Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo,
más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación.
Arthur Schopenhauer
Érase una vez un país que rezaba: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. (Declaración de Independencia de Estados Unidos de América).
Los Estados Unidos son un imperio forjado por inmigrantes ingleses que arribaron al nuevo continente a finales del siglo XVI. Aproximadamente dos centurias después lograron su Independencia, obtenida con apoyo de Francia y España, declarada en 1774 y alcanzada en 1783.
La llamada colonización de los Estados Unidos es en rigor una conquista, si bien con rasgos diferentes, al igual que la española de México. Fue de hecho una colonización basada en una conquista paulatina del territorio por diversos métodos: usurpación pacífica, tratados territoriales violados y usurpación violenta. (García y García, Esperanza 26)
El nombre que recibieron los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de los Estados Unidos fue: La Doctrina Monroe. Dicha doctrina puede resumirse en tres puntos y éstos a su vez en una sola frase. Los tres puntos son: No a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo. Abstención de los Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa. No a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americano. La frase es: América para los americanos.
Como se puede observar, los elevados pensamientos de democracia y libertad no son, desde su fundación, nada inocentes. Hay que resaltar que dicha doctrina proveyó la justificación perfecta para la intervención en Texas, impulsada por James Knox Polk (undécimo mandatario de EEUU).
Mas las bases de dicho fundamentalismo anglosajón, de aquella ortodoxia protestante, habían arribado desde 1620 con la llegada de los puritanos europeos a bordo del Mayflower. La Doctrina Monroe, declarada también como El destino manifiesto, está sustentada sobre una base religiosa prefabricada, en la cual, los angloamericanos se hacen llamar (algo nada nuevo en los quistes raciales y nacionalistas): “el pueblo elegido”. Es decir que, el Dios “único” les confiere de una autoridad moral por sobre la de cualquier otro pueblo, y éstos a su vez tienen la “misión” de expandir la luz de la democracia, la libertad civilizada y la igualdad entre los hombres. La república democrática se convierte así, en el imaginario estadounidense, en la única forma de gobierno con la que Dios está de acuerdo.
Aunque originalmente esta doctrina se oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó para justificar el intervencionismo en la política de otros países, así como la expansión territorial mediante la guerra. (…) La expansión territorial y la concepción imperialista de Estados Unidos se asientan en el siglo XIX. En 1803 el presidente Thomas Jefferson compra Luisiana y Florida a Francia en 15 millones de dólares. A lo largo de ese siglo, compran o pelean con otros países; no sólo en la propia América del Norte desplazan a sus pueblos indígenas, esclavizan o guerrean entre ellos, sino también salen a lugares lejanos y, con estrategias amigables o no, se apoderan lo mismo de Puerto Rico, que de Cuba, Panamá, Hawái, Alaska, Filipinas, Guam, Islas Vírgenes, entre otros ejemplos, a los que habrá de agregar Irak y también sus derrotas, como Vietnam, hoy conquistada con apoyos económicos cuantiosos, que al mismo tiempo que la desarrollan curan sus viejas culpas por una guerra infame de 10 años. (Garza Galindo, Laura)
Una vez conformada la geografía y la legislación estadounidense, pactaron con Napoleón Bonaparte la compra de Luisiana, lo mismo que con España las Floridas, prometiendo a cambio respetar Texas, y posteriormente acordaron con Gran Bretaña compartir el territorio de Oregón. Los Estados Unidos habían alcanzado, por fin, el Pacífico. Obvio no tardarían en voltear hacia el vulnerable y recién independizado México.
Largo sería explicar el asedio y la perdida del territorio de Texas, y como resultado, una guerra injusta entre 1846 y 1848, en la cual penetraría el ejército estadounidense hasta la Ciudad de México, siguiendo la misma ruta que trescientos años antes había atravesado Hernán Cortés, poniendo en jaque al país que, con un gobierno inestable (una recua de oportunistas que ambicionaban el poder), podía desaparecer. Así, el ejército de intervención estadounidense obligó a México a firmar la paz, a cambio, se anexionarán Nuevo México y California, territorios que hoy comprenden los estados de Utah, Nevada, California, Arizona, Nuevo México, y parte de, Colorado, Oklahoma, Kansas y Wyoming, poco más de la mitad del territorio mexicano. Una vez asegurado el dominio sobre dichas regiones seguiría la otra invasión, igual de violenta y humillante, una conquista de ignominia y discriminación a través del lenguaje y el esclavismo moderado.
