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MORBOS CLUB

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ace tiempo alguien con el seudónimo de “Ben Ijalamela” –sí, es albur y fue real– publicó en YouTube:

Puras canciones de weyes destripados, muertos, masacres, asesinos locos… Es una mierda Sekta Core, ensucia la cultura y la música ska… Pero siempre habrá pendejos que oigan a grupos como estos para decir que son bien malotes!!

Di con esas palabras por la noche, antes de babear la almohada. Tecleé en mi laptop “Sekta Core”. Repito: estaba a punto de dormir, en ese trance de ablandarse con Rebeca Linares o dar con cosas del pasado. Y creo que en mi subconsciente deseaba regresar al año 1999, sólo que no esperaba introducirme al Morbos club y mucho menos que apareciera como la primera sugerencia de video. Únicamente deseaba saber qué había pasado con esa banda de ska core originaria de Atizapán de Zaragoza, Estado de México y volví a ser un niño vago del nororiente de la Ciudad de México.

Di click y en el Morbos club comenzó su intro “Una noche en la colonia”, donde lo que parecía ser un locutor de radio dando la hora en punto entre potentes guitarras y ritmos de batería y bajo que asemejaban ser beatbox, después de un contundente redoble de timbal comenzara el riff de guitarra de “La zona del terror”. Recordé las imágenes post apocalípticas del video de esa canción siendo transmitido por televisión, y lo que sucedió fue exactamente igual como en aquella primera vez que lo vi en Telehit: me pareció aterrador, hizo que pensara lo mismo o aún peor. Así parece que será gran parte de México al finalizar el sexenio de La telenovela entre Gaviota y el copetudo.

Es interesante como a los 11 años disfrutaba –en casete y con mi walkman sujeto a mis pantalones– de mis primeros sonidos rockeros provenientes del Morbos club (Sony Music/El Mazo Records, 1997). Mi tío Ricardo tenía el CD. De ahí lo grabé en el estéreo de mi casa.

La portada era algo pornográfica, era como una breve descripción de la revista Alarma! Venían dos mujeres paradas como edecanes, una china y otra lacia, mostrando sus atributos en unos bikinis de color rojo; y dos guarros, en medio de las reinas, estaban de pie, vigilando, uno en posición de descanso y otro con los brazos cruzados. Todos contemplaban el contorno ensangrentado de alguien que recién habían matado. ¿Quién? Las fauces de un tigre blanco, que en sí era la entrada a algún tugurio de mala muerte alguna vez ubicado sobre Eje Central. Ese felino era el único testigo verídico, pero nunca iba a poder gruñir lo que vio.

Ben Ijalamela vaya que tenía un poquito de razón en sus palabras. El rap core de “Con los ojos vendados” que trataba de noticias arregladas, robos, mentiras del gobierno y más, cuando lo cantaba inocentemente en sexto de primaria se convertía en un gran reto; era la manera de intentar sorprender a las niñas de mi salón. Sin embargo, anoche comenzó a quitarme el sueño, decían la verdad.

“Ruperta”, a quien habían enterrado viva en el cuarto track, eso sí era algo que sabía. Una historia similar ocurrió en una mina de arena de la colonia Buenavista, en Iztapalapa. El caso fue que, un 14 de febrero, durante el Día del Amor y la Amistad, cuatro compañeros de la Secundaria 306 en la colonia Palmitas golpearon, mutilaron y violaron a Sandra Campos Limón, una de sus compañeras, y al “no mostrar señales de vida”, se les hizo fácil enterrarla y que nadie supiera más de ella. Mi abuela paterna Guadalupe, apodada cariñosamente como “La Gordota” –en paz descanse– en esos años estuvo viviendo en el mismo sector de los hechos. Recuerdo que cuando iba a visitarla, algo en la tierra –porque literalmente el viento la arrastraba– hacía que uno sintiera temor al voltear a ver el escenario donde había estado por mucho tiempo esa estudiante.

Y lo otro verídico que sabía del Morbos club ocurría en el quinto track, en ese asesino llamado “Delfino” que no se cansaba de enterrar cuchillos mientras lo anunciaba el gritón que merodea las colonias populares de la Ciudad de México con su “Extra, extra, encuentran cuerpos mutilados, al parecer el despreciable asesino mata por el placer de saciarse”. Un violador con esas características –ensuciarse las manos–, una mañana salió a la luz en mi colonia. Se trataba de un comerciante que secuestraba mujeres, algunas mientras subían las escaleras de la estación del Metro Eduardo Molina de la Línea 5, casi a la medianoche. El violador primero realizaba su fechoría en una casa a medio construir ubicada en la calle Norte 80-A con el número 4209, del mismo sector, para después asesinar a sus víctimas y finalmente enterrarlas ahí mismo. Me parece que tres o cuatro cadáveres fueron los que encontraron y sacaron en cubetas y bolsas negras un sábado por la mañana. Recuerdo que incluso esa canción se escuchaba en todos los autos que andaban por las calles a vuelta de rueda, todo porque una de las mujeres secuestradas se fugó, levantó una denuncia y Miguel Angel Bouchán “El Chacal de La Malinche”, así es como se supone que ahora se encuentra en algún centro de readaptación social.

