l finado escritor mexicano Daniel Sada acostumbraba decir que era mucho más difícil para un escritor publicar un buen libro de cuentos que una novela. Afirmaba lo anterior porque creía que, mientras la segunda es un cuerpo unitario que puede tener ciertas máculas sin que estas afecten demasiado el resultado final, los cuentos deben ser construidos con precisión de relojero y pasión de ebanista. En un volumen de relatos es mucho más fácil que el lector se percate de que alguno de ellos es deficiente: basta compararlo con la calidad media de los demás. Pensemos en una dentadura en la que algunas de las piezas son perfectas y otras están rotas o amarillentas: esa es la impresión que da un cuentario desigual.
El cuerpo de la noche, de Fernando Yacamán (Ciudad de México, 1985) da la impresión de ser una sonrisa dispareja. Todos los relatos están construidos con eficacia, pero hay algunos que sobresalen. La apuesta del autor es hacer un compendio de historias que abarquen a esos personajes que se mueven entre fronteras: ya sea la del la razón con la locura, la pasión con la templanza o el vicio con la virtud, mostrados a través de doce relatos que lo mismo llevan a las zafras sureñas que a los caminos del norte del país y que lo mismo son protagonizados por treinteañeras borderline que por citadinos alienados. Yacamán se mueve también, al igual que sus personajes, entre el delirio y lo tangible: sus relatos lo mismo pueden ser lo mismo de una sofisticada fantasía que de un sólido realismo.
Algunos de los relatos del volumen cumplen con creces su función de perturbar y maravillar al lector: Norte de sur muestra con claridad las contradicciones internas a las que se ve sometida una mujer que acaba de terminar una relación enfermiza y que se percata que lo patológico reside en ella; El sapo reinterpreta la leyenda de un peñasco boliviano que asemeja al animal del título con resultados insospechados para un turista; Zafra es una alegoría magnífica de la virilidad salvaje de un hombre del trópico; Crónica de un hombre fragmentado utiliza con ingenio la supresión de palabras y cambios de sintaxis para mostrar la fragmentada psique del protagonista. Sin embargo hay otros que no alcanzan el nivel de los primeros: finales no trabajados más que abiertos; repetición constante de tópicos que sugieren una limitada capacidad metafórica –los “viejos con rostro de calavera”, por ejemplo–, o el uso de elementos mágicos que promete y que al final quedan en mera utilería –el libro rojo–. Además, en algunos de los relatos, especialmente los enunciados en primera persona, se percibe una uniformidad en el discurso que no le ayuda al lector a diferenciar uno de otro: pareciera que es el mismo narrador en distintas situaciones y no la diversidad de voces y personalidades que es la apuesta del autor.
Por otro lado, los textos de El cuerpo de la noche se hacen acompañar por una serie de fotografías en blanco y negro que complementan el trabajo narrativo. Algunas de ellas son utilizadas con eficacia, pero otras pareciera que están ahí simplemente para completar la premisa visual. Además, la calidad de impresión del libro no permite disfrutarlas en toda su belleza.
En conclusión: Fernando Yacamán es un prosista eficaz, con atisbos hacia lo sublime. Es posible que, con una mejor curaduría, su trabajo narrativo habría lucido mucho más. Será necesario seguirle la pista para disfrutar de sus trabajos por venir, ya que muy seguramente serán sorprendentes en el mejor de los sentidos.
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Fernando Yacamán, El cuerpo de la noche. Abismos casa editorial. 2017