Fotografías: Sofía A. Villanueva
El título de tu más reciente novela, Los prisioneros del paraíso, da mucho en qué pensar, es sugerente e irónico al mismo tiempo…
Al leerla te das cuenta de por qué se llama Los prisioneros del paraíso; si no conoces la historia de lo que pasó en Terezín, te puede sorprender en un primer momento. Es una terrible farsa que por un lado necesitaban los nazis para presentarse al mundo de una manera menos cruel de lo que realmente eran y, por otra parte, convirtió al campo de concentración de Terezín en el centro cultural y artístico más importante de Europa. Tenemos que pensar que los grandes centros artísticos prácticamente habían dejado de tener actividad, y en Terezín estuvieron concentrados la mayor parte de artistas y creadores judíos de la época. Eso significaba una oportunidad para los criminales nazis de presentar ese campo como si fuera una cosa excepcional y como si se tratase de algo mejor. Por eso el título parece, si no conoces la historia, contradictorio. El título está cogido del director de cine Curt Gerron, uno de los grandes directores de la época de Weimar, compañero de reparto de Marlene Dietrich en El ángel azul, y que pasó sus últimos años en Terezin. A él le encargaron dirigir la película que aún se puede ver, en internet, los ocho minutos que se conservan: Hitler regala una ciudad a los judíos.
Eres director de orquesta y desde hace pocos años también novelista. ¿Por eso elegiste contar esta historia particular sobre el holocausto?
Creo que se ha escrito o se han hecho películas desde todo tipo de prismas alrededor del holocausto, y para abordar un tema como este tienes que saber muy bien cómo hacerlo. Yo quería explicar esa historia porque dentro de holocausto no se conoce y es muy poco el conocimiento que hay de ella. No se conoce el valor, el coraje y la dignidad con que vivieron todos estos artistas encerrados en Terezín, de muchos autores tampoco se conoce sus obras, por lo que yo tenía necesidad de explicar cómo se vive una situación límite. Porque antes de encerrarlos eran gente privilegiada, con un reconocimiento internacional enorme, gente mimada por la vida, que habían triunfado en sus profesiones y de la noche a la mañana se encuentran absolutamente sin nada. ¿Cómo sobrevivir a eso?, ¿cómo empezar desde cero, cuando sabes que al día siguiente, a lo mejor, no vas a vivir?, ¿cómo respondes a eso? Esa situación límite a mí me interesa mucho,
Aunque Los prisioneros del paraíso no es una novela, nos cuenta sobre a vida de personajes que sí existieron, los músicos o compositores Hans Krasa, Gideon Klein, Pavel Haas y Viktor Ullman…
En el caso de Los prisioneros del paraíso hay una historia real de lo que paso en Terezín, hay personajes reales que vivieron ahí y está complementado por una ficción, por unos personajes y por situaciones ficticias que interactúan con lo primero para conformar una historia rotunda, que a mí me servía para hablar en distintas partes de lo que pasó, sin juzgar. Para decir que el bien y el mal absoluto se pueden presentar en determinados momentos pero que en general no hay personas solo buenas o solo malas, que es una opción que se tiene y que la libertad de escoger te lleva a una de las dos opciones. El bien o el mal está en cada uno de nosotros y es decisión nuestra si optamos por un camino o por otro, aquí no hay buenos o malos, hay personas que eligen la maldad o la bondad en determinado momento de sus vidas y en circunstancias particulares.
¿Cómo lograste darle voz a estos personajes?
Por supuesto que fui con mi editora a fin de investigar todos los archivos en Terezín, hablamos y vimos documentos de supervivientes en los que decían que la música les había salvado, que la necesitaban más que el aire que respiraban, eso era una constante en sus declaraciones, pero había poca documentación de lo que paso ahí. No se podía describir, no se podía saber lo que verdaderamente pasó. Por lo cual había que meterse en los personajes, sufrir con ellos hasta las lágrimas, gozar con ellos los momentos intensos e interpretar, porque incluso los personajes reales responden a algo que no está basado en documentos históricos sino en la interpretación que yo hago de ellos, con unos hechos históricos muy precisos.
