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METROPOL

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DEL TEMPERAMENTO ANACRÓNICO

Mis primeras memorias –que con el tiempo no han hecho sino volverse nítidas y elocuentes (a diferencia de lo que hice, por decir algo, la semana pasada), apuntan a una sensación muy precisa: la de vivir fuera de sitio, en una especie de lugar improbable que me hace percibir mi propia existencia como una suerte de realidad paralela. La mía ha sido siempre la vida de otro(s). Ni exilio ni insilio, sino todo lo contrario.

A la permanente sensación de soledad, que distingo desde el jardín de infantes hasta la noche en que escribo estas palabras bajo el cielo de la noche chiapaneca, se suma la certeza de que nunca he estado donde debo, no lo estoy ahora y con toda seguridad no lo estaré mañana. Por razones que escapan a mi interpretación, soy un fugitivo del sentido común.

Siendo apenas un niño, mi obsesión inmediata fue la de convivir con adultos, concretamente con los bailarines y actrices que conocí cuando chico, y cuyos comportamientos vistosos, folclóricos y abiertamente homosexuales me hicieron suponer que más allá de mis límites ocurría siempre un escenario dichoso, pleno de colores abstractos y vastos encantamientos. Por ello, hasta hace algunos años, mi objetivo fue el de establecer un diálogo con todo aquello que temporalmente me quedara lejos, pareciera difuso y del que pudiera asegurar, sin temor a equivocarme, “esto no me pertenece”. En materia de amores, amigos o mi lugar de residencia, soy un tipo obnubilado. Con un profundo sentido anticapitalista de la realidad y sus designios.

Solo bajo esa asunción es que puedo tratar comprender el hecho de vivir en un país como Argentina, que si bien es generoso en múltiples sentidos –nunca se agradecerá lo suficiente que en pleno siglo XXI una economía agroexportadora viva con fronteras tan porosas a la migración extranjera– entraña complicaciones esenciales que un mexicano viril se ve obligado a sortear, procurando, desde luego, salvaguardar el estilo.

Para la gran mayoría resulta complicado conservar la elegancia y el decoro cuando buena parte de la sociedad económicamente activa vive obsesionada por el dólar (con justificada razón, si se toma en cuenta su historia, la inflación que carcome la moneda y la coyuntura de su deuda externa con distintos acreedores). En una sociedad donde la medianía es moneda de cambio y un rasgo elemental de subsistencia, valores como la empatía y el altruismo están muy lejos de constituir los baluartes de un sociedad descompuesta, ya que el individualismo feroz-cretinizante de las clases medias obliga a un sálvese quien pueda que expone varios de los vicios más mezquinos de la especie. En tierra de piratas, la pierna más tersa es siempre la de palo.

No obstante, y a riesgo de sonar como un bellaco, mi vida en Buenos Aires me permite una libertad casi irrestricta. Con lo poco que trabajo pago mis cuentas, vivo de viaje y realizo por escrito y en la radio una de las actividades que más disfruto: condimento la plática y hablo, en honor a la verdad, de lo que se me pega la gana.

Por ello, y ante una realidad que se ve amenaza por inminentes cambios de gobierno, inflación desaforada, insatisfacción generalizada y las múltiples incomodidades propias de una sociedad capitalina, decido vivir en un país veleidoso donde he podido enajenarme a mis anchas, sin pensar más allá de un presente acidulado pero gozando intensamente de las diversas caras del subdesarrollo, ese que permite la trasnochada entre semana, las visitas peregrinas, los placeres mundanos y el amor de circunstancias, elementos constitutivos e indispensables para tejer literatura.

Por lo demás, no me cabe ninguna duda de estar nadando una vez más a contracorriente, sin meta ni direcciones precisas, en pos de otro puerto que no sea este presente.

Lo daré por bien empleado si consigo asumir que toda existencia, por el hecho de ser vivida, es un regalo feroz y trepidante (esa vida de otro es en realidad la vida mía): una estancia maravillosa a todas luces transitable.

PuebLONDON

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INSTRUCCIONES PARA TIRAR LA BASURA EN CANADÁ (ZONA PuebLONDON)
Andrea Ávila

Estimado usuario: lo primero que usted tiene que es que los camiones de la basura pasarán de forma regular por su calle una vez por semana. Podrían muy bien pasar todos los lunes por un vecindario, todos los martes por otro y así, hasta el viernes, pero esto es Canadá, tierra que inventó la complicación estratégica, luego entonces, no lo podemos hacer tan fácil.

De entrada, se divide la ciudad en cinco zonas. A usted le corresponde la C; empezando en la primera semana de enero, usted tendrá a los antedichos camiones a la puerta de su hogar empezando el lunes (en caso de que ese lunes no sea día primero. De ser así, aplica la política de días festivos). La primera semana, decíamos, los camiones pasarán el lunes; la segunda, el martes; la tercera, el miércoles y así hasta que se nos acaban los días laborales.

