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ANARCRÓNICAS

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BALTAZAR ON ICE

Creo que fui el primer Rey Mago negro de la historia en pesar más de 100 kilos.

Explico: era 2 de Enero y la madrota que me contrató para personificar a Santa Claus quedó tan contenta* que me volvió a llamar a finales de ese Diciembre:

–Quiero que te vayas a la pista de hielo Lomas Verdes a hacer de Rey Mago junto con tus compañeros
–Oiga, pero si yo no se patinar ni en pavimento – le respondí.
–No hay problema: ahí aprendes –hizo una pausa dramática–. Todos aprenden ahí.

Resignado, llegué a las 9:10 de aquel 2 de Enero fatídico. Mis compañeros, Hugo, un bueno para nada cuya única virtud eran su piel blanca y ojos azules; y Mauricio, un paramédico multichambas con una hija recién nacida, habían ya apañado las coronas y las barbas de Melchor y Gaspar, dejándome a mí con la túnica chillona y el betún facial con el que caracterizaría al mago que llegó de África a homenajear al Niño Jesús. Yo reclamé.

–No mamen… ¿qué no ven que soy gordo? Voy a parecer Bola de Nieve.**
–Ohhh… usted aliviánese. Pues ¿para qué llega tarde? –me contestó el ojiceleste.

Fui a convertirme entonces en mi personaje: me vestí con una túnica amarilla con naranja que me apretaba el estómago, me maquillé lo suficientemente oscuro como para parecer dictador del África Central y me calcé los patines para hielo que serían mi martirio por los siguientes días. Por último, me coroné con el turbante que la tradición adjudica al más moreno de los magos de oriente. Por primera vez, me deslicé sobre la superficie helada, aterrado de pensar que en cualquier momento ésta se rompería para hundirme sin remedio junto a todos los niños que orbitaban a mi lado, causando una desgracia digna de película de Richard Gere. Mis compañeros, patinadores expertos, me invitaban a seguirlos con risitas burlonas. En ese momento, aprendí la primera de las lecciones de patinar sobre hielo:

1.- Que los gordos podemos estabilizarnos mejor, pues nuestro peso hace que las cuchillas tengan mejor agarre.

Emocionado por mi éxito, aceleré. Me puse al nivel de mis compañeros mientras todos sonreíamos y saludábamos a la concurrencia. Hugo-Melchor me felicitó por mi dominio, y Mauricio-Gaspar se adelantó para ir al saludar a un chiquillo cerca de la puerta de emergencia. Mi otro compañero se le unió, y yo, de repente, al dirigirme a toda velocidad hacia ellos, aprendí la segunda lección de patinar sobre hielo:

2.- Lo fácil es avanzar. Lo difícil es frenar.

El rey negro –o sea, yo–, colisionó contra los otros monarcas. Afortunadamente un niño se pudo hacer a un lado antes del desastre. Luego de un buen madrazo, un amasijo conformado de tela brillante, barbas postizas, coronas de cartón y empleados de temporada se deslizó hasta la pared que separaba el hielo de las gradas. Yo fui el primero en levantarme –siendo que, al ser el que golpeó, fui el que recibió menos daño–, y sólo se me ocurrió hacer una caravana a la concurrencia y decir:

–Uste peldone, negrito no acustumblado a hielo.

La gente aplaudió, pensando en que todo era parte del show. Mis otros monárquicos compañeros se pusieron en pie con trabajos. Hugo-Melchor tenía el dedo de la mano hinchado, y Mauricio-Gaspar cojeaba. Los dos me imitaron y saludaron al público, mientras por lo bajo me mentaban la madre.

En esos cinco días aprendí a patinar sobre hielo –sobre todo, a detenerme–, a patinar en cemento –con patines de línea y túnica–, y que el racismo es patente también en las tradiciones decembrinas: de los tres magos de oriente, a mí era al que menos importunaban. Sólo cuando los otros dos estaban ocupados era cuando alguno de los infantes se acercaba a mí y, con mala cara, me explicaba lo que quería para el seis de enero. Uno de ellos, de plano, me dijo al retirarse.

–Oye… Pero le dices a ellos, ¿no?

Era como si los niños asumieran que el moreno del África era el que menos presupuesto tenía para sus juguetes, o que los otros monarcas sólo lo llevaban para cargar o recoger las cacas de las monturas.

En fin, que con su mirra se lo coman.

* Ver “La vida secreta de Santa Claus”: http://ow.ly/Hle1m
** Célebre cantante cubano conocido por su hermosa voz, su sobrepeso y su piel azabache.

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Omar Delgado (Ciudad de México, 1975). Facedor de ficciones, tejedor de pesadillas y explorador de tugurios. En 2005 publica su primera novela, "Ellos nos cuidan", bajo el sello de Editorial Colibrí. En Febrero de 2011, gana el premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores- UNAM- Colegio de Sinaloa por la novela "El Caballero del Desierto". Su trabajo se encuentra en varias antologías tales como "El Abismo. Asomos al terror hecho en México" (Editorial SM, 2011), "Bella y Brutal Urbe" (Resistencia, 2012) y "Festín de muertos" (Océano, 2014). "De mujeres ¿Mujeres y traiciones?", su primer libro de relatos, fue publicado en Febrero de 2015 por Casa Editorial Abismos.

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