Entrevista con Nuno Júdice
Fotografía de Ollin Buendía
Tengo la idea que hay una continuidad durante todo este tiempo, pero La noción de poema era importante en esa época porque para mí escribir poesía parte del principio de que es necesario reflexionar sobre lo que eso representa. También porque en ese tiempo leía mucho a Fernando Pessoa y su pregunta es la del “yo” del poeta cuando él inventa sus heterónimos. Cuando él se desdobla, está diciendo que “uno” es “muchos”. Y yo planteo en ese libro esa relación del poeta cuando está en el papel frente a la [figura] del autor. También era una época en que había muchas preocupaciones de una poesía comprometida, política, y yo creía que había que escribir una poesía que no dependiera de las circunstancias, así que ese libro fue un tipo de manifiesto que salía de ese campo para llegar a una poesía más universal que recibiera la influencia de otras poéticas del momento en Francia, Inglaterra, Estados Unidos o España.
¿Qué ocurre con sus libros siguientes?
Esas preocupaciones teóricas se resuelven un poco, y creo que esa identificación del “ser real” con el “ser poético” ya no está diluida. Ya no me preocupa saber si lo que escribo puede ser leído de un modo biográfico o no. Eso es superficial, porque de todos modos la poesía va por sí sola, no depende de otras cosas.
La crítica ha hablado de su poesía como una “búsqueda de la belleza de lo cotidiano”. ¿El tránsito de la “idea” a la “materia” del poema sintetiza su recorrido poético?
Esa idea del poema nace siempre de las palabras. El poema es una forma verbal, y no creo que dependa de algo ideológico o de pensamientos que introduzcan una separación sobre el trabajo de la palabra. Para mí hay algo muy importante: la poesía debe decir algo, debe contar algo. Y esa relación con la realidad estuvo siempre muy presente. El poema nace de cosas sencillas. Tengo un libro que se llama así [As coisas mais simples, 2006]. Son las cosas de lo cotidiano: memorias, imágenes. Lo que ocurre es que no se debe agotar en eso. Hay un momento en que esos elementos diarios, sin atención especial, se vuelven un punto de partida para una reflexión de lo que hacemos y lo que somos.
Creo que son las dos cosas. No puedo negar que las imágenes provenientes del simbolismo o del surrealismo fueron también muy importantes en mi formación y mi poesía es muy visual. Lo que ocurre es que al mismo tiempo hay una búsqueda de sí mismo y de la sensación, de la forma de sentir esas cosas, esas imágenes que envuelven al poeta y a la vez envuelven al lector, quien en los poemas podrá sentir lo que el poeta sintió para recrear y revivirlo. Es muy importante que el poema tenga esa vivencia detrás.
Nuestro mundo ha vuelto a radicalizarse entre posiciones extremas en lo religioso, lo cultural, lo racial, lo político. ¿Aún es posible que la literatura nos acerque como humanos?
Sí, creo que hay algo que ese tipo de ideologías extremistas, fanáticas, está poniendo en cuestión: la universalidad. Para mí es muy importante que la literatura sea un modo de transmitir que todos somos iguales y no se debe obligar a sentir o a pensar de la misma manera a todos, ni a traicionar sus ideas o concepciones. Pero “respeto por la diferencia” no debe ser una fórmula eufemística de decir que debemos renunciar a nuestros valores para aceptar cosas impensables en un mundo creado por la democracia, por la Revolución Francesa, por esos ideales magníficos que están siendo traicionados cada día.
Hablando de diferencias, el portugués se habla en Europa, en África, en América con sus respectivas variantes. ¿Cómo transforma este fenómeno la idea de una poesía o una literatura nacionales?
Sí. Cada literatura dentro del mundo lusófono tiene su identidad y su tradición, y tampoco dejaremos de lado la importancia de quienes vivieron y escribieron antes de nosotros. La tradición que viene de la Edad Media en la poesía portuguesa es fundamental para mi trabajo y tengo que leer mis bases o a los románticos para reencontrarme con esa fuente. Y eso no significa que la forma como en Brasil o en África los escritores encontraron sus identidades diferentes no sean importantes, porque escribimos la misma lengua, y la poesía brasileña del siglo XX fue también muy importante para mi formación.
El mundo globalizado conectado por internet y las redes sociales parece haberse hecho más pequeño, pero también más intolerante, más individualizado, más divergente. Usted es especialista en literatura medieval. ¿Qué nos enseña el mundo del medievo en este momento?
Aunque usted ha dicho que el texto poético es “inútil” frente a un mundo de cosas “útiles e inmediatas”, también ha descrito la poesía como un “milagro profano” y un “lugar de paso” que nos guía a otro mundo. ¿Adónde nos lleva la palabra poética?
Esa expresión “inútil” fue usada muy irónicamente (risas), porque la poesía no es algo inmediatamente necesario, pero cuando vemos su importancia a través de los siglos, como la afirmación de una identidad nacional en el caso de Portugal, eso es mucho más importante. Los dos grandes símbolos de nuestra cultura son los poetas Luis de Camões y Fernando Pessoa. Ahí vemos que no podemos abdicar de la poesía.
Europa y América viven un momento crítico, un sentido apocalíptico de inseguridad y ansiedad debido al terrorismo, el narcotráfico, el racismo. Usando dos títulos de sus libros, ¿cuáles son las cosas más simples y los conceptos básicos que el mundo debería conservar para hacerle frente a este periodo?
No abdicar de los principios fundamentales de nuestra civilización, que vienen del siglo XVIII con la Revolución Francesa y lo que cambió en Europa y en el mundo, aceptando las diferencias pero no renunciando a nuestros valores. Sobre todo, no hay que confundir lo que debe ser diálogo con los otros con la abdicación de lo que somos.