DE CORAJE EN CORAJE
Andrea Avila
Al vivir en PuebLondon y malabarear cotidianamente con las inconveniencias de la burocracia canadiense, pelearme mentalmente con la frialdad de la sociedad (y del invierno) y suspirar hondo y profundo ante la mención de los tamales, el mole y las fritangas, muchas veces me he preguntado qué es lo que distingue a un país desarrollado de uno que no lo es y sabemos, o intuimos, nunca lo llegará a ser. ¿Por qué si los latinos somos tan cálidos, bullangueros y -alcanzado el precio justo- resolvemos problemas de volada, tenemos economías patéticas y gobiernos criminales? Y entonces me entra un coraje…
Una de las razones que vienen de forma inmediata a la mente es la baja tolerancia que las sociedades desarrolladas tienen hacia la corrupción. Botón de muestra: la ciudad de Toronto despertó el miércoles de esta semana indignadísima por la prepotencia de sus oficiales de policía. Exigen el despido de algunos patrulleros (que ya han recibido una reprimenda pública) por un comportamiento que dista mucho de ser, como se espera de ellos, ejemplar. La razón, se encontraron coches de policía estacionados en lugares exclusivos para discapacitados, sin que hayan estado ahí persiguiendo criminales o atendiendo llamadas de la población (en cuyo caso hubiera sido aceptable, tampoco hay que ser cuadrados).
Mi primera reacción (después de haber leído las declaraciones del relator de la ONU sobre la policía mexicana y su uso cotidiano de la tortura) fue lanzar un “awwwww”, pensar que los canadienses buscan hasta la última pequeña razón para indignarse y levantar así un poco el nivel de emoción en sus vidas, que tiran hacia lo anodino. Pero hay que reconocer que dejar pasar un comportamiento así da lugar a que, al día siguiente, los policías sean captados durmiendo plácidamente la siesta en el lugar para discapacitados mientras los gangsters del barrio asaltan una pequeña tienda de conveniencia.
Otra razón que salta a la vista para colocar países como líderes o como seguidores, es su adaptabilidad a las tendencias económicas mundiales. Indigna hasta enfermarnos que el presidente de la nación mexicana haya viajado hasta Londres para entregar de propia mano el último recurso que le daba viabilidad al país. Pero lo verdaderamente nocivo es que como nación, nadie perciba que la economía global inició una tendencia en la que, como proveedores de servicios y mano de obra baratos, no tenemos ningún futuro.
Estados Unidos y Canadá se enfrentan ahora a una novedosa cultura de consumo que va a causar problemas en el frente del empleo y la producción en poco tiempo, aunque tal vez sea la única para salvar al medio ambiente de un colapso: compartir en lugar de comprar. Un estudio del New York Times acerca de la Generación Z y sus patrones de consumo, hizo que muchos economistas visitaran al cardiólogo porque la generación Z ha vivido la mayor parte de sus vidas bajo la sombra del desempleo de sus padres, escuchando sobre crisis financiera e inestabilidad de los mercados, son cada vez más conscientes de que deben ahorrar en vez de gastar. Como han escuchado hasta la náusea que el planeta está en serio peligro de una crisis ecológica global, buscan reciclar y rentar en vez de comprar objetos nuevos.
Los peligros son evidentes: si los Gen-Z no quieren comprar coches porque ya hay demasiados, ¿qué va a ser de la industria automovilística? Si no quieren adquirir una casa porque no se quieren sentir atados a una propiedad, ¿qué va a pasar con mercado inmobiliario? En Estados Unidos y Canadá están surgiendo comercios orientados a la renta de bienes y a la cultura de compartir. Por ejemplo, los pequeños negocios de alquiler de autos (atrás quedaron Herz o Discount) son organizaciones locales que ponen en contacto a dueños que tienen el coche sin usar en el garage dos días a la semana y están dispuestos a rentarlo a alguien que lo necesita solamente dos días para ir a un concierto a otra localidad. Quienes poseen herramientas que no usan el 90% del tiempo, se ponen de acuerdo con gente que las usará solo una vez y no tiene por qué (ni quiere) comprar una nueva que usará solamente un 1% de la vida útil de “la cosa”.
¿Qué hacen las economías desarrolladas al respecto? Se adaptan e integran a la nueva tendencia generando nuevas formas de hacer negocios, instauran jornadas laborales de menos horas para evitar gasto innecesario y con el ahorro que generan, continúan pagando los mismos salarios a sus empleados. ¿Qué hacen las economías en perpetuo desarrollo? Continúan ofreciendo los mismos servicios, abaratándolos hasta que el último obrero, trabajador o empleado caiga muerto de inanición y cansancio, al mismo tiempo que los acusan de no “aguantar”; de ser “flojos” y querer vacaciones; de “desestabilizar” al pedir condiciones justas y hacer uso de su derecho a la resistencia civil.
En el círculo de la educación, en lugar de dar prioridad a producir entes pensantes que desarrollen soluciones e inventen cosas, generamos empleados de fábricas de coches y trabajadores de la construcción que no serán necesarios en poco tiempo. Como nación, atraemos las fábricas contaminantes que otros países no quieren en su territorio, tan felices, tan sonrientes, tan serviciales.
Sin embargo, hay que admitir que las naciones perpetuamente subdesarrolladas no tienen toda la culpa. Para que las naciones en perpetua bonanza lo sigan siendo, necesitan que “allá abajo”, “de aquel lado”, haya siempre alguien dispuesto a vender su fuerza de trabajo a la mitad del precio, su petróleo por un cuarto de lo que vale, su dignidad y su orgullo por una palmada en la espalda. Si los subdesarrollados persisten en su práctica de la corrupción, los desarrollados pueden regañarlos y exhibirlos, argumentando que su falta de calidad moral los tiene donde están. Si los pobres siguen siendo pobres, seguirán aspirando a venderse al “hombre blanco”. Si dejan de serlo, estamos todos amolados; todos tendríamos que limpiar nuestra casa, planchar nuestra ropa y lavar nuestro baño, ¿o no?
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