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EL FEMINICIDA SERIAL COMO ÍCONO POP

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l miércoles 30 de agosto tuvo lugar un evento singular dentro de las “Noches de museos” organizadas por el INBA. El Archivo General de la Nación (AGN) presentó gratuitamente la obra de teatro El criminal de Tacuba, dirigida por Alberto Díaz, escrita originalmente por Víctor Hugo Rascón Banda y montada por primera vez en el teatro Helénico en 1992 bajo la dirección de Alberto Quintanilla. Basada en los crímenes de Gregorio “Goyo” Cárdenas Hernández, el feminicida serial mexicano más famoso de la era moderna, esta nueva puesta en escena es una especie de crónica didáctica con moraleja que apuesta a la culpabilidad del criminal a partir del diagnóstico del célebre criminólogo mexicano Alfonso Quiroz Cuarón, quien además de hacer el estudio más profundo del criminal, se hizo célebre al descubrir la verdadera identidad de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, y de Bruno Traven, el enigmático escritor alemán del que Luis Spota, amigo de Quiróz Cuarón, escribiría un reportaje sobre su paradero en Acapulco gracias a las pesquisas del criminólogo.

Entre el 15 de agosto y el 2 de septiembre de 1942, Cárdenas Hernández asesinó a cuatro mujeres en el domicilio de éste en Mar del norte 20, en Tacuba. Tres de las víctimas fueron estranguladas y una más golpeada en la cabeza con un objeto contundente. Convertido en leyenda negra del crimen de la Ciudad de México, “Goyo” hasta hoy un singular fenómeno de masas al que se le han dedicado numerosas publicaciones especializadas, reportajes, obras de teatro como la ya referida, películas de ficción, documentales, corridos y tandas de burlesque. Cárdenas Hernández fue además un prolífico escritor cuya obra de mediocre aporte literario abordó su experiencia carcelaria en libros testimoniales, una novela y una historieta semanal de impacto masivo. Jamás se declaró culpable. Fue sometido a rigurosos exámenes clínicos que incluyeron inyecciones de penthotal sódico, como desinhibidor del juicio y con ello obtener confesiones, extracción de líquido encefálico-raquídeo y electrochoques con la finalidad de que se declarara culpable y además sostener los dictámenes clínicos que lo declaraban mentalmente apto para cometer los crímenes.

Hace unos meses yo mismo di un paseo literario organizado por la Dirección de Literatura del INBA que tomó como referencia al personaje y su larga estancia en Lecumberri para revisar la historia social de la ciudad de la época a través de la crónica periodística y la literatura.

“El criminal de Tacuba” reunió un numeroso público en un escenario simbólico, el antiguo “Palacio Negro” de Lecumberri, la prisión más siniestra y emblemática del sistema judicial mexicano, inaugurada por Porfirio Díaz en 1900 con la pretensión de instaurar en el país un sistema penal rehabilitatorio y moderno, según los parámetros positivistas europeos. Pura demagogia. Resulta simbólico que la obra haya sido montada en el AGN justo cuando se cumplen 75 años de que los crímenes del multihomicida en la calle de Mar del Norte 20, en Tacuba, salieran a la luz pública. ¿Coincidencia? No lo creo. El 13 de septiembre de 1942 Cárdenas Hernández ingresó para purgar una condena de 35 años que incluyó un traslado de cuatro años en el hospital psiquiátrico de La Castañeda, ya derruido, en Mixcoac. De ahí se fugó y al ser reaprendido en Oaxaca argumentó que “había tomado unas vacaciones”. Reingresó al penal luego del dictamen psiquiátrico de Quiróz Cuarón, quien determinó que el homicida tendría que ser recluido en la celda 2 de la crujía “H” del penal pues era consciente de sus crímenes. Desde ahí, Goyo reconstruyó su personalidad. El aprendizaje psiquiátrico y de procedimientos judiciales a través de su propia experiencia lo convirtieron en asesor de los reos del penal, en escritor y blanco de envidias de otros criminales célebres, celosos de la fama de “Goyo”.

La obra de teatro en la “Noche de museos” en el AGN fue una especie de onomástico de la fugaz carrera delictiva de Cárdenas Hernández y su espectacular y longeva presencia en la necrófila cultura popular de la Ciudad de México.

Durante las casi dos horas de la puesta en escena, los asistentes permanecimos atentos, bajo un diluvio y truenos que parecían la ambientación que rodeó los crímenes de l942 en Mar del Norte 20, en el barrio de Tacuba, resonando con ecos en la cúpula donde antes hubo una torre de vigilancia panóptica de los pabellones para los presos comunes, adaptada como auditorio y escenario con pantallas panorámicas que reproducían fotografías de archivo del penal y sus “huéspedes de la gayola”, además de videos en close up del “Goyo” actoral reflexionando sobre sus crímenes.

La experiencia escénica fue una puesta al día de la historia de la ciudad moderna a través de sus leyendas negras, su arquitectura punitiva y la ancestral lucha a muerte contra las inundaciones. Fue, además, un homenaje involuntario a David García Salinas, “cronista de las prisiones de México”, Eduardo el “Güero” Téllez, José Ramón Garmabella y el fotoreportero Enrique Metinides entre otros destacados cronistas que registraron con el pulso de la mejor literatura popular en deuda con la novela de folletín, la historia negra de la ciudad de México.