El resentimiento mexicano que subsistió estaba plenamente justificado, su rabia no era en sí sólo el despojo del territorio norte, fueron las masacres, las violaciones, las atrocidades que los anglos, en especial el escuadrón de los Texas rangers en Parras y en Matamoros, cometieron contra la población civil mexicana. Después de la masacre, la ejecución, las violaciones sexuales, el botín de guerra; antes de marcharse a todo galope, dejarlo todo reducido a cenizas.
Los cañones de los barcos de la flota norteamericana destruyeron gran parte del sector civil de Veracruz, arrasando un hospital, iglesias y casas. La bomba no discriminaba en cuanto a edad ni sexo. Las tropas angloamericanas repitieron igual actuación en casi todas las ciudades que invadieron; primero era sometida a la prueba del fuego y luego era saqueada. Los voluntarios gringos no tenían respeto a nada, profanando iglesias y ultrajando a curas y monjas. (Acuña, Rodolfo 42)
II. La marginación étnico-cultural y los estereotipos raciales.
El desdén retórico anglosajón, el uso despectivo de la lengua para descalificar, estigmatizar, humillar y posteriormente avasallar por medio de la percepción general, abducida a la historia, ya había dado sus frutos. Por ejemplo, el reino protestante de Nueva Inglaterra; sabedor de que el que domina la expansión territorial, el comercio, la explotación colonial y sus abundantes recursos, el que domina las fuerzas bélicas, es el que impone las condiciones y funda las versiones “oficiales” de la historia y la cultura universal; impulsó una campaña de desprestigio contra los hispanos, nombrada The black legend, llamándolos incultos, sucios y semisalvajes; curiosamente, esta campaña se llevó a cabo cuando España empuñaba la vanguardia de las bellas artes, nada menos que en el llamado Siglo de Oro español, tiempo en que expulsó a moros y judíos de su territorio y amplió su riqueza y dominios colonizando, a fuerza de guerras de exterminio, el territorio de “las indias”, donde signaron a los indígenas y los definieron como inferiores, semisalvajes, paganos…
El mito de la supremacía, la receta de señalar a otro y cargarlo de estereotipos, de etiquetarlo como corrupto, moral y culturalmente atrasado, había cosechado cuantiosos frutos. Los angloamericanos aprovecharon esta herencia venal y transfirieron estos estereotipos a los indígenas, de éstos a los negros, posteriormente al latino, al oriental, al árabe, y a todo el mundo; así, el pueblo de raíz protestante puritana, utilizó el calvinismo como un edicto divino que los investía de razón y aquiescencia para perseguir y exterminar a los “enemigos de Dios” en la Tierra.
Revisemos ahora la “leyenda negra mexicana”, que comenzó a gestarse alrededor de 1820. Comenzaré con un ejemplo, sucedido durante la guerra contra México, en que un demasiado joven Walt Withman; sí, el que se convertiría, décadas más tarde, en el gran liróforo estadounidense, el poeta de la Democracia; lanza a través de la prensa ardorosas proclamas imperialistas, llenas de exaltación xenófoba, como esta que encontré en: Walt Withman, antimexicano, de Ricardo Echávarri:
Pienso en México. Como pueblo, su carácter tiene poco o nada de los nobles atributos de la raza Anglosajona (decimos esto más con pesar que contentos, pero es verdad). Nunca desarrollarán la vigorosa independencia de un hombre inglés libre. Sus ancestros españoles y mulatos los han dotado de astucia, sutileza, apasionado rencor, engaño y abundante voluptuosidad, pero no de un alto patriotismo, no de una devoción intrépida por las grandes verdades… Los mexicanos son una raza híbrida. Sólo una pequeña proporción son españoles puros o de alguna otra extracción europea. Nueve décimas de la población se han formado de varias mezclas de blanco, indio y negro parentesco, en todas sus abigarradas variedades. Nada en posesión de tal pueblo puede parar por el momento un poder tal como el de los Estados Unidos.
Walt Withman, The Blooklyn Eagle, may 6, 1846.
