Por eso, justo cuando se tocan las melodías más animadas de la fiesta, un asistente brinca a la pista con movimientos estrafalarios. Entonces las cejas se enarcan y las narices se arrugan. Un nativo americano se ha colado en la reunión, reclamando, además, su sitio dentro del cuadro… literalmente. El artista plástico Kent Monkman, insertándose en la tradición de contar la historia desde la pintura, realizó su propio cuadro de la constitución de la federación, titulado The Daddies (Los Papis) y aprovecha un espacio vacío frente a la junta para plantar a su alter-ego: Miss Chief Eagle Testickle. Sobre el juego de palabras en el título solo voy a decir que Miss Chief (“la señorita jefe”) y mischief (travesura), suenan exactamente igual en inglés y es el primer guiño que hace el pintor a su audiencia: la exhibición es una travesura, como si un niño pícaro decidiera molestar a todos los adultos presentes.
Miss Chief no es solamente un indio americano, sino también sexualmente ambigua/o. Es un hombre de pelo largo hasta la cintura que usa zapatos de tacón Louboutin (ya saben, esos con la suela roja) y posee una arrolladora personalidad. En la pintura con los papis, Miss Chief está desnudo/a, de frente a ellos, y su actitud es la de quien le explica algo muy complejo a un grupo de estudiantes que han pasado demasiado tiempo de su vida jugando con sus computadoras. Se ha convertido en el centro de la reunión, como solo él/ella sabe hacerlo. Los caballeros tan flemáticos y respetables del cuadro de Woods miran a Miss Chief con sus ojos azul intenso, inyectados de sangre. Narices y mejillas rojas, y las copas vacías en sus manos revelan el exceso de alcohol. Los papis de la Confederación no parecen ya tan rectos.
La pintura se exhibe en un salón del Museo de Arte de la Universidad de Toronto y es parte de una exposición del trabajo de Monkman en el que la intrusión de Miss Chief en plena consolidación de la Confederación no es sino una de muchas provocaciones, y tal vez no la más fuerte.
Me fui con Eric para Toronto con el único objetivo de ver a Miss Chief, temiendo realizar un gasto fuerte para ver solamente un “cuadrito” (el ámbito cultural canadiense me decepciona con frecuencia). Pero no fue así. El cuadro con Miss Chief dando cátedra a los Papis es la pieza central, pero el resto de la exhibición no tenía desperdicio. Dentro de la misma tradición narrativa se encuentran otros cuadros en los que Kent narra cómo fueron retirados los niños indígenas de sus casas por miembros de la policía y de la iglesia. Es un hecho histórico lleno de violencia por parte de las instituciones que alegaban que los pequeños debían vivir en hogares civilizados (otra vez la palabrita), en los que se hablara solamente inglés (ojo, inglés, no francés) para que lo aprendieran a hablar y escribir correctamente y se olvidaran de las supersticiones y prácticas bárbaras de sus padres.
La exposición abarcaba cuatro salas, en cada una se contaba una historia conmovedora, trágica, humana, irónica. Sin embargo nunca utilizaba un tono plañidero, no intentaba causar lástima ni provocaba compasión. Era simplemente una colección de cuadros épicos que contaban la historia de una nación, la canadiense, pero la que no se ve, de la que se sabe menos, de la que menos curiosidad despierta. Es la historia de una épica en la que el héroe, al final, no llega a Ítaca ni es coronado con laureles, sino que es arrumbado en una reservación, privado de alimentación y educación decentes, olvidado. Es la épica del perdedor.