“WE LOVE CANADA (GO HOME)”
En México la indignación toma las calles, los medios de comunicación y las redes sociales protestan por la desaparición de cuarenta y tres estudiantes normalistas (y la acumulación de insensateces, injusticias y robos descarados). Mientras, Canadá está de luto por la muerte de dos soldados asesinados la semana pasada.
Las diferencias no admiten paralelismo. El horror de las fosas descubiertas en Guerrero, la rabia ante la insensibilidad de la clase política, la violencia acarreada por el narcotráfico y el empeoramiento de la situación económica, comparadas con la situación general canadiense, ponen en evidencia las profundas diferencias entre ambas naciones.
En la mira
El miércoles 22 de octubre, un hombre armado con un rifle cruzó la colina donde se ubica el edificio del parlamento en Ottawa (Parliament Hill), la capital política de Canadá. Lo pudo hacer porque el parlamento no está bardeado, porque la reja de la colina está abierta al público todo el día. Los niños visitan el lugar en recorridos organizados por las escuelas y juegan libremente en el jardín. Los miércoles hay una clase de yoga frente a la entrada del parlamento para los representantes, los asesores y trabajadores, y la colina pone a disposición para que todo el que quiera vaya allí a hacer “el perro”.
El miércoles es día de sesiones en el parlamento canadiense. Los representantes del país se reúnen con los miembros de sus partidos, el edificio está lleno. El hombre del rifle caminó hacia allí sabiendo que tenía el paso franco, que encontraría a la gente a la que quería disparar, que se inmolaría por una causa que apenas abrazó unos cuantos años atrás. Incluso el Primer Ministro estaría ahí. Si pudiera llegar hasta él…
Avanzó hasta donde el soldado realizaba su guardia de honor y disparó varias veces a quemarropa. Nathan Cirillo cayó fulminado. El tirador corrió entonces hasta el edificio principal, entró, disparó mientras avanzaba, sin alcanzar a nadie más, y fue muerto a tiros por los policías que estaban ahí en ese momento.
Medio día después todo el país sabía que Micheal Zehaf había aniquilado a Nathan Cirillo, quien se encontraba desarmado. Que el caído era un hombre de veinticuatro años, padre soltero de un niño de seis, que tenía una novia con la que salía desde junio y que era querido por todos los que lo conocían. El país entero sabía también que Zehaf había tenido problemas con la policía anteriormente, que usaba drogas “recreativas”, tenía alguna enfermedad mental y era visto con recelo en la mezquita a la que acostumbraba asistir, pues tenía una actitud “poco amistosa”.
Los radicales
Desde el momento en que se escucharon los disparos en la colina del parlamento la radio oficial (CBC) comenzó a transmitir los hechos. Se habló, por ejemplo, con una parlamentaria que estaba atrincherada, junto con otros representantes, en uno de los salones de discusión del edificio. La mujer susurraba al celular que estaban bien. Habían levantado una barricada con las sillas y una enorme mesa de trabajo para impedir el paso a cualquier invasor. Afuera, los viandantes que habían logrado ver al atacante lo describían: moreno, pelo largo, negro, armado con un rifle.
Apenas el lunes 20 otro hombre había arrollado a dos soldados en las calles de un pequeño pueblo en la provincia de Quebec. Uno de ellos murió. También se supo muy pronto que este hombre se había convertido al Islam apenas dos años atrás y se había “radicalizado”. La preocupación de Canadá sobre la seguridad del país no se basa en el temor de un ataque desde fuera, sino en la reacción de jóvenes canadienses, nacidos en este país, convertidos recientemente al Islam que han decidido inmolarse ante la decisión del gobierno de enviar tropas para combatir a los extremistas del Estado Islámico (ISIS).
De estos personajes canadienses se dice que se han “radicalizado” en sus ideas. En los casos de estos jóvenes que atentaron contra militares canadienses, incluso los miembros de la comunidad islámica los ha considerado una mala influencia para el resto de los fieles. Sin embargo, ante esta situación el único canadiense que mostró una radicalización total fue el primer ministro, Stephen Harper, quien calificó los ataques de “terrorismo”, sin tomar en cuenta que ninguno de los casos fue perpetrado por ninguna institución religiosa o política. Que fueron actos individuales de personas con antecedentes comunes: adicción a las drogas y enfermedad mental. Sin embargo, con sus declaraciones, Harper puso a Canadá en la mira.
¿Ahora qué?
En México las marchas continúan, aun cuando la esperanza de encontrar a los estudiantes con vida se reduce todos los días. El problema crece geométricamente con cada fosa que se encuentra, ya que se suman los cuerpos de muertos anónimos que exigen identificación.
En Canadá se debate una reforma a las medidas de seguridad, pero nadie quiere que cambie su derecho a transitar libremente por sitios que deben ser públicos. Ellos no pueden entender el horror de la impunidad, tanto como nosotros no podemos entender que las banderas estén a media asta en todo el país por “tan solo” dos soldados muertos. Hay una brecha difícil de cruzar en este aspecto. Son demasiados los muertos de un lado, es enorme el simbolismo de dos, por el otro.
Al día siguiente del atentado, en una mezquita de Ottawa alguien pintó un grafitti: “We love Canada. Go home”. Los vecinos se organizaron de inmediato, fueron a limpiar las paredes de la mezquita hasta que no quedó rastro del graffiti y pegaron cartulinas en las ventanas: “You are home”.
Hay cosas contra las que no se puede despotricar.
Desde Pueblondon, mi humilde opinión. La próxima entrega, Instrucciones para tirar la basura