Una vez hecha la conquista física del norte de México, la población estadounidense emigraría por cientos de miles a los nuevos territorios. Desde 1848 hasta comienzos del siglo XX, la persecución de mexicoamericanos sería sin tregua, un cuarenta por ciento de la población sería linchada, algo parecido a lo que sucedió con los inmigrantes chinos entre 1920 y 1930. En 1883, el gobierno de Estados Unidos otorga la legalización de invasión de tierras, con esto, los mexicanos serían desposeídos de los terrenos que por derecho, y que hasta entonces, amparados por el tratado de Guadalupe-Hidalgo (en el cual se conservaban íntegros los derechos civiles, la tierra, la libertad de culto y las propiedades) habían mantenido con muchos sacrificios. Décadas antes, el Congreso estadounidense había declarado propiedad pública el ganado de los mexicoamericanos.
Durante más de 124 años han circulado en Estados Unidos generalizaciones y estereotipos acerca de los mexicanos. Adjetivos como “traicionero”, “holgazán”, “adultero”, y términos como “meskin”, o “greaser”, han llegado a ser sinónimos de “mexicano” en las mentes de muchos angloamericanos. *Meskin: deformación peyorativa de mexican. / Greaser: grasiento. (Acuña, Rodolfo 11)
Ante la represión y el despojo, surgieron rebeliones como la de Juan Nepomuceno Cortina y la de Gregorio Cortés (Texas), y la de Joaquín Murrieta (California), que fueron con dificultad sofocadas y dieron pie a las leyendas de los “bandidos mexicanos”, aquellos forajidos que utilizaban la acción violenta para robar (entiéndase: recuperar sus tierras y ganado); incendiando así el nacionalismo angloamericano y justificando los estereotipos de: rencoroso, traidor y violento.
La época de la Revolución Mexicana fue la de la gran inmigración; los nuevos llegados a Estados Unidos proporcionaron la mano de obra necesaria para los ramos de la agroindustria, la minería, la industria textil, la construcción de edificios y vías de ferrocarril. Tal oleada de “braceros” y el pánico de los estadounidenses por el peligro que representaba que Pancho Villa o algún otro revolucionario o forajido planeara reconquistar los territorios del norte, prendieron de nuevo las alarmas nacionalistas. Quedó prohibido en muchas partes el trabajo a extranjeros, anteponiendo el argumento de que, como no se podía saber a ciencia cierta quiénes eran los naturales que habían quedado asentados luego de la guerra y quiénes no, a casi un setenta por ciento se les etiquetó como “ilegales”. Aquella inmigración, que ya nunca paró, aportaría a los mexicoamericanos una revitalización cultural y el reencuentro con su identidad étnica.
En la década de los veinte, la xenofobia tomó tintes críticos; el sentimiento antimexicano fue bautizado como The brawn terror. La población fue depurada de las zonas de confort y progreso y se estableció en las zonas marginales y periféricas, donde las viviendas eran baratas: los barrios mexicanos, los guetos; esto les impedía la integración a la cultura angloamericana, al igual que operó el tema respecto a la educación escolar, vedada a los “pochos” (persona incapacitada para hablar el inglés). Se instituyó como requisito obligatorio para los mexicanos la portación de visa y pasaporte para entrar a Estados Unidos, se cerró la frontera y se formó la patrulla fronteriza; el pretexto fue que en ese entonces podían pasar a través de ésta los “peligrosos” chinos; pretexto que desde el 11-S fue utilizado con los “potenciales terroristas” islámicos, y hoy, 2017, se esgrime contra los criminales, los “bad hombres”, proveedores de droga, violadores (títulos otorgados por el hoy presidente de los EEUU, Donald Trump).