Existe un número considerable de obras compestas en campos de concentración y que no se conocen mucho…
Son muy conocidas pero a nivel melómano. Me interesa que se conozcan las obras de arte extremas, escritas y compuestas en situaciones inhabituales. Me interesan que se conozcan estas obras porque hablan del dolor pero también hablan de la esperanza, porque no es todo oscuro, pues hay luz en el mensaje que dan, y se deben conocer. Es importante que se conozcan porque son manifestaciones sustanciales de gente en el límite, de artistas en el límite, cuyo conocimiento nos hace sentir mejores con nosotros mismos.
La música tiene la capacidad de impactar a una multitud de diez o cien mil personas, a diferencia de otras que son un poco más individuales, por así decirlo…
La música es el único arte abstracto en sustancia, eso la diferencia de lo demás; la música no te dice, te hace incluirte, te lleva a preguntar por cosas sustanciales. Nada más lejos de que la música sea un placer estético o absolutamente en el sentido de las sensaciones, donde los sentidos se incrementan; no sólo es eso ni mucho menos, la música es la filosofía más pura, que te lleva a estadios del alma a los que sólo la música te puede llevar, te lleva a intuir. No te dice nada preciso, pero te lleva a intuir cosas, cosas sustanciales como de dónde vienes, a dónde vas, qué es el bien, qué es el mal, qué es lo propio, qué es lo ajeno, el tú, el yo, cómo vivir con esa irrefrenable sensación de entregarte a los demás, como salida para el conocimiento personal; conocer el mundo y conocerte a ti a través de los otros. La música es algo muy especial, que te lleva a estadios a donde nadie te puede llevar.
Cuando en Terezín se interpreta la ópera Brundibár, obra de Hans Krasa, recordé la escena de la película Sueños de fuga (The Shawshank Redemption), cuando Tim Robbins pone un disco de Mozart…
Sí, pone un disco de Mozart, un aria, creo de Cossi Fan Tutte o más bien el aria de la Condesa, de Las bodas de Fígaro, no me acuerdo cuál pero es un aria que conmueve absolutamente tanto a prisioneros como a carceleros y se crea una situación especialísima, como si el tiempo se parase, como si el tiempo se suspendiese por unos instantes… https://www.youtube.com/watch?v=Bjqmg_7J53s
Lo comento porque, toda proporción guardada, supongo que escuchar un cuarteto de violines o una pequeña orquesta en una campo de concentración debió de ser una experiencia parecida a lo que transmite la película…
Yo lo traslado al último capítulo, cuando todos los prisioneros llegan a Auschwitz desde Terezin, y son obligados a formar grandes filas. En determinado momento hay unos músicos que tocan en el aria de la suite de Bach y el tiempo también se detiene. Lo que me inquieta más es lo buenos músicos que eran muchos de los miembros del partido nazi. Yo pienso en Reinhard Heydrich, jefe de toda la región de Moravia y de Bohemia, y quien es el diseñador de todo lo
¿Cómo es que la música te llevó a la literatura?
Fue completamente natural, yo las cosas las hago no solo con pasión sino por necesidad. No era algo previsto, pero en determinado momento a la edad de 56, 57 años, necesitaba escribir y necesito seguir siendo músico y escribir como músico. Esto no quiere decir que trate de escribir temas musicales sino escribir con las pautas que un músico tiene, con la naturaleza de un músico que escribe de manera distinta, porque tiene un ritmo distinto a los demás, tiene un sentido de las pausas, tiene un sentido dramático y de pulso dramático distinto. Aplicar de alguna forma todo lo que he aprendido en música a la literatura, hacerla desbordar de pasión sonora, de una poética. Eso es lo que verdaderamente me motiva y por eso estoy completamente vinculado a escribir en ese momento. Primero me dediqué a dirigir orquestas, después producir y ahora quiero escribir no solo de temas musicales.
Xavier Güell, Los prisioneros del paraíso. Galaxia Gutenberg. 2017.