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RODRIGO, EL CANCIONERO

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Rodrigo Rodríguez dice que su oficio es un modo de vivir.

—Ésta es como una tienda de abarrotes, vamos a asemejarla. Nuestro trabajo es saber muchas canciones. Que es lo que vamos a vender. Nosotros somos empíricos, dice.

Mueve sus manos para realzar sus palabras. Busca la mirada del interlocutor. Es un hombre directo y sencillo en sus gestos, habla poco pero de forma precisa. Viste camisa blanca y corbata de color azul marino con líneas diagonales de color beige.

—Ésta es una vocación. No es otra cosa, un llamado. Empezamos de una manera bohemia cien por ciento. Hechos de juventud, de llevarle serenata a la novia. De ahí la vida, o la necesidad económica, nos empuja a desarrollarnos a esto que nos da de comer.

Es cancionero desde hace casi 46 años, en septiembre cumplirá ese número.

Cuenta algo sobre sus inicios.

—Primero cargando un acordeón. Después tocando un órgano. Vendiendo canciones en restaurantes hasta llegar a establecerme en esto que se ha transformado en una institución a través de los años.

Pertenece a la sección 150 de cancioneros de la República Mexicana, localizada en la ciudad de León, Guanajuato. La mayoría de los miembros que la han integrado han sido zapateros, dice. Rodrigo es originario de Lagos de Moreno, Jalisco, de donde viaja a diario. Durante una época trabajó allá como carnicero. “Cayó con un acordeón”, como menciona en una fecha precisa: el día 25 de septiembre de 1968, que marca en el calendario su inicio en la música.

—Aquí he persistido y he pervivido. Me dedico a tocar el acordeón. Esa es mi especialidad. Cada quien tiene su especialidad. Me vine por situaciones económicas muy precarias de mi pueblo. Vamos evolucionando, vamos cambiando.

Algunas canciones que le solicitan, en su experiencia. Dice que cada lugar tiene su cultura específica y sus preferencias. En su tierra, pervive la costumbre de los pasos dobles y las polcas, que se oyen en algunas sinfónicas, como las de Apolonio Moreno. En León, se usan mucho las de Los Dandys, “Gema”, “Tres Regalos”, “Página Blanca”.

—Aquí son más bohemios, afirma.

Se reúne con su cuarteto en las instalaciones de la sección, ubicadas en una casa con paredes de color salmón sobre la calle Reforma, en la zona del centro histórico de León. De las cinco de la tarde a las nueve de la noche, viven a la espera de posibles clientes, pero no es un horario fijo. La ganancia en un día de trabajo es de 300 pesos por integrante. Permanecen sentados, platican, y a veces se ponen a tocar para hacer el rato más llevadero en lo que llega algún cliente. Reconoce que las mujeres eran una inspiración, las refirió como a “musas”. Ahora dice que todo queda en recuerdos. Además no tiene canciones favoritas, mas bien ambientes:

—En donde nos tratan bien y estamos a gusto. Cualquier canción. Nos sentimos halagados cuando nos tratan bien, como a cualquier persona. Hay buen ambiente, cualquier canción, cualquier música es bonita, según su estado de ánimo. Hemos ido a tocar a velorios, y usted se pone triste automáticamente. Según en donde nos encontremos, es el espíritu.

—Recordar a esta altura del partido, con las letras de las canciones. Hay unas letras que coinciden con el sentir del que las proyecta, participa ya en aquello. Nosotros venimos del tiempo de Los Panchos. Han cambiado las formas de tocar, siguen las mismas canciones, pero ahora es mejor. Por ejemplo, están Los Tres Reyes, que requintean de una forma muy parecida pero mucho más avanzada.

Cursó la carrera de Derecho dentro de la sección aunque no concluyó la licenciatura, sólo le faltó un año, dice que por su edad ya no pudo continuar. Empezó a estudiar la primaria a los 63 años. De ahí siguió con la secundaria, preparatoria y cuatro años de inglés. Tiene cinco hijas, todas con estudios de carrera técnica y licenciatura. Desde su experiencia habla sobre ser cancionero y expresa una filosofía al respecto.