Somos conscientes de que los meses tienen una enfadosa tendencia a no comenzar necesariamente en lunes, lo cual dificulta un poco las cosas. Para muestra tomemos el fin de año que se acerca. El 30 de diciembre de 2014 caerá en martes. La semana anterior, Navidad y Boxing Day (suculento tema para otra columna), no recogeremos la basura por razones obvias: todos tenemos derecho a gozar de una feliz Navidad. En la semana del 29 de diciembre al 3 de enero recogeremos la basura el martes. ¿Por qué no el lunes? De alguna manera nos ha parecido mejor idea que sea el martes.

A la siguiente semana recogeremos la basura el jueves, que efectivamente no es el día que sigue al martes, pero nos pareció conveniente hacerlo así. Una semana después lo haremos en viernes, pero ojo, del 18 al 24 no habrá recolección de basura. No me pregunte exactamente por qué; por alguna razón decidimos que sería mucho mejor volver a recoger su basura el 26 que, ahora sí, cae en lunes. A partir de ahí todo seguirá con estricto orden. Hasta la semana del 16 de febrero, lunes y Día de la Familia en nuestra amada provincia de Ontario. Por tal motivo la recolección, que debería llevarse a cabo el 19, que es un jueves, se realizará el viernes 20. Lógicamente tendremos que recorrer nuestro calendario. Como febrero trae 28 días este año, vamos a festejar dejando la basura sin recolectar hasta la siguiente semana. Ahora sí, comenzaremos en lunes, el día 2, para hacerlo de nuevo el siguiente martes, 10, de nuevo el miércoles 18 y el jueves 26. Todo seguirá en perfecto orden hasta Semana Santa cuando, por las causas conocidas, todo se vuelve un relajo. ¿Le parece que son demasiadas fechas para recordar? No se preocupe. Pase por el edificio del ayuntamiento o por su sucursal de la biblioteca que corresponda a la zona C y le daremos un calendario con esta información claramente impresa sobre papel reciclado.

Las canastas azules
Esto nos lleva al siguiente tema: el reciclaje. Como todo buen ciudadano usted colocará su basura sobre la banqueta frente a su casa la noche anterior a la recolección, a partir de las 7 de la noche. La basura común y corriente (in extenso: comida, basura del baño, vasos de café de Starbucks o de nuestra muy querida cafetería Tim Horton’s, etc.) en bolsas negras de las llamadas “de basura”. Los desechos para reciclar se colocarán en sendas canastas azules con el logotipo de reciclaje. En una colocará el papel (in extenso: periódico, revista, libro, manual, en general, cualquier cosa en la que se pueda leer algo) o cartón, todos ellos perfectamente aplanados y atados, en montoncitos de 70 x 75 x 20 centímetros. En la otra, el plástico, vidrio, latas y cualquier tipo de contenedores perfectamente enjuagados de manera que en su interior no quede ni el aroma de lo que contenían. Ya que anda por ahí, si los puede lavar con abundante jabón será mucho mejor. ¿No está muy seguro de lo que es un contenedor? No se apure. En nuestro calendario impreso en papel reciclado le proporcionamos también valiosa información sobre cualquier aspecto dudoso y le haremos atentos señalamientos de lo que esperamos de usted como nuestro estimado usuario. Aquí le damos un ejemplo: contenedor. Cualquier cosa que pueda contener un líquido. Si puede contener un líquido, se desecha en la caja azul con el plástico. Por favor, sea considerado con nuestro equipo recolectores. Recuerde que ni las bolsas negras (llamadas “de basura”) ni las cajas azules deben pesar más de 20 kilogramos.

Estamos conscientes de que usted atraviesa por el trauma otoñal llamado “temporada de recolección de hojas de los árboles y ramas afines”. ¿No le encanta el otoño? Todos esos enormes árboles de maple que rodean su casa, los de su jardín, los de su banqueta, cambiando del verde intenso al amarillo y al rojo, lo que le da personalidad a nuestro territorio, lo que representamos en la bandera. Una vez que han cambiado de color, las hojas caen graciosamente al suelo. Entonces, vecino, es su obligación recogerlas, colocarlas en sacos de papel o bolsas reciclables (certificadas) y colocarlas sobre la banqueta el lunes de la semana señalada en su calendario. Nosotros pasaremos a recogerlas cuando tengamos un tiempito. Eso sí, esa misma semana, sin importar lo que suceda.

Sea considerado
Olvidaba decir que en su vecindario es completamente mal visto que usted saque la basura antes de las 7 de la noche. Piénselo bien, todos debemos cooperar para que nuestra calle luzca bella y limpia. Sabemos que ya entrado el otoño y hasta la siguiente primavera la oscuridad nos cerca desde las cinco de la tarde. Si la temperatura baja a menos de -20 grados centígrados y no quiere salir de noche a dejar la basura en la banqueta, no se angustie. La puede guardar en su garage hasta la siguiente semana. Por cierto, asegúrese de que toda la basura queda en las bolsas llamadas “de basura” o las cajas azules. Si algo se cae durante el proceso, nuestro equipo de recolectores no está obligado, repito, no está obligado a levantar un solo papel que se haya quedado sobre el suelo. Sea considerado con nuestros técnicos recolectores: no deje las cajas azules ni las bolsas llamadas “de basura” sobre la nieve. Mejor colóquelas debajo de la banqueta a un metro de distancia. Evitemos accidentes.

