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EL MAGO DE BUCARELI

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Fotografía: Octavio Guerrero

l edificio Gaona es una construcción ecléctica que incorporó a su fachada un neo-barroco de tezontle y talavera en pleno siglo XX. En una de sus accesorias hay una tienda que ha sobrevivido a todo, incluso a la enfermedad que pesa sobre su calle, Bucareli, y que es como una lepra para el asfalto: el bloqueo vial. A diferencia de otros negocios, esta tienda no ha cerrado, lleva casi sesenta años abierta, y es atendida por su propietario original: Óscar Vivanco y Barceló Villagrán, mejor conocido como el Mago Chams, decano de los prestidigitadores mexicanos.

Don Óscar opina que el suyo es un nombre muy largo y que comenzó en el negocio de la magia “un poquito grande”, hace medio siglo; cuando ya era un hombre hecho y derecho. Tenía entonces 35 años, pues nació en 1929, en el antiguo pueblo de Tacuba, en el número 58 de la calle de Sánchez Trujillo. De tez blanca y ojos verdes, bien abrigado con una chaqueta ocre que combina con un chaleco de estambre color mostaza, camisa blanca y corbata a rayas, el Mago Chams habla de sus inicios:

“Tuve un amigo mago, Jorge “Kiki” Ramos, que en paz descanse, quien me vacilaba mucho y me decía ‘¿Qué ves aquí?’, ‘Nada’, y aparecía una moneda, ‘¿Cómo le hiciste?’, ‘Así’, y otra vez lo hacía, me traía loco. O me decía ‘Pon tu mano, mira lo que tienes, un billete’, ‘Ah, chinga, ¿cómo le hiciste?’, ‘Oh, no te puedo decir’, ‘No seas gacho, dime’. Entonces una vez me preguntó si quería ser mago y le dije que sí. Ahí me empezó a enseñar. Luego resultó que yo salí más abusado que él. Cuando se dio cuenta yo era ya un mago profesional y se quedó admirado cuando me vio trabajar porque tuve la suerte de hacerlo para Televisa, muy rápido. Claro, Televisa paga muy mal, paga una miseria, pero deja muy buen cartel”.

En ese paso por la “fábrica de sueños”, el Mago Chams apareció en programas como El Club del hogar o Siempre en Domingo. Trabajó, además, con Raúl Vale, Raúl Astor, Cepillín, Capulina y el tío Gamboín.

Sin aguantarse la risa, Óscar Vivanco recuerda la vez en que Paco Malgesto le dijo que si quería trabajar en televisión, no podía repetir un solo truco… ni un solo traje.

“Así me la pusieron. Fui a una tienda donde hacían trajes y le dije al vendedor que cuánto me costarían los trajes de aquí a allá [el mago hace un ademán señalando una esquina del local y luego la otra, alrededor de seis metros]. El vendedor me preguntó que de qué empresa venía y le dije que de ninguna, que necesitaba smokings de mi talla, de todos los colores que tuviera. El vendedor no lo podía creer, se puso loco de contento y me hizo un buen descuento. Ahora ya solo tengo un traje. Cuando hacía convenciones llevaba a algunos de los asistentes a mi casa, abría el clóset y los dejaba escoger lo que quisiera, entre corbatas, camisas y los trajes”.

Además de los trucos con barajas, en esta tienda se pueden comprar disfraces, sombreros, artículos para payasos, muñecos para ventrílocuos, incluso el set completo para partir en dos a una bella edecán. Este es el lugar obligado para quienes sueñan con convertirse en magos profesionales. Basta con pagar el precio del truco para que le sea revelado el mecanismo o la ilusión de alguno de los poco más de mil artículos que se exhiben en la tienda, como guillotinas, varitas mágicas o cajas para desaparecer dados. Desde luego que la práctica constante antes de salir al escenario es indispensable para seguir esta carrera, aunque el Mago Chams, a estas alturas de su vida, opina lo contrario:

“Ahora cualquiera compra unos aparatitos y anda haciendo sus funciones y como se gana dinero, ese cuate le dice a otro y luego a otro y luego otro, se hace una cadena de tipos y ahora ya se choteó, hay un montón de chavos que andan haciendo funciones casi gratuitas en las escuelas y, bueno, tienen que buscar la manera de vivir. Trabajar así es una forma un poco deprimente, pues cada quien le paga lo que quiera al pobre mago”.

Dentro del amplio catálogo de trucos que lo volvieron famoso, don Óscar revela cuál es el que más disfrutaba:

“A mi lo que me fascina mucho es la ventriloquía, el muñequito. Hacía mis shows y me iba bien padre, mejor que con la magia, me volví ventrílocuo, tenía mi muñeco, Charmincito”.

Antes de dedicarse de lleno a la magia, don Óscar trabajó como obrero en la hoy extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro, empezando como “matacuas” o peón. Con los años llegaría a maestro.

“La verdad es que no estaba yo muy contento ahí, era un empleo muy peligroso y muy mal pagado. Yo ganaba el sueldo mínimo y teníamos unos riesgos terribles, a cada rato había muchos muertos”.

La idea de abrir una tienda de trucos de magia sonaba a disparate, pero era preferible la incertidumbre a los riesgos de seguir trabajando como electricista.