PASIÓN Y COMPASIÓN

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Fotografías: Sofía A. Villanueva

arece que está arriba del podium, como si dirigiera una orquesta: Xavier Güell (Barcelona, 1956) no deja de mover las manos al hablar de su nuevo libro, Los prisiones del paraíso; lo hace con la misma pasión que Leonard Bernstein, uno de sus maestros de dirección de orquesta, a la hora de dirigir la Novena de Beethoven. Los prisioneros del paraíso es una novela que retrata un aspecto que si bien es conocido, no ha sido mostrado en toda su intensidad: los trabajos y las obras de cientos de artistas encarcelados en campos de concentración. Arte creado en condiciones extremas, como dice Xavier Güell, como ocurrió en Terezín, República Checa, filmado en Hitler regala un pueblo a los judíos. 

El título de tu más reciente novela, Los prisioneros del paraíso, da mucho en qué pensar, es sugerente e irónico al mismo tiempo…

Al leerla te das cuenta de por qué se llama Los prisioneros del paraíso; si no conoces la historia de lo que pasó en Terezín, te puede sorprender en un primer momento. Es una terrible farsa que por un lado necesitaban los nazis para presentarse al mundo de una manera menos cruel de lo que realmente eran y, por otra parte, convirtió al campo de concentración de Terezín en el centro cultural y artístico más importante de Europa. Tenemos que pensar que los grandes centros artísticos prácticamente habían dejado de tener actividad, y en Terezín estuvieron concentrados la mayor parte de artistas y creadores judíos de la época. Eso significaba una oportunidad para los criminales nazis de presentar ese campo como si fuera una cosa excepcional y como si se tratase de algo mejor. Por eso el título parece, si no conoces la historia, contradictorio. El título está cogido del director de cine Curt Gerron, uno de los grandes directores de la época de Weimar, compañero de reparto de Marlene Dietrich en El ángel azul, y que pasó sus últimos años en Terezin. A él le encargaron dirigir la película que aún se puede ver, en internet, los ocho minutos que se conservan: Hitler regala una ciudad a los judíos.

Eres director de orquesta y desde hace pocos años también novelista. ¿Por eso elegiste contar esta historia particular sobre el holocausto?  
Creo que se ha escrito o se han hecho películas desde todo tipo de prismas alrededor del holocausto, y para abordar un tema como este tienes que saber muy bien cómo hacerlo. Yo quería explicar esa historia porque dentro de holocausto no se conoce y es muy poco el conocimiento que hay de ella. No se conoce el valor, el coraje y la dignidad con que vivieron todos estos artistas encerrados en Terezín, de muchos autores tampoco se conoce sus obras, por lo que yo tenía necesidad de explicar cómo se vive una situación límite. Porque antes de encerrarlos eran gente privilegiada, con un reconocimiento internacional enorme, gente mimada por la vida, que habían triunfado en sus profesiones y de la noche a la mañana se encuentran absolutamente sin nada. ¿Cómo sobrevivir a eso?, ¿cómo empezar desde cero, cuando sabes que al día siguiente, a lo mejor, no vas a vivir?, ¿cómo respondes a eso? Esa situación límite a mí me interesa mucho, me interesa ver como al ser humano cuando se le coloca en circunstancias muy difíciles. Puede reaccionar muy bien o muy mal, y ese es el tema sustancial de la novela. La novela enfrenta la pasión con la compasión. La pasión es el instrumento para vivir con intensidad el mundo que te rodea, pero la pasión por sí sola no te garantiza convertirte en un mejor ser humano. Pasión es lo que tenían también los nazis, pasión es lo que tienen hoy los yahadistas, que son capaces de jugarse la vida para exterminar hasta el último infiel de la faz de la tierra, como los nazis querían exterminar hasta el último judío de la faz de la tierra. Es interesante esa confrontación entre pasión y compasión; vuelvo a insistir: los nazis vivían con pasión. Los yihadistas hacen atentados terribles, mi ciudad ha sufrido recientemente el último, pero en todo caso, lo que no tienen es compasión. Lo que tenían los prisioneros, todos estos grandes artistas, y aprendieron a tener dentro del campo de concentración de Terezín, fue a vivir la pasión con compasión, a entender que lo otro es fundamental, entregarte al otro, salir de ti, para entender el mundo que te rodea. Para entender de todas maneras que al final lo único que importa, el único secreto de la vida es entender lo que es el amor, todo lo demás es accesorio, todo lo demás es secundario. Y para entender lo que es el amor te tienes que colocar en una situación extrema, ese es el secreto para vivir: entender las sustancias últimas de lo que significa el amor, como se explica en el capítulo central del libro, donde Hanz Krasa explica Elizabeth von Leuenberg cual es el secreto para vivir.

Aunque Los prisioneros del paraíso no es una novela, nos cuenta sobre a vida de personajes que sí existieron, los músicos o compositores Hans Krasa, Gideon Klein, Pavel Haas y Viktor Ullman…
En el caso de Los prisioneros del paraíso hay una historia real de lo que paso en Terezín, hay personajes reales que vivieron ahí y está complementado por una ficción, por unos personajes y por situaciones ficticias que interactúan con lo primero para conformar una historia rotunda, que a mí me servía para hablar en distintas partes de lo que pasó, sin juzgar. Para decir que el bien y el mal absoluto se pueden presentar en determinados momentos pero que en general no hay personas solo buenas o solo malas, que es una opción que se tiene y que la libertad de escoger te lleva a una de las dos opciones. El bien o el mal está en cada uno de nosotros y es decisión nuestra si optamos por un camino o por otro, aquí no hay buenos o malos, hay personas que eligen la maldad o la bondad en determinado momento de sus vidas y en circunstancias particulares.