Espero que con la ayuda de nuestro calendario y las instrucciones explicadas en sus cuarenta páginas usted sepa con seguridad qué materiales no estamos en la capacidad de recolectar. Las direcciones de los diferentes lugares a los que debe llevar cada uno de esos distintos elementos se encuentran impresas en su calendario. Cuídelo como si fuera de su familia, porque si lo pierde, daña o sufre cualquier accidente, solo podemos reemplazarlo en caso de que existan sobrantes en su zona. Gracias por colaborar a hacer de PuebLondon una ciudad amigable, en la que es fácil vivir y convivir. Que tenga un super lindo día.

IN THE SHIRE

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HOGUERAS

La máscara que emula el rostro de Guy Fawkes, famosa porque la usa V en V for Vendetta, se ha transformado en un símbolo de las protestas en contra de los excesos y las injusticias cometidas por el poder político y económico a nivel mundial. El 5 de noviembre de 2014 miles personas formaron parte la Marcha del Millón de Máscaras en Londres, convocada por el grupo de activistas Anonymous (cuya insignia es la careta de V). En ella convergieron partidarios de causas diversas, como los movimientos anti capitalismo y pro Palestina. Varios de los asistentes portaban la máscara de V: era la Noche de Guy Fawkes.

El 5 de noviembre, o el Día de la Traición de la Pólvora, se anuncia semanas antes. Durante los últimos días de octubre y los primeros de noviembre escuché la explosión de cuetes todas las noches. El miércoles, mientras iba al súper, vi las luces de fuegos pirotécnicos resplandecer y estrellarse en el prematuro cielo oscuro de Oxford, era 5 de noviembre.

Cada año, en Gran Bretaña, esa noche se conmemora el fallido atentado contra el estado inglés en 1605. En esa fecha un integrante de la Conspiración de la Pólvora, Guy Fawkes, fue arrestado mientras cuidaba los explosivos que los conspiradores habían colocado debajo de la Casa de los Lores, que es la cámara alta del parlamento inglés, para destruirla. Por las circunstancias de su arresto, Fawkes inspiró tanto la creación de V como de su careta. Sin embargo, su fortuna en las protestas actuales se debe a la novela gráfica escrita por Alan Moore e ilustrada por David Lloyd y a su posterior adaptación cinematográfica. De ahí que, el 8 de noviembre de 2014, esa máscara apareciera en la ciudad de México durante una marcha para exigir no sólo la presentación con vida de los cuarenta y tres estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, desaparecidos hace más de un mes, sino también para manifestar el hartazgo y la rabia ante la indolencia y el hastío con el que han actuado las autoridades para dilucidar los miles de casos de personas desaparecidas en mi país.

La Conspiración de la Pólvora estaba formada por ingleses católicos que querían asesinar al rey James I, a los lores y restaurar el catolicismo en su país. Para festejar su fracaso y que el monarca estaba vivo, fueron encendidas hogueras alrededor de Londres. Al año siguiente del atentado, en 1606, se decretó que el 5 de noviembre sería un día de agradecimiento público por el atentado frustrado, dicha celebración oficial se mantuvo hasta 1859. Durante el transcurso de los años la pirotecnia se incorporó a la conmemoración, así como la quema de efigies de personas reconocidas y odiadas, al principio fue la figura del Papa o la del propio Fawkes, más recientemente se quemaron figuras de Margaret Thatcher

La Noche de Guy Fawkes se ha transformado en la Noche de la Hoguera y los Juegos Artificiales. En varios lugares la celebración por la continuidad de la monarquía y el anti catolicismo ha sido desplazada por un evento social, cuya atracción principal es un espectáculo de pirotecnia y el encendido y quema de una hoguera bastante grande. En Oxford, aunque el 5 de noviembre hubo algunos fuegos pirotécnicos, los eventos principales se realizaron el sábado 8. Yo asistí a la Exhibición de Caridad Anual de Fuegos Artificiales, organizada por The Oxford Round Table. Un grupo de voluntarios que colectan dinero, ayudan directamente a las organizaciones de caridad locales y, también, realizan eventos para ellas.

El lugar de la exhibición fue South Park, que es un parque muy extenso. Si bien la atracción principal era la pirotecnia, dentro del parque había juegos mecánicos, como carritos chocones y un carrusel, puestos de comida, principalmente de hamburguesas y uno de pizzas (que fue mi salvación porque no como carne roja). Hubo música y un escenario con eventos en vivo a cargo de una radiodifusora local, además de una carpa donde se vendía vino y cerveza artesanal, esta última estaba muy barata para estándares británicos (2 libras esterlinas, o sea 46 pesos mexicanos, por un vaso grande) y se notó. Vi varios jóvenes bebiendo como si regalaran la cerveza.

