JUGUETE RABIOSO

“NOSTALGIA” DE CASTAS (PARTE I)
Isaura Leonardo

Internet lo potencia todo, para bien y para mal. Superada la efímera impresión del video del concurso de baile en el que se izó una bandera nazi en Guadalajara, el veintidós de julio pasado circuló una fotografía no polémica, ominosa, de un grupo de fiesteros de Ensenada, Baja California, sujetando por el cuello con una cuerda a un indigente, mientras posan sonrientes para la cámara. Una “diversión” propia de Calvin Candie, el personaje de Django Unchained. Pero no, no es ficción y no es divertido. Sucedió aquí, en este país que se niega a asumir su filón racista, clasista y discriminador.

Todo en esta foto es profundamente sintomático de una cosa muy arraigada: el enorme clasismo que corre por las venas de nuestra cultura. Es evidente que en la imagen se ejerce un perverso poder real (usar a un hombre sin más para “jugar” con él “al esclavo” y tomarle una foto) y simbólico (porque “en realidad” no es un esclavo) sobre el indigente. No se llega a esa composición sin pasar por el tamiz de los privilegios de la jerarquía social, del irrespeto absoluto, de la fantasía del dominio sobre otro en desventaja, del abuso. Pero la cosa lleva muchas idas y vueltas.

Vemos que las personas de la foto se configuran como “el opresor” en ése su juego estúpido. Es revelador que uno de ellos haya declarado que “el hombre ya traía la cuerda puesta”, porque, claro, lo que se sigue es obvio, uno toma la cuerda y hace como que es “el amo” (¿?). Sí, el fantasma de las castas. Pero el clasismo y el racismo en México no suceden sólo en estos dos grandes bloques que muestra la imagen, no sólo los más privilegiados discriminan y maltratan, y no sólo los indigentes son vulnerados. Esto es, se ha asumido que la discriminación y la exclusión se dan sólo en escenarios como éste en los que la asimetría es bien evidente, tendiendo así un velo espeso sobre los ejercicios de opresión y autoritarismo cotidianos, los propios incluso, y sobre las políticas de exclusión históricas, y las que se dan desde el Estado.

No es gratuito tampoco que sean precisamente estos casos los que conmocionen más y generen un deseo colectivo de venganza, pues como dice James Scott en Los dominados y el arte de la resistencia, “La esclavitud, la servidumbre y el sistema de castas generan normalmente prácticas y ritos de denigración, insulto y ataques al cuerpo que parecen ocupar un espacio muy grande en los discursos ocultos de sus víctimas. Estas formas de opresión como veremos, les vedan a los subordinados el lujo ordinario de la reciprocidad negativa: responder a una bofetada con una bofetada, a un insulto con un insulto”. La opresión histórica y sistemática patenta prácticas, percepciones, imaginarios y relaciones que operan todo el tiempo en los discursos públicos y privados. [Me atrevo a especular que en este vértice se cruza el clientelismo partidista.]

No digo que las élites no existan y que no ejerzan desde su sitio de privilegio poderes opresivos sobre otros o prácticas de desigualdad e injusticia. Las castas tal como fueron categorizadas primero durante el Virreinato y luego después de la Revolución (“el mestizaje”, p.e.) diluyeron su determinismo fenotipo-“raza”-posición social hacia otro tipo de categorías tácitas, más sutiles, que siguen teniendo en cuenta al fenotipo (rubios/morenos) o el origen (europeos/indígenas) pero que implican también otras marginaciones: económicas, educativas, de género, étnicas, lingüísticas (hola, Lorenzo Córdova), laborales, etc. A veces todas juntas, a veces no. En ningún lado se dice que si naces de familia campesina y moreno, tu lugar en la pirámide social se circunscribe a ese sitio, pero en la práctica no parecería haber opción [“No se te olvide que eres un indio”: http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/” target=”_blank”>http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/”>http://www.animalpolitico.com/2015/07/universidad-que-discrimino-a-alumno-tzeltal-en-chiapas-promete-apoyar-a-estudiantes-indigenas/].

Es cierto, el “blanqueamiento” sigue siendo, al parecer, la moneda franca de movilidad social y del respeto mínimo. Aunque no la única. El acceso a las oportunidades continúa permeado de clasismo y lo que se antoja un enredo entre cierta “nostalgia” de castas y la homogeneización autoritaria.

Pienso de repente en las chicas morenas que se tiñen de rubio. Muy probablemente serán tildadas despectivamente de “güeras oxigenadas”, suena a una superficialidad, pero no lo es tanto. Entre las afroamericanas se habla de good hair (buen pelo), o sea, al alaciamiento del cabello para tenerlo “sedoso y manejable” como el de las mujeres blancas. Práctica que constituye una importante derrama económica para la industria de la belleza y a la que se somete buena parte de las mujeres negras de Estados Unidos. En este ritual se configura una pesada carga histórica: las primeras personas negras en alaciarse el cabello fueron los esclavos que buscaban “parecerse” más al estándar del “amo”, para ascender en la servidumbre u obtener su libertad; ellos, los de cabello estirado, no eran los esclavos de pelo crespo traídos de África, tenían otro estatus. ¿Qué opresión interiorizada se juega en el simple gesto de teñirse el pelo?, ¿cuál imaginario?, ¿en el hecho de condenarlo?, ¿qué sublevación del orden biopolítico y sus desigualdades? A lo mejor ninguna, a lo mejor sí.

Ante la opresión y el abuso, la indignación está bien, pero no basta: hay que identificar también de qué lado está el privilegio y cómo está operando. No siempre será tan evidente como en la foto de Ensenada, a veces nos incluirá. Y ese privilegio hay que cuestionarlo donde quiera que se encuentre. Desmontarlo. Y sí (*warning: frase chocante*), comenzar con uno mismo, sin autoconmiseración.

“Hola, me llamo México y discrimino”

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