—Rodríguez, no se te olvide, que la mujer del cancionero o se muere de hambre, o se muere de celos, la mayoría somos divorciados. La filosofía es simple, lo único que no sirve es lo que hace. Bajo el conocimiento de que no es fácil. Nada es fácil en esta vida, como todo, hay tiempos muy duros y otros muy prósperos. Siempre hay modo de caminar hacia adelante, pero, repito, empíricamente.

INVOLUNTARIAMENTE NEOLIBERAL

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Hay verdades en la vida que pegan y uno se esfuerza por esconderlas hasta de la conciencia, sobre todo porque avergüenzan. Me sucedió luego de leer el artículo “Los años setenta. Breve historia del Neoliberalismo”, del profesor del Colegio de México, Fernando Escalante Gonzalbo (Nexos, junio de 2015). Aquello que siempre desprecié hasta repudiar hoy venía a ponerme en sitio. Como cualquier mortal que quiere conocerse honestamente, vi que soy un producto de los movimientos y consecuencias de la historia y los mecanismos del poder. Esto es lo que aborrecí durante una infancia de casi cuarenta años: la economía y la política; sin embargo de ahí me vino una de las respuestas más clarificadoras. Me descubrí un neoliberal, involuntariamente, claro, ignorante del molde cultural en que he sido insertado, donde mucho de aquello que detesto y señalo es precisamente la respuesta (en un sentido político). Con ese texto, que forma parte del libro Breve historia del Neoliberalismo (Colmex 2015), me sucedió que un efecto dominó quebrantó cada mito ideológico de los que me nutrí desde mis primeros años, los más sólidos por ser las primeras creencias, precisamente desde finales de la década de los setenta, donde está uno de los principales discurso en que he cimentado la razón de mis acciones e inacciones en la vida.
Influido por unos tíos muy jóvenes, desde temprano comencé a profesar la cultura y el pensamiento que inspiraba la música de rock and roll en todas sus variantes. Vámonos rápido: ¿Qué es lo que obtuve del goce de los sentidos que incita esa clase de música, que se traduce en ideología, en cultura, en sentido? La sensación primaria de libertad, la síntesis de ese valor fundamental. Así que comprometido con la idea, en la universidad llegué a proponer el tema de la Contracultura (esa forma de la libertad radical) como objeto de reflexión. Más adelante el asesor se rió de mi idea. La Contracultura es una cosa muerta, me dijo, búscate otro interés, o cámbiale el nombre al menos. Para no abandonar la línea propuse el tema de la Excentricidad, ahora a partir de una visión geométrica, donde lo común se encuentra en lo central y lo radical humano en la mayor periferia alcanzable, pero a la luz de tres textos literarios que pertenecen a lejanos círculos concéntricos de lo normal: Bartleby, de Melville; Wakefield, de Hawthorne; y Rip Van Winkle, de Washington Irving. Historias donde la libertad individual es llevada al extremo. Avancé algo pero no llegué a nada concreto. Como una especie de señal, en mis recuerdos sonaba “We don´t need your education”, la frase de la famosa canción Another brick on the wall, de Pink Floyd. Tírale, desarticula, detona, escápate, de todo aquello que huela a Estado, a orden, a ley, de todo y todos quienes te digan qué hacer con tu vida, es lo que me hacía alejarme de las mayores convencionalidades, tender a lo radical, al menos en mi cabeza o en mis sueños. Desde la cultura alternativa o como se le llame, hasta otras formas de ser humano, si me la venden la compro otra vez, pues ellas en sí no tiene la culpa. Es lo que me explica y describe Escalante Gonzalbo, cómo en el espíritu de los años setenta se incuba este presente; caracterizado, en consecuencia (juzgo), por una de las peores facetas del ser humano: la estupidez. Y aquí cito la descripción que hace Escalante: “…se ha agotado el pacto social…, (vivimos) una nueva sociedad, intensamente individualista, privatista, insolidaria…, (en la que se entiende) …consumo por definición de identidad…”

