Había una vez un país vasto y ameno, del que sus habitantes se sentían orgullosos. Los niños recitaban los versos de sus poetas; conocían los nombres de sus héroes y podían citar lugares de su territorio haciendo alarde de sus bellezas naturales. Había una vez un México que, poco antes de las ocho de la noche, juntaba a los adultos y a los niños por seis minutos frente a la televisión para ver y aprender de historia, de arte y de ciencia, aunque a veces los datos no fueran tan exactos, o se hicieran pasar los mitos bíblicos como datos históricos. En aquél país de ficción y fantasía se transmitía diariamente una serie de dibujos animados producida por mexicanos, dibujada por españoles y protagonizada por un genio del lenguaje, llamada simple y llanamente Cantinflas Show. Las primeras notas de la melodía de Rubén Fuentes, el autor del tema, se alzaban en un armonioso coro de voces femeninas que acompañaban al Cantinflas animado mientras se deslizaba entre imágenes icónicas de otros lugares y otros tiempos, viajando sobre una alfombra voladora en un muy particular recorrido por la historia.
La voz dulce de Mario Moreno interpretando a Cantinflas les habla, nos habla, a los niños. En el primer episodio de la primera serie está en Acapulco y llega con su banquito de bolear zapatos, ofreciendo sus servicios. Los gerentes del hotel le explican que necesitan a un guía que dé lustre a su hotel y él, por supuesto, se apunta para el trabajo porque después de todo, se dedica a lustrar. Debe guiar a un gringo rico y su “secretaria”, una bella güera, alta como palmera y de inmensos ojos azules, a quienes les muestra todas las bellezas del puerto. El empresario se enamora del lugar y le ofrece a Cantinflas dinero para “ayudar a los pobres”. Pero él se resiste: “Oigame, no, si, pobres, pobres, no estamos. Solo necesitamos una manita”. Y con los dólares del gringo convierte el hotel en una escuela. En su episodio sobre las Siete maravillas del mundo antiguo explica cada una de ellas, pero no se olvida de hacer un espacio para que quepa Teotihuacán y seguir dando realce a la cultura mexicana, además de explicar, muy a su modo, la existencia de una serpiente emplumada.
Esa primera temporada de Cantinflas Show hacía visible a México inmediatamente después del horario de las caricaturas estadounidenses, enseguida de todos los dongatos, pájaroslocos, tomesyjerris, en un espacio liminal antes de los magnums, dukesdehazards y dallases que constituían la programación para adultos. Los acordes ralentizados de la Bikina al final de la caricatura producían una atmósfera onírica que mandaba a los niños a dormir (aunque no todos lo hacían a esa hora) y podían empezar a soñar con ser genios, como Edison, con que vivían en Egipto y conocían a Tutankamón, o que eran astronautas, mientras los adultos se quedaban saboreando una probadita de su México.
Recuerdo que a mí me hizo conocer a Guadalupe la Chinaca, la heroína del poema de Amado Nervo. Entonces no sabía que se trataba de un poema modernista, ni que honraba a las adelitas, esas valerosas mujeres del siglo XX que acompañaban a los revolucionarios; menos que Guadalupe la Chinaca era el otro sobrenombre de la actriz y cantante Blanca Reducindo Moreno, la India Bonita. Sólo sabía que la musa de la poesía, Polimnia, del episodio de las Musas, lo recitaba con gran pasión y luego retaba a Cantinflas a que lo hiciera también. Los famosos versos “Con su escolta de rancheros/ diez fornidos guerrilleros/ y su cuaco retozón/ que la rienda mal aplaca/ Guadalupe la Chinaca/ fue a buscar a Pantaleón”, son transformados por Cantinflas en: “Con su rancho de escolteros/ diez guerridos fornideros/ y su reto cuatezón/ que la placa mal arrienda/ Chinalupe la Gualapa/ va a pantar a Buscaleón”. No importaba cuántas veces lo hubiera visto antes, yo siempre rompía en una carcajada al escucharlo. Con los años, cuando tuve acceso al poema de Nervo, lo aprendí de memoria e intenté hacer juegos de palabras como aquellos cantinflescos, como ayuda para recordarlos más fácilmente, sin embargo, no había comparación, aquella versión era extremadamente buena.
Todo el episodio de las Musas es una maravilla. El narrador presenta a Apolo, el hijo de Zeus, como un junior del Olimpo que tiene a su servicio a las musas, a quienes Cantinflas presenta como si se tratara de un concurso de belleza moderno. Ellas, dice, “son las que inspiran todas las artes, y sin el arte, no seríamos nada, y con la nada, no existirían los artistas”, una joya de la retórica, ¿no que no? “A’i les va su moraleja, jóvenes: Siendo sano y educado, quién nos quita lo bailado”, dice Cantinflas para cerrar uno de lo más divertidos e informativos episodios de su serie, lleno también de caricaturas de hermosas mujeres de piernas largas, ojos enormes y ropa reveladora, con escotes profundos que revelan tanto los pechos como las piernas.
En la era de lo políticamente correcto esta representación de las “changuitas”, como las llama Cantinflas en varios episodios, sería totalmente inapropiada en el horario familiar, así como el hecho de que el personaje fuma mientras se dirige al público, desliza uno que otro albur y mentada de madre en las rechiflas, además de que se enamora de todas las mujeres de cuerpos esculturales que pasan a su lado, pero no de las gordas (otra mención políticamente incorrecta), de las que huye.
Diez años después del inicio de Cantinflas Show , los productores William Hanna y Joseph Barbera decidieron realizar una adaptación para presentarla en Estados Unidos, dirigida principalmente a la población hispana, pero en inglés, para lograr mayor penetración. En lugar de Cantinflas, el personaje se llamaba Amigo. La serie se titulaba Amigo and Friends… Amigo y sus amigos… chale. Por supuesto se hacía más énfasis en personajes del mundo anglosajón, como George Washington, Daniel Boone y la estatua de la libertad (sí, la estatua como un personaje, no me pregunten por qué) y conoce tradiciones y lugares, como el juego de beisbol o el parque de Yellowstone. Los nuevos dibujos recibieron algunos retoques, para hacerlos lucir más modernos, y aquellos episodios que tenían mensajes abiertamente patrióticos o anti yanquis, se evitaron. Con la cara lavadita y una intención menos contestataria, Cantinflas regresó a Estados Unidos en forma de dibujo animado, causando más revuelo que con su papel como Paspartout en la película La vuelta al mundo en 80 días.
Así, después de recordar esos seis minutos diarios que en mi infancia tanto me hicieron reír, con los acordes de la Bikina en el ambiente, los dibujos de las pirámides de Teotihuacán, las imágenes caricaturizadas de la ciudad de México y del Museo de Antropología me voy a dormir temprano, a soñar con un país que no se avergonzaba de sí mismo y que trataba a sus jóvenes como tesoros, como promesas, y no como criminales.