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VÉRTIGO: EL ESPÍRITU DE LA ÉPOCA

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lisa Corona Aguilar (Ciudad de México, 1981) es una escritora mexicana que obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, Certamen Internacional de Literatura 2013, por el libro El desfile circular. Ensayo sobre el carrusel, la rueda de la fortuna y la montaña rusa. Su obra más reciente antecedente del anterior es una reflexión sobre el vértigo como enfermedad, no “excitación y glamur”, según señala Naief Yehya en el prólogo: El doctor Vértigo y las tentaciones del desequilibrio. “Una mañana cualquiera”, Elisa despertó y al abrir los ojos e incorporarse, sintió “una ola dentro de la cabeza”, “como la visión que se siente arriba del juego mecánico de las Tazas de la feria, como la llamada ‘cama loca’ de los borrachos”.

Este es un extracto de la conversación con Elisa Corona Aguilar respecto de su libro, efectuada en un café de la colonia Nápoles, los días previos a su regreso a la ciudad de Nueva York donde vive desde hace algunos años.

Entre El doctor Vértigo… y El desfile circular… existe una relación basada en la diversión extrema, por llamarle de alguna manera. ¿Cuando escribiste El desfile… ya padecías de vértigo?
Sí, me enfermé de vértigo y empecé a escribir El doctor Vértigo, antes que El desfile…; del Doctor llegué a la historia de Washington Ferris, el constructor de la rueda de la fortuna, y me di cuenta de que ahí había otro libro. Terminé El doctor… que iba a salir en unas ediciones llamadas Minotauro, una colección de Mauricio Ortiz sobre escritores que hablan de sus enfermedades, y hubo problemas con la editorial, parece que tuvieron que cerrar, y el libro se quedó guardado. Empecé a escribir El desfile circular… a partir de la historia de la montaña rusa y me di cuenta que la feria y el vértigo domesticado era todo un tema. Cuando enfermé de vértigo, empecé a preguntarme ¿por qué toda la vida me han gustado los juegos de feria, de velocidad y vértigo, y nunca me habían hecho mal, nunca me había pasado nada raro? Un día enfermas de vértigo y ya no te puedes subir a estos juegos. Me interesó la cuestión del mareo y la velocidad que están socialmente insertadas. No había un estudio que hablara de eso.

Tuve que ir a una biblioteca en Nueva York a investigar, porque no había nadie que hubiera escrito específicamente sobre las ferias y el placer de marearse, el placer del vértigo. Encontré un montón de libros de coleccionistas de carruseles y un libro perdido sobre las montañas rusas, su arquitectura y cómo se construían, pero eran referencias más bien de fans, de amateurs, gente con la obsesión de subirse a esos juegos, pero no un estudio más cultural que explicara por qué nos gusta hacer eso. Es una historia que a nadie le importa, que pasa desapercibida y sin embargo sigue inserta totalmente en la cultura.

Volviendo al doctor Vértigo, ¿cuánto tiempo pasa desde que comienzas a padecer vértigo y empiezas a darle forma a este ensayo?
Fue bastante rápido. Cuando me enfermé, encontré al doctor Vértigo mes y medio después, me curó y nos volvimos amigos; además teníamos intereses muy raros los dos. Él es una persona con intereses extraños y obsesivos: le interesan las guitarras y llega hasta el fondo de cómo funciona la guitarra… por eso nos volvimos tan cercanos. Recuerdo que cuando ya no era su paciente le dije que quería hacerle unas entrevistas y escribir un libro sobre el vértigo porque hay un misterio en todo esto, por eso me interesó escribirlo; cuando te enfermas nadie sabe lo que tienes: los doctores tampoco saben y te dan pastillas que no son para eso. Platicando con Jorge, el doctor vértigo, me dijo lo mismo: nadie sabía que tenían los pacientes de vértigo, se los pasaban unos a otros y que él quería investigarlo realmente.

¿Cómo diste con doctor Vértigo?
Una amiga muy cercana me pasó el dato: ella padecía de vértigo y que había encontrado en internet un lugar llamado mareo.com.

