1.
eo una novela cuyo nombre es sumamente atrayente. Ojalá sea un instructivo. Cómo dejar de escribir, de la española Esther García Llovet. El jurado del 34 Premio Herralde de Novela recomendó su publicación. A grandes rasgos: el hijo de un escritor busca a lo largo de 128 páginas el último manuscrito que dejó inédito su padre, tan afamado como muerto.
Entonces nace la primera respuesta que plantea el título. ¿Cómo dejar de escribir? Pues muriendo. La muerte está presente a lo largo de toda la novela. Hay un momento muy bello en que el protagonista describe a la tripulación de un avión que se estrelló en medio del océano y nos cuenta cómo, sostenidos aún en los asientos por el cinturón de seguridad, los cadáveres hacen una ola de estadio ahí, en el fondo del agua. Este tipo de desfachateces acompañan el día a día de Renfo, el huérfano cínico que, siempre fumando cigarros mentolados, recorre un Madrid anónimo y poco glamoroso, lleno de personajes excéntricos.
Otro momentazo: el personaje observa una tele. Aparece el presidente de Indonesia, luego aparece el mismo presidente de Indonesia en el balcón presidencial. Luego aparece con ropa de camuflaje. Después lo ve acariciando a un tigre de Bengala. El protagonista entiende que tal hombre acaba de morir. La muerte lo rodea. También la maldición de ser hijo de un escritor bestsellero.
Entonces, ¿cómo dejar de escribir?
Exacto, teniendo por padre a un escritor.
Leo ahora al finalista del 34 Premio Herralde de Novela. Amores enanos del argentino Federico Jeanmaire.
Un pícaro enano que odia los diminutivos decide, junto con su amigo también enano y de enorme verga, fundar una colonia exclusiva para enanitos. Desde el primer momento sabemos que todo acaba en tragedia e intervención policiaca. Bajo el genial planteamiento de que un enano es alguien que, al haber dejado de crecer es incapaz de terminar todo lo que empieza, el protagonista a trompicones nos cuenta su accidentada historia. Misma que incluye promiscuidad, fama, malos entendidos y una individual teoría sobre la gente baja: “Afirmo, sin pelos en la lengua, que los enanos somos la única minoría amaestrada que queda en el mundo”.
La última línea de la novela es una reflexión prodigiosa sobre el hecho de que la enfermedad del mundo es, vaya, la insatisfacción.
No es algo que haga muy seguido esto de leer a los finalistas y menciones de los premios internacionales de novela. Decidí hacerlo por la misma razón por la que uno se levanta a mitad de la noche para ver si no dejó el boiler encendido. Me encuentro con dos novelas sencillas, poco pretenciosas (en el buen sentido de la palabra pretenciosas). Son humorísticas y con tramas incluso sencillas. No buscan recrear estructuras narrativas complejas. Son novelas que son. Y en ello está enteramente su valor. Ambas se leen literalmente en una sentada. Ambos autores tienen una semblanza envidiable. Ambos autores tenían con antelación obra en Anagrama. Ambas novelas sirven para dar realce y valor a la que resultó ganadora. Espero no ser tomado por patriotero pero No voy a pedirle a nadie que me crea, de Villalobos, con su estructura dolorosa y mexicanamente anticlimática es sin duda la mejor de la trinca.
Sería irresponsable de mi parte si no aprovechara para mencionar aquí la obra maestra de las novelas con protagonistas enanos: El enano, de Pär Lagerkvist. En su librería de viejo más cercana.
Esther García Llovet, Cómo dejar de escribir. Anagrama. 2017. Federico Jeanmaire, Amores enanos. Anagrama. 2016