LECUMBERRI: UN LUGAR BUENO Y NUEVO

o resulta extraño que Jeremy Bentham, inventor del sistema panóptico que se aplicó para controlar y vigilar escuelas, cárceles, hospitales y manicomios desde finales del siglo XVIII, a 181 años de haber muerto continúe participando en ciertas sesiones del consejo académico del University College de Londres.

Por deseo propio, su cuerpo permanece guardado dentro de un gabinete de madera en la institución que ayudó a formar.

En el panóptico, dice Michel Foucault en Vigilar y castigar, “el detenido no debe saber jamás si en aquel momento se le mira; pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado”.

Quienes participan en dichas sesiones académicas no saben exactamente desde qué lugar Bentham sigue vigilándolos.

 

La implementación del panóptico se extendió más allá de Europa, sobre todo por sus ventajas económicas: permitía que muy pocos guardias se hicieran cargo del control de un presidio. México tampoco fue la excepción.

La antigua cárcel de Belén, ubicada en el terreno que actualmente ocupa el Centro Escolar Revolución, era, como dicta el lugar común, una sucursal del infierno.

De la amplia literatura no sólo de tipo legal que puede encontrarse acerca este lugar, La cárcel y el boulevard, libro de Heriberto Frías (quien pasó una buena temporada ahí recluido), es un recuento de algunos personajes que forjaron la oscura fama de dicha cárcel, donde hacinamiento e insalubridad eran males menores: lo importante era evitar un navajazo artero o una violación tumultuaria.

Ver la luz de un nuevo día en un lugar tan horrendo debía de ser un privilegio.

Con Porfirio Díaz se tuvo la oportunidad de reformar el sistema carcelario nacional. Ya desde la constitución de 1857 se establecía la necesidad de erradicar la pena de muerte y establecer sitios que por sus características permitieran la readaptación de los delincuentes.

A raíz de la Leyes de Reforma, el uso que se le dio a buena parte de los conventos confiscados a la iglesia fue precisamente fungir como cárceles, gracias a sus características arquitectónicas: celdas individuales, patios, gruesos muros y fachadas inexpugnables.

En esta historia donde la ironía no deja de asomarse, algunos de los principios que regían el ideario liberal para llevar a cabo la readaptación eran el silencio y el aislamiento, dos características cien por ciento conventuales.

La inestabilidad política de buena parte del siglo XIX mexicano hizo difícil poner en marcha lo que dictaban las leyes, por lo que la pena de muerte continuó siendo, si no el método más eficiente de hacer justicia, sí el más barato y hasta el más humanitario por las difíciles situaciones en que operaban las viejas cárceles.

Don Porfirio, una vez que hubo domado al tigre nacional, se dio a la tarea de impulsar el orden y el progreso en un país cansado de tanto guerrear. De las grandes obras que se empeñó en construir, una de ellas representa como ninguna otra las aspiraciones y los buenos deseos que pavimentan el camino hacia el infierno: el Palacio de Lecumberri.

Los llanos de San Lázaro eran una extensa superficie ubicada en las afueras de la ciudad porfiriana, ese sueño afrancesado que tanta fama le granjeó al dictador.

El predio conocido como “cuchilla de San Lázaro” fue elegido para construir la cárcel más moderna de Latinoamérica. Para bautizar al nuevo edificio se optó por usar el nombre de la calle que, al prolongarse debido a las obras, conducía al emplazamiento: Lecumberri, apellido de un comerciante vasco que en el pasado había sido propietario de otros terrenos en los alrededores.

Su traducción al español se siente como un gancho al hígado: “lugar nuevo y bueno”.

En mayo de 1885 se colocó la primera piedra de un edificio proyectado en acero y forrado de piedra, lo que, como ocurrió y ocurre con otros pesos pesados de la arquitectura porfiriana, ocasionó el hundimiento de la cimentación y el retraso de las obras.

El fango de aquel terreno de cinco hectáreas penetraba los muros hasta oscurecerlos, lo que le valió el sobrenombre de “Palacio Negro”.

La comisión que años antes se había formado para decidir el sistema y el diseño de la nueva cárcel, designó al ingeniero Antonio Torres Torija, autor del edificio Gaona, ubicado en la glorieta del Reloj chino, como responsable de la obra.

