NIÑOS: REYEZUELOS SIN RIENDA NI ESPERANZA
Una de las características de los canadienses que más me ha llenado de curiosidad es su relación ambivalente con los niños. Por un lado, son recipientes de todas las ayudas, bondades y beneficios del sistema. Ante la ley y las buenas costumbres sociales, son casi intocables. Un padre, abuelo o cualquier otro adulto que esté a cargo del cuidado de los niños puede ir a la cárcel si alguien (posiblemente el mismo infante) le denuncia por maltrato. Maltrato, por otro lado, puede referirse a un grito bien puesto que lo haya asustado, o a una actividad educativa que lo estrese (léase tarea o examen). Los niños tienen derecho a jugar y ser felices y nadie puede interferir con ello, punto.
Por otro lado, los adultos tienen para con los niños una relación distante y ajena. Se les ve de lejos como a una especie en vías de extinción. Se disfruta de su pequeñez y su risa como quien observa el lindo resultado de un experimento en un laboratorio, bajo la consigna científica de no intervenir. Aparentemente los niños son sujetos tan frágiles que hay que abstenerse de interactuar con ellos porque cualquier influencia externa puede dañar su futuro emocional para siempre.
En PuebLondon, al igual que en el resto de la provincia, existe un programa de actividades en centros sociales y deportivos para que la gente se inscriba y tome clases de, digamos, tenis, baile de salón, salsa, cumbia y chachachá, y cómo entrenar a los niños para ir al baño. Un grupo de expertos en deportes, expresiones culturales y bebés dan clases de habilidades básicas para que los padres puedan enfrentar estos hitos en la vida las personas. En Facebook hay grupos para padres que discuten los beneficios o peligros de dejar que los niños les digan qué ropa usar para ir a trabajar. Los padres de niños Montessori se dan apoyo y tips para lograr que sus hijos dejen de indicarles qué deben incluir en la cena. Los pequeños se han convertido en una especie de dictadores que someten a los adultos a un régimen de terror en el cual la sola idea de acercarse a ellos sin un manual de instrucciones es suficiente para poner a la mayoría al borde de un ataque de nervios. Hay que aclarar, claro está, que estos son adultos jóvenes, con una buena educación, de nivel económico medio que viven en vecindarios acomodados o en los suburbios de las ciudades. (Los adultos de nivel educativo bajo y condiciones económicas de supervivencia se preocupan poco por el estrés al que se ven sometidos los niños debido a sus hábitos de consumo de alcohol o drogas. Los extremos del péndulo están cada vez más alejados del punto medio. Y en cada extremo hay muchas excepciones, la generalización de ambos bandos es la que corresponde a estas estampas).
Muchos niños viven, entonces, dictando a los adultos cómo vivir y cómo tratarlos, mientras la sociedad realiza un experimento que puede tener como resultado futuros adolescentes a) con enorme confianza en sí mismos o b) permanentemente frustrados porque la realidad no responde cuando truenan los dedos, de la forma que lo hacían sus papás. Uno u otro puede ser el resultado… para los que sobrevivan. Porque en los periódicos, junto a los anuncios de cursos sobre cómo hacer que un bebé deje de llorar sin tener que tocarlo, también se publican noticias como la que tiene girando a toda el área metropolitana de Toronto: un pequeño de 3 años de edad que salió de su apartamento vestido con tan solo una playera, pañal (¡tres años y con pañal!, dirán las madres mexicanas) y botas para nieve. Salió también del edificio y horas después (¡horas!, dirán incrédulas las cabecitas blancas) fue encontrado con síntomas de congelamiento para morir al cabo en el hospital.
Las notas que se han sucedido desde el día en que el pequeño Elijah falleciera no aclaran cómo salió del apartamento, cómo fue a dar a la calle ni qué hacían sus padres esa noche. Solo hacen referencia a que lo pusieron en la cama a las 9 y media de la noche y fue encontrado a la mañana siguiente, a las 7. La temperatura durante esa noche fue de -17 grados centígrados, con una sensación térmica de -30.
Ningún adulto habría sobrevivido sin el abrigo adecuado, no podía esperarse más de un niño de 3 años. Sin embargo fue encontrado aún con vida. Hermanados en la tragedia, los vecinos levantaron una especie de altar para el pequeño, con juguetes de felpa señalando el lugar donde murió. Los habitantes de Ontario iniciaron espontáneamente una colecta de dinero para el funeral del niño, juntando 170 mil dólares, mucho más de lo necesario para darle un sepelio digno. La policía hizo una guardia de honor, hablaron de él sus padres, maestras y abuelos. Un servicio funerario como para un adulto; como un adulto lo definió su madre, como si fuera lo mejor que se pudiera decir sobre un niño de esa edad.
No son pocos los niños que han fallecido en Canadá porque sus padres los tratan como adultos con capacidad de hacerse cargo de sí mismos. Durante el verano les ha ocurrido a pequeños que dejan dentro de los autos estacionados en los centros comerciales, mientras los padres bajan a hacer una “compra rápida”. La causa de la muerte en esa circunstancia es la contraria, un “golpe de calor”. En realidad, todos esos chicos han muerto porque sus padres los ven como lo que no son: seres autosuficientes que no necesitan de cuidados, porque pueden decidir solos qué ropa ponerse para ir a la escuela y requieren solamente juguetes y dinero para sobrevivir.
Lo dicho: nuestra generación fue la última en ser regañada por los padres y la primera en ser regañada por los hijos.