Suena como una historia clásica de redención, aunque con una impronta añadida para la reflexión bienpensante: esto es más que una novela, porque se trata de una historia real. Edward Guerrero, el criminal confeso, existe.
A mediados del siglo XX, Truman Capote y Norman Mailer establecieron las bases canónicas de la no ficción estadounidense.
Grandes novelas “reales” basadas en el conflicto humano puro y duro, sobre las bases de la técnica periodística, donde todo añadido era considerado un ultraje a la complejidad que la propia vida proveía.
La no ficción estaba ahí, dura, mágica, intransigente con aquello que no fuera su naturaleza “verídica”. No había nada que embellecer, tan sólo contar las maravillas que la propia realidad amalgamaba (aunque pronto sabríamos que el programa no siempre se cumplía).
De ahí que la primera declaración de intenciones del libro de Bruno H. Piché (Montreal, 1970) esté en el subtítulo, que juega a chocar dos géneros como trenes: “una novela de no ficción”.
El prólogo de Sergio González Rodríguez resalta dos aspectos en la técnica narrativa de la obra, a la que considera curada de los males que aquejaron a los maestros mencionados: Piché no se coloca por encima de su relato ni de su protagonista, además de haber elegido un diálogo igualitario con Guerrero, consciente de las condiciones que los unen y los separan.
Trabajada por medio de entrevistas al criminal, la policía, los especialistas y la familia alrededor de su caso, en un diálogo con documentos judiciales y referencias socioculturales sobre las condiciones de la condena de Guerrero, la narración de Piché asume el tono de una investigación rigurosa sobre los materiales de su subject.
Pero a la historia del reo, suma un elemento empático: el proceso personal del autor con la diabetes, la depresión y la ansiedad.
Si escribir libra simbólicamente de las cárceles, también puede salvar a un hombre atribulado por la dolencia física y las pruebas de su propio espíritu. “Escribo entonces para ser yo mismo, sin saber qué o a quién voy a encontrar”, dirá el narrador.
Ahí, el tono objetivo, distante y cerebral del investigador da paso a la confesión, la duda, el insomnio de la ansiedad. Ese juego de enfoques transforma el libro. Sin la fe religiosa de Edward Guerrero, apoyado tan sólo en las armas que le ha dado la literatura, Piché se ejercita en reflexionar sobre su historia mental, como un espejo del criminal en su celda.
En ese juego de aproximaciones y alejamientos, de cuestionamientos y averiguaciones sobre la “verdad” del caso Guerrero, Piché debate varias de las preguntas centrales de su libro: ¿Qué es la justicia para los hombres como Edward Guerrero? ¿Cómo se define? ¿Es posible creer en la regeneración moral de un ser humano o deberíamos perder esa esperanza?
En ese discurrir, la novela no ficcional de Piché se convierte en análisis de un sistema de justicia discriminatorio que no elimina las taras del racismo y el prejuicio.
Porque en la espera de una posible apelación para la cadena perpetua de Guerrero, el autor -también escritor migrante en la academia de Michigan- se sumerge en la condición de infrahumanidad que rodea a personajes como Guerrero, síntesis ejemplar desde el delito de las vidas cruzadas entre México y Estados Unidos.
“Si eres un hombre pobre y de origen mexicano en Estados Unidos de América, no eres del todo un hombre; eres un infrahombre”, concluirá convencido Piché.
Es en Edward Guerrero, en todos los que son como él, donde se vive la fractura más fuerte entre los migrantes y el american way of life. Ellos son la grieta del sueño del capitalismo y del progreso que impacta con la realidad de la discriminación, la segregación, el narcotráfico y la falta de oportunidades.
En La mala costumbre de la esperanza, la fragilidad de un hombre que trata de convencer a sus jueces de haberse redimido se reúne con la fragilidad de un escritor que batalla con sus demonios mentales para contar una historia de coincidencias sobre dos hombres en busca de sus libertades respectivas.
Piché nos entrega un texto duro, oscuro, de denuncias éticas, pero en el que refulge un último brillo de esperanza: el del milagro inesperado que sólo puede ocurrir en lo cotidiano.
Bruno H. Piché, La mala costumbre de la esperanza. Una novela de no ficción sobre un violador confeso, Literatura Random House, 2018, 157 págs.