En cuanto al modelo carcelario, la comisión mezcló tres tipos: el de Croffton, de origen irlandés, que consideraba la buena conducta como el medio para ir mejorando las condiciones del reo quien transitaba de la prisión total hasta la liberación anticipada; el de Auburn, basado en el aislamiento completo (en Lecumberri el primer tercio de la condena transcurría en soledad), silencio y castigos corporales; y el panóptico de Bentham para vigilar el conjunto.

Vista desde el aire, Lecumberri guarda semejanzas con la cárcel parisina de la Rue de la Santé (1864), aún en funciones, quizá por la inclinación porfiriana hacia la arquitectura francesa, aunque la versión mexicana cuenta con siete crujías que parten de un centro donde se levantaba una torre de vigilancia de 35 metros de altura.

Las 886 celdas individuales medían 3.60 metros de largo, contaban con lavabo, retrete e iluminación y ventilación naturales.

Visto desde afuera, la fachada de Lecumberri era una fortaleza inexpugnable, con torreones en cada esquina y rematada por almenas como en un castillo medieval. Sólo le hacía falta un foso de agua lleno de alimañas; por desgracia éstas se paseaban libremente en su interior.

Una vieja fotografía tomada poco tiempo después de su inauguración, permite apreciar la magnitud del edificio. A pesar de la distancia de la cámara y de que alguien pintó un hermoso cielo lleno de nubes en un intento por humanizar la fachada, la penitenciaría, lejana y solitaria en medio de aquellos llanos no pierde su aspecto a la vez solemne y aterrador.

Quince años después, el 29 de septiembre de 1900, a las 9 de la mañana, Porfirio Díaz y su gabinete inauguraron “la cárcel [que] no comerá pero sí será temida”[1].

 

 

Los primeros años de operación resultaron exitosos, tal y como vaticinó Miguel Macedo, su primer director: “Al poblarse estos recintos, se advertirá apenas que albergan seres vivientes, al perderse el eco de nuestros pasos comenzará el reinado del silencio y la soledad”[2].

Sin embargo, con el cierre definitivo de la cárcel de Belén en 1933, los detenidos que esperaban juicio y sentencia fueron remitidos directamente a Lecumberri, convirtiéndose en cárcel preventiva y penitenciaría al mismo tiempo. El roce entre delincuentes de alta escuela y otros cuya peligrosidad era baja fomentó toda clase de abusos y corrupciones, por lo que se llegó a considerar a la “Peni” como una universidad del crimen.

Las celdas fueron adaptadas para dar cabida a tres reclusos y según algunos testimonios llegaron a albergar hasta a catorce. Proyectada originalmente para recibir a 800 hombres, 180 mujeres y 600 adolescentes, antes de su cierre en 1976, el palacio negro alojaba a más de 3,800 internos, aunque como sucede en estos casos, los datos nunca serán exactos, lo mismo que el número de reos muertos o asesinados.

“La vida en la prisión consiste en la rutina. Y luego más rutina”, dice Ellis Boyd ‘Red’ Redding en la película The Shawshank Redeption, aunque la frase bien pudo haberla dicho ‘Goyo’ Cárdenas, quien además de ostentar el título del primer serial killer mexicano y de haber pasado más años que cualquier otro reo en Lecumberri, fue también su huésped más célebre.

“De todos los penales de México, Lecumberri es el más turbador. Fue el que me dio la mayor impresión de desvalimiento y desconsuelo; y sé que los presos que han pasado por otras cárceles notaron, no sólo con oírlo nombrar, una emoción y un sufrimiento semejantes a los míos”.

Aunque la cita no es exacta, pues he cambiado el nombre de Francia por el de México, y Lecumberri por Fontevrault, es probable que de haber estado preso en el palacio negro, Jean Genet, autor de Milagro de la rosa, hubiera escrito lo mismo.

Y da igual que en vez de Lecumberri escribamos Cereso o Cefereso; en lugar de Francia, Durango, Nayarit, etc.

[1] http://nuevasrutas.fnpi.org/docs/taller01/taller01_-_trabajo11.pdf
[2] Ibidem

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