¿Dónde quedó aquel noble ideal contestatario de la Libertad? ¿A qué hora y cómo se convirtió en mierda? El profesor me responde con precisión. A la hora de que “En el discurso Neoliberal se entiende a la Democracia por Mercado”, y la Libertad es “la libertad económica”. De veras, qué pena. Me sentí como el revolucionario llevado a una lucha que resultó ajena, y ahora la gran causa lo olvidó y éste apenas se entera. Escalante lo dice así: “El Neoliberalismo hereda mucho de la protesta.” Hay pues, continúa, “una afinidad (del Neoliberalismo) en el ánimo radical contestatario de los años setenta.” Pero el problema del radicalismo, precisa, es que “tiende a mezclarlo todo, porque todo resulta igualmente condenable”. De haberlo entendido hace veinte años. Por lo que me resta, parece que ahora debo volver a comenzar ideológicamente; pero ya no tengo ganas. Cómo no sentir que todo ha sido una mala broma del mundo.

¿TIENE HUITLACOCHE?

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Uno de los retos que tiene el migrante a medida que pasa el tiempo es permanecer de manera legal en el país al que se ha mudado. En mi caso, una combinación de indecisión, flojera ante la burocracia canadiense (igualita de ineficaz que la de cualquier país), homesickness (traducción: síndrome del Jamaicón) y falta de dinero me habían detenido para solicitar la residencia permanente. Pero he llegado a un punto en el que me sale mucho más caro solicitar visas y permisos cada cierto tiempo, que enfrentar el largo y tortuoso proceso que se avizora.

Con esta trágica condición en mente, además del firme propósito de hacer las cosas con tiempo y que no me agarren las prisas (todo, todo se me vence en enero de 2016) decidí emprender una excursión hacia el boyante poblado de Leamington, Ontario, para beneficiarme del combo pasaporte+tacos.

El mero día de mi cumpleaños (agosto 4, aún se reciben regalos), Eric -mi marinovio- y yo agarramos camino y llegamos al consulado mexicano en Leamingon para renovar mi pasaporte e iniciar el proceso por el mero principio. Tal vez Leamington sea uno de los pocos lugares en el mundo donde se ha establecido una oficina diplomática para servicio de los trabajadores temporales de las granjas, que son cientos y llegan cada año con la primavera y se retiran a mediados del otoño de vuelta a México. Durante la temporada de llegada, el consulado rebosa de actividad y no hay tiempo para nada. El resto de año, se cuentan con los dedos de una mano los nacionales que llegan ahí a renovar un pasaporte, reportar uno perdido o como en el caso de mi amigo Manuel, registrar a una bebé nacida en gélidas tierras. Tanto el consulado como los tres restaurantes de comida mexicana que se establecieron en Leamington son un intento desesperado por hacer la estadía de los jornaleros un poco más sencilla y ayudarles a resolver problemas administrativos, que pueden ser tan generales como tramitar una credencial de elector perdida, o tan dramáticos y sombríos como repatriar el cuerpo de un trabajador muerto acá por cualquier circunstancia.

Como sea, nosotros, además del pasaporte y los tacos de barbacoa, llevábamos otra misión que cumplir, teníamos una agenda, como dicen por acá: encontrar un stash de huitlacoche. Hace un par de años la mamá de un muy buen amigo trabajaba como voluntaria en Leamington dando clases a los trabajadores. Al finalizar del curso ellos, como muestra de agradecimiento, le regalaron un enorme contenedor con huitlacoche que ellos cultivan para su consumo personal en los campos de maíz blanco de la zona. Como era tanto, mi amigo comenzó a repartirlo entre la comunidad, nos tocó un buen porcentaje del paquete original y desde entonces, Eric quedó convertido en un junkie del “caviar azteca”, así que una vez realizados los trámites que sirvieron de pretexto para el viaje, nos dedicamos a preguntar cómo y con quién podíamos conseguirlo.

