Los aviones que descienden hacia el aeropuerto de la ciudad de México marcan de ahora en adelante el ritmo de todos los partidos que los Diablos Rojos del México disputan en el estadio “Fray Nano”, su nueva casa durante las siguientes dos o tres temporadas. Camino hacia la pista de aterrizaje, a baja altura, cada minuto un avión cruza el jardín izquierdo, tiempo necesario para que el pitcher efectúe su lanzamiento hacia home o para que el nuevo bateador se acomode en la caja de bateo. Si en promedio un partido de beisbol dura 3 horas, un espectador que no deje de contemplar el partido ni el cielo contabilizará, además de carreras, hits y errores, alrededor de 180 aparatos provenientes de casi todos los rincones del planeta.
En el “Fray Nano” los sueños de los aficionados rojos cobran vida: tras los días aciagos en el Foro Sol —una gradería gris, anónima, sin historias qué contar—, por primera vez en sesenta años acuden a la inauguración de un estadio, aunque éste no sea del todo nuevo. A pesar de ser el equipo con más títulos en la historia de la Liga Mexicana, los Diablos nunca han tenido un estadio propio. El Parque Deportivo del Seguro Social en donde jugaron desde su apertura en 1955 y que compartían con los Tigres, perteneció al IMSS hasta la temporada del 2000, año en que cerró sus puertas para siempre tras ser vendido a particulares en una operación que nunca se explicó ni justificó del todo. La transacción fue una puñalada trapera contra el alicaído beisbol capitalino.
De aquel gran estadio para 25 mil aficionados no queda nada, ni el nombre, pues Plaza Delta, un centro comercial, hace referencia al antiguo estadio de madera que se quemó el 26 de marzo de 1952.
De ser un deporte de masas, el beisbol en la capital perdió su arrastre y popularidad a raíz de la huelga de 1980 que ahuyentó para siempre a miles de aficionados y que sepultó la carrera de grandes peloteros mexicanos, algunos con records sin reconocer que por otra parte no han sido superados. La destrucción del estadio de la colonia Narvarte y la mudanza de los Felinos primero a Puebla y luego a Quintana Roo, enterraron aún más el ataúd del beisbol. Sin embargo, para la afición que sobrevive y que continua acudiendo al estadio para ver a los Diablos, después de padecer diez años en el Foro Sol y sus kilométricas distancias para llegar hasta las butacas, el Fray Nano representa una nueva oportunidad para que el rey de los deportes renazca de sus cenizas. Más allá de las comparaciones inútiles, los aficionados al beisbol deben de ser los más fieles, pues no cualquiera podría padecer el frío o el calor típico de los estadios tres veces a la semana, o aguardar con paciencia cuarenta y cinco minutos que por reglamento hay que esperar para que, o la lluvia deje de caer, o se suspenda el partido.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que fui a ver un juego de los Diablos. Mi afición nació el día que escuché a mi padre narrar un partido a través de la radio, cuando la XEX los transmitía. Me gustaba que fueran diablos y rojos, mi color favorito. Los ochenta fueron una gran década para los luciferinos: comandados por Benjamín “Cananea” Reyes, uno de los más brillantes mánagers que han pisado la grama, obtuvieron 4 coronas (1981, 1985, 1987 y 1988). Durante muchos años escuché los juegos por radio, a la hora mágica, las 7:30 pm, y sigo recordando con cariño a jugadores como Lorenzo Bundy, mi primer ídolo; Armando “Aguijita” Sánchez, “el almirante” Nelson Barrera, Sergio “Kalimán” Robles o Daniel Fernández.
Así que este 3 de abril, viernes santo, sí lo recordaré como el día que vine a conocer el estadio “Fray Nano”, que aunque pequeño, posee una ventaja indiscutible: se trata de un verdadero estadio de beisbol. Remodelado para cumplir con los estándares de la liga y para ser una digna casa de los campeones de la temporada 2014, en el exterior predomina la piedra volcánica, el concreto aparente y largas celosías de concreto. El aforo para 4,500 personas, incomparable ante los 25 mil que cabían en el Seguro Social y en el Foro Sol, evita que las multitudes desquicien este punto de la ciudad. Podría pensarse que la inauguración no es hoy, debido a que no hay aglomeraciones pero esto no quiere que no se sienta un ambiente festivo. En la explanada del estadio se reparten bolsas de tela que contienen el calendario oficial de juegos, un par de “aplaudidores”, una barra de chocolate de Oaxaca y una gorra que conmemora los 75 años de los Diablos y sus dieciséis títulos. Pasadas las 10:30 de la mañana, la tienda de suvenires está abarrotada y debe de ser cerrada para evitar que más gente se atiborre a la búsqueda de gorras, playeras y jerséis oficiales. Como de niño no pude tener un jersey, esta vez aprovecho el patrocino de mi hermano para tener uno.
