TÍVOLI Y LA PORNOGRAFÍA DEL PODER
La película se la lleva Lyn May, para lo que no tiene que actuar, sino basta y sobra con que sea ella misma. Hace del vedetismo un arte en el escenario, tras bambalinas y en público. Pero Tívoli es mucho más: se trata de un retrato del poder de obscena actualidad.
El director, Alberto Isaac, nos presenta un objetivo explícito: mostrarnos la pérdida de un “ambiente” de la ciudad, el del teatro de variedad, heredero de la carpa con espectáculo desnudista y de chiste pelado. Ambiente que se pierde para dar paso al de los cabarets de producción onerosa y pretensiones primermundistas. La tesis es polémica, falseable en lo sociológico o histórico, pero cinematográficamente es plausible.
La historia es sencilla y sin final feliz: la zona perimetral de la avenida Reforma Norte, llena de vecindades y casuchas de lámina y cartón, debe ser demolida para construir edificios y centros comerciales. Ahí está Tívoli, el teatro del barrio, y éste es el intento del dueño, los artistas y asistentes por salvar su fuente de trabajo.
Sin embargo, hay también un objetivo implícito: mostrarnos la atmósfera de lo que no desaparece, que es el régimen de la corrupción. Lo que se pierde con la desaparición de este teatro no es solamente el desnudismo y los chistes vulgares, sino un espacio de catarsis en el que el pueblo puede reírse a carcajadas de la sátira política del presidente de la República y toda su corte.
Fuera del teatro, la película retrata el mandarinato de la alta burocracia con toda su prepotencia; la colusión de contratistas con funcionarios públicos mediada por los entres y moches; la organización laberíntica de la gestión pública con la antesala de la antesala de la sala de espera y su correspondiente salida hacia ningún lado; los liderzuelos que lucran con la necesidad de los desamparados; las desapariciones forzadas impunes, y la subordinación de la prensa y la televisión a los intereses del gobierno.
En el contexto de los gobiernos de Luis Echeverría y de Ernesto Uruchurtu, nos muestra que modernidad y conservadurismo no se excluyen, sino que conviven en un proyecto urbanístico de exclusión social y reforzamiento del clasismo. La corrupción es más obscena que un split de Lyn May y más vulgar que cualquier chiste de Polo Polo.
En su doble moral, la élite aparece no solo como ratería organizada, sino como consumidora en lo privado de lo que censura y proscribe en lo público. Sus miembros no son más virtuosos que la plebe, sino más mustios, con shows de carpa privados en las salas de sus casas blancas como exotismo popular, y consumidora de pornografía y drogas en burdeles exclusivos.
Destacadísima, brillante actuación de Alfonso Arau en el papel de “Tiliches”, que nos demuestra distintas facetas de la comedia: cuenta chistes, actúa en sketch, parodia y baila. Pero se trata de un personaje redondo: cábula, pendenciero, provocador a capela y luchador social. En cambio, Carmen Salinas lleva un papel secundario y prescindible. Está muy lejos de llegar a ser la célebre “Corcholata”, salvo por un revire altisonante, preciso y contundente.
Pero no se crea que Tívoli se trata de un cine panfletario o de pretensiones de denuncia o intelectualidad crítica del poder, aunque Carlos Monsiváis sea coautor de un mambo, el de “La Corrupción”. Se trata de una película sumamente entretenida, musicales de y con Pérez Prado incluidos, que no forma parte del cine de cabareteras que le precede, pero tampoco del de ficheras que le es posterior.
No es un catálogo de albures, pero hay muy buen humor; no hay mujeres hermosas que pagan pecados, pero está Lyn May en todo su esplendor libre de toda ropa y culpas; no hay galanes al rescate ni héroes que se sacrifican, como tampoco están los ñeros de barrio que cumplen sus fantasías sexuales o se vuelven ricos por un golpe de suerte.
Los personajes populares se nos muestran ambivalentes, con ambiciones e ímpetu de revancha o desquite, pero también solidarios y desmadrosos, que al final no pueden más que rayar con un clavo un carro de lujo o sonarse a golpe limpio con quienes identifican como los autores de su condición.
Tívoli, México: 1975
Duración: 127 min.
Director: Alberto Isaac
Guión: Alfonso Arau y Alberto Isaac
Música: Dámaso Pérez Prado
Fotografía: Jorge Stahl Jr.
Reparto: Alfonso Arau, Pancho Córdova, Lyn May, Carmen Salinas, Héctor Ortega, Ernesto Gómez Cruz, Francisco Muller, Dámaso Pérez Prado
Productora: Corporación Nacional Cinematográfica (Conacine) / Dasa Films S.A.