La primera opción natural fue la señora del restaurante mexicano.

-Oiga, ¿usted sabe si es temporada de huitlacoche?
-(Con ojos desorbitados) ¿De qué? No sé qué es eso.
– Huitlacoche. Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
-(Con expresión de suspicacia) ¿Un hongo? No, no sé…
– ¿Usted de dónde es?
-(Gran sonrisa) De Veracruz.
-¿Y cuánto tiempo lleva viviendo acá?
-Treinta años. Sabe, lo del hongo, no creo que nadie acá haga eso. Los inspectores sanitarios son muy estrictos. Yo no creo que sea legal.

Primer strike en busca del hongo perdido.

La segunda opción fue la dependienta de la tienda de productos mexicanos. Entramos ahí llamados únicamente por el letrero de la puerta, en español. Eso sí, en Leamington la mitad de las señalizaciones y letreros están en este idioma, no es difícil encontrar lo que se busca. Al pasar la puerta nuestras ilusiones se desvanecieron. No había sino unas cuantas latas de conservas de La Costeña, el infaltable gansito Marinela y uno que otro frasco de salsa picante. Preguntamos.

-Oiga, ¿tiene huitlacoche?
-(Rostro de profundo desconcierto) ¿El quéee?
-Huitlacoche.
-(Expresión de “me están tomando el pelo”) ¿Qué es eso?
-Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
-(Cara de repugnancia) ¿Un hongo? Blagggghhhh.
-¿Usted es mexicana?
-¡No!
-Ah. Muchas gracias.

Abanica para el segundo strike.

Leamington está considerada la capital canadiense del tomate. Ahí se estableció hace décadas la fábrica de conservas Heinz, que produce salsa catsup y enlata tomates para distribuirlos por el mundo entero. A eso vienen acá los trabajadores mexicanos, a recoger el tomate y, de paso, ayudar en la siembra y cosecha del maíz blanco. Por eso no nos extrañó ni tantito encontrar una caseta de información turística con forma de un enorme tomate en medio de la avenida secundaria del pueblo. La orgullosa funcionaria de turismo local, una simpática canadiense, hacía consultas en su computadora, rodeada de folletos informativos sobre la región. Preguntamos (en inglés).

-Usted sabe, de casualidad, dónde podríamos conseguir huitlacoche?
-(Una sombra de duda atraviesa su mirada, pero de inmediato la controla y dice:) Lo puede repetir, por favor.
-Huitlacoche. Es un hongo del maíz que se cocina en México y es muy sabroso.
Sin asomo de duda, la industriosa servidora pública toma varios folletos, abre uno que contiene un mapa de la región de Leamington y lo extiende ante nuestros ojos.
-Aquí están señaladas todas las granjas de maíz blanco de la región -dice orgullosa.
-Pero, ¿cree que tengan huitlacoche?
-(Sombra de duda cubre su rostro, la sonrisa congelada). Lo mejor será ir a preguntar directamente ahí.

Strike tres y ponchados.

Obtuvimos tres respuestas que engloban las reacciones posible ante lo nuevo: suspicacia (no creo que sea legal), asco (blaaaggggghhh) y negarse a admitir que no lo conocemos, pero ofrecer alternativas para desviar la atención de quien pregunta. Estábamos tan desesperados que quisimos preguntar a las personas que pasaban por la calle si conocían alguna granja de maíz que produjera huitlacoche, pero en lugar de eso decidimos pasar por los puestos que ofrecen las mazorcas a pie de carretera, o algunas pequeñas tiendas en las que se vende fruta y otros productos. Un señor canadiense simplemente nos espetó: “Eso seguramente que no lo hay aquí”, el énfasis en “seguramente” nos reveló su opinión sobre el producto y lo que él haría si se llega a enterar que alguien está tratando de cultivarlo en su granja. Compramos cuatro elotes y huimos despavoridos.