¿Cómo lograste darle voz a estos personajes?
Por supuesto que fui con mi editora a fin de investigar todos los archivos en Terezín, hablamos y vimos documentos de supervivientes en los que decían que la música les había salvado, que la necesitaban más que el aire que respiraban, eso era una constante en sus declaraciones, pero había poca documentación de lo que paso ahí. No se podía describir, no se podía saber lo que verdaderamente pasó. Por lo cual había que meterse en los personajes, sufrir con ellos hasta las lágrimas, gozar con ellos los momentos intensos e interpretar, porque incluso los personajes reales responden a algo que no está basado en documentos históricos sino en la interpretación que yo hago de ellos, con unos hechos históricos muy precisos.

Existe un número considerable de obras compestas en campos de concentración y que no se conocen mucho…
Son muy conocidas pero a nivel melómano. Me interesa que se conozcan las obras de arte extremas, escritas y compuestas en situaciones inhabituales. Me interesan que se conozcan estas obras porque hablan del dolor pero también hablan de la esperanza, porque no es todo oscuro, pues hay luz en el mensaje que dan, y se deben conocer. Es importante que se conozcan porque son manifestaciones sustanciales de gente en el límite, de artistas en el límite, cuyo conocimiento nos hace sentir mejores con nosotros mismos.

La música tiene la capacidad de impactar a una multitud de diez o cien mil personas, a diferencia de otras que son un poco más individuales, por así decirlo…
La música es el único arte abstracto en sustancia, eso la diferencia de lo demás; la música no te dice, te hace incluirte, te lleva a preguntar por cosas sustanciales. Nada más lejos de que la música sea un placer estético o absolutamente en el sentido de las sensaciones, donde los sentidos se incrementan; no sólo es eso ni mucho menos, la música es la filosofía más pura, que te lleva a estadios del alma a los que sólo la música te puede llevar, te lleva a intuir. No te dice nada preciso, pero te lleva a intuir cosas, cosas sustanciales como de dónde vienes, a dónde vas, qué es el bien, qué es el mal, qué es lo propio, qué es lo ajeno, el tú, el yo, cómo vivir con esa irrefrenable sensación de entregarte a los demás, como salida para el conocimiento personal; conocer el mundo y conocerte a ti a través de los otros. La música es algo muy especial, que te lleva a estadios a donde nadie te puede llevar.

Cuando en Terezín se interpreta la ópera Brundibár, obra de Hans Krasa, recordé la escena de la película Sueños de fuga (The Shawshank Redemption), cuando Tim Robbins pone un disco de Mozart…
Sí, pone un disco de Mozart, un aria, creo de Cossi Fan Tutte o más bien el aria de la Condesa, de Las bodas de Fígaro, no me acuerdo cuál pero es un aria que conmueve absolutamente tanto a prisioneros como a carceleros y se crea una situación especialísima, como si el tiempo se parase, como si el tiempo se suspendiese por unos instantes… https://www.youtube.com/watch?v=Bjqmg_7J53s

Lo comento porque, toda proporción guardada, supongo que escuchar un cuarteto de violines o una pequeña orquesta en una campo de concentración debió de ser una experiencia parecida a lo que transmite la película…
Yo lo traslado al último capítulo, cuando todos los prisioneros llegan a Auschwitz desde Terezin, y son obligados a formar grandes filas. En determinado momento hay unos músicos que tocan en el aria de la suite de Bach y el tiempo también se detiene. Lo que me inquieta más es lo buenos músicos que eran muchos de los miembros del partido nazi. Yo pienso en Reinhard Heydrich, jefe de toda la región de Moravia y de Bohemia, y quien es el diseñador de todo lo que se firma en Wannsee, la solución final, la solución fría, neutra, para eliminar de golpe a los nueve millones de judíos que vivían entonces en Europa. Eso fue diseñado con una frialdad brutal por Heydrich instigado por Hitler, por supuesto. Pero este Heydrich, capaz de llevar acabo el diseño del Holocausto en su más mínimo detalle, era un músico excepcional, un violinista excepcional, capaz de tocar una sonata de Brahms o de Mozart o de Beethoven y después que no le temblaba la mano para firmar la solución final. ¿Cómo es posible? La música servía también para llenar de coraje y de ánimo a los solados nazis para cometer los mayores barbaridades y monstruosidades, les ponían música como estímulo; ahora se sabe que también estaban drogados, pero la música servía también para llenarlos de energía y cometer cosas brutales. Quiere decir que hay una música del mal y una música del bien. Esto también trato de explicarlo el libro, trato de encontrar una respuesta a eso. Todo testimonio de superviviente decía que había sido sustancial, que habían sobrevivido gracias a la música, que hubieran resistido muchísimo peor sin la música y sin el arte en general. La pregunta es: ¿hay música del bien o música que te lleve al bien y otra que te lleve al mal?

