e llaman la atención tres aspectos de este tomo de obras completas que Alfonso Reyes (1889-1959) vio publicado poco antes de morir y que tan pocas reediciones ha tenido. La primera es su visión de Luis de Góngora, la cual construyó como una hormiguita trabajadora, entre 1915 y 1926, pues cortó el torrente de anotaciones bibliográficas en 1927, justo a tiempo para publicar su homenaje al poeta en ocasión de los tres siglos de su muerte.
Su visión, me parece, está en el otro polo, distinto al que frecuentan los lectores actuales.
Si Góngora ha renacido y tiene un distinguido primer lugar entre los grandes autores del mundo, en gran medida se lo debe a las Soledades su majestuoso poema inconcluso. Y Reyes apenas se ocupa de él; por el contrario, se dedica a obras que hoy son el pasto de los académicos más especializados.
Es lo que pasa con el tiempo: que al pasar cambia de manera extraña nuestros gustos. Sin embargo, creo que llegó a haber familiaridad en el trato entre estos dos escritores. Dice Reyes que Góngora “nunca da por acabada una poesía y siempre vive corrigiendo”.
El segundo aspecto, su visión del Ateneo de la Juventud, que apareció en unas notas escritas en 1916 y 17 y recopiladas aquí. Le interesa decir que las revoluciones no impiden las labores de la cultura, y cómo los jóvenes de entonces se dedicaron a dar conferencias. Pienso que fueron ellos, los ateneístas, los que trajeron a México la noción de “conferencia”: ir a un lugar a escuchar a una persona hablar de un tema de interés, sin ser discurso cívico obligatorio, curso escolar o sermón religioso era un hábito desconocido entonces.
Es decir, formaron la idea de extensión universitaria, lo que significa que sería algo iniciado hacia 1908.
La época de la revolución es época de poesía, pues el teatro no figura, y la novela… pues Reyes y los ateneístas no se especializaron en ese género, así que no vieron que existía Mariano Azuela.
Nos dice que no era tiempo de revistas: estaba La Nave, pero naufragó en el primer número, y los escritores tuvieron que volver nadando a la orilla. Había un filósofo, Antonio Caso, que salía entre aplausos de sus alumnos al finalizar sus clases. Gran época, sin duda, pero Reyes cortó el hilo que lo unía, pues salió en exilio disimulado luego de la muerte de su padre, en 1914.
Y el tercero de estos aspectos: la selva de libros que reseña, la gran mayoría del libro formado por sus notas bibliográficas.
Pone atención a la manera en que los imperios se dividirán luego de la Gran Guerra (estamos en 1918, aproximadamente), las relaciones diplomáticas con China o un autógrafo del Cid aparecido en un documento de 1101. Somos especialistas en lo inmediato, profundizamos aunque tengamos prisa, y dejamos pequeñas sortijas cotidianas.
Lo que dará con el tiempo un vasto campo de tesoros enterrados.
En este sentido, mis notas bibliográficas, las que dejo tiradas por todas partes, son un homenaje a las que leo en este libro.
Alfonso Reyes. Cuestiones Gongorinas, Tres alcances a Góngora, Varia, Entre libros, Páginas adicionales (1958), 2ª reimp. México, FCE, 1996.