Los fuegos artificiales no me defraudaron, pero la pirotecnia es lo mismo aquí que en China; lo cierto es que si las centellantes luces multicolores que salpicaban el cielo me produjeron asombro, mayor fue al escuchar el coro de cientos de personas pronunciar “ah”, “oh”, después de cada explosión. Me sentí uno de los aliens verdecitos de Toy Story. Hubo un momento maravilloso en que el coro fue consciente de sí mismo y a cada interjección le seguía una carcajada.

Al terminar el espectáculo de fuegos pirotécnicos comenzó a arder la hoguera. Qué inocuo parece el fuego visto de lejos. Horas después, en mi país, durante la marcha algunas personas intentaron prender fuego a la puerta de Palacio Nacional. Se presume que fueron infiltrados. La hoguera en South Park fue planeada, el área estaba cercada para que nadie se acercara más de treinta metros y había elementos de seguridad preparados para cualquier imprevisto. No se percibía ningún olor. En cambio, en mi país por varios años la dignidad y la justicia se han estado quemando y huelen mal, pero nos hemos tapado la nariz, a riesgo de asfixiarnos. México es una hoguera fuera de control.

EL TORBELLINO DE LA ALAMEDA

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Quienes gustan de datos exactos sobre cuestiones vanas, quizá coincidan en que el primer concierto masivo realizado en la Ciudad de México sucedió el 11 de febrero de 1968 en la Alameda Central, con la presentación de Raphael. Aunque resulta poco probable que un presidente como Gustavo Díaz Ordaz comentara, refiriéndose al cantante, que “Hernán Cortés conquistó a base de espada y tú conquistaste a los mexicanos con tu voz y tu carisma”, la expresión es una muestra de lo que significó el joven cantante español que en los años sesenta, en el punto más álgido de la ola inglesa encabezada por Los Beatles, conquistó al público mexicano, convirtiéndose en un verdadero fenómeno de masas.

Raphael regresó a la Ciudad de México, tras nueve meses de ausencia, el 30 de enero de 1968. Había estado en Puerto Rico donde causó furor y tumultos. Desde que aterrizó en el Aeropuerto Central una serie de eventos, algunos desafortunados y otros pintorescos, como en una profecía que va cumpliéndose con exactitud escalofriante, fueron anticipando el clímax de la Alameda.

Mientras seiscientas jovencitas lo esperaban afuera del aeropuerto para darle la bienvenida, Miguel Rafael Martos Sánchez, nacido en 1943 en Linares, provincia de Jáen, España, parado junto con su representante y su madre, esperó en vano a que la banda transportadora le acercara sus maletas. Se temió un robo, pero al día siguiente Raúl Velasco, reportero de El Heraldo de México, desmintió el rumor. En realidad había sido un descuido de la aerolínea que comprometió hasta cierto punto la primera presentación en El Patio, el más famoso de los centros de espectáculos de los años sesenta. Fiel a su estilo edulcorado, Raúl Velasco afirmó que Raphael se había resignado a actuar esa noche en calzoncillos. Finalmente, las maletas fueron recuperadas y enviadas a México justo a tiempo.

Al día siguiente, el viernes 2, Velasco mataba dos pájaros de un tiro con su nota: primero informaba sobre la acusación en contra de Tomás Muñoz, director de Discos Gamma, por sabotear el nuevo disco del cantante, Digan lo que digan. Afirmaba que el ejecutivo español, una vez en México, había llamado a los directores de las estaciones de radio para pedir que no programaran el nuevo disco, distribuido por Capitol Records, empresa con la que sostenía un pleito legal. André Midani, director de Capitol, tras entregarle a Raphael una copia del disco que ya circulaba en la ciudad, expresó que si la competencia estaba tan segura de sus derechos de exclusividad sobre el cantante, no era motivo para sabotear su talento.

Más adelante, Velasco destacó el éxito de la primera presentación del joven de apenas 22 años, con El Patio lleno hasta las lámparas; lo más selecto de la sociedad capitalina, que podía darse el lujo de pagar 200 pesos para entrar, ovacionó de pie temas como Digan lo que digan, Cierro los ojos y Mi gran noche, al tiempo que pieles y servilletas caían sobre el escenario para agradecer el derroche de “personalidad de chamaco simpático, pícaro con un intenso dramatismo en el alma”.

Sin embargo, al reportero le pareció fuera de lugar que el cantante abusara del maquillaje y se valiera de un “sombrerito como apoyo dramático”. Es probable que Raphael, como una forma de publicitar su nuevo disco, usara el sombrero a imagen y semejanza de la portada.