¿Cómo es que la música te llevó a la literatura?
Fue completamente natural, yo las cosas las hago no solo con pasión sino por necesidad. No era algo previsto, pero en determinado momento a la edad de 56, 57 años, necesitaba escribir y necesito seguir siendo músico y escribir como músico. Esto no quiere decir que trate de escribir temas musicales sino escribir con las pautas que un músico tiene, con la naturaleza de un músico que escribe de manera distinta, porque tiene un ritmo distinto a los demás, tiene un sentido de las pausas, tiene un sentido dramático y de pulso dramático distinto. Aplicar de alguna forma todo lo que he aprendido en música a la literatura, hacerla desbordar de pasión sonora, de una poética. Eso es lo que verdaderamente me motiva y por eso estoy completamente vinculado a escribir en ese momento. Primero me dediqué a dirigir orquestas, después producir y ahora quiero escribir no solo de temas musicales.

Xavier Güell, Los prisioneros del paraíso. Galaxia Gutenberg. 2017.

 

EL NARCOTRÁFICO ES UNA REVOLUCIÓN DE DERECHA

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l huracán Alex golpeó la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el 30 de junio de 2010. Según los datos disponibles, el fenómeno duró treinta y ocho horas. Pocos días después, Alejandro Vázquez Ortiz (Monterrey, 1984) volvió de España para descubrir que su ciudad había sido devastada. Como el escritor atesora sus recuerdos para después darles forma o encontrarles sentido, la llegada del huracán le serviría como futuro escenario de El emisario o la lección de los animales que, además, marca el inicio de una ola de violencia sin precedentes en la historia de Nuevo Léon. Álex, el protagonista, es un joven que decide hacerse pasar por su hermano, un emisario, y entra al mundo del narcotráfico, enfrentando su furia imparable cuando algo sale mal. Mientras tanto, la ciudad queda a merced del otro Alex.

Quiero preguntarte acerca de la manera como está contada la novela, con un lenguaje muy particular de un narrador que comparte una serie de reflexiones, incluso, filosóficas. ¿Cómo encontraste el tono adecuado para Álex?
Fue una apuesta porque creo que es necesario reflexionar alrededor de la violencia. Necesitaba un personaje así para no limitarme dentro del tipo de lecturas a las que se ha llamado género del narco y que se basa, sobre todo, en la fascinación por la violencia. Sea o no apologética, creo que sí hay fascinación, y en este caso mi interés era huir de todos esos lugares comunes, huir de la demarcación del género e intentar darle una vuelta de tuerca. Para eso configure a este personaje que no es un narcotraficante, es alguien que se mete y se topa con el mundo de la violencia. Una de mis preocupaciones era que el personaje fuera verosímil y que el lector aceptara esa premisa: escuchar reflexiones filosófica de parte de un narcotraficante.

Independientemente de la violencia de los carteles del narcotráfico, creo que El emisario… una novela acerca de la familia…
Sí, mi interés está en observar las micro violencias dentro de la vida diaria de todas las personas, en este caso, del padre, una persona muy hostigadora y cuadrada, y la madre con su locura. Fue un proceso muy personal, un poco catártico, porque cuando estaba escribiendo la novela perdí a mi madre, y creo que venía a cuento para explicar esta violencia y esta separación por medio de los personajes secundarios: el primero es el padre, el segundo es la madre, el tercero es el hermano y el cuarto es la historia del propio narrador. Me interesaba ver que fuera esta relación turbulenta con la familia y con todo lo demás para que se viera de donde salía este personaje, qué particularidades tendría.

La urgencia de Álex por encontrar su lugar en el mundo es una metáfora del narcotráfico: mucha gente toma ese camino para ser alguien, obtener una identidad que el mundo, la sociedad, su medio, no le ha dado…
Estoy completamente de acuerdo. De hecho tengo una teoría, quizás es muy violento decirlo, pero para mí el narcotráfico es una revolución de derecha. A que me refiero con esto: a que es como la gente que toma las armas para imitar los moldes de una sociedad capitalista, tener dinero, poder y utilizarlo. Esa es la metáfora: el que no es nadie, el que carece de nombre, se apropia de una identidad.

Conforme avanza la historia, a Alex se le aparecen algunos animales, lo que posibilita varias interpretaciones. ¿Por qué decides usarlos para dar una lección?
Desde el principio yo concebía la novela como una reflexión acerca del narco y la idea fundamental era la del chivo. Culminar con una escena donde un chivo estuviera presente es una metáfora del narco porque éste se convierte en el chivo expiatorio de una sociedad ya de por sí violenta. Luego me centré en identificar a cada personaje con un animal. La madre como un ave, lo aéreo, lo que no está en el suelo, que va volando. El hermano es la serpiente: el traidor, el rastrero, a la vez peligroso, venenoso. El padre, el perro, fiero y recio, instalado en la tierra; y el emisario, el chivo, el sacrificado. En cada parte de la novela quería mostrar a los animales en esa relación con el hombre y problematizar la civilización frente a lo animal, a lo salvaje, y poner en relación cuál es más violenta, cuál es más ruin. De hecho hay otras notas que llegan un poco más al subconsciente. Cada una de las cuatro partes tiene un tono especial: la primera es muy oscura y te ofrece colores de marrones y negros, y la expresión de la ciudad en la noche. La segunda parte, de la madre, es muy blanca, clara y transparente. La tercera es la lluvia, es morada y de tonos azules, justo cuando llega el huracán con toda su fuerza; y al final, el fuego, todo rojo, todo naranja, todo arde. Fue mi intención que cada animal, cada parte, terminara con una última palabra que corresponde a los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego.