Para un panorama más completo de la fobia racial estadounidense, hagamos un breve recorrido por las campañas de injuria que desplegó durante el siglo XX: A los inmigrantes italianos se les estereotipó como mafiosos, traicioneros, asesinos a sangre fría; a los irlandeses como alcohólicos, viciosos irremediables, gente ignorante e iracunda imposibilitada al refinamiento y a la civilidad; los estereotipos a los franceses fueron los de bobos y apestosos; los judíos siguieron siendo los avaros, los explotadores, agiotistas facinerosos sin ningún amor excepto al dinero –costumbres bien vistas y aceptadas como normales en la sociedad norteamericana–; a los negros se les señalaba como “monos”, sucios, drogadictos, perezosos y sexualmente amorales; a los mexicanos se les aumentaron adjetivos despectivos como: beaner (frijolero), chuntie (chundo: indio, pueblerino [despectivo]), wetback (espalda mojada), spic (persona incapacitada para hablar el inglés), wack (socialmente incompetente) –usado para todos los hispanoparlantes–; los países comunistas se llevaron la peor parte del siglo XX, pues fueron los que encarnaron las huestes de Satanás que intentaban destruir al neo “pueblo elegido”, aquel que habrá, por designio del Dios único y verdadero, de gobernar sobre los demás pueblos. Ya en el XXI, como su antecesor ya lo anunciaba, serían los árabes y todo lo que represente al Islam lo que pasaría a ocupar el puesto del anticristo. Cabe resaltar que los indígenas (indios), desde la invasión de los ingleses y españoles a la fecha, no han dejado de percibirse como salvajes ebrios.
III. La lucha chicana por la reasignación de sus derechos.
La lucha de los chicanos se dio por la dignidad, por la reasignación de sus derechos y por la defensa de su identidad cultural. El término, chicano:
Se trata de una derivación o desinensia del término ‘mexicano’. De la voz ‘mexicano’ se derivó ‘xicano’ y, como la pronunciación de la x a veces cambia a ch, se obtiene, como resultado, la de ‘chicano’, aunque otros prefieren ‘xicano’. (Alarcón, Justo)
La década de los cuarenta brotó con una gran actividad de urbanización de la población mexicoamericana; esto a su vez detonó que los estereotipos hacia éstos, propagados por los medios de comunicación y el efervescente nacionalismo que suscitó la integración de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, fueran los de holgazanes, pandilleros, criminales, y hasta violadores o violentos sociópatas. En la percepción angloamericana, el “bandido mexicano” (entiéndase: el insurrecto) se había transformado en el “joven delincuente”. Identificados entre sí por el termino de “pachuco”, algo que les proveía de una identidad única que se hacía extensiva a su comunidad, eran vistos como símbolos de la resistencia por sus connacionales, y como sediciosos, truhanes y drogadictos por los angloamericanos, pareciéndoles aberrante y una falta de respeto a las buenas costumbres su comportamiento, su vestir estrafalario y el caló grotesco que utilizaban para comunicarse entre ellos.
Los altercados no tardaron en sucederse, siendo incitados principalmente por la prensa, seguidos de la policía, apoyada por la gran mayoría de la población blanca estadounidense. Ya criminalizados, empezaron a ser acosados y arrestados. Se propagaron rumores y comenzaron a ser cazados; en los famosos “motines pachucos” se les golpeaba y eran desnudados en plena calle, sacándolos de bares, iglesias y de sus propias casas; la intolerancia perseguía para humillar y si era posible herir o matar a cualquiera que tuviera la piel negra, café o amarilla. Las nuevas protestas fueron tratadas como insurrecciones, esto provocó una avalancha de inconformidad en la comunidad chicana, que comenzó a criticar con consciencia los procedimientos inhumanos de que eran objeto, tratando de poner un alto a la violencia y la discriminación; comenzaron a autonombrarse “mexican” y no “american”, y a reclamar su herencia cultural, por décadas sometida.
A finales de los años sesenta, la población chicana, al igual que la negra, apostó por la organización social, la desobediencia civil y la protesta pacífica en lugar de la confrontación violenta; la política en busca de acuerdos apoyados en leyes operativas que facilitaran su inclusión, no como una minoría étnica, sino como ciudadanos estadounidenses, otorgándoles, al igual que a los blancos, todos sus derechos constitucionales. Ante las negaciones y la represión, César Chávez organizó en Delano, California, una huelga masiva de agricultores y una protesta multitudinaria; Reies López Tijerina, líder de la resistencia chicana, comenzó a luchar a través de las vías constitucionales por las tierras que habían sido robadas por los angloamericanos (cuando violaron el tratado de Guadalupe-Hidalgo). Ambos fueron tachados de comunistas, siguiendo las costumbres xenófobas imperantes de la época. En las sentencias de Tijerina comienza a aflorar la reconquista de los territorios por medio de la ocupación y el crecimiento natal silencioso, y la coalición de los desposeídos, los prohibidos: indígenas, negros y latinos.