Por su parte, Guillermo Ochoa, reportero de El Novedades, el 3 de febrero publicó una extensa entrevista con el cantante, a quien compara con “el flautista de Hammelin”, del mismo modo en que Carlos Monsiváis lo hace en la crónica “Raphael en dos tiempos y una posdata”, publicada en su libro Días de guardar. Para Ochoa, “parece como si un moderno flautista de Hammelin se hubiese posesionado del auditorio para contarle historias musicales con la voz, con el gesto, con la actitud, con las manos –sobre todo con las manos–, y que aquellos ratoncillos que pagaron más de 200 pesos por cabeza para verlo actuar, no quisieran salir del encantamiento”. En su abigarrada crónica, Monsiváis escribe: “[…] señores que nunca habían oído del flautista de Hammelin […]”.

“¿Quién es Raphael?”, le pregunta Guillermo Ochoa: “Yo”, responde con una carcajada. Ante la insistencia del reportero, el joven dice: “Pues un muchacho de 22 años, más o menos como los demás: mal estudiante, buen chico, simpático a veces, muy nervioso en ocasiones, antipático otras veces.” Más adelante, en un comentario admonitorio, Ochoa le dice que él posee la capacidad de dominar a la multitud, de pararse frente a ella y pedirle que se calle, y ésta lo obedece sin tirarle jitomates.
“Se dice que en España […]”, continúa Ochoa, “[…] hay tres gobiernos: el del generalísimo Franco; el del Cordobés, en materia de toros, y el tuyo en el terreno musical.” Raphael responde con prontitud: “Mis respetos para el generalísimo Franco, es magnífico.”

Al final de la entrevista, el cantante afirma que cuando canta y tiene una buena actuación, “llueve, eso no falla”.

Después, a las cuatro de la tarde, en el Salón Torreblanca del Hotel Presidente, Raphael firma el contrato más jugoso en la historia del espectáculo en México, hasta ese momento: quince mil dólares por un par de programas de televisión que se transmitirían en el Canal 2, bajo el patrocinio de la Casa Pedro Domecq. “Haré televisión para México porque la televisión me acerca y me pone en contacto directo con mis amigos de esta bella tierra.” Luego agregó: “Sé que en México todos son mis amigos: los niños, los jóvenes y las personas mayores, y sé que lo son porque me lo demuestran: cuando estoy aquí me buscan, van a verme a los sitio donde trabajo y me aplauden con calor, con entusiasmo, con gran cariño.”
Al anochecer, con el público de nueva cuenta llenando El Patio, en un ambiente donde se combinaban lociones, perfumes caros y humo de cigarrillos, un temblor sacude la Ciudad de México. A pesar del susto que debió pasar, y que tras bambalinas aliviaría con un buen trago, Raphael se comportó a la altura, al aguantar a pie firme y hacer como que no pasaba nada. Siguió cantando para evitar que un movimiento en falso desatara una estampida lo que, al final del sismo, le valió una sonora ovación.

Pinky, una vedette argentina que esa noche cerraba el espectáculo, comentó: “Cuando Raphael actúa hasta la tierra tiembla.” El sismo era otro presagio de la locura y del frenesí que se desataría en los prados del jardín más antiguo de la ciudad.
Los siguiente días, el divo de Linares, además de proseguir con sus actuaciones en el El Patio, grabó dos canciones en Chimalistac, una de ellas en la capilla de San Sebastián Mártir, para el programa Raphael en México, luego viajó a Acapulco a una sesión fotográfica y asistió a varios cocteles organizados en su honor por la socialité de la época.

Fue el 9 de febrero cuando se anunció que el intérprete de Mi gran noche actuaría en la Alameda Central, gratis desde luego, el domingo 11 de febrero. Con los Juegos Olímpicos en puerta, la Dirección de Acción Social del Departamento del Distrito Federal venía organizando conciertos en el marco de la Olimpiada Cultural en distintos puntos de la ciudad, siendo la Alameda el escenario número uno. Jesús Salazar Toledano, abogado y director de Acción Social, se anotaba un punto en lo que sería una larga y fructífera carrera como servidor público, delegado, diputado federal, directivo de Pemex, del ISSSTE, de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y de Conasupo. Bajo el mandato del célebre Óscar Espinosa Villarreal fungió como secretario general de Gobierno, y después se desempeñó como coordinador general de la campaña de Luis Donaldo Colosio.

La expectación cundió por toda la ciudad. En su crónica, Monsiváis señala que para las mayorías resultaba imposible comprar una entrada para El Patio. A través de esta iniciativa pionera en la organización de conciertos gratuitos, cientos de personas podrían disfrutar del cantante del momento. Cientos, según la mente inexperta del staff de la Dirección de Acción Social.

El programa para ese día especial no tardó en difundirse. Antes del plato fuerte, se presentaría un grupo de gimnasia rítmica de Dinamarca, el Ballet Africano, el Ballet Azteca de Amalia Hernández, un par de estudiantinas y el mariachi Vargas de Tecalitlán, que también acompañaría a Raphael.

