Fotografías: Sofía Villanueva
onocí a Morganna hacia 2009 o 2010, cuando ella ensayaba en el Sistema Nacional de Fomento Musical (SNFM), coordinación del extinto Conaculta. Era integrante del Laboratorio de Investigaciones Escénico Musicales (LIEM), agrupación de carácter social que montaba óperas para luego representarlas en barrios populares. De vez en cuando entraba a mi oficina a pedirme algo, unas partituras o un atril. Me saludaba de beso, situación que a los técnicos de la Orquesta Carlos Chávez les causaba gracia debido a la condición de Morganna o más bien de Saúl, como ella misma lo aclara cuando le cuento esta historia. En un país donde la educación sexual genera fuertes debates y tensa las relaciones entre la Secretaría de Educación Pública y el ala más conservadora de los padres de familia que consideran que sólo ellos tienen el derecho de hablarles a sus hijos de reproducción y salud sexual, no es de extrañar que palabras como transgénero, transexualidad o disforia de género queden al margen. Porque, ¿cómo hablarles a los niños de esos temas cuando la palabra condón aún posee la fuerza necesaria para ruborizar a ciertos sectores?
Para no cometer un error, me voy con tiento. Lo primero que le digo a Morganna es que me parece un ser humano muy valiente, porque supongo que no todos los que tienen disforia de género se animan a dar el último paso: la reasignación de su sexo mediante una intervención quirúrgica.
—No todas necesitamos dar ese paso, más bien hay mucha gente que termina haciendo el cambio nada más de género: hombres y mujeres transgénero. Las personas transexuales sí necesitamos una cirugía, pero eso ya es cuestión de lo que tienes en mente. Creo que es perfectamente justificable que no todo mundo se atreva a dar este paso porque la sociedad te castiga, incluso con la muerte, como lo escribí en el libro. Nada más por haberlo hecho, por haber decidido que querían ser libres, plenas y que creían en ellas mismas, han matado a algunas de mis amigas. Por eso entiendo que no todo el mundo se atreve. Ahora, no lo veo como una cuestión de valentía: para mí era cuestión de vida o muerte, porque si me quedaba así iba a morirme de depresión o de cualquier cosa que se muere una persona que es buleada toda su vida. Era una vida que no era tal, solo sobrevivía.
Con el libro en la mano, le leó a Moragnna una frase: “El pene era la fuente simultánea de dos sensaciones contradictorias: placer y repulsión”, y luego le digo que me resulta difícil imaginar que un día yo no quisiera tener pene.
—Claro, tú no tienes disforia de género, no naciste como una persona transexual. Ves tus genitales y están bien, todo es fuente de placer en cuanto al sexo y así debería ser siempre, pero en algunos casos nacemos con que las circunstancias de vida te plantean que tus genitales no te pueden dar placer porque tu cerebro te dice otra cosa, tu cerebro te dice que quieres placer en esa zona pero no con eso que tienes ahí.
¿La disforia de género es como estar encerrado en un laberinto que es el propio cuerpo?
—Yo no sentía que todo mi cuerpo estaba mal, me gustaban mis piernas, me gustaba ser delgada, pero sabía que no era una mujer. El problema eran todo el tiempo mis genitales, esa era la bronca. Te sientes angustiada todos los días, en todo momento y en todo lugar, y por eso era muy católica en ese entonces, durante mi adolescencia, pues era la única herramienta que podía hacer milagros, Dios en este caso. Esa desesperación, esa angustia y esa ansiedad que vivía siempre sólo se iba cuando lloraba y le pedía a Dios que me cambiara el cuerpo, sobre todo los genitales, que a la mañana siguiente ya no tuviera pene… y bueno, se cumplió. Se me concedió el milagro.
