Aunque, decir pocas complejidades es poco exacto. En realidad, lo que logra esta novela es hacernos ver lo que el narrador no alcanza a ver.
Un fenómeno al que no somos ajenos, pues al contar nuestras vidas los demás saben de inmediato mucho más que nosotros mismos. Y lo que alcanzamos a ver aquí es: la ideología de un sirviente, la justificación de un personaje que sirve a un inglés traidor a su país, simpatizante de los nazis.
Es cierto que el narrador lo mira con frialdad, diría uno que con demasiadas inteligencia, pero ante todo con una actitud que justifica tanto las actuaciones de su patrón con la servidumbre propia.
Como la novela se narra durante un viaje, el autor deja sus mejores colores para el mundo exterior de Inglaterra: los ríos, el cielo, los bellos caminos. Lo que no hace más que acentuar el contraste.
Si bien la prosa de Stevens es limpia e inteligente, en realidad no es un libro placentero de leer, ni sé si yo repetiría esta experiencia. Esta alma pequeña, ¿dice algo más de lo que dice?
Conforme he reflexionado en esta novela, me digo que sí, que se trata de un personaje a la altura de Meursault, el extranjero de Camus, o de Pascual Duarte, el de Camilo José Cela, ya que su condición existencial manifiesta algo que es un símbolo. Es el tema de la complicidad.
Stevens, al servir con corrección y “dignidad” (como dice mucho en este libro) a su señor, ¿es un cómplice?, ¿tiene coartada?, o bien, en esa delgada franja, ¿queda del lado de acá en la inocencia? No siempre tenemos conciencia del objeto de nuestra servidumbre.
Es incómodo pues no es una novela exculpatoria. Stevens viaja, va en busca de una antigua compañera de trabajo, piensa ofrecerle una colocación con el nuevo patrón, un estadounidense con ideas modernas (¡servir a un americano!, no hay de otra).
Nunca, a lo largo de la novela, pues está llena de cavilaciones sobre la condición de la servidumbre, se piensa en el amor, aun cuando Stevens lee novelas románticas. Pero al llegar con su vieja compañera, se le revela que entre ambos existió la posibilidad del amor. Y pasa lo de siempre: que el destino nos dice: aquí esta el amor y no lo vemos, aquí está la felicidad y la pasamos de largo.
Lo dice el destino insistentemente, de muchas maneras. Y claro, lo que nos recuerda este libro es que no lo comprendemos porque no hablamos la misma lengua que el destino.
Kazuo Ishiguro. Los restos del día / The Remains of the Day (1989), tr. de Ángel Luis Hernández Francés, 1ª ed. mexicana. Mexico, Anagrama, 2017.