A partir de ayer podría describir cada una de las catorce canciones que componen el Morbos club después de escucharlo por completo y saber cantar la mayor parte de ese, el primer disco de larga duración de Sekta Core, lo único que me gustó de ellos, posterior a Demos: Una noche en la colonia y Terrorismo kasero! Es bueno aceptar que a esa edad pude divertirme sin entender por completo las letras que tenían que ver con enfermedades venéreas obtenidas en La Merced, judiciales encubiertos, asesinatos, ignorancia, un gobierno corrupto, conformismo y más asuntos que encajan a la perfección con nuestro presente.

Ahora, al transcurrir los años, todos los temas reflejan esa bandera verde, blanca y roja que está izada en lo más alto y el viento mueve de un lado a otro sin despeinar a nuestro presidente, Enrique Peña Nieto, aun cuando el ultimo track: “Koyak”, persiste entre nosotros en el mismo partido político e igual de calvo y orejón desde antes del nuevo milenio.

A mis 12 años, al escuchar lo caótico, nota roja y “educativo” que fue el Morbos club, puedo afirmar que pertenecí a lo que podría denominar como “generación amarillista”, la cual gustaba de sintonizar Duro y directo o Fuera de la ley, para así, después de una morbosa noticia, pudiera ver luchar a los hermanos Brennan contra Abismo Negro y Pentagón en la Triple A. Por supuesto que también acurrucarse en la cama con los abuelos, compartir galletas y ver Ciudad desnuda –la competencia de la otra televisora, las mismas noticias terroríficas– donde sólo recuerdo un concurso llamado Piernas de oro que consistía en buscar al bicitaxista más veloz del barrio. El talk show más bizarro que he visto, Hasta en las mejores familias, y por supuesto, al anochecer, Mujer casos de la vida real, programa en el cual aquel “Delfino” de mi colonia tuvo su episodio y esa frase que hasta la fecha recuerdo: “¡Comandante, aquí huele a muerto!”, que se convirtió en una de mis bromas favoritas cuando un mal olor invade mi zona de confort.

La televisión, en una infancia así de extraña, callejera y sin Tablet o Play Station era divertida, estúpida y demasiado violenta. Algunas veces, cuando la ficción rebasaba la realidad –como cuando vi al Kalusha colgando de un árbol, las piernas de una descuartizada que tiraron al Gran Canal y llegaron los gemelos Brennan; o los sospechosos costales de “El chacal de La Malinche” cuando lo aprendieron y mis amigos y yo llegamos en bicicletas– por supuesto que no me daba por enterado. Tampoco, después de esa virgen alegría en el Morbos club me parece que haya quedado completamente pendejo. Sobreviví. Apagué la tele y se desencadenaron estos recuerdos que forman parte de mi niñez.

El Morbos club creo que cada vez que uno se vaya haciendo más viejo espantará más. Pobre de Ben Ijalamela.

Esta es una invitación a escucharlo, a conmemorar el pasado, a desenchufarse del guilty pleasure sólo porque hoy en día uno siente que viste bien y escucha cosas que ahora sólo se tocan picando un botón o una tecla, son demasiado underground, o clásicos del ayer y hoy; como “Escalera al cielo” de Led Zeppelin, y una barba y tu barbero de cabecera lo aprueban. No es necesario etiquetarse como skato en aquellos años y colgarse la mochila, pintarse los pelos de güero, cargar a Elmo a todos lados, ponerse unos tirantes de cuadros blancos y negros, skankear, ir al concierto de The Specials o volar en el escenario principal del Vive Latino. Todo eso relacionado con Sekta Core es una vil estupidez. Lo único real es adentrarse en el Morbos club y querer saber cómo es que en verdad se encuentra el país hoy, qué tipo de personas somos y qué debemos de cambiar para sentir alegría siendo bienvenidos a la zona del terror, donde todo el mundo continúa fuera de control.

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Javier Ibarra (1987). Nací en el alguna vez México, Distrito Federal. Mi acta de alumbramiento dice que vi la luz gracias a la ayuda de unos fórceps. Mis padres no lo creen así, piensan que la corrupción llegó al momento del parto natural. Crecí como un norteño falso en Santa Catarina, Nuevo León. Ahora vivo entre el Aeropuerto y la Basílica de Guadalupe en la CDMX. Edité el fanzine literario PUNKROUTINE. Hago crónicas, artículos, reseñas y relatos para algunos medios del país. En Noisey México escribo en mi columna El yarpop soy yo. Blog personal: http://cepheacephea.tumblr.com

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