Los dictadores, esos monstruosos y atrayentes individuos, muchos de ellos salidos de la miasma de la sociedad, que tuvieron en la palma de sus manos el destino de su país y, por supuesto, la vida de sus conciudadanos, no han dejado de intrigarnos aún en nuestros días de democracias maltrechas.
Mi abuelo y el dictador, segunda novela del escritor César Tejeda (Ciudad de México, 1984) retoma lo mejor de la narrativa de la dictadura y la ensambla con una historia de investigación autobiográfica. En ella, Tejeda-personaje, un joven escritor mexicano, indaga sobre su pasado inverosímil: fue hijo de un hombre septuagenario cuyo padre –es decir, el abuelo del autor–, tuvo un encuentro tremebundo con el presidente Manuel Estrada Cabrera, déspota que dirigió los destinos de Guatemala entre febrero de 1898 y Abril de 1920.
Tejada-autor centra su novela en un episodio de esos que marcan para siempre a las familias: la marcha que se ve obligado a emprender su abuelo, de nombre Antonio, a través de los casi cincuenta kilómetros que existen entre Antigua y la Ciudad de
Para agregar más dramatismo, durante esa caminata va a la retaguardia la esposa de Antonio, con su primer hijo en brazos y dentro del pañal del pequeño un revólver cargado con el que pretende liberar a su marido de la muerte.
Artífice de esta trama siniestra fue el presidente Manuel Estrada Cabrera, quien, aunque de origen civil, supo teñir su mandato con excesos dignos de la más sangrienta junta militar, todo ello, por supuesto, mezclado con intentos de legitimarse a través del edificio legaloide que él mismo irguió; además, abrió la puerta de su país a la infame United Fruit, trasnacional que definiría para mal los destinos de toda Centro América.
Otra de las virtudes notables de César Tejada es su capacidad de construir personajes entrañables y complejos: su abuelo Antonio –quien, curiosamente, es de los más opacos–, la aguerrida abuela Victoria, Maximiliano y Victor Manuel, los que causaron la desgracia familiar, e incluso la bisabuela Luisa, obsesionada por las cejas masculinas y amante de un cejón y peninsular sacerdote. Todos ellos inolvidables para el lector.
De cualquier manera, a pesar de sus carencias, Mi abuelo y el dictador es una muy disfrutable novela que nos vuelve a plantearnos el enigma del poder y sus testaferros y de la malsana fascinación que –aún hoy, en la segunda década del siglo XXI–, nos ocasionan.
César Tejeda, Mi abuelo y el dictador, 2017, Caballo de Troya