Si no fuera porque hace unos años yo lo vi, lo tuve entre mis manos y posteriormente me lo comí, estaría dispuesta a afirmar que en Ontario no se produce huitlacoche. Que las autoridades sanitarias han logrado mantener a raya la manufactura de la sustancia y que no hay un solo distribuidor en la región. Pondría mi mano en el fuego. Y sin embargo, se cuece…

JUGUETE RABIOSO

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“Nostalgia de castas” (parte II)
Crónica de castas

La serie Crónica de castas (Canal Once/Ojo de hacha, 2014), dirigida por Daniel Giménez Cacho con idea original y guión de Jimena Gallardo ha logrado abrir la caja de Pandora de las exclusiones de nuestra ciudad, y poner en tensión la idea de “identidad mexicana”. Me ha dejado la sensación de que vivimos en una casa que no conocemos. Además de evidenciar todo lo que no vemos aunque lo vemos, esta serie ha conseguido hilar muy bien las diversas y complejas relaciones de clasismo y discriminación en prácticamente todos sus niveles: lingüístico, económico, étnico, religioso, de género, educativo, etcétera. La línea argumental central es la relación entre Lucía, una chica de clase alta que llega a vivir a Tepito huyendo del abuso sexual del amante de su madre, y Raúl, un tepiteño hijo de una española avecindada en el “barrio bravo”, y que busca conocer el oscuro pasado de su madre y saber quién es su padre. De la trinidad que rige el sistema de castas colonial: española, mestizo y criolla, se ramifican las otras historias.

Ramón Grosfoguel explica en estos videos [https://www.youtube.com/watch?v=5-tKb086d5A] la complejidad del racismo ―basado en Fanon―, habla de las zonas de ser y no-ser, del concepto “Sur” como un espacio y una narrativa oprimida, en contraposición con el “Norte”, superior, industrializado, dominante. Y explica asimismo la existencia de sures dentro del Norte y nortes dentro del Sur. Y todo esto puede verse desplegado en Crónica de castas a lo largo de sus escasos nueve capítulos.

Dice Boaventura de Sousa Santos en Una epistemología del sur, “…el Sur global geográfico contiene en sí mismo, no sólo el sufrimiento sistemático causado por el colonialismo y por el capitalismo globales, sino también las prácticas locales de complicidad con aquéllos. Tales prácticas constituyen el Sur imperial. El Sur de la epistemología del Sur es el Sur antiimperial.” Cada personaje de esta serie mexicana se ubica en el Sur que constituye Tepito, el centro periférico donde sucede 90% de la acción, y de ahí tironean hacia el Norte (El Pedregal, Polanco…). Una zona de no-ser, Tepito, se transforma en una zona de ser donde se crean otras de no-ser (las bodegas donde viven los indígenas dentro del Hotel Galicia, por ejemplo), y frente a cada personaje se ubican los demás en distintas relaciones de poder, afinidad o disonancia, configurando una compleja red de sures y nortes/ser y no-ser que opera de muy diversos modos, y que se entrelaza por medio de los afectos, el dinero, la tecnología, la violencia y a ratos la ideología. El guión no permite que las historias que se cuentan sometan a los personajes ni a la idealización sin más ni a la satanización. Enorme logro de sus escritores.

Cada capítulo es un ejemplo de esto; el ocho, por ejemplo, “El igualado”, retrata muy bien la estratificación social, el blanqueamiento ligado a la legitimidad de la movilidad social, y las discriminaciones internas. “El igualado”, Miguel, es un tepiteño acaudalado que ha formado una fortuna considerable por medio de la venta de piratería (de ropa y accesorios deportivos). Tiene un socio, argentino, blanco, atractivo, “trajeado”, que se encarga de colocar la mercancía en almacenes de prestigio. El lugar al que por su origen y rasgos nuestro igualado no puede entrar. De pronto, Berta, la madre del igualado ―interpretada por María Rojo―, se entera de que sus antiguos patrones venderán su casa del Pedregal porque los negocios “del señor” quebraron. El igualado decide comprar la casa, “Ay, Dios mío, ¿qué tarugada estás diciendo?, “¿qué?”, “es la casa de los señores”, “¿y?”, ¿cómo quieres tener la casa de ellos?, de veras que andas de un igualado”, dice una indignada Berta: “cada quien debe saber cuál es su lugar”…

