Una mítica figura de la música popular mexicana se esconde de la justicia durante una temporada mas no logra eludir la ley; al poco tiempo cae presa y luego de un turbio proceso donde el sexo y la corrupción son moneda de cambio, el personaje libra las rejas para resurgir como el Ave Fénix y conquistar al público. Años después, su trágica historia es trasladada a la pantalla grande por gente profesional y de amplia experiencia en la industria. El resultado sorprende hasta a los más exquisitos, pues la mayoría de snobs supuso que se trataba de un cine de cuarta, populachero y comercial. Por supuesto, la estrella musical a la que nos referimos es Alberto Aguilera, mejor conocido como Juan Gabriel, y la película en cuestión se titula Es mi vida, secuela del Noa Noa, biopics que narran cronológicamente la etapa inicial en la carrera del Divo de Juárez, ambos filmes dirigidos por Gonzalo Martínez, cineasta de culto egresado del prestigioso VGIK, el Instituto de Cinematografía de Moscú, de donde importó el realismo de la escuela rusa para implementarlo en sus obras (lamentablemente el estilo no fue lo único que Martínez adoptó de los soviéticos sino también la afición a beber como cosaco, pues terminó su vida conduciendo ebrio y en sentido contrario por la carretera al Ajusco). Si Eisenstein se atrevió a retratar a los indios oaxaqueños como monjes siberianos, nosotros en venganza hicimos que Juanga pareciera un mariachi moscovita.
Dos décadas después la historia se repite, con sutiles diferencias. El cantautor es ahora una mujer, mas sigue siendo víctima de atropellos por culpa de sus preferencias sexuales; y en este caso Gloria Trevi no se interpreta a sí misma, sino que por el contrario, está amargamente arrepentida de haber cedido los derechos de sus canciones a los productores, ya que le molestó el tratamiento del guión a pesar de salir muy bien librada. Tal vez el día que la aludida entienda los mecanismos de la ficción agradecerá la extraordinaria personificación de Sofía Espinosa, a diferencia de Sergio Andrade, quien seguramente no quedará nada contento con la magnífica actuación de Marco Pérez.
Por supuesto, Gloria es una película cuya anécdota central no depara ninguna sorpresa pues los eventos que le ocurren a los personajes fueron repetidos hasta el cansancio en los medios de comunicación y en cualquier sobremesa de México durante mucho tiempo (al fin es posible escribir una reseña sin tener que mencionar ni media línea sobre de qué va la reseñada). De tal modo, la dificultad de mantener la tensión sin vueltas de tuerca ni giros de trama resulta encomiable. Sabina Berman merece sin duda los elogios que ha recibido por el guión de Gloria, no tanto por su audacia ni por la fuerza de sus diálogos, sino por saberse apegar a las reglas dramáticas elementales, algo que muy pocos guionistas en este país saben hacer.
El éxito artístico de la película, sin embargo, tiene sus bemoles. O más bien, la ausencia de ellos. La fortaleza de la historia y la contundencia del argumento le hicieron olvidar al director suizo que se trataba de la biografía de una cantante muy popular. Durante largos tramos de la película las melodías de la Trevi dejan de oírse, concentrados en las vicisitudes y peripecias del clan. Con un repertorio tan vasto, no se comprende la escasez de números y menos aún la falta de un productor musical importante, un especialista que hiciera sonar las canciones de la regiomontana a nivel de estudio. Se entiende que un director de cine extranjero tuviera una mejor perspectiva de los hechos sin pasiones nacionalistas, pero los productores olvidaron que el principal requisito de un director de cine musical es tener oído, muy deficiente en el caso de Christian Keller, a quien no le hubiera venido mal estudiar el trabajo de Clint Eastwood en Jersey Boys, Luis Valdés en La Bamba, o de plano el interminable catálogo del cine nacional que incluye todos los estilos (rancheras, danzones, rock & roll) con resultados dispares en cuanto a calidad pero casi siempre efectivos en términos de taquilla. La música siempre vende.
Hay que agradecer a la compañía Río Negro que haya resucitado el género. El resultado es alentador y a pesar de la pésima distribución y la mala leche de los piratas que violaron el acuerdo de no meterse con el cine mexicano, la taquilla no ha sido desastrosa. Tal vez con un poco de suerte pronto veamos en pantalla a un cantante grupero drogadicto que pierde la vista, un rockero iconoclasta que muere aplastado en el terremoto del 85 o la historia de un Don Juan yucateco que supera su estatura para conquistar a las mujeres de medio México.