Durante los últimos años se desata la polémica cada vez que se habla del género del narco: hay quienes dicen que no es un género, que es una etiqueta comercial que se supone que vende mucho. ¿Cuál es tu opinión? ¿Lo ves como un género, un subgénero, tiene elementos que sean capaces de hacerla distinta de la novela policiaca, costumbrista, psicológica, etc.?
Habría que ver cada situación particular. Creo que no es propiamente un género porque para serlo necesita tener unas características claras, más bien pienso que es un subgénero de lo policiaco. Sin embargo, si quiero aclararlo, creo que es una necesidad, que no se trata únicamente de una etiqueta comercial. Creo que es una forma de catarsis de los narradores a quienes nos ha tocado vivir un momento muy caótico. Mis anteriores libros no tienen nada que ver con la violencia del narco. Si me lo preguntas, si cambié para ir con la veleta del narco te digo no. Estos dos libros los escribí cuando estaba en España y al volver, unos cuatro días después del huracán Alex, toda la ciudad de Monterrey estaba destruida y luego se generó esta ola de violencia, aparecían personas colgadas de los puentes y les prendían fuego, era algo inédito, y darle la espalda a esto no es honesto. A partir de donde estamos parados hay que intentar reflexionar sobre nuestra realidad. Creo que la literatura del narco es un subgénero, pero no creo que responda a cuestiones comerciales, o al menos no en todos los casos.

¿Qué hace distinta a tu novela de otras que, seguramente, responden a una moda?
No sé si sea moda pero lo que siento en general y en muchos casos, como sucede en la televisión donde todo el tiempo se habla de narcos, es que hay una fascinación por la violencia. Sin embargo, la violencia es tramposa porque es una especie de agujero negro que chupa todo y no ofrece nada, no ofrece una respuesta más o menos con sentido. En un panorama posmoderno todo se interpreta y al final se puede llegar a admirar a los narcotraficantes, admirar su poder, como decía antes, esa caricatura monstruosa y horrenda del ejercicio del poder, el ejercicio del poder normalizado de las grandes empresas o de los estados. Entonces la diferencia es mi intencionalidad de reflexión, que desde el principio hasta el final la violencia fuera sometida al pensamiento y reflexionar de dónde viene, por eso el leitmotiv de Edipo rey, la tragedia por excelencia, y la pregunta de Edipo rey, que de cierta forma también es la del emisario: ¿quién trajo la peste a Tebas?, ¿quién trajo este crimen, esta violencia? La respuesta es la misma que la de Edipo, al final.

Alejandro Vázquez Ortiz, El emisario o la lección de los animales. Caballo de Troya, 2017.

ESTE PAPEL AÚN ESCURRE SANGRE

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Crónica cortesía de Producciones El salario del miedo. 

 

 

 

odas las tardes al pardear el sol, a la salida del trabajo, en el responso de esos juguetes monumentales y exóticos que tiene Monterrey, comienza a correr la brisa fresca entre los huizaches, el asfalto y el concreto. Han fecundado al día. Se revierte el carácter indómito de la naturaleza. Descorrida la aldaba y los cerrojos en las construcciones de sillar, emerge la vida oculta. Las voces y los pasos. Los mayores beben helada Carta Blanca. Los huercos juegan impacientes por montones, como moscas sobre la fruta recién partida. Relucen la forja de las mecedoras en los porches y zaguanes. Conversan animados los vecinos y los marchantes. En Monterrey, hasta ahora, antes del crimen de la calle Aramberri, en el año de 1933, solo existen dos estaciones, el verano que dura seis meses y la burguesía, que dura todo el año.

Los ojos del mundo

Perverso y desalmado resulta para el alma persignada y provinciana de Monterrey, de los años treinta, el cruento suceso descrito. “No me mates Gabriel, no me mates”, es la frase central del drama histórico policiaco regiomontano. Las características repetidas innumerables, en el crimen de la calle Aramberri.

Los gritos de las violentadas damas permitieron a los vecinos ofrecer el nombre del perpetrador a los investigadores. Hasta un perico chivato, los delata. Pero eso es ficción. Los hechos dictan otros asuntos; nos enseñan la actitud siempre al límite. La técnica primitiva, con tinte de leyenda urbana, para mantener la atención.

Alrededor de las seis de la mañana del miércoles cinco de abril, Antonia Lozano de Montemayor y su hija Florinda abren la puerta a un sobrino y un invitado. Instalados en la sala, ellos someten a las mujeres. Les roban una importante cantidad de oro. Después las ultrajan y degüellan. Tras sus pasos: el charco de sangre en la recámara y en la cocina. La cabeza de Florinda aparece, sobre el lecho de la recámara, separada del tronco. Doce horas después, el esposo trabajador en la pujante y moderna Fundidora de fierro y acero de Monterrey encuentra a las mujeres muertas.

La noticia estremece los cimientos de la sociedad, quienes incrédulos manifiestan su temor. Las investigaciones llevan a los agentes a dar con Gabriel, el enemigo interior, sobrino de la familia, quien confiesa el crimen. Los asesinos, antes de ser legalmente juzgados, se les condena socialmente. Recibieron, como en el viejo oeste, la ley fuga. Murieron al tratar de escapar justo en la calle Zuazua, en el centro de Monterrey.

Después de muertos, a manera de escarmiento, se les exhibe en el Honorable Hospital Universitario, donde desfilan los mirones. Los ejecutados muestran aún las ropas ensangrentadas del ajusticiamiento. Sobre sendas barras de hielo, los cuerpos se conservan  de la descomposición ocasionada por el siempre intenso y extremista calor regiomontano. Las multitudes aglutinadas, conocen a los fríos asesinos.