El día 11 amaneció tan frío que un banco de niebla canceló las operaciones del aeropuerto hasta la nueve horas, pero ni una nevada hubiera impedido la llegada de cientos de personas que desde las seis de la mañana ocuparon los mejores lugares, hecho que conforme pasaran las horas, lejos de ser señal de buena suerte o bendición, se convertiría en una condena. Además del templete que se había instalado meses atrás, muy cerca del sitio donde el Santo Oficio había quemado a unos cuantos herejes, se colocaron varias filas de sillas, correctamente alineadas, y gradas metálicas al fondo, frente al kiosco aún en pie. Se tenía contemplado que Raphael llegaría a bordo de una patrulla hacia la una y media de la tarde, mientras sus teloneros calentaban el ambiente.

El show inició a las doce con los gimnastas daneses, seguidos del Ballet Azteca de Amalia Hernández. Una fotografía de Agustín Casasola publicada al día siguiente muestra en primer plano a un grupo de bailarines que hacen una rueda al ritmo de instrumentos de percusión tocados por negros coronados. El pie de foto los presenta como el “Ballet Africano”. Lo que más sorprende no es el vestuario del grupo, sino el gentío que se aprecia desde el escenario. Antes del inicio del programa, a la Alameda habían llegado entre treinta y cuarenta mil personas. Otra foto de Casasola capta a decenas de personas trepadas en los álamos, amontonados en el kiosco o acompañando a la estatua de Minerva en su pedestal. El operativo de seguridad había destacado apenas doscientos policías para mantener el orden, una misión más que imposible.

El par de estudiantinas continuaron el espectáculo, pero es muy probable que pocas personas les prestaran atención debido a los empujones que ya se suscitaban para alcanzar un mejor lugar, como ocurrió con el más famoso de los mariachis mexicanos, del que dice Monsiváis: “Ni el ser Vargas de Tecalitlán valía como muralla acústica ante un público que era turbamulta que era motín que era marejada.”

Las sillas desaparecieron debajo del gentío; una que otra voló sobre las cabezas de la multitud, otras se convirtieron en trampas mortales ocasionando varias caídas, mientras que algunos “pelafustanes” comenzaron a mojarse con el agua de la fuente de Minerva, que no tardó demasiado en convertirse en un lugar donde cientos de personas evitaron ser aplastadas, a pesar de mojarse la ropa y echar a perder los zapatos.

Poco antes de la 1:30, la brasileña Carmen Alves y el Sambrasilia Trío se esforzaban arriba del escenario. Los policías impedían que más personas subieran a las gradas y otros empujaban a la muchedumbre que amenazaba con destruir el templete.
Muy cerca de ahí, la patrulla número 5 de la Dirección General de Tránsito salió de un hotel, es probable que del Regis o del Prado. Delante de la patrulla, un grupo de cinco motociclistas abrían el paso. Las torretas y las sirenas anunciaban que Raphael, acomodado en el asiento trasero, iba camino a hacer historia.

Conforme el sonido de las sirenas se aproximaba, el público, a través de esa sensible antena que le alerta cuando algo va a pasar, exhaló un rumor sordo que creció hasta estallar en gritos, aplausos y chiflidos, dando por finalizada la actuación de los brasileños.

Desde luego, apenas se aproximó la patrulla al escenario, una turba se abalanzó, provocando que dos motociclistas chocaran entre sí. Al caer, el mofle caliente de una de las motos dejó una profunda huella en las pantorrillas de una señora, quien pagó cara su curiosidad. Otra moto, por esquivar a varias jovencitas que enloquecían al paso del vehículo, se estampó contra la portezuela de la patrulla donde viajaba Raphael. Si bien es cierto que ninguna de la crónicas de la época cuenta, por lo menos a la luz de la imaginación, qué pasaba en la mente del cantante, no resulta difícil imaginar que al principio Raphael se estaba divirtiendo, sobre todo porque su primer gesto hacia el público fue bajarse de la patrulla para subirse al cofre, extender los brazos y saludar al respetable. Vestía de negro de pies a cabeza y usaba ese peinado definido por Guillermo Ochoa como “rafaelesco”. Los ánimos se exaltaron a tal grado que policías y organizadores lo bajaron del cofre y se lo llevaron en vilo hacia los improvisados camerinos detrás del escenario, antes de que la turba lo alcanzara. “Parecía un muñeco”, cuenta Wilbert Torre en la crónica pormenorizada del concierto, publicada al día siguiente en La Prensa. Sin mordazas morales ni dejos de lo que es considerado políticamente correcto, el reportero se refiere a Raphael en estos términos: “Bueno o malo, amanerado quizás”, “Cantante amanerado que no convence a muchos”, “Voz [que] no es grande ni potente”, “Su físico no es el de un Rock Hudson.”