La identidad cultural de los mexicoestadounidenses comienza a redefinirse por esa época. Rodolfo ‘Corky’ González (activista político, boxeador y poeta) para encontrar su lugar en el mundo, sabiéndose producto de la discriminación, el desarraigo y la “identidad frustrada” que compartía con todos los chicanos, comenzó a buscarse, y de sus reflexiones nació “Yo soy Joaquín”, un poema épico que encarna en la voz de uno de los símbolos de la resistencia latinoamericana: Joaquín Murrieta (hoy, héroe mexicano caballeresco), el cual realiza una travesía por la historia de los chicanos, que se reconocen descendientes tanto de Cuauhtémoc como de Cortés; narrando el despojo de su tierra y la marginación por su color y su idiosincrasia étnica por parte de los “gringos”, la larga lucha por la reivindicación de sus derechos y el reclamo por el respeto a su lengua y sus usos y costumbres. Es en sí, un poema que ensalza la lucha por la supervivencia cultural, brindando con él, un acceso a las nuevas generaciones para reconocer y reconocerse en su historia, tanto en sus raíces nacionales como en su papel histórico dentro de los Estados Unidos. En 1969, las agrupaciones estudiantiles (MECHA: Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán) se reunieron y proclamaron el Plan Espiritual de Aztlán.
A pesar de los esfuerzos y el puño de logros alcanzados, la población mexicoamericana sigue siendo víctima de un sistema jurídico-legal que le impide adquirir representación política. Las últimas décadas del pasado siglo incrementaron, no sólo el aumento de natalidad de la población mexicoamericana, sino en cifras alarmantes el arribo de ilegales y/o indocumentados. En el siglo XXI, sobre todo a partir de los atentados del 11-S, la intolerancia y el pánico crecieron en desmesura; no es extraño encontrar migrantes mexicanos (la mayoría), guatemaltecos, hondureños, salvadoreños… muertos a mansalva o ejecutados a boca jarro por elementos de la patrulla fronteriza, tampoco deportaciones masivas de “sin papeles”. Las declaraciones xenófobas siguen a la orden del día, empuñadas por actores políticos y personalidades con acceso a grandes esferas poblacionales.
Persecuciones de indocumentados, deportaciones en masa, un muro (como en China, en Britania, en Berlín…) en vías de construcción, un gobierno ineficaz, corrupto, que ante las amenazas y faltas de respeto a su soberanía y sus conciudadanos continúa impávido, mostrando mansedumbre, que en lugar de dirigir con la experiencia viene a aprender y aprehender cuanto pueda, deben de estarnos anunciando que la casa ya se nos cayó encima y creemos que todavía estamos soñando.
Antes de cerrar el presente escrito, es menester señalar que hoy, ciencias como la antropología y la genética nos revelan que las razas no existen, echando por la borda los conceptos acuñados como verdades científicas durante el siglo XIX y desmitificados durante el XX, revelándolos tal y como son: arcaicos y ridículos mitos de superioridad racial, ficciones de supremacía cognitiva, conductual e intelectual. La historia nos enseña que el nacionalismo es el gemelo del racismo, ambos, sinónimos de la intolerancia y el odio. La ciencia nos índica que las diferencias externas dependen de las demandas del ambiente físico y no de una cuestión de “razas”. La experiencia y la ética nos guían, y nos recuerdan que: La verdad (es decir, el conocimiento) nos hará libres.
Posdata
El racismo imperante en México representa un caso alarmante, lo mismo que la situación del maltrato a los migrantes caribeños, centroamericanos y orientales que cruzan el país para alcanzar la frontera norte, recibiendo el mismo trato discriminatorio que reciben los mexicanos por parte de los estadounidenses, donde la violencia psicológica, verbal y física, producen estigmas que pueden marcar a muchas generaciones de hombres libres e iguales.
Bibliografía
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García y García, Esperanza, El movimiento chicano en el paradigma del multiculturalismo de los Estados Unidos, México: Edit. Universidad Iberoamericana, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, 2007. Impreso.
La Biblia: Nuevo testamento. Juan 8:32.
Consultas por internet
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