Colonialismo interno. Los señores deciden no venderle, porque ¡cómo el hijo de la sirvienta va a vivir en su casa!, ¡y de dónde habrá sacado el dinero! Y entonces aparece la carta, el as bajo la manga de nuestro igualado: poner a su socio por delante. A un blanco, elegante, bienhablado, empresario no le niegan la casa. Del origen de su dinero no se duda. La llave de acceso del lugar al que por su origen y rasgos nuestro igualado no puede entrar.

El guión está lleno de matices importantísimos que dotan de sentido este despliegue de jerarquías y poderes. Luego de indignarse y de jurar que nada la sacaría del barrio, Berta asume, en la intimidad del Hotel Galicia, que vivirá en una casa del Pedregal, no sin presumir veladamente su nuevo estatus. A su ex patrona la trata de “señora”, en el barrio ella es “la señora”. Allá baja la cabeza, acá la alza. Máscaras, que diría Fanon.

Sobre el manejo de los clichés y el romanticismo en esta serie, el capítulo “El zapoteco” es muy ilustrativo; un comentario solo del protagonista, el zapoteco que vive en el mercado, basta para dislocar la lectura que vamos haciendo de él. En una llamada que hace a su pueblo para contar que tiene novia, el abuelo le recrimina que no sea de su comunidad y le pregunta si ya dio dote, “Ni que fuera triqui, ésos las compran”… ¡pum! Adiós a la idea de que todos los indígenas son un conjunto homogéneo, casto y puro, sin nortes y sures internos. Una opresión estratificada con opresiones mayores pesándoles en los hombros. Sin observar estas diferencias es prácticamente imposible entender los conflictos sociales más pequeños, pero también los grandes problemas de desigualdad.

Crónica de castas se trata no sólo del racismo en México, sino de los racismos y los clasismos. Mezcla lenguas (hebreo, euzkera, mazahua, zapoteco, inglés…), estratos sociales, actores y no actores… Importa quién habla y desde dónde. En esa diversidad finca su representatividad. Algo para mí valiosísimo y poco visto en la televisión mexicana con este prurito crítico y anticliché.

*Pueden ver Crónica de castas en Netflix.

TERCIOPELO

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PODEROSO CABALLERO

¿Qué hacen ustedes con su dinero? ¿Cuánto ganan? El dinero, me han dicho siempre, es un tema vulgar, y esta afirmación parece dicha por algún agiotista de novela balzaciana. Pero hablar de dinero con una mujer es todo un tema, es decir, que un hombre quiera saber del dinero de una mujer parece, lo menos, de poca etiqueta social. Si los hombres tienen dinero, es decir, si les sobra, se les ve. Conocí a un abogado que a golpe de vista traía sobre sí algo como sesenta mil pesos entre zapatos, calcetines, camisa, cinturón, pantalón, loción, reloj ufff, una joya, me refiero al reloj, no hablemos del auto. Entre abogados la apariencia lujosa es parte del negocio, de ahí que quisiera que su esposa también fuera una joya.

Para las feministas el dinero que las mujeres obtienen les proporciona libertad respecto del poder masculino, y es que con dos pesos no se paga la renta, ni el teléfono ni la luz, esto lo reconoce el mismísimo Chava Flores. Si Bartola tuviera dinero dejaría a su marido, eso parece inferirse de la canción, pero no, no es así, el dinero no emancipa por sí mismo. Lo que ahora se ve más es que seamos nosotras, muchas mujeres más de las que están dispuestas a saberlo, las que cohabitando con su pareja sostienen la familia, la casa y hasta al marido (y la amiga del marido en una de esas).