Mientras Raphael salía a escena, los treinta músicos de la Orquesta de Kay Pérez se acomodaron y afinaron sus instrumentos. Manuel Alejandro, el compositor de los temas que habían convertido a Raphael en una estrella, se alistó a dirigir a los músicos, quienes miraban con horror cómo la gente se arremolinaba tratando de acercarse al templete que se tambaleaba con cada embestida. Por su parte, Jesús Salazar Toledano, con la preocupación en el rostro, pedía orden al público, amenazando con que el concierto sería cancelado si no se comportaban. Era inútil: hacía falta algo más que advertencias cuando cuarenta mil personas se pisoteaban entre sí y luchaban por sobrevivir.

A eso de la 1:45, Raphael salió al escenario, provocando una cadena de desmayos que al final de la jornada ascendieron a setenta, casi todas mujeres que perdieron el conocimiento por la emoción de ver a su ídolo o debido a la falta de oxígeno. Aunque las diversas crónicas periodísticas se contradicen respecto a la canción con que inició el concierto, todo parece indicar que a una señal de Raphael, la orquesta comenzó a interpretar las notas de Al ponerse el sol. Cuando terminó la canción muy pocas personas pudieron aplaudir, no por falta de ánimos sino porque, inmersos en ese mar de cuerpos, brazos y piernas, era imposible acomodarse para agitar las manos. Luego siguió Cuando tú no estás. La primera frase de la canción es reveladora: “No sé si el mundo es el de siempre porque yo lo veo diferente.” Ante el desorden de cuerpos que se apretujaban allá abajo, para Raphael el enunciado debió de adquirir una nueva significación.

No faltaron quienes, aprovechando el desorden, trataron de subir al escenario para, en el mejor de los casos, saludar a Raphael, pero los siguientes intentos, más de cuarenta, fueron repelidos por la policía. Por su parte, los fotógrafos exigían orden y que la gente se hiciera para atrás, ya que no los dejaban hacer su trabajo. En un momento dado, el cantante pidió que todos guardaran silencio. La Alameda enmudeció de golpe. “Guardias, señores de la prensa, dejen en paz un poquito al público.” Luego encaró a la muchedumbre que lo miraba en silencio: “Les canto lo que quieran. Ustedes nada más pídanme canciones.” La respuesta fue un rugido ensordecedor.

El mariachi Vargas de Tecalitlán regresó para acompañarlo con La Llorona y Fallaste corazón, canción más triste donde las haya, escrita por Cuco Sánchez. Jesús Salazar Toledano, con un pie en el escenario, dio la orden de suspender el concierto. “Hemos cumplido; en cuanto termine de cantar con los mariachis, damos por terminado el festival.”

Y así fue. Raphael fue sacado atropelladamente del escenario, en medio de la rechifla del público. Un camión de placas FA 220 lo esperaba. Los motociclistas, ya repuestos de las caídas y los choques, le abrieron paso al camión, que fue seguido muy de cerca por la patrulla número 5 y por un Buick de color gris, en el que viajaba la madre de Raphael y su representante. El vehículo salió por Avenida Hidalgo y luego tomó la calle de Valerio Trujano. Raphael sacó los brazos a través de una de las ventanillas y no dejó de despedirse, o saludar, según se vea, a las personas que sorprendidas o eufóricas le devolvían el gesto.

Veinte minutos duró el primer concierto masivo de la Ciudad de México. El saldo: entre treinta y cuarenta lesionados, setenta desmayadas, decenas de niños perdidos, prados y flores arrasados, alambradas destruidas. El episodio sería conocido como “el torbellino de la Alameda”. Aunque por el riesgo que corría su integridad física ya no pudo interpretar Mi gran noche, ese 11 de febrero de 1968 fue, sin duda alguna, un día especial para Raphael.

ESTO NO ES FICCIÓN

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DÍA DE MUERTOS EN UN PAÍS DE MUERTOS

Escribo una crónica a toro pasado. Por tercer año consecutivo viajo a Mixquic a la ofrenda que sus habitantes hacen a sus muertos el 1 y 2 de noviembre, en la delegación Tláhuac del DF. Es la noche de este segundo día cuando el lugar se torna extraordinario. Los pobladores adornan con velas, flores de colores y vistosas ofrendas a sus muertos: los que yacen ahí desde hace tiempo o hace muy poco.

Por alguna razón, entre setenta y cien mil personas de todo el país visitan cada año ese cementerio para presenciar el espectáculo. Ya no es, como en antaño, una tradición silenciosa en la que el olor a incienso, el cempasúchil y las veladoras de cera invocaban a los muertos para que en una suerte de permiso celestial o infernal los incorpóreos irrumpieran el espacio terrenal desde el más allá para establecer contacto con los vivos.