Me sorprende que Saúl, de adolescente, se identificara y encontrara cierta salvación en la religión católica, sobre todo cuando esta se niega a reconocer a homosexuales, lesbianas, transgéneros, etc.; es una religión opresora…
—Sí, es raro que me haya refugiado ahí. Lo hice por la experiencia que tuve a los dieciséis años al estar en este grupo católico, porque ese lugar era el único donde me aceptaban sin hacerme el bullyng que sufrí en la escuela; me respetaban, me decían qué bonito cantas, con ellos mi vida estaba bien. Cuando me salí del grupo empecé a ver el mundo desde afuera y decidí abandonar la religión.
Antes de hablar del doctor Eusebio Rubio, quiero precisar esto: en realidad Saúl no era homosexual, sino una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre. ¿Correcto?
—Exacto, era una mujer, nunca me sentí identificada con mi sexo biológico, nunca sentí que yo fuera un hombre. Pasé por una etapa donde pensaba eso porque no tenía información, pensaba que era un hombre y que como me gustaban los hombres, era homosexual; en realidad sabía que no, lo sabía porque todo el tiempo pensaba que yo era mujer. Después me enteré que eso es la disforia de género.
¿Cómo conociste al doctor Eusebio Rubio?
—A finales del 2008, empecé a investigar qué me pasaba. Escribí en mi laptop “nací hombre pero siempre he creído que soy mujer”, y se desplegaban páginas de transexualidad. Di con los mejores terapeutas en cuanto a sexualidad, y por ahí vi el nombre de Eusebio Rubio pero no le di importancia. Acudí a un centro de sexualidad y reproductividad, y no sé que cara me vio la mujer que me abrió porque llegué muy desesperada, y le dije “creo que soy transexual, ¿me pueden ayudar?”. Ella me dio los datos del doctor Rubio, su dirección y teléfono. Me mandaron con uno de los mejores y pues aquí estoy viviendo lo que él me dijo: una vida plena.
¿En México se hacen estas operaciones?
—Sí, hay doctores que las hacen. Ahora hay más, pero hace cinco años yo no me sabía de nadie que las practicara en México, no sé si se hacían en la clandestinidad o qué pasaba, pero yo quería hacerlo con el mejor. Había leído en internet que estaba en Bangkok, Tailandia. Ahora sé que hay uno muy bueno en Tijuana y también en Guadalajara. Cuando me hice la orquiectomía, el doctor que la realizó me dijo que él y otros compañeros estaban dispuestos a hacerme la cirugía pero me daba miedo; quería hacerlo con alguien que tuviera mucha experiencia y que todo quedara bien. Por eso lo hice allá, con el doctor Preecha, que fue pionero en este tipo de cirugías. Él empezó a practicarlas y ahora va gente de todo el mundo a operarse con el.
Hiciste una película, tienes presencia en las redes sociales, ¿por qué te interesaba hacer un libro, un objeto arcaico, en un país donde la gente no lee?
Creo que un libro es algo que nunca va a pasar de moda y es un objeto que la gente puede llegar a tener cerca del corazón; quería hacer un libro porque me interesa entrar al corazón de la gente. Quiero que la gente siempre tenga presente esta información en el corazón, porque creo que solamente así se pueden cambiar los prejuicios y toda esta basura social que padecemos. Si empezamos a sentir algo por los demás, amor tal vez se oye muy utópico, pero sí compasión y sobre todo respeto. Siempre me ha gustado leer y aunque la gente diga que es algo que está en extinción para mí es mágico, yo me crié en una familia donde nos inculcaron que leer te podía llevar a muchos mundos y lo constaté.
Hace un momento dijiste una palabra precisa… desnudarse, y eso implica un riesgo: mostrarte tal cual eres.