¿Quieres que te la cuente otra vez?

La vieja y abandonada construcción, ubicada en el predio número 1026 oriente de la calle Silvestre Aramberri, en el centro de Monterrey, es motivo de estudio. Los años han pasado. La casa protegida con enérgicas rejas, paredes de ladrillos cubren las ventanas. Multitud de curiosos se ha acostumbrado introducirse. A invocar los espíritus de las  mujeres mancilladas.

Algunos testigos aseguran que por las noches se ven sombras. Se escuchan lamentos: “No me mates Gabriel. No me mates”. Los interesados en el tema incursionan en el predio. Atraídos por la vileza y crueldad, la saña y el morbo. Investigadores de fenómenos paranormales aparecen frecuentemente con equipos de medición de ectoplasmas. Incluso, los pocos vecinos del barrio aseguran: las almas de las dos mujeres, brutalmente asesinadas, no han podido descansar en paz. Cuando el viento sopla se escuchan los lamentos. Buscan justicia por la infame manera de haber sido privadas de la vida. De sillar en sillar. Moviéndose por todas las habitaciones. Da paso al advenimiento de la especulación: la leyenda urbana. El elemento sobrenatural o inverosímil, presentado como hecho real, sucedido en la actualidad: atemporal.

La ciudad como parque temático

El término, acuñado en 1968 por Richard Dorson, define la leyenda urbana como historia moderna sin acontecer, contada como si fuera cierta. Algunas leyendas urbanas parten de hechos reales, pero estos son exagerados, distorsionados o mezclados con datos ficticios. Circulan de boca a boca, por correo electrónico o medios de comunicación -prensa, radio, televisión o internet. Suelen tener como finalidad la moraleja.

La leyenda urbana cuenta con infinidad de versiones, situadas generalmente en el entorno de aquellos quienes las narran. Por su adecuación a la sociedad industrial y al mundo moderno reciben el calificativo de urbanas, las opone a aquellas, habiendo sido objeto de creencia en el pasado, han perdido su vigencia. A menudo, el narrador afirma que los protagonistas de la leyenda urbana fueron conocidos o parientes de alguna persona cercana.

Nada más estimulante: el hoy oscuro

Monterrey es ahora una ciudad adolescente. Ha dejado, por ventura, de ser aquella niña, un poco asustada, engreída con sus juguetes desproporcionados: una fundición prodigiosa, una cervecería, una fábrica de vidrio… Ahora, como adolescente, sueña: tiene poetas, conferencistas, bandoleros y señoritas que anhelan ser secuestradas por piratas auténticos y no por banqueros o rentistas con alma barnizada de aceite color corsario. Un grupo de muchachos puros, rebeldes y desesperados, con el difícil pecado de la inteligencia a cuestas, combaten la fealdad, el provincialismo y la torpeza, y pelean también contra el enemigo de Monterrey que la ciudad alberga en su seno y hace crecer como árbol simultáneamente mediocre, maldito, poderoso y soporífero. Y todo un racimo de muchachas florece cada noche, cada tarde, en todos los jardines de Monterrey. Por su respetable parte, un grupo de señores se ha enamorado del teatro y de doña María Teresa Montoya, al grado de edificar para ella, a un costo de varios millones de regiomontanos pesos, una sala de comedia superior a todas las que en el país hayan sido. Item más: un caballero de estos ha ido a dar con su valiosa anatomía en un hospital, paciente de emociones desusadamente teatrales en Monterrey. Tal es, al menos, la versión propalada por alegres hijos de banqueros en el suntuoso, venerable, bar del Hotel Ancira, hoy en pleno proceso de rejuvenecimiento. Adolescente ciudad a quien brillan las pupilas, resplandece un busto fragante y ondula al viento su cabellera de acero, vidrio y crítica; despierta a todos los temblores del mundo y con un alma mexicanísima frente al viejo Cerro de la Silla, que sigue dando su imponderable lección de sobriedad. Por qué algunos regiomontanos de la época niña de la ciudad no habrán aprendido esa lección del Cerro, severo, grande, bello y sobrio, y han construido algunas de esas casas que, con enorme y pretencioso costo, cuentan entre las más horribles del mundo. Mas Monterrey, a pesar de todo, se salva de esos lunares de fealdad. Bella y amada ciudad adolescente cuya imagen futura, elegante y quizá hermosa, está en las mejores mentes regiomontanas y hasta en algunas de las peores.

José Alvarado (Siempre!, núm. 140, 29 de febrero de 1956).

Reintegro a lo moderno
La primera revolución en la ciudad, la industrial, fue a partir de finales del siglo XIX, en la gubernatura encabezada por el general jalisciense Bernardo Reyes, padre del multicitado y poco leído Alfonso Reyes.

El general añadió exenciones a nuevas empresas y a quienes indujesen servicios públicos. Otorgó concesiones a inversionistas extranjeros que acudieron en tropel. A partir de 1890 se observó el avance de la gran industria: fundiciones, vidrio, cemento y cerveza. Un impasse lo provoca la lucha armada: la Revolución mexicana de 1910.