Mareo.com es un gran nombre…
Fue el nombre perfecto. Así fue como encontré a Jorge y para mí había algo muy claro, que él era la persona especializada porque los otros médicos siempre tienen la mitad de la información, por eso es tan misterioso el vértigo. Un neurólogo tiene toda la información del cerebro pero no tiene realmente una idea clara de cómo se conecta eso con el oído y además los neurólogos se sienten la crema y nata de la medicina.

Como otorrino, Jorge pensó que su carrera iba a consistir en atender gente con gripa, con narices chuecas y arreglarlas, pero se dio cuenta de que el vértigo le interesaba más, sobre todo por la tecnología relacionada; es tan difícil medirlo que había como mil aparatos para hacerlo. Hacen pruebas con sonidos para que escuches ciertos timbres y saber si estás escuchando bien, te hacen pruebas con un casco con unas cámaras por dentro. Jorge lo vio en una clínica y dijo “para que lo compro si yo lo puedo hacer” y lo hizo. Sus obsesiones tecnológicas y vertiginosas lo hacen el mejor médico en esto.

Hay una relación entre el doctor y la tecnología para crear vértigo y eso se parece mucho a los juegos de la feria…
Es muy interesante cómo te provocan vértigo. Nuestro sistema del equilibrio está diseñado para el mundo tal y como es, el mundo natural, entones, ¿qué le provoca vértigo a ese sistema? Pues alguna anomalía en el mundo natural o alguna anomalía física, como me pasó a mí. Es algo tan oculto porque no está en un solo campo de la medicina: está entre el oído, la mente, la visión y el tacto; por eso se han tenido que inventar cosas tan raras para medirlo. Yo veo que es algo a lo que se le ha puesto más atención a partir del avance de la tecnología. Van de la mano porque, por ejemplo, los primeros automóviles que para nosotros eran lentísimos, en su época la gente que decía o sospechaba que eso le hacía daño al organismo porque no está diseñado para esa velocidad; después se descubrió que no, que podías llevarlo al límite. El sistema del equilibrio no se puede estudiar si no hay una tecnología que lo equipare o que lo ponga a prueba. No es un sentido del que nos demos cuenta a menos que deje de funcionar: a menos de que te caigas te das cuenta de que todo el tiempo tu cuerpo está haciendo un esfuerzo para mantener el equilibrio. Por eso a Jorge le interesó tanto el tema, porque le interesa la tecnología, le interesa inventar aparatos cada vez más extraños para medir cosas que puedes hacer con el cuerpo.

 Ahora, creo que uno de los valores que tienen los libros, y es algo que tiene el tuyo, es darle a las palabras su verdadero significado. La palabra vértigo ha perdido su significado real y se frivoliza.
Lo que me parece muy importante de la palabra es la frecuencia con la que se usa porque eso implica un deseo. Es un deseo de la época: sentir vértigo es un deseo de la cultura, parece algo muy emocionante y algo muy atractivo, algo que está bien visto. En otros tiempos, a lo mejor en una época clásica, el equilibrio era el deseo que todos tenían como el Partenón; en otros tiempos era un poco el caos y el exceso, como en el Barroco y ahora, ¿cuál es el deseo de la época? El vértigo, porque estamos en todos lados, en revistas, en libros, en todos lados aparece esta palabra… es un miedo pero también es un deseo. Dicen los psicólogos que los sueños son deseos: si sueñas con el vértigo es porque lo estás deseando. Entonces me parece que es un concepto que define nuestra época, queremos esta velocidad a la que van las cosas, sobre todo en las grandes ciudades como aquí o como en Nueva York. Todo va a velocidades vertiginosas y muy pocos son los que se pueden adaptar a eso. Incluso las drogas son para eso, para sentir vértigo, y son algo deseado y algo que se busca experimentar. Se trata no solo de darle ese valor a la palabra sino de ver porque la frecuencia de esa palabra en nuestro tiempo, porque hay una búsqueda de eso. Hay un atractivo en el vértigo.

