ablar de José José (1948-2019), el cantante, el intérprete, el recreador de historias de amor y desamor, nos hace reflexionar en las capacidades de un artista que ha trascendido barreras sociales, estéticas y culturales. Cantantes hay millones; pero José José trasciende por poseer una fuerza interpretativa que ha detonado profundas emociones en quienes lo han escuchado.
Podría esperarse que, al nacer en el seno de una familia con una sólida vocación musical, José Rómulo Sosa Ortíz -como reza su acta de nacimiento- tuviera claro desde su infancia que quisiera ser tan buen cantante como su padre, José Sosa Esquivel.
En los recuerdos de sus primeros años de vida, José José se refiere a su padre como un hombre severo, pero gracias a quien obtuvo la disciplina para educar una voz que (decía su madre) era realmente privilegiada; por ello, la vocalización diaria fue la base fundamental en la formación de su instrumento.
Pero también tuvo otra guía indiscutible: la calle.
La compañía de sus amigos, el olvidarse del academicismo y volcarse a rasgar una guitarra recargado de un árbol o una barda, también moldearon su forma de ver la vida.
Y así, los primeros escenarios que pisó fueron las peñas frecuentadas por quienes deseaban aliviar sus diarios sinsabores, pero también las banquetas y las puertas de las casas a donde acudía para dar serenatas.
En palabras de Anel Noreña, compañera de José durante sus años de mayor éxito, las influencias principales del cantante eran diversas: desde Pepe Jara hasta Johnny Mathis, pasando por Barbra Streisand y Frank Sinatra.
Pero la máxima joya del arte de José José radica en su sensibilidad; técnicamente podemos referirnos a su aterciopelada y aparentemente sencilla emisión de la voz, su sentido del ritmo y del color vocal, pero también el detonante de sus interpretaciones se encuentra en la respuesta del público al que le cantaba.
Él comentó, siendo muy joven, que el silencio que precede una presentación en público es uno de los momentos mágicos y “espectrales” que guiaban su canto.
Quién imaginaría que gracias a una de esas serenatas surgió la primera oportunidad para hacer una audición en una casa disquera.
Eran los inicios de la década de 1960. Posteriormente, ingresó a un grupo musical y la casa RCA firmó contrato con él. Ahí adquirió su nombre artístico que homenajea el legado de su padre.
¡Y llegó La nave del olvido! Y la historia de la música en México cambió radicalmente de la mano de aquella súplica escrita por Dino Ramos y para la cual José José puso su voz.
El destino había marcado con una estrella los esfuerzos del joven cantante quien comenzó a escucharse en la radio… y en todo el mundo. Y poco tiempo después, en los albores de la década de 1970, se oyó El triste de Roberto Cantoral en el Festival de la Canción Latina, con una interpretación proverbial y que sigue impactando cada vez que se ve y escucha en video.
El embrujo de aquella voz prodigiosa, sabia para recrear historias, que se desbocaba no en cantidad de volumen sino en energía, se hizo de todos quienes lo escucharon.
Ahí es cuando llegó a la cúspide que todo artista sueña en conquistar.
Canción que grababa, canción que se volvió éxito. Historia que contaba, historia que era adoptada por las familias que corrían a comprar sus discos. Y desde 1969 han sido millones de copias que se conservan en los más diversos hogares.
No puede hablarse de que José José es la voz exclusiva de los “de la alta” o de los que menos tienen: las historias que ha sabido compartir desde lo más profundo de su ser le llegan igual al desprotegido que al magnate, al trovador de los camiones que al rockero.
No me corresponde a mí hablar de los excesos del artista abrumado por la fama. Tal parece que todos sabemos de qué se trata. Lo que hay que valorar es la intensidad vocal de un Príncipe de la canción que en cada interpretación se transmuta en Soberano, en Semidiós.
¿Acaso no quisimos experimentar y deleitarnos con masoquismo del dolor como José José lo lograba en sus canciones, magistralmente instrumentadas?
Para cualquier cantante que desee emular las capacidades técnicas del Príncipe, es un reto fascinante iniciar una frase desde una nota grave e irla matizando -como meandros de un río- hasta llegar a una nota aguda brillante, sostenida, perfumada de armónicos y que intoxican el alma.
En lo personal, recuerdo los carteles pegados en las calles con el nombre de José José en el que se recalcaba “En el lugar de sus éxitos: EL PATIO”.
Las ovaciones que debe haber presenciado en aquel lugar y en cuanto escenario se paró. Resulta emocionante saber que un cantante mexicano se ganó el aprecio de los públicos de las más diversas latitudes, el interés de compositores como Rafael Pérez Botija, Armando Manzanero, Rubén Fuentes, Juan Gabriel, José María Napoleón y Manuel Alejandro, por nombrar unos cuantos.
Pero, de manera fundamental, José José fue adoptado como el portavoz de las almas deprimidas y de aquellas ebrias de amor.
Cuando un artista es capaz de nutrir a la memoria colectiva con innumerables canciones y que logran permanecer intactas durante varias generaciones, entonces ese artista se convierte en leyenda.
Y eso es precisamente José José: una de las más valiosas leyendas de la música iberoamericana.