asi se podría afirmar que existe un subgénero literario, bastante abundante y redituable, que tiene como tema central el fracaso del socialismo en Cuba. Este tipo de historias se ha vuelto muy atractivo para cierto lector que busca, con interés casi pornográfico, enterarse de los horrores de la dictadura cubana y de la farsa del socialismo en general. Por supuesto, a las grandes editoriales no les ha pasado desapercibida esa oportunidad de negocio, por lo que se la pasan a la búsqueda de autores y de obras que hablen de dichos temas.
Nunca fui primera dama, novela de la escritora Wendy Guerra (La Habana, 1970) cubre con creces las expectativas de dicho consumidor. Narrada en primera persona, la novela gira alrededor de tres personajes femeninos: Nadia Guerra, locutora de radio y probable alter ego de la autora; Albis Torres, su madre, y Celia Sánchez Mandulay, la legendaria asistente personal de Fidel Castro. Guerra, la protagonista, sale de Cuba para recuperar a la fugitiva Albis, quien vive al otro lado del mundo, pero al llegar a Rusia se encuentra con la nada agradable sorpresa de que la fugitiva padece una enfermedad neuronal y que su nueva familia está ansiosa por librarse de ella. Nadia Guerra cumple con su deber de hija y repatría a su madre, quien lleva entre su equipaje unos papeles que dan cuenta de la historia de Celia Sánchez. Es a partir de este punto, por medio de la lectura de dichos documentos, en donde se explora la personalidad de Sánchez Mandulay: la guerrera que combatió hombro con hombro con los revolucionarios, la compañera que estuvo al lado del caudillo en la construcción del nuevo país, la mujer generosa, siempre abierta a los reclamos y peticiones de los ciudadanos y que utilizaba con sabiduría el poder que le confería su cercanía a Fidel, la amiga de los jypcitos y del eterno cigarro en la boca. Wendy Guerra muestra a una Celia compleja y al mismo tiempo admirable, limpia como lo fue quizá la primera etapa de la revolución. Tal vez por ello la autora pasa de largo al hablar de la supuesta relación que mantuvieron ella y el caudillo, dejándole cualquier juicio al respecto al lector.
La autora construye su novela a partir de piezas bien esmeriladas, utilizando múltiples formatos que dan una visión caleidoscópica de los hechos. Lo mismo a partir de un guión radiofónico –en el cual mezcla fragmentos de canciones de la música popular cubana–, que de cartas o de diarios, Guerra elabora un laberinto en el que la protagonista se va encontrando con sus diversos fantasmas: su padre, cineasta bisexual, moribundo y aparejado con un hombre llamado Lujo –quien al final permanece como el único compañero de Nadia–; la madre, quien tiene un inesperado final en el malecón a los pocos días de llegar a la isla; sus diversos amantes –uno de ellos, sospechoso de ser su auténtico padre biológico–, y sobre todo, con sus sueños rotos. De toda la novela, es destacable el último capítulo, titulado Sin Fidel, escrito poco después de la muerte del caudillo. En este, Wendy Guerra refleja sin tapujos el desamparo del pueblo cubano, una suerte de Síndrome de Estocolmo colectivo en el que, sin dejar de reconocer la feroz dictadura, también muestra a un pueblo que lidia con su incertidumbre hacia el futuro.
Wendy Guerra es una autora solvente. Su prosa es ágil y divertida, además de exuberante –llena de olores, sensaciones y sabores–. Sobresalen especialmente las escenas eróticas, que equilibran a la vez el refinamiento y la cachondería. Sin embargo, el principal defecto de Nunca fui primera dama es que cumple demasiado bien con el modelo que se mencionó al principio: su mezcla de retrato de costumbres de la Cuba contemporánea, la desmitificación de figuras legendarias, el erotismo isleño, la inclusión de personajes del Buena Vista Social Club… todo parece perfectamente diseñado para interesar y complacer al lector que busca en los diarios las opiniones de Mario Vargas Llosa y que considera a Miami la capital informal de la América Latina.
Wendy Guerra, Nunca fui primera dama, Alfaguara, 2017.