuestionamiento incesante entre los tres personajes los sitúa como antagonistas de ellos mismos en no pocas ocasiones durante el small talk rutinario, el chit-chat que suele incluir chismes, la invectiva contra un enemigo en común (Sick Joan) y, encima de todo, el diálogo sempiterno de los casi treintañeros. En este examen intrínseco, donde se ha “establecido una relación tan estimulante, total, libre, histérica, íntima e intensa”, el tabú es una mera obviedad. Se habla sin tapujos del aborto, de la masturbación femenina (“MARSHA: Las chicas no se hacen pajas. EMILY: Pues yo me la hice”), de la homosexualidad. Conforme La charla avanza, Emily sospecha de la relación codependiente de Marsha y Vincent y los límites entre la amistad platónica y el romance se difuminan, a pesar de que este posible desencuentro no tiene cabida en el trío.
Si bien no hay censura ni temas controversiales para ellos, hay una serie de revelaciones y repeticiones. La psicodinámica de la oralidad permea la dureza de las confesiones de Emily (“Me siento sola y soy frágil, pero creo que soy lo bastante fuerte para asumir las demandas de otra persona, porque estoy empezando a saber cuáles son las mías”); la mirada cínica de Vincent (“El amor no es un juego; el amor es trabajo duro y es estrategia y es no ser tú mismo tal cual, ni dar rienda suelta a cada cosa que sientas”) y la resignación de Marsha respecto a ciertos temas como su progenitor (“Sus últimas palabras antes de arrancar fueron: «A veces pienso que me importas mucho más de lo que creo.»”).
Linda Rosenkrantz, La charla, Anagrama.