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EL NAUFRAGIO

He tenido la oportunidad de pararme frente a “El naufragio de la Medusa” en dos ocasiones distintas. Es una experiencia que debería consignarse en el currículum bajo cualquier rubro o inaugurar uno.

Durante mi primera visita al Museo del Louvre, en París, no esperaba ver la pintura, debido al rumor de que no se hallaba en exhibición porque se estaba muy deteriorada. Fue un chisme infundado. Todavía puedo sentir la conmoción de hace siete años. Mientras caminaba por la sala lo descubrí como esperándome. Al principio estaba incrédula. Él estaba ahí, irradiando su oscuridad, tan grande y majestuoso en su horror. Tan imposible de absorber en un vistazo. Yo gravité hipnotizada hacia él, hasta que quedamos de frente; así permanecí mucho tiempo, mirándolo.

“El naufragio de la Medusa” describe el hundimiento de la fragata francesa en costas senegalesas en 1816. El cuadro representa la esperanza del rescate y el abandono de la misma. Sobre un pedazo de la embarcación se sobreponen y amontonan cadáveres, cuerpos agonizantes y algunos pocos todavía aferrados a la ilusión de ser salvados. La pintura de Géricault representa la desesperación y el abatimiento.

Hace más de dos semanas por segunda ocasión pude experimentar esa conmoción que me provoca el cuadro. Otra vez me quedé frente a él recorriendo su inmensidad con mis ojos. Tan sólo el acontecimiento de ese reencuentro da para aquilatar las raras segundas oportunidades que se ofrecen durante una vida, la más radical —acaso— sea sortear la fatalidad y seguir viva. Sin embargo, conforme pasan los días este segundo cruce con la pintura de Géricault me remite con insistencia a la vida, pero no a la mía, sino a la de cientos de miles de personas que no conozco.

Para mí, después de este segundo encuentro, “El naufragio de la Medusa” representa la deriva de la humanidad, como más o menos Michelet ya había dicho. Esta idea y sensación no es una vaguedad pesimista. En estos días el cuadro de Géricault me permite formular y pensar dos situaciones concretas: la crisis migratoria en Europa y la violencia que campea en México.

Por un lado, he escuchado con asco la manera en que los medios, principalmente la BBC, y los políticos británicos, el primer ministro David Cameron sobresale entre todos, describen a las personas que intentan llegar a Gran Bretaña a través del Eurotúnel, cuya entrada está en la ciudad francesa de Calais. Por ejemplo, para algunos políticos británicos esas personas son “cucarachas”, “un enjambre”, una amenaza a la estabilidad de la unión, un inconveniente para los turistas ingleses (pobrecitos, van a llegar con retraso a su destino) y para los choferes de camiones de carga, quizá, los únicos con razones genuinas para quejarse. En realidad se trata de refugiados eritreos, sirios o afganos desplazados por la situación en sus países de origen y en busca de asilo político. La travesía ya les ha costado la vida a varios.

El discurso de los políticos británicos así como la propuesta de aumentar la vigilancia y levantar muros en la frontera británica evocan la aberrante actitud anti migratoria de la derecha estadounidense (que Donald Trump ha ejemplificado en las últimas semanas). Cuando, cabe aclarar, Gran Bretaña no es el destino principal de estos refugiados, puesto que el porcentaje que llega a la isla es menor en comparación con otros países europeos y el dinero gastado en las deportaciones podría emplearse en integrarlos a la sociedad (véase el texto de Patrick Kingsley).

Por otro lado, en mi otro lado muertos y desaparecidos continúan amontonándose; la impunidad y la corrupción parecen incontenibles y la atrocidad no tiene explicación ni responsables. México se ha convertido en un país donde desaparecen y matan personas por estudiar, por mostrar las verdades incómodas, por reclamar, por ser mujer, por defender, o por estar en el lugar y en momento equivocados. México se ha convertido en un país donde la justicia asemeja cada vez más una ilusión como la esperanza a la que se aferran los náufragos de la Medusa.

En la crisis migratoria, el gobierno británico es el barco en el horizonte de “El naufragio de la Medusa”. Los políticos no pueden o no quieren ver la tragedia que se desarrolla enfrente de ellos, indolentes y xenófobos, podrían ofrecerle una segunda oportunidad a esas personas. En el caso mexicano, el país es el pedazo de la fragata que está a punto de hundirse bajo el peso de los muertos, los desaparecidos y la corrupción. Ese pedazo de la embarcación está agujerado. Y la segunda oportunidad no se atisba todavía.

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