Poco del misticismo de Mixquic se mantiene. La ceremonia original se remontaba al sacrifico de los enemigos capturados durante las guerras de los mixquicas con otros pueblos, ofrecidos a la deidad Miquixtli. El ceremonial terminaba con los sacrificios humanos de sus enemigos. No era una práctica sangrienta sin sentido sino un ritual sagrado para acceder a un estado superior en el tiempo, porque para ellos, la vida no terminaba con la muerte.
Pero en la ceremonia actual, la muerte se siente lejana. Lo que hay ahora, en pleno 2014, son ríos de gente disfrazados de todos los iconos del halloween cinematográfico anglosajón: Jack (el personaje de Tim Burton), Pennywise o el payaso de la película Eso (personaje de Stephen King), niños y niñas vestidos de dráculas o brujas. No falta el hombre lobo, el Jason Voorhees de la película Viernes 13, o bien, alguien luciendo el bozal del Dr. Hannibal Lecter (de El silencio de los inocentes) y hasta Leatherface (el de “Masacre de Texas”).

Por fortuna, las “catrinas” (invención de José Guadalupe Posada) también sobreviven. No falta la chica que pasó horas diseñando un vestido con amplios holanes y maquillándose la palidez de la muerte en el rostro para encarnar este personaje bautizado así por Diego Rivera en ocasión del primer libro de Posada en los años veinte.

En Mixquic, los puestos de pizzas (que no son como las italianas), los de alitas a la barbicue (que tampoco son como las gringas) o los de papas a la francesa (que tampoco son francesas) se mezclan con los de panes de muerto, las cremas de licor, el chocolate oaxaqueño, los tacos de cecina de Yecapixtla (que tampoco son de ahí) o varios antojitos mexicanos, así como los cada vez más escasos puestos con atole de amaranto, quizá la única bebida tradicional que se conserva.

El asombro asalta porque junto a un puesto donde se hace un extraño concurso entre conejos vivos que deben voltear una moneda con sus pequeños hocicos, se alza la de música pirata jamaiquina y ropa rastafari que atienden sus dueños: tres verdaderos jamaicanos que hacen rastas y se toman fotos con muchachas emocionadas.

Ya dentro del panteón de Mixquic, el ambiente es un poco más silencioso porque, en efecto, hay pobladores de piel morena, sombrero y huaraches, que velan agachados y contritos a sus muertos. Hay familias enteras orando en pequeños promontorios que se adivina, fueron de niños que partieron antes de lo que debían.

Los visitantes toman fotos de ese culto local a la muerte tratando de mantener el equilibrio entre los surcos de un cementerio que por única vez en todo el año, cobra vida. La iglesia de San Andrés Apóstol, contigua al camposanto, abre también sus puertas a todos los visitantes. No falta quien con su litro de michelada en la mano aprovecha para tomarse una foto y lucir su máscara de terror gringo usando el retablo de San Andrés como telón de fondo, o para tomársela en el contigüo ex convento declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Afuera, en la carpa al aire libre tocan lo mismo Ely Guerra que el trovador Armando Palomas.

Mi viaje hasta Mixquic ha sido largo. Tres horas desde una colonia del centro del Distrito Federal en el que hubo que abordar la Línea Dorada del Metro, secuestrada por los poderes políticos locales, lo que me obliga a bajarme en el metro Atlalilco y continuar por un camión gratuito hasta el paradero de Tláhuac, donde extrañamente se ha fincado una sucursal del centro de superación personal Inlakesh fundado por Emiliano Salinas Occelli (hijo del ex presidente de México) y en el que se prometen cursos de “liderazgo”, generando “conciencia y transformación del ser”. Poco después hay que tomar un camión que atraviese San Juan Ixtayopan en donde se puede observar en un muro un enorme grafiti con una calavera que se dibuja a sí misma con un aerosol y mazorcas en forma de caras de zapatistas rodeadas de imágenes prehispánicas.

Más adelante, en el pueblo de San Pedro Tláhuac se miran los festejos del Día de Muertos en el Embarcadero de los Reyes Aztecas. Al llegar a Tulyehualco comienzan los embotellamientos, y en Tecomitl el tránsito se paraliza, lo que me obliga a bajarme de nuevo y caminar para superar la fila de autos varados mientras observo fogatas de leña en los portones de los pobladores. Casi afuera de Tecomitl logro subirme a un nuevo autobús que ha logrado sortear el embotellamiento. Veinte minutos después estoy en la entrada de Mixquic, donde dos enormes calaveras en forma de estatuas dan la bienvenida al visitante, en una especie de viaje posmoderno al Mictlán.

No veo a los visitantes de Mixquic recordar a los propios muertos ni a los ajenos, a los miles que hay en todo el país resultado de la violencia institucionalizada. Veo a Mixquic dentro de esa extraña esfera de confort que permite al capitalino portar máscaras de terror agringado, escuchar música, tomar y comer en las calles y hablar de muertos sin ninguna consecuencia, en una fiesta que solo se parece al culto original de la deidad Miquixtli en un aspecto: la idea de que “la vida no termina con la muerte”, aunque en un país de muertos como México ya no pueda distinguirse esa línea.catrina