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EL LOCO DEL PUEBLO

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igura imprescindible de cualquier pueblo, colonia o cuadra, es el loco. En primer lugar, hay que diferenciarlo de otro tipo de personajes como el teporocho, quien no es un marginal, sino un excluido. El loco, en contraste, está perfectamente integrado a su grupo social, aunque baila en los límites de ésta.

Se podría afirmar incluso que es un tipo de mojonera humana, ya que marca la frontera ente lo aceptado y la otredad. Al loco nunca lo verás durmiendo en la esquina, pues cuenta con una casa y una familia a la cual adscribirse. Generalmente es un disminuido mental –o, como se les llama ahora, “personas con capacidades diferentes”–, que depende de algún pariente para su manutención: una madre anciana, un hermano mayor, un tío caritativo.

Si te lo encuentras en la calle, lo confundirás con una persona común y corriente, ya que siempre estará perfectamente acicalado y por lo general es pacífico. Sin embargo, cuando habla, te darás cuenta que en él habita el caos. Sus palabras, en apariencia inconexas y e ilógicas, tienen el mismo efecto que el test de Rorschach o los hexagramas del I- Ching: te ayudan a encontrar respuestas a preguntas que no has formulado.

Algunos grandes filósofos de la raza humana fueron en su momento los raros del pueblo, aquellos que hablaban solos y tenían hábitos imperturbables y fue sólo hasta que se dio a conocer la vastedad de su pensamiento en que cambiaron de jerarquía.

El loco es una figura recurrente en la tradición oral mexicana. Ahí está, por ejemplo, el filosofo de Güemes, que proclama obviedades empanizadas de sabiduría, o el Alcalde de Lagos de Moreno, quien encontraba soluciones absurdas a problemas simples -recordemos, por ejemplo, que manda subir a un burro para que se coma un brote de hierba que ha brotado del campanario de la iglesia-.

También está el mismísimo Juan Loco, arquetipo de la mixteca poblana que tenía como hobbies hervir a su propia abuela y esquilmarle dinero a los que se creían más listos que él. A esta casta de orates célebres se le puede unir el magnífico Olegaroy de Monterrey.

Una noche de abril de 1949 la señorita Antonia Crespo es cruelmente acuchillada en su propia cama por un desconocido. Olegaroy, un sesentón que vive con su madre y que padece de insomnio crónico, decide que la solución a su padecimiento es robar el colchón que sirvió de matadero a la chica. Esta simple acción desencadena una serie de eventos a cual más absurdo que convierten al loco regiomontano en una luminaria de la filosofía y la ciencia y más aún, en un mártir del saber.

David Toscana (Monterrey, 1961) se reinventa en esta inusual y divertida novela en donde sigue los pasos de su extravagante personaje. Olegaroy, en sus largas noches, es asediado por ideas y frases que a la postre se convertirán en perlas de sabiduría que develarán grandes misterios del género humano.

Su anciana madre, por otro lado, encuentra un excelente medio de vida el robar los canapés de los velorios que se llevan a cabo en la ciudad. Como buen sabio, Olegaroy pronto se hace de una corte de discípulos: su amigo el matemático, quien busca sin éxito resolver los enigmas de su antecesor Fermat; Salomé, la prostituta de buen corazón y mejor trasero a la que le parece buena idea casarse con el sabio; el sacerdote de la grey nocturna, quien ve cuestionada su fe ante las preguntas de Olegaroy y la madre, eterna fan de su hijo, quien con el sudor de su frente y sus visitas a los velatorios impide que su sapiente vástago se preocupe por trabajar.

Toscana divide la historia de Olegaroy en siete libros, en los cuales va desglosando la historia del ilustre sabio, su ascenso al parnaso del saber y su posterior y triste fin.

A partir de una tercera persona cómplice, el lector se vuelve también un seguidor del pensador regiomontano, y aunque se percata de las peroratas y sinrazones de su doctrina, no deja de maravillarse con la capacidad del maestro de quebrar las certezas más sólidas aplicando algún lugar común o frase hecha en el momento adecuado.

En ese sentido, la novela de Toscana va mostrando las consecuencias que, a manera de la mariposa que con sus alas causa huracanes, tienen para el mundo las palabras de Olegaroy.

El final, trágico como el de los grandes sabios de la humanidad, no deja de tener su carga irónica, pues la señorita Antonia Crespo puede ver consumada su venganza, no contra su asesino, sino contra aquel que se atrevió a robarle su sangriento colchón.

David Toscana se ha convertido en uno de los grandes autores mexicanos, vivos, y su última novela sólo confirma la calidad de su prosa.

Imperdible su lectura.

 

David Toscana, Olegaroy, Alfaguara, 2018.

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