Hay verdades en la vida que pegan y uno se esfuerza por esconderlas hasta de la conciencia, sobre todo porque avergüenzan. Me sucedió luego de leer el artículo “Los años setenta. Breve historia del Neoliberalismo”, del profesor del Colegio de México, Fernando Escalante Gonzalbo (Nexos, junio de 2015). Aquello que siempre desprecié hasta repudiar hoy venía a ponerme en sitio. Como cualquier mortal que quiere conocerse honestamente, vi que soy un producto de los movimientos y consecuencias de la historia y los mecanismos del poder. Esto es lo que aborrecí durante una infancia de casi cuarenta años: la economía y la política; sin embargo de ahí me vino una de las respuestas más clarificadoras. Me descubrí un neoliberal, involuntariamente, claro, ignorante del molde cultural en que he sido insertado, donde mucho de aquello que detesto y señalo es precisamente la respuesta (en un sentido político). Con ese texto, que forma parte del libro Breve historia del Neoliberalismo (Colmex 2015), me sucedió que un efecto dominó quebrantó cada mito ideológico de los que me nutrí desde mis primeros años, los más sólidos por ser las primeras creencias, precisamente desde finales de la década de los setenta, donde está uno de los principales discurso en que he cimentado la razón de mis acciones e inacciones en la vida.
Influido por unos tíos muy jóvenes, desde temprano comencé a profesar la cultura y el pensamiento que inspiraba la música de rock and roll en todas sus variantes. Vámonos rápido: ¿Qué es lo que obtuve del goce de los sentidos que incita esa clase de música, que se traduce en ideología, en cultura, en sentido? La sensación primaria de libertad, la síntesis de ese valor fundamental. Así que comprometido con la idea, en la universidad llegué a proponer el tema de la Contracultura (esa forma de la libertad radical) como objeto de reflexión. Más adelante el asesor se rió de mi idea. La Contracultura es una cosa muerta, me dijo, búscate otro interés, o cámbiale el nombre al menos. Para no abandonar la línea propuse el tema de la Excentricidad, ahora a partir de una visión geométrica, donde lo común se encuentra en lo central y lo radical humano en la mayor periferia alcanzable, pero a la luz de tres textos literarios que pertenecen a lejanos círculos concéntricos de lo normal: Bartleby, de Melville; Wakefield, de Hawthorne; y Rip Van Winkle, de Washington Irving. Historias donde la libertad individual es llevada al extremo. Avancé algo pero no llegué a nada concreto. Como una especie de señal, en mis recuerdos sonaba “We don´t need your education”, la frase de la famosa canción Another brick on the wall, de Pink Floyd. Tírale, desarticula, detona, escápate, de todo aquello que huela a Estado, a orden, a ley, de todo y todos quienes te digan qué hacer con tu vida, es lo que me hacía alejarme de las mayores convencionalidades, tender a lo radical, al menos en mi cabeza o en mis sueños. Desde la cultura alternativa o como se le llame, hasta otras formas de ser humano, si me la venden la compro otra vez, pues ellas en sí no tiene la culpa. Es lo que me explica y describe Escalante Gonzalbo, cómo en el espíritu de los años setenta se incuba este presente; caracterizado, en consecuencia (juzgo), por una de las peores facetas del ser humano: la estupidez. Y aquí cito la descripción que hace Escalante: “…se ha agotado el pacto social…, (vivimos) una nueva sociedad, intensamente individualista, privatista, insolidaria…, (en la que se entiende) …consumo por definición de identidad…”
¿Dónde quedó aquel noble ideal contestatario de la Libertad? ¿A qué hora y cómo se convirtió en mierda? El profesor me responde con precisión. A la hora de que “En el discurso Neoliberal se entiende a la Democracia por Mercado”, y la Libertad es “la libertad económica”. De veras, qué pena. Me sentí como el revolucionario llevado a una lucha que resultó ajena, y ahora la gran causa lo olvidó y éste apenas se entera. Escalante lo dice así: “El Neoliberalismo hereda mucho de la protesta.” Hay pues, continúa, “una afinidad (del Neoliberalismo) en el ánimo radical contestatario de los años setenta.” Pero el problema del radicalismo, precisa, es que “tiende a mezclarlo todo, porque todo resulta igualmente condenable”. De haberlo entendido hace veinte años. Por lo que me resta, parece que ahora debo volver a comenzar ideológicamente; pero ya no tengo ganas. Cómo no sentir que todo ha sido una mala broma del mundo.