A partir de la década de los años treinta, la ciudad de Monterrey crece en forma desmedida. La aparición de fábricas atrae a familias trabajadoras, primero del campo de Nuevo León y después de estados vecinos. En 1930, Monterrey contaba con ciento treinta y siete mil trescientos treinta y ocho habitantes. Precisamente en ese año se terminó el gaseoducto Reynosa-Monterrey que proveyó de gas, no sólo a las fábricas, sino también a las viviendas.

Se desarrolló también la enseñanza con el apoyo del secretario de educación Moisés Sáenz Garza. Construyendo la escuela Industrial Álvaro Obregón. Edificando escuelas monumentales como la Fernández de Lizardi. En su tiempo se hicieron muchas mejoras en la ciudad: se ampliaron calles, carreteras y presas.

La egoteca del morbo

La versión original de El crimen de la calle de Aramberri es de mayo de 1933, apenas un mes después de sucedido el asunto. Su autor, el periodista Eusebio de la Cueva publicó la crónica correspondiente. En su andar de recopilador testimonial, pasa de largo de muchos detalles. El objetivo del primer novelista es, más bien, satisfacer la curiosidad y el morbo: el doble asesinato provocó ira e indignación, en la creciente y sacralizada población regiomontana.

Su texto, de ochenta páginas, de fortuna efímera. El asunto del libro remite al crimen brutal de la primera semana del mes anterior, cometido en las personas de dos mujeres. Como es concebido al vapor de los acontecimientos, el breve trabajo de Eusebio de la Cueva deja vago testimonio de esa época. Punto final.

Sesenta años más tarde, Hugo Valdés Manríquez, quien abreva en la novela de No Ficción, al estilo de Capote o Mailer, se acerca con precisión de cirujano, en su versión de El crimen de la calle Aramberri, al Monterrey de los años treinta.

Aquella ciudad del 5 de abril de 1933, adolescente y delicada. Hugo Valdéz contabiliza intencionalmente las calles e iglesias, costumbres y comercios. Del Monterrey ineludible, al encuentro con su destino de horrores.

 

Foto tomada de: http://4.bp.blogspot.com/-HFLwv8Dxw_4/VSF77GobRQI/AAAAAAAADJ4/JZwdk_BxJaY/s1600/casaramberri.jpg

NO PODEMOS ABDICAR DE LA POESÍA

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Entrevista con Nuno Júdice

Fotografía de Ollin Buendía

sta mañana soleada y ventosa en las afueras de Pachuca, los estudiantes se aglomeran en la entrada del Poliforum Carlos Martínez Balmori por la orden de los profesores, pero también por la sorpresa ante el dispositivo de seguridad que acompaña a la diplomacia israelí que participa como país invitado en la inauguración del evento. Adentro, el poeta portugués Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, 1949) recibirá el Premio Juan Crisóstomo Doria a las Humanidades en la inauguración de la Feria Universitaria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Júdice, un polígrafo reconocido por una manufactura poética que suma novelas, ensayos y textos académicos a su bibliografía, es consejero cultural de la Embajada de Portugal y director del Instituto Camões en París. Con un doctorado en Literatura Medieval, la vida de Júdice ha desbordado la academia con una poesía que narra la belleza de lo cotidiano y la musicalidad de las palabras comunes en contacto con la tradición de la lírica europea, y así obtener reconocimientos como Oficial de las Artes y las Letras en Francia, la Condecoración de Gran Oficial de la Orden de Santiago y Espada en Portugal, junto a numerosos premios relevantes en las letras, entre ellos el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2013. Pese a tantos galardones, Júdice es un hombre sencillo, de una voz grave y baja, que elabora con tranquilidad sus respuestas y se muestra hasta desconcertado por el aluvión de gente entrando y saliendo de la sala en que me recibe justo después de desayunar. En un español cantarín y reposado, Júdice habla de su noción de poema, de los aprendizajes que nos brinda el medievo para la actualidad radicalizada por los extremismos, y de los recursos humanistas para enfrentar un periodo crítico de sentimientos apocalípticos impulsados por el terrorismo, el narcotráfico y el racismo.

Su primer libro de poesía podría traducirse en español con el título La noción de poema. ¿Cuál es su noción de poema en 2017? ¿Cómo ha cambiado 45 años después de ese primer volumen?
Tengo la idea que hay una continuidad durante todo este tiempo, pero La noción de poema era importante en esa época porque para mí escribir poesía parte del principio de que es necesario reflexionar sobre lo que eso representa. También porque en ese tiempo leía mucho a Fernando Pessoa y su pregunta es la del “yo” del poeta cuando él inventa sus heterónimos. Cuando él se desdobla, está diciendo que “uno” es “muchos”. Y yo planteo en ese libro esa relación del poeta cuando está en el papel frente a la [figura] del autor. También era una época en que había muchas preocupaciones de una poesía comprometida, política, y yo creía que había que escribir una poesía que no dependiera de las circunstancias, así que ese libro fue un tipo de manifiesto que salía de ese campo para llegar a una poesía más universal que recibiera la influencia de otras poéticas del momento en Francia, Inglaterra, Estados Unidos o España.

¿Qué ocurre con sus libros siguientes?
Esas preocupaciones teóricas se resuelven un poco, y creo que esa identificación del “ser real” con el “ser poético” ya no está diluida. Ya no me preocupa saber si lo que escribo puede ser leído de un modo biográfico o no. Eso es superficial, porque de todos modos la poesía va por sí sola, no depende de otras cosas.