Los puestos de comida ofrecen de todo: hamburguesas, alitas, refrescos, cervezas y los tradicionales tacos de cochinita pibil. Las edecanes de la cerveza Budlight acceden a tomarse fotografías con quienes se lo soliciten. Siempre sonrientes, enfundadas en diminutos shorts que revelan sus encantos o promueven sus defectos, se cubren del sol con sombrillas y se pasean por todo la explanada para agradar la pupila de los aficionados. Nunca he entendido por qué alguien se tomaría una fotografía con una edecán.
Dentro del estadio, el sabor del beisbol comienza a sentirse. Las butacas poco a poco van llenándose y el sonido local anuncia la segunda llamada para el comienzo de la ceremonia inaugural. Por sus dimensiones, este estadio que lleva el nombre del cronista deportivo Alejandro Aguilar Reyes, fundador de la Liga Mexicana de Beisbol y del periódico La Afición, permite una cercanía inusitada con el terreno de juego y por ende con los jugadores que apoyados en el cerca del dugout esperan saltar a la grama a ocupar sus posiciones. En su espalda pueden leerse sus apellidos: Albaladejo, Vázquez, López, Urías, Amador. A diferencia del Foro Sol, aquí una gran malla se extiende desde las alturas de la techumbre hasta el backstop, protegiendo a todos los aficionados detrás del home plate y de las rayas de primera y tercera. Así recuerdo las gradas del Parque del Seguro Social y un malla similar que, por el paso de los años, el sol, el frío y la lluvia, tenía varios agujeros por donde podía pasar una pelota y matar a un aficionado.
La ceremonia inicia con la presentación de los ejecutivos del equipo, entre ellos Alfredo Harp Helú, propietario del equipo, y Roberto Mansur, presidente ejecutivo. Esta vez la madrina es la actriz venezolana Marjorie de Sousa, quien atestigua la entrega de los anillos de campeones a todo la novena, incluyendo al mánager Miguel Ojeda. Se canta el himno nacional y se destacan los 16 títulos de los Diablos a través de una serie de fotografías con los héroes de cada época, como Alonso Perry, Lázaro Salazar, Nelson Barrera o Benjamín “Cananea” Reyes. Tras una lluvia de fuegos artificiales que no se alcanza a apreciar del todo porque es de día, pasadas las doce del día comienza en primer juego de la temporada: los Diablos enfrentan a los Toros de Tijuana. A través del sonido local se invita a todos los aficionados a cantar el primer playball de la temporada y del nuevo estadio.
El juego transcurre empatado. La pizarra electrónica no funciona del todo, por lo que el sonido local tiene que recordarnos la cuenta a cada rato. Aunque los boletos están numerados, no faltan las personas que se sientan donde no deben o quieren sorprender a otras diciendo que esos son sus lugares. Nada pasa a mayores, a no ser por algunas personas que se acomodan en las escaleras y deben ser removidas por cuestiones de seguridad. Tijuana anota la primera carrera en la historia del “Fray Nano”. Es la cuarta entrada pero los Diablos empatan en la parte baja y en la quinta se van al frente.
Una mujer del equipo de seguridad privada del estadio hace sus rondines una y otra vez, hasta que un aficionando, animado por la cerveza, le grita cosas como “Tengo problemas con la justicia pero contigo me readapto”. Cada que regresa a la tribuna izquierda, aguarda a que su admirador, desde las alturas, siga piropeándola. Otro persona sentada más abajo, le pide una fotografía para el recuerdo. Primero quiere negarse pero ya después acepta con gusto. Su otro admirador le grita, mientras ella se aleja hacia el otro extremo del estadio: “Poli, todas las mujeres son iguales”.
La fatídica séptima entrada rinde frutos a los Toros, que empatan el marcador. Para desgracia de las 4,500 personas que asistimos a este juego, en la novena el pitcheo de los Diablos se desinfla y permite 7 carreras. Aunque los milagros existen, si Cristo resucitó al tercer día y se elevó a los cielos, todos en el Fray Nano sabemos que esta vez será imposible una remontada con la marca de la casa. Los comentarios de los aficionados más conocedores se oyen a mis espaldas: “Debió de haberle dado la base intencional con la primera base vacía para buscar el doble-play. Ahí se equivocó el mánager”. Y es que el beisbol tiene eso: o respetas sus reglas básicas que suenan a lugares comunes, o te lo cobra caro.
Con el marcador 9-2, cae el out 27. En su primer juego en el Seguro Social, el 14 de marzo de 1955, los Diablos vencieron a los Sultanes de Monterrey 18-14. Debió de ser la locura. Esta paliza quedará registrada para siempre. Los Diablos se ocultan en la caseta. Al rato viajan a San Diego para jugar contra los Padres. Ya pasan de las tres de la tarde. En Iztapalapa, como cada año, ya crucificaron al Nazareno pero el cielo no se ha nublado como dicta la tradición. Más aviones siguen surcando el cielo y así lo seguirán haciendo durante toda la tarde y toda la noche, y durante toda la temporada hasta que en dos o tres años, si todo sale bien, los Diablos se muden por última vez, a su primer estadio.