“Lo que pasa es que yo siempre tuve la inquietud de tener un negocio. ‘Voy a hacer una tienda de magia’, dije. ¡Hágame el favor!, una tienda de magia en aquella época, nadie sabía de qué se trataba, ni por aquí les pasaba que hubiera una tienda así, como hasta la fecha. En cada ciudad grande de Estados Unidos hay varias tiendas. Aquí en la ciudad no hay más que esta, la mía. Yo fui el primer loco que abrió una tienda de magia y hasta la fecha no hay otra. Y le voy a decir por qué, porque me han querido copiar, pero para tener todas estas cosas las tenemos que fabricar nosotros, no existen en el mercado, o la fabrica o la fabrica. Yo tengo un tallercito y ahí se fabrica todo lo que está viendo”.

La primera tienda la abrió en una terminal de Autobuses de Oriente:

“A la gente le llamaba mucho la atención y se metía más por curiosidad que por otra cosa, les hacía magias y entendían de qué se trataba. Me fue de maravilla porque muchos que esperaba el camión o a alguna persona, como no tenían nada que hacer, se paraba ahí y yo hacía mis ventas. Luego me fui a Niño Perdido número 690”.

Ya como empleado de Televisa, el mago dio sus primeras funciones en escuelas muy pobres, pero con el tiempo se dio cuenta de que podía trabajar por su cuenta, lo que le permitió escoger mejores lugares y obtener mayores ganancias. Gracias a ello, en poco tiempo el mago comenzó a representar a una fábrica de dulces, los dulces Charms, que además de hacerle ganar dinero, le darían su nombre de batalla.

“Había unos dulces Charms, yo representé a esa compañía como diez o doce años. Un día se les ocurrió bautizarme, me dijeron ‘Te vas a llamar el Mago Charms’, por los dulces en forma de cuadritos. Luego, se acabó la empresa, se acabó el negocio pero me quedé con el nombre. Ya no me lo pude quitar nunca. Estoy registrado en la ANDA, en todas partes como Charms”.

A pesar de los bloqueos que en Bucareli son el pan de cada día, debido a que decenas de marchas finalizan en las cercanías de la Secretaría de Gobernación, el público no deja de visitar la tienda.

“A diario viene mucha gente, es incontable porque no solo vienen de la República Mexicana, vienen de todas las partes del mundo”.

Entre esas cientos de personas que aspiran a ser magos o a divertir a sus amigos en una fiesta, destaca uno, debido a una amplia fotografía que se exhibe en una de las paredes del local. Se trata del ilusionista norteamericano David Copperfield, quien posa junto con don Óscar.

“David y yo tenemos una amistad, nos vemos como si fuéramos familiares. Yo le ayudé mucho cuando vino a México porque él me ayudó a mí cuando estuve en Estados Unidos. Sin su ayuda me hubiera muerto de hambre allá. Me fui a Estados Unidos a la aventura, a ver qué encontraba. Empecé trabajando en una tienda de magia en Illinois, pero el señor que estaba ahí era un latino, un maldito, que extorsionaba a todo el mundo, hasta a sus empleados”.

Años después, cuando David Copperfield ya era famoso y visitó México para hacer algunas presentaciones en Televisa, el hombre que atravesó a Muralla china y desapareció la estatua de la Libertad, preguntó por una tienda de magia, y alguien, con mucho tino, le dijo que a unas cuadras de avenida Chapultepec había una.

“Hasta acá vino y estuvo sentado donde está usted ahora. Se pasaba las horas enteras ahí, practicando con las cartas. Como trabajaba en la noche, y en las mañanas no tenía nada que hacer y como buen gringo no habla español, no se podía comunicar con nadie, no podía comer a gusto y yo tenía que acompañarlo para todos lados”.

El Mago Chams no está solo en la tienda. Lo acompaña su mujer, la maga Isis. Su historia de pareja es, perdón por el lugar común, mágica. Con cuarenta y cinco años de casados, resulta que durante una gira, el mago visitó la ciudad de Apizaco, en Tlaxcala. Entre los asistentes a la función se encontraba Alejandra, una niña de siete años de edad que contempló con admiración y sorpresa cada uno de los trucos del famoso mago, sin imaginarse que su vida estaría unida no sólo a la magia, sino a Óscar Vivanco. Después ella vino a vivir a la ciudad de México y cierto día, invitada a la inauguración de un salón de belleza, conoció a su futuro esposo, un invitado más a la reunión. Un año después se volvieron a encontrar y ahí comenzó el romance.

Pionero en el mundo de la magia nacional, el Mago Chams también se dedicó a impartir cursos en el departamento H del edificio Gaona. Asistían 25 o 30 personas que pagaban 50 pesos al mes para recibir clases de tres horas. Entre los asistentes estaba su esposa, quien no paró hasta convertirse en profesional, bajo el nombre de Maga Isis. A esos cursos asistieron quienes años después se convertirían en figuras, como Chen Kai.

“En esos banquitos”, dice la Maga Isis, “se han sentado magos, personas muy famosas y gente que nunca antes había tomado una baraja”.

¿La magia es un buen negocio? Aunque este día la calle de Bucareli no está bloqueada, muy pocos vehículos pasan y tampoco se ven muchos peatones, pero mientras el Mago Chams nos cuenta su vida, varias personas han llegado para curiosear o llevarse un juego de cartas.

“La tienda nos da para vivir, no es un negocio para hacerse rico, pero da para comer. Sostengo mi tienda, sostengo mi casa. Con eso estoy a gusto”.

¿Cómo es que ni los bloqueos ni las crisis recurrentes han acabado con este particular negocio?

El Mago Chams no lo piensa mucho y responde:

“No me lo explico. Esta tienda tiene casi sesenta años… quizás por la bendita magia”.

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