La crítica ha hablado de su poesía como una “búsqueda de la belleza de lo cotidiano”. ¿El tránsito de la “idea” a la “materia” del poema sintetiza su recorrido poético?
Esa idea del poema nace siempre de las palabras. El poema es una forma verbal, y no creo que dependa de algo ideológico o de pensamientos que introduzcan una separación sobre el trabajo de la palabra. Para mí hay algo muy importante: la poesía debe decir algo, debe contar algo. Y esa relación con la realidad estuvo siempre muy presente. El poema nace de cosas sencillas. Tengo un libro que se llama así [As coisas mais simples, 2006]. Son las cosas de lo cotidiano: memorias, imágenes. Lo que ocurre es que no se debe agotar en eso. Hay un momento en que esos elementos diarios, sin atención especial, se vuelven un punto de partida para una reflexión de lo que hacemos y lo que somos.

¿Se considera un poeta de la imaginación, un poeta de la sensación, o una mezcla feliz de ambos tipos?
Creo que son las dos cosas. No puedo negar que las imágenes provenientes del simbolismo o del surrealismo fueron también muy importantes en mi formación y mi poesía es muy visual. Lo que ocurre es que al mismo tiempo hay una búsqueda de sí mismo y de la sensación, de la forma de sentir esas cosas, esas imágenes que envuelven al poeta y a la vez envuelven al lector, quien en los poemas podrá sentir lo que el poeta sintió para recrear y revivirlo. Es muy importante que el poema tenga esa vivencia detrás.

Nuestro mundo ha vuelto a radicalizarse entre posiciones extremas en lo religioso, lo cultural, lo racial, lo político. ¿Aún es posible que la literatura nos acerque como humanos?
Sí, creo que hay algo que ese tipo de ideologías extremistas, fanáticas, está poniendo en cuestión: la universalidad. Para mí es muy importante que la literatura sea un modo de transmitir que todos somos iguales y no se debe obligar a sentir o a pensar de la misma manera a todos, ni a traicionar sus ideas o concepciones. Pero “respeto por la diferencia” no debe ser una fórmula eufemística de decir que debemos renunciar a nuestros valores para aceptar cosas impensables en un mundo creado por la democracia, por la Revolución Francesa, por esos ideales magníficos que están siendo traicionados cada día.

Hablando de diferencias, el portugués se habla en Europa, en África, en América con sus respectivas variantes. ¿Cómo transforma este fenómeno la idea de una poesía o una literatura nacionales?
Sí. Cada literatura dentro del mundo lusófono tiene su identidad y su tradición, y tampoco dejaremos de lado la importancia de quienes vivieron y escribieron antes de nosotros. La tradición que viene de la Edad Media en la poesía portuguesa es fundamental para mi trabajo y tengo que leer mis bases o a los románticos para reencontrarme con esa fuente. Y eso no significa que la forma como en Brasil o en África los escritores encontraron sus identidades diferentes no sean importantes, porque escribimos la misma lengua, y la poesía brasileña del siglo XX fue también muy importante para mi formación.

El mundo globalizado conectado por internet y las redes sociales parece haberse hecho más pequeño, pero también más intolerante, más individualizado, más divergente. Usted es especialista en literatura medieval. ¿Qué nos enseña el mundo del medievo en este momento?
Era un mundo en que los pueblos convivían por motivos diferentes, por casamientos reales. Los novios que partían para otros sitios llevaban sus culturas con ellos. Para nosotros los portugueses fue muy importante el casamiento de un rey del siglo XIII-XIV con una duquesa de Borgoña porque toda la literatura caballeresca, las ideas del Grial y la poesía trovadoresca llegaron así. También el mundo de las peregrinaciones religiosas ponía en contacto gente de muchos lugares. Por eso, cuando pensamos en la Edad Media como el mundo de las tinieblas, es una idea completamente errada. Hubo una tolerancia: en Portugal había comunidades judías y moros. Mucho de nuestro imaginario viene de esas tradiciones que, aunque reprimidas en la Inquisición, dejaron sus marcas en nosotros. Por eso Portugal fue un país más “tolerante” en su colonización y en su imperio, que se mezclaron más fácilmente que en el caso de otras colonizaciones.

Aunque usted ha dicho que el texto poético es “inútil” frente a un mundo de cosas “útiles e inmediatas”, también ha descrito la poesía como un “milagro profano” y un “lugar de paso” que nos guía a otro mundo. ¿Adónde nos lleva la palabra poética?
Esa expresión “inútil” fue usada muy irónicamente (risas), porque la poesía no es algo inmediatamente necesario, pero cuando vemos su importancia a través de los siglos, como la afirmación de una identidad nacional en el caso de Portugal, eso es mucho más importante. Los dos grandes símbolos de nuestra cultura son los poetas Luis de Camões y Fernando Pessoa. Ahí vemos que no podemos abdicar de la poesía.

Europa y América viven un momento crítico, un sentido apocalíptico de inseguridad y ansiedad debido al terrorismo, el narcotráfico, el racismo. Usando dos títulos de sus libros, ¿cuáles son las cosas más simples y los conceptos básicos que el mundo debería conservar para hacerle frente a este periodo?
No abdicar de los principios fundamentales de nuestra civilización, que vienen del siglo XVIII con la Revolución Francesa y lo que cambió en Europa y en el mundo, aceptando las diferencias pero no renunciando a nuestros valores. Sobre todo, no hay que confundir lo que debe ser diálogo con los otros con la abdicación de lo que somos.