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TALK NERDY TO ME

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Well that’s just teenage talk

Pinky swear that you won’t go changing

Teenage Talk de St. Vincent

 

lgunos libros nos hablan. Literalmente. La charla de Linda Rosenkrantz es uno de ellos. Catalogada como una novela reality desde la contraportada, es posible que los lectores tengan la expectativa de encontrarse con la narración de una telerrealidad parecida a la de Amélie Nothomb en Ácido sulfúrico, la cual recrea un campo de concentración en el que los espectadores pueden votar por el próximo ejecutado (no tan lejano a la propuesta de Game2: Winter (https://game2winter.ru/), un programa ruso que emula a The Hunger Games, en el que se puede asesinar y violar para ganar un premio de poco más de un millón y medio de dólares).

Sin embargo, la escritora neoyorkina Linda Rosenkrantz, autora de varios libros de no ficción como Telegram! que es una historia del telégrafo, plantea una sencilla premisa: el acercamiento a la cotidianidad de tres amigos cercanos que son Emily, Vincent y Marsha. ¿La inventiva? Ninguna. La también periodista se llevó una grabadora durante sus vacaciones en los Hamptons, un lugar para el descanso de la clase alta. La charla es el resultado de una transcripción que tardó en realizarse un par de años. En un inicio Linda Rosenkrantz tenía mil quinientas páginas de lo dicho por 25 participantes (u oradores, en este caso), las cuales disminuyeron drásticamente.

En 250 páginas, en las que el autoanálisis es la columna vertebral, la triada de personalidades nos absorbe. En un acuerdo tácito que parte de un principio de buena fe, Emily, Vincent y Marsha se psicoanalizan hasta decir basta. La terapia de grupo parte de la franqueza y la apertura de Emily, la actriz que tiene problemas con su consumo de alcohol, el pintor homosexual Vincent, un eterno drama queen como él mismo se reconoce, y Marsha, una editora caracterizada por la frialdad, que es la base de este triángulo (“las únicas tres personas que conozco que realmente creo que podrían ser capaces de hacer algo juntos”). Digámoslo así: ella lo equilibra. Probablemente este personaje sea la misma Linda Rosenkrantz como lo ha dejado entrever en algunas entrevistas.

Las tecnologías de la palabra son abordadas con perspicacia en los capítulos titulados a manera de estampas de la convivencia, por ejemplo: “La cena de almejas”, “Marsha interrumpe una discusión sobre ella” y “A Vincent le da un ataque en la playa”. El cuestionamiento incesante entre los tres personajes los sitúa como antagonistas de ellos mismos en no pocas ocasiones durante el small talk rutinario, el chit-chat que suele incluir chismes, la invectiva contra un enemigo en común (Sick Joan) y, encima de todo, el diálogo sempiterno de los casi treintañeros. En este examen intrínseco, donde se ha “establecido una relación tan estimulante, total, libre, histérica, íntima e intensa”, el tabú es una mera obviedad. Se habla sin tapujos del aborto, de la masturbación femenina (“MARSHA: Las chicas no se hacen pajas. EMILY: Pues yo me la hice”), de la homosexualidad. Conforme La charla avanza, Emily sospecha de la relación codependiente de Marsha y Vincent y los límites entre la amistad platónica y el romance se difuminan, a pesar de que este posible desencuentro no tiene cabida en el trío.

Si bien no hay censura ni temas controversiales para ellos, hay una serie de revelaciones y repeticiones. La psicodinámica de la oralidad permea la dureza de las confesiones de Emily (“Me siento sola y soy frágil, pero creo que soy lo bastante fuerte para asumir las demandas de otra persona, porque estoy empezando a saber cuáles son las mías”); la mirada cínica de Vincent (“El amor no es un juego; el amor es trabajo duro y es estrategia y es no ser tú mismo tal cual, ni dar rienda suelta a cada cosa que sientas”) y la resignación de Marsha respecto a ciertos temas como su progenitor (“Sus últimas palabras antes de arrancar fueron: «A veces pienso que me importas mucho más de lo que creo.»”).

En este libro no hay narración como tal. Linda Rosenkrantz renunció a ser demiurgo y ese es el mayor mérito. Talk (que pude ser entendido como verbo y/o sustantivo en inglés a diferencia del título La charla con el que se ha publicado la traducción al español) fue publicado en 1965 y se convirtió en una obra de culto, por lo que la editorial New York Review Books decidió reeditarla después de cincuenta años de su primera aparición. Más que la hilaridad en la que insisten los críticos en su primera impresión, yo me he topado con un neurótico y finísimo humor, que recuerda a la mejor época de algunas sitcoms como Seinfeld. En estas incontables horas de conversaciones de la vida real las palabras no se adelantan a su tiempo, sino que persisten en el tiempo. Montaigne habla de que el ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es la conversación. Es por eso que la intensidad del vínculo entre los tres amigos nos da una sensación de claustrofobia. Como apunta el refrán español: “Donde hay confianza, da asco.” Esa es la verdadera amistad íntima. Y si existe un adjetivo para este libro, entonces yo diría que es sassy. Descarado para unos y fresco para otros.

Linda Rosenkrantz, La charla, Anagrama.

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