Al terminar de leer Manual para mujeres de la limpieza uno siente que su autora es una amiga de toda la vida, una amiga que se ha visto en sus peores y mejores momentos. Berlin tiene la capacidad de comunicarnos, a través de una prosa cuidada y precisa, la belleza y la miseria de la existencia.
Sus narraciones que tienen por protagonistas a mujeres que, en la mayoría de los casos, podrían ser ella —establecer el juego que Proust establece con su narrador de En busca del tiempo perdido y decir: “pueden decir que me llamo Lucia”— nos llevan a conocer a esas mujeres y el mundo en que se movieron. Berlin es una gran observadora que hace partícipe al mundo de sus cuentos sin dejar por ello de lado el acontecer interior de sus personajes.
En “Hasta la vista”, podemos encontrar una definición de esa poética:
Suena como el final de una historia, o el principio, cuando en realidad simplemente fue una parte de los años que vendrían. Momentos de intensa felicidad tecnicolor y momentos sórdidos y espantosos.
Berlin observa el mundo, lo vive y nos lo narra. Sus cuentos están colmados de vida; sin embargo, no se regodea en la podredumbre de lo prosaico de la existencia. Para su escritura convoca referencias de todo tipo, desde el teatro kabuki a los cuentos de Chejov… hasta corridos mexicanos; no teme hacer una alusión si esta dotara de precisión a su narración. Su preocupación es sumergir a su lector en el universo en que se mueven sus personajes, que sienta empatía por ellos, que incluso perdone a una madre que llega a acabar con la vida de su propio hijo.
Sabor a mí. ¿Quién puede imaginar una canción en inglés que hable sobre el sabor de una persona? En México todo tenía sabor. Ajo, cilantro, lima. Los olores eran intensos. Menos las flores, que no olían a nada. En cambio el mar, el agradable olor a jungla en descomposición, el tufo rancio de las sillas de cuero, las baldosas enceradas con queroseno, las velas…
Y al sumergirnos en ese universo de narraciones, narraciones a través de las cuales es posible reconstruir una vida, que puede ser y no la de Lucia —como el acontecer del narrador de En busca del tiempo perdido es y no es la de Marcel Proust—, lo que sentimos más que nada es la vida, la vida hecha literatura. Por ello me es posible decir que conozco a Lucia, la conozco mejor que a muchos de mis amigos y su prosa me ha permitido ver su rostro, sus profundos ojos azules, mientras enciende un cigarro y piensa en la muerte de su solitaria madre, de su hermana con cáncer en la Ciudad de México mientras ella
Para la buena literatura la vida, la realidad no importan, lo que le interesa es transmitir la sensación de vida, que podamos decir, tras leer una historia: yo conozco a esos personajes, yo he compartido sus pasiones, yo he vivido como ellos.