De los cuentos incluidos, algunos como “Contingencia” de Frida Velázquez H. o “El peor de los infortunios”, de Marco Rojas Gutiérrez, merecen difundirse como textos siniestros ejemplares. Son, además, a mi juicio, superiores al cuento ganador, el cual de suyo tiene muchos méritos. Y convengo lo complicado que resulta en todo concurso resolver cuál merece ser ponderado y qué méritos han de ser subrayados, más aún cuando llegan 3,610 obras a concurso, como fue en este caso. Cifra maravillosa que constata lo vivo del cuento fantástico en nuestro país. Los jurados, todos, tienen credenciales narrativas incuestionables. Dos de ellos han desarrollado el grueso de su obra en los territorios de la fantasía (Mauricio Molina y Bernardo Esquinca).
En esta antología, el ahondamiento fantasista oscila entre un cuento que explora la cordura mental del protagonista (“Preguntas sobre la propagación del moho” de Úrsula Fuentesberain); hasta el cuento más arriesgado, un relato de dimensiones superpuestas (“La eterna prórroga de una súplica inexistente”, de Sebastián Anaya); en medio, once cuentos donde un hecho fantástico irrumpe en la cotidianidad, que es la forma más clásica de la fantasía. Algunos con prosa exquisita (“Perro”, de Mario Díaz Ruelas), otros, con una prosa desenfadada pero efectiva (“Huevo”, de Armando León). El grueso de ellos tiene un final abierto, sin una gran explosión o revelación en las últimas líneas. Este tipo de finales dejan la sangre cargada de angustia, lo que siempre se agradece. Sin embargo, algunos hubieran sido tremendos si hubieran detonado un remate (entre ellos, “Restos”, de Jesús González Mendoza y “Motivos de sobra para inquietarse” de Luis Arce; sí, cuento que da título al libro, pero no es el ganador). El ganador: “Los tres grandes milagros de la santa niña de los alfileres”, de Julián Mitre, es un cuento bien llevado, con humor y estructura sólida sobre la farsa de los milagros.
Quien se acerque a este libro encontrará la promesa cumplida que México es cuna de buenos escritores. Desde ya, se espera con gusto el primer o segundo libro en individual de cada uno de los incluidos (la convocatoria permitía concursar a autores con un máximo de un libro publicado). Pero lo que encontrará con escasez, más bien a cuenta gotas, es imaginación fantástica.
Por más de treinta años, el Premio Nacional de Fantasía y Ciencia Ficción (convocado en Puebla) ha sido el concurso del género no-realista en México. En él, casi todos los textos que lo han ganado son de Ciencia Ficción. Y, quizás, en el título del Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila ha pesado más el nombre de la homenajeada, y por ello los cuentos ganadores utilizan el elemento fantástico como un mecanismo de lo siniestro, para volver amenazante un mundo que nos es ya familiar. Convengo que, desde que algo en un cuento no puede ser explicado con las leyes naturales que el lector constata en su vida, y sin una lógica que en el futuro pueda explicarlo, estamos en los territorios de la fantasía. Sin embargo, ¿dónde quedan otros tipos de fantasía, de mundos más alejados al nuestro?: fantasía mitológica, épica, maravillosa, especulativa, onírica, etc. ¿Dónde, el franco crear universos a lo Tolkien, J. G. Ballard, Phillip K. Dick, Roger Zelazny, Úrsula K. Le Guin en los 3,610 textos que llegaron al concurso? A menos que sea un ejercicio metasiniestro, una coincidencia atroz, me da motivos de sobra para inquietarme la uniformidad de fantasía clásica que impera en la antología publicada por Pimienta. ¿Sólo llegaron cuentos de esa naturaleza o solo esos eran buenos?
Homenajear a Amparo Dávila siempre será urgente (los homenajes, si son en vida, doblemente acertados); también es importante visualizar el cuento fantástico. Pero mi extrañamiento tiene que ver con que estoy seguro que la narrativa de fantasía mexicana no está en fase uno: en la labor del cazafantasma que anda rastreando extrañas criaturas para demostrar al mundo que existen. Su existencia está comprobadísima, como lo constata la obra de muchos de nuestros mejores narradores ya finados (desde Amado Nervo, pasando por Arreola, Francisco Tario, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Juan Rulfo) y una riqueza mitológica de las culturas nativas de nuestro país. Por eso no termino de comprender la uniformidad del abordaje fantástico en este libro. Como he insistido, esto no demerita a ninguno de los cuentos en lo individual: todos son merecedores del reconocimiento, pero si demerita al conjunto, y abogo por los otros, aquellos que pudieron haber estado.
La literatura de alta imaginación está presente en nuestro país, y pisa fuerte, como lo dejan en claro los esfuerzos de Revista Penumbria, la obra de Francisco Tario, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas; el creciente respeto que gana la genial obra de Emiliano González; y autores que hoy día escriben parte de lo mejor de su creación dentro del género fantástico, como José Luis Zárate, Antonio Malpica, Gerardo Sifuentes, Hugo Hiriart, Alberto Chimal, Daniela Tarazona, Bernardo Fernández, Andrés Acosta, H. G. Haghenbeck, Karen Chacek, Ricardo Bernal, Iliana Vargas, Horacio Porcayo, Bernardo Esquinca, Verónica Murguía, Mauricio Molina, etc. De hecho, invito a consultar http://imaginacionmx.tumblr.com, proyecto de Raquel Castro y Alberto Chimal, donde se da cuenta de la literatura de imaginación que se desarrolla en nuestro país.
En México, en su literatura, la palabra “fantasía” tiene, como maldición fantasmal, una carga políticamente negativa o, cuando menos, no ha logrado una carga políticamente positiva. El concepto Literatura (con mayúsculas) ha estado en otras manos (aquellas con tintes rurales, periodísticos, autobiográficos, del narco, no-ficción, metaficcionales, que se desliga de lo mexicano, etc.), y sin bien el apoderamiento de la ele mayúscula de la literatura por grupo o intereses es (como seres políticos que somos los humanos) inevitable y no necesariamente maquinado, la palabra “fantasía” ha quedado relegada y con las propiedades de anti piedra filosofal en toda corriente o título a lo que se le agrega. Sin embargo, en tanto literatura, más allá de cotos, me queda claro que algunas de las obras más gloriosas de la narrativa mexicana seguirán sostenidas en una imaginación que no evita las posibilidades más allá de lo que conocemos como lo real.
Estamos, pues, ante una antología que se lee con placer, pero que, en su totalidad, representa sólo una pequeña área de las posibilidades de la narrativa fantástica. A esto sumo una segunda preocupación: es agosto de 2017 cuando esto escribo, y no se ha convocado la tercera emisión del Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila. Ojalá las voluntades converjan pronto y que no quede reducido a la leyenda de que alguna vez existió un premio de rara naturaleza, cuantioso y bien publicitado, que solo fue convocado un par de veces.
Varios autores, Motivos de sobra para inquietarse, Libros Pimienta. 2017.