¿Cuánto cuesta mantener a una familia?, un conocido me confesó que él y sus amigos daban entre 50 y 100 pesos diarios para el “gasto”; ingenuamente yo pregunté que cómo le hacían esas mujeres. Él me contestó con llaneza: “tienen quien les ayude”, es decir, él o los Sanchos, la vieja historia, pues. Una amiga que sufrió brutal violencia a manos de su ex marido ni siquiera recibía gasto, él compraba todo y pagaba los servicios. En este esquema ella no era ni ama de casa; una más metía su dinero y el del marido en un fondo común de gastos y de ahí tomaban los dos (éste es el modelo autoproclamado como igualitario por sus usuarios). Sólo preguntando y exhibiéndose en pareja aparece el tema del dinero, yo he dividido gastos, he pagado proporcionalmente y también he aprendido a aceptar que me inviten los varones sean amigos, galanes o parejas. El dinero resulta un tema incómodo.

En nuestros días la imagen de millonaria atrae a legiones de mujeres en los diferentes esquemas para hacer dinero, desde la venta escalonada a lo Mary Kay o Amway, hasta la importación y distribución. Anillos de diamantes, autos lujosos, viajes, casas, son los nuevos estímulos para vendedoras, agentes inmobiliarios, corredores de bolsa, el éxito debe ser contemplado. Las mujeres que conozco y que “les va bien” son las prestamistas sin intereses de sus familias, llámese hermana, cuñado, tía, hijos adultos, padres. En muchos casos no es que les vaya bien, es que tienen la manía de guardar el dinero como osas en estado constante de hibernación porque se saben cuidadoras en solitario, y esto es lo que te hace diferente en términos del consumo. Son productoras de bienes para los otros, generalmente sin reciprocidad financiera.

Las amigas no hablamos de dinero, de cuánto ganamos, de qué hacemos con él, nos damos consejos a morir sobre las relaciones amorosas, incluso sobre el sexo, de hecho nos damos los mismos consejos siempre porque solemos tener la misma idea del amor y del sexo por muchos años pero sobre el dinero, no… No lo hemos vuelto parte de nuestras conversaciones cuando nos ponemos al día, ¿tendremos miedo?, seguro, ¿de qué?, ¿de adquirir no ya peso específico, sino material? Los cuatro personajes estereotípicos de Sex and the City hablaban de relaciones amorosas hasta la náusea, de la belleza hegemónica también, de buen sexo en demasía, mucho drama innecesario y frívolo. Vi la serie completa más de una vez y el dinero se trata en dos o tres ocasiones de manera central, una de ellas cuando la derrochadora protagonista necesita un préstamo y acude a sus amigas, solo una le dice que el dinero no se mezcla con la amistad. Curiosamente el dinero atraviesa toda la vida de estas mujeres, ¡viven en Manhattan, carajo! Hablar de dinero ahí era de mal gusto, salvo cuando se trataba de los hombres, harto patriarcalosa la serie.

Quizá por eso es que pasados los años (los míos, claro), Two Broke Girls me agrada –llega ahora que rebaso los cuarenta, irónico me parece–, estas dos chicas hablan tanto de dinero como de relaciones amorosas y sexuales: el dinero por escaso se cuenta sobre la cama, el dinero que falta para emprender se atesora, su departamento con todo y ser producido es acorde a esa pobreza. La relación más sana y larga en la serie es la que tiene la niña rica venida a menos con su mascota, un caballo, y con su padre preso por fraude financiero, y por supuesto el vínculo de estas dos amigas por emprender su propio negocio.

El dinero comienza a ser un tema con la edad, con los reveses de salud propia o de los padres, con los gastos de los hijos (quienes somos madres, o tías). Pocas son las mujeres de más de cincuenta años que cubren sus gastos médicos, a pesar de haber producido económicamente, de haber contado con ahorros, de haber sostenido hogares y parejas y parientes, quedan desprotegidas después de los sesenta, esperando la buena voluntad o la reciprocidad de aquellos a quienes mantuvieron. Y es que una anciana que hace dinero para mantenerse se asemeja más a la usurera de Crimen y castigo que al casi octogenario Carlos Slim.

Con todo, la mujer mayor con dinero y que no sufre por poseerlo, es una especie que comienza a multiplicarse.