Este libro, y no exagero, es uno de esos volúmenes que deben rehuirse como de la malaria: mal escrito, sin cuidado editorial, sin siquiera un orden cronológico en la secuencia de las anécdotas. Una célula cancerígena en el medio editorial mexicano, publicado por el Grupo Planeta, que suele ser cuidadoso con lo que pone al alcance de los lectores.
Y lo anterior sin el carisma necesario para hacer que la lectura de un volumen semejante, lejos de ser un fardo, derive en una celebración. Me aparté de las lecturas literarias para asomarme a este libro como resultado de una curiosidad por repensar el personaje de Garcés, de cara a la ideología de género y a la nueva actitud de las mujeres con respecto al hombre “seductor”. A partir de la impresión de que Garcés ejerció un personaje que sería políticamente incorrecto en la actualidad, dediqué horas a este volumen que sólo me confirmó su falta de inventiva, que sólo pudo ejercer en la época en que lo hizo.
Es una picaresca del erotismo que ya perdió su vigencia. Vestigio de la idea de la mujer como objeto de uso corriente. La sociedad mexicana, por suerte, ya es menos ingenua y un personaje semejante en la actualidad se hallaría fuera de los escenarios.
Grayeb utiliza la estrategia de “conocí a un personaje genial y te voy a contar su historia porque se lo prometí en vida”, para hacer un recuento mal sazonado de su amistad. Destaca —en medio de un libro en el que sólo destaca la inimitable medianía— cómo Garcés sostuvo relación con varios presidentes de la República (Díaz Ordaz y Alemán, al menos) y obtuvo prebendas para su beneficio. También cómo ejercía su influencia para distribuir la asignación de puestos directivos en las asociaciones de actores.
Este arquetipo de mexicano que ejerció Garcés, coquetón y pansexual, maestro del erotismo y perpetuo adolescente en plena época reproductiva, muere según avanzan los días. Grayeb arriesgó una celebración del actor, pero en cada página no hace sino afianzarlo como un personaje monotemático al que sólo le importaba la “seducción”, como si todos los hombres a su alrededor fuesen incapaz de lograr ese mérito (¿?). Garcés es un ícono que se mantiene como el antiejemplo a seguir, producto de la vida mediática que Televisa hizo brotar en los años de la cúspide de su gloria. Por su parte, el acervo fotográfico del volumen es más famélico que las anécdotas y pueden hallarse más imágenes de Garcés en una búsqueda de Google. El recuento, vuelvo, es desfavorable en todo sentido.
El medio del espectáculo es proclive a estos ejercicios celebratorios de sus estrellas, que funcionan como un mecanismo para evitar su olvido. El escaso cuidado para lograr el retrato del festejado, logra que la intención celebratoria termine por condenar al personaje. Es un mérito a la inversa que sólo pueden lograr quienes lo ignoran todo de la escritura y, ávidos de reconocimiento, se lanzan a redactar sin ayuda de un profesional.
¿En verdad tiene algún interés si Garcés logró “encamar” a una mujer en un tiempo récord? La actitud denigratoria de la mujer por parte del actor, insostenible en la actualidad, halla un estandarte reivindicatorio en estas tristes páginas de Grayeb —más tristes que páginas—, que no hacen sino recordar el necesario cambio de paradigma en el binomio hombre/mujer. Y esto no porque la mujer no pueda entregarse a quien así lo considere, sino porque este modelo de seductor culmina en actitudes de acoso para la mujer.
La preceptiva marca que debe mantenerse la indulgencia cuando alguien te acerca un manuscrito y en sus páginas hay fallas. Pero en un producto editorial, de venta masiva al público, a un precio de libro que vale la pena, sólo puede ser un acto irresponsable. Mauricio Garcés: la historia de un seductor. Las traigo muertas encarna con creces este caso. Es la triste ocasión de un libro para hojear y tirar a la basura o para obsequiar a una persona a la que sólo podrías desearle alguna maldad.
Victor Grayeb. Mauricio Garcés: la historia de un seductor. Las traigo muertas. México: Diana, 2017.