Creo que después de todo lo que he vivido, por todo lo que he pasado, el riesgo de poner mi foto y mi nombre y hablar de mis vivencias más íntimas, las que nadie sabía, ya no implica ningún riesgo. Sé que la vida es una y se va rápido y siempre he creído que es mejor hacer algo por los demás, hacer algo que pueda inspirar para salir adelante o a cambiar un poco la situación actual de la gente. Si me iba a arriesgar lo iba hacer bien. Al principio no quería que hubiera fotos, pero me puse a pensar que podría haber un niño como Saúl que puede estar pasando por lo que yo pasé, y se puede sentir identificado, o un papá o una mamá que tienen una hija o un hijo como este niñito y no entienden nada.
¿Por qué dejaste la ópera?
—En realidad no la he dejado, me estoy enfocando en otras cosas, porque también es algo que quería hacer: toda la vida quise cantar música pop, electrónica y rock, y la ópera la tengo como en pequeñas dosis. En todos los conciertos que doy canto un par de árias de ópera más lo que se me antoje. Hacer ópera implicaba un recuerdo de lo que era Saúl y no es que quiera olvidarlo, siempre va estar en mi corazón, pero me limitaba: cuando cantas ópera no puedes bailar por el escenario, no puedes perder la pose, no puedes bajar por las escaleras y cantarle a la gente. Yo quiero hacer eso, lo quería desde hace mucho tiempo. Ahora estoy haciendo fusiones de ópera con pop.
Ahora que hablas de Saúl, ¿qué pasa con él, con todos esos recuerdos? ¿Haces como que eso no pasó y te dedicas a recuperar el tiempo perdido?
—Saúl tiene todo mi respeto, todo mi agradecimiento por todo lo que vivió, pero lo veo a la distancia y ya no siento que fui Saúl. De hecho veo las fotos y siento como si fuera otra persona, ahora digo que es mi hermano gemelo que se fue a vivir a Tailandia. Siento que siempre va estar ahí, siempre voy a saber que yo fui Saúl. Ya empecé a vivir otras cosas; es otra vida la que estoy haciendo. De repente tengo actitudes de una niña de nueve años y mis amigas o mis amigos me dicen que no reaccione así porque eso no lo hacen las mujeres y les digo ¿neta me estás diciendo a mí lo que hacen las mujeres y lo que no deberían hacer en una sociedad que dice que si eres mujer no puedes hacer esto, si eres hombre tienes que hacer aquello, tienes estos derechos o no los tienes? A mí me importa un comino que digan que como mujer tengo que ser o hacer lo que está permitido. “Es que deberías cocinar”, me dicen, “porque eres mujer”.
Lava los trastes Morganna…
—Exacto… trapear, barrer, lavar, si no, no sirves. Yo veo las cosas desde otro punto de vista, el punto de vista masculino, y ahora sé perfectamente que la testosterona rige la vida de los hombres porque me paso a mí.
¿Qué sigue en tu vida? ¿Cuál es tu futuro?
—Estoy enfocada totalmente en la música. Desde hace ya algunos años me enfoqué en planear, producir conciertos y llevarlos a diferentes partes de la república o del mundo. Hace poco fui a Canadá con Guadalupe Loaeza, canté cosas de Agustín Lara y creo que tengo un campo bastante amplio de géneros musicales, pero hay que hacerlo bien. Ya me preparé ocho, diez años, y creo que tengo la oportunidad de cantar lo que a mí me gusta. Ahora, estoy conciente de la edad, ya no puedo ser la princesa del pop, pero sé que los sueños se hacen realidad y a mí no me pueden decir que no; uno tiene que luchar por lo que quiere porque así se tarde treinta y dos años en alcanzarse el sueño o la cirugía, llega, y creo que cuando realmente quieres algo, perseveras y lo alcanzas, y cuando lo alcanzas vale mucho la pena. También quiero seguir actuando, me gusta mucho; estuve en un cortometraje llamado Oasis, y me fue muy bien, recibí muy buenas críticas a mi trabajo como actriz. Me gustaría seguirme preparando, estudiar actuación porque si ya viví toda una vida actuando, que no pueda hacerlo en la pantalla.
Morganna, En el cuerpo correcto, Grijalbo, 2017.