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DE GRADUACIONES

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Llegan los solsticios y con ellos las graduaciones en la mayoría de las universidades. Y esto, los comerciantes lo saben. Lo mismo en tiendas como El Palacio de Hierro y Liverpool que en los expendios de vestidos de popelina de Salto del Agua, se colocan los consabidos letreros: GRADUACIONES 2014.

Y es que las graduaciones se han convertido en el nuevo rito de paso de la sociedad actual. Actualmente, a los jóvenes que alcanzan la madurez, ya no los colgamos de los pezones y los hacemos girar (como hacían los apaches); ya no los tatuamos con dientes de tiburón (como los polinesios); ya no los hacemos correr por días por el desierto de Arizona con piedritas en la boca (Como los Sioux). Ahora, hacemos algo peor: los vestimos como señoras gordas o como meseros del Barón Rojo, les ponemos un ridículo birrete, los ponemos a bailar salsa, rock and roll y chachachá con la abuelita y los llamamos “Licenciados”, “Ingenieros”, “doctores”, o “CP´s”.

En días pasados me tocó asistir a uno de estos ritos tribales de nuestra sociedad posmo. Como cuarentón con primos y sobrinos más jóvenes que yo, he asistido a muchos de estos numeritos, (incluyendo el mío) y en realidad, todos son iguales: a los chicos se les agasaja, se les felicita por convertirse en elementos productivos de la sociedad, se les permite emborracharse y se exhiben sus fotografías infantiles más embarazosas –esas de cuando se estaba sacando el moco, o de cuando su tía Ágata le lavaba el culo cagado. Una vez que termina el festejo, se chingaron: dejaron de ser jóvenes, se convirtieron en adultos que serán explotados por algún patrón durante los próximos treinta años; se casarán, tendrán hijos, buscarán departamento, casa o cuchitril; le buscarán escuela a sus niños, se divorciarán (probablemente), se volverán a casar para volverse a separar; así será hasta que, a los cincuenta o sesenta, se retirarán de la vida laboral para gozar de una holgada pensión (no se rían, cabrones).

Sí, la graduación es el inicio de la vida adulta. Sin embargo, como dice aquel dicho pueblerino, todos somos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro: no es lo mismo un grupo de sociólogos de la UAM que unos refinados economistas del ITAM. Hay niveles, y en una sociedad tan clasista como la mexicana, el profesionista prácticamente no vale por su preparación, sino por la escuela de la que egresó. Las escuelas son, en realidad, para hacer networking –para hacer cuates, pues–. El aprendizaje es secundario.

Como siempre, ese sábado llegué tarde, ataviado de manera disonante con un saco beige y camisa azul en un lugar en donde todos llevaban traje oscuro. Definitivamente, un perro callejero como yo, se sintió inapropiado entre esos jóvenes egresados de la universidad Anáhuac y sus aún más finos parientes. En fin, todo sea por la familia. Llegaron los meseros y me comenzaron a atacar, alevosamente, con vasos de Chivas Regal en las rocas. Por supuesto, después de unos cuantos embates, terminé con la brújula descompuesta, bailando con algunas de las anoréxicas señoritas que pueblan nuestra clase media alta (no la clase alta: esa manda a sus hijos a Yale y a Oxford). Así pues, ya borracho, vi cómo bailaban los noveles ingenieros en sistemas (detalle que no importa), en la Universidad Anáhuac (detalle que SÍ importa). Estos jovenazos, todos con nombres compuestos (Ningún López, Pérez, Martínez: De menos un “Martinez del Valle”, un Shultz, algunos De la Garza; un Santiago), a diferencia de los otros graduados a los que he acompañado, tienen la chamba asegurada solo por el membrete de su casa de estudios. Aún así, en esa graduación de postín, había matices que permitían adivinar que no todos los chicos eran del mismo grupo social. A lado de los Martinez Corcuera se encontraban los Ramírez, ilustres caciques del pueblo de San Zarambato de las Canéforas, que se esmeraron en la educación de su primogénito; o, por allá, la familia del humilde becado de diez limpio que seguramente será empleado del burro que sacaba seises, pero cuyo padre es alto ejecutivo de una empresa global de software.

No pude evitar comparar esta graduación con la que viví, hace un año, con novissimos licenciados en psicología de la UNAM. En el caso de los unamitos, 99 de cada 100 tardarían meses en encontrar trabajo (si es que lo encuentran); en cambio, los miembros de la casta dorada de la Anáhuac salían ya con chamba asegurada (y el que no, era más bien por que se iba a ir de vacaciones a Europa que por falta de oportunidades). La diferencia básica entre unos y otros era evidente en la pista de baile: los egresados de Psicología eran legión: prácticamente abarrotaban la pista y los pasillos. Los señoritos de la Anáhuac eran unos pocos, y bailaban ataviados con diversos disfraces extraídos de los más rancios videos musicales de los ochentas: los sombreritos de Flans, los monos amarillos de Timbiriche, los copetes de Menudo. Por supuesto, lo fresa no quita lo de rancho: a las tres de la mañana, unos y otros berrearon junto con Balleny Ribera, Espinoza Paz y el Kommander.

Humm… bueno, por lo menos algo hermana a los miembros de ambos estratos sociales: el espantoso gusto musical.

Paradójico, pues la Universidad Nacional Autónoma de México es la mejor escuela de educación superior de Latinoamérica, mientras que instituciones como el TEC de Monterrey, el ITAM, La Salle y otras similares ni siquiera figuran entre las mejores quinientas del mundo. Parajódico que en cualquier periódico se pueden ver anuncios de selección de personal en donde viene la ignominiosa leyenda: “Egresados de la UNAM, absténganse”.

Algo memorable es que, ya sean de la UNAM, de la Anáhuac o de el ITAM, todos los graduados bailan las mismas canciones, se ponen igual de borrachos (aunque con distintos licores), y vomitan en los baños con igual intensidad; unos y otros se van de viaje a celebrar después de la fiesta, sólo que los pumitas se van a Acapulco y los anahuaquitos se van a Houston o a Cancún (in the VIP section, of course).

En fin, que salvo ciertos detalles de color de piel, hinchazón de cuentas bancarias y oportunidades desiguales, en el fondo, todos los graduados son lo mismo: carne para el molino.

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Omar Delgado (Ciudad de México, 1975). Facedor de ficciones, tejedor de pesadillas y explorador de tugurios. En 2005 publica su primera novela, "Ellos nos cuidan", bajo el sello de Editorial Colibrí. En Febrero de 2011, gana el premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores- UNAM- Colegio de Sinaloa por la novela "El Caballero del Desierto". Su trabajo se encuentra en varias antologías tales como "El Abismo. Asomos al terror hecho en México" (Editorial SM, 2011), "Bella y Brutal Urbe" (Resistencia, 2012) y "Festín de muertos" (Océano, 2014). "De mujeres ¿Mujeres y traiciones?", su primer libro de relatos, fue publicado en Febrero de 2015 por Casa Editorial Abismos.

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