En esta época todo el tiempo nos están diciendo que si comemos mucho huevo se incrementa el colesterol, o que la carne nos está matando junto con el planeta…
—La época es contradictoria. Por un lado buscamos la salud, el equilibrio perfecto, casi inalcanzable. Se nos vende la salud en todas sus presentaciones: deja de comer esto, usa esta crema, usa este complemento alimenticio para que encuentres salud y equilibrio; pero al mismo tiempo la época demanda velocidad, acciones. Nadie puede cumplir con estas exigencias de la época; entonces es una contradicción. Hay exceso de trabajo, velocidad, cambios tecnológicos, y al mismo tiempo hay que estar capacitados, en equilibrio para esa velocidad. Yo si creo que hay una contradicción de la época. Queremos que nuestra salud aguante, que aguante una montaña rusa, y que al mismo tiempo estemos perfectos de salud y que la apariencia física sea de perfección, equilibrio y estabilidad. ¿Cómo va uno a vivir en ese estado constante de aceleración si la salud es tan frágil? Porque como decía, el sistema del equilibrio no está diseñado para eso.

Se me ocurre pensar en una de las figuras de la modernidad: Hugh Hefner, un tipo que sobrevivió al exceso de trabajo, a las drogas hay gente que dice que trabajó dos semanas seguidas sin dormir— y es el héroe de muchos, un tipo que lo tuvo todo, una revista porno que además revolucionó todos los conceptos, sentado con sus conejitas de 20 años a sus 90 y tantos. Fue una figura que en la época del vértigo superó las drogas, el exceso de trabajo, la fama y la fortuna. Es un ejemplo perfecto de alguien que se insertó en ese vértigo de la época y salió ileso pero ¿quiénes pueden hacer eso? Muy pocas personas, creo, pueden abrazar el espíritu de la época.

—El libro, como todo ensayo, es un híbrido: es una especie de entrevista-perfil del doctor Vértigo, una historia del vértigo e incluye reseñas sobre libros y películas como Mr. Vértigo, de Paul Auster, o Vertigo de Hitchcock. ¿Qué opinas del ensayo contemporáneo?
—La ventaja del ensayo es que siempre hay mucha libertad, puedes hacer de todo un poco. Lo que me preocupa del ensayo actual es que siento que hay muy poco rigor. Bajo el pretexto de escribir ensayos se dice que “no tengo que hablar de todo, no tengo que haber investigado demasiado, o mi ensayo es personal, íntimo, entonces nada más hablo de mí mismo”. Creo que hay pocas personas que ensayan y que realmente escriben mucho, leen e investigan. El ensayo es una gran oportunidad de poder hacer algo íntimo pero creo que también se corre el riesgo de que se vuelva una escritura laxa, un entretenimiento, un pretexto para publicar diarios personales. En realidad, ¿a quién le puede importar eso?

Si se quiere ser ensayista hay que leer mucho y tener rigor porque no por ser ensayo significa que puedo echar flojera. A los novelistas se les pide que hagan su mejor esfuerzo ¿no?, a los poetas ni se diga; esa cuestión de tomar el ensayo como el patio de juego a mí no me encanta. Además ahora está la tendencia de la autoficción.

Está de moda…
—A mí me parece de flojera pensar que tu vida sea tan interesante que todo es autoficción, cuando solo estás hablando de tu reducida experiencia del día. Me parece que eso surgió por esa libertad que se tomaron con el ensayo. Yo prefiero un ensayo más riguroso porque además, para mí, hay entusiasmo en investigar y dar con esas conexiones que uno solo no hubiera visto. Tristemente, todo mundo cree que porque se aventó un rollo, escribe ensayo; para mí eso no vale la pena. Creo que hay gente que lo hace más en serio, pero espero que no sucumban al último grito de la moda.

 

Elisa Corona Aguilar, El doctor Vértigo y las tentaciones del desequilibrio. La Cifra editorial, 2017.                 El desfile circular. Ensayo sobre el carrusel, la rueda de la fortuna y la montaña rusa. 2014.

                                                                                                                           

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