LA BELLEZA DE LO SINIESTRO

hora sé qué voy a decirle a Bibiana Camacho cuando le entregue el regalo que encontré para ella, sin buscarlo, en una librería de viejo, apenas unos días después de reunirnos a platicar en un café cercano a la universidad donde trabaja. Confieso que soy algo supersticiosa y el hecho de haberme topado, casi por accidente —literalmente me cayó en la cabeza al intentar extraer del estante un libro de la escritora Ana Mairena (asesinada a finales de los años setenta por su propio nieto, según los medios)—, con una autora que yo desconocía y de la que ella me habló por primera vez ese día, vuelve casi imprescindible darle el obsequio cuanto antes, aunque no sea su cumpleaños.

Antes de ser quien ahora firma sus libros, Bibiana Camacho era más o menos conocida en el medio de la danza contemporánea como Jenny Jiménez y tomó clases con una de las coreógrafas más importantes de México, Gladiola Orozco, quien junto con Michel Descombey, fundó el Ballet Teatro del Espacio. El baile le dejó a Bibiana también algunas enseñanzas, como a Eudora Welty la fotografía le brindó el gesto preciso para retratar con palabras las emociones de sus personajes.

«Bailar me enseñó el ritmo. Pero aún más que eso la importancia de transmitir emociones a través de lo que escribo. En la danza sólo está el cuerpo para decir algo; en la escritura, las palabras. No habría nada peor para mí que escribir algo impecable pero que no exprese absolutamente nada».

Una noche, antes de dormir, su madre le leyó a Horacio Quiroga, y la pequeña Jenny se revolvió de miedo entre las sábanas, pero se armó de valor y quiso seguir escuchando más cuentos. Entonces conoció «La gallina degollada» y la vida le cambió para siempre. «Me aterrorizó pero me encantó. Mamá me dijo que mejor no le dijera a mi papá, porque yo tenía como cinco años cuando me lo leyó. Tuve pesadillas, pero lo recuerdo porque con ese cuento descubrí la belleza en lo siniestro».

Años después, siendo adulta, adoptó el nombre de su abuela, Bibiana Camacho, porque le parecía un personaje fuera de lo común, y se postuló al mismo tiempo para una beca en el extranjero de lengua y cultura italiana que para ingresar a la Fundación para las Letras Mexicanas. Sólo la aceptaron en la primera, se mudó a vivir durante un año a Italia donde perfeccionó su italiano y escribió la mayoría de los cuentos que conformarían su primer libro, Tu ropa en mi armario (Jus, 2010).

Vivía en Perugia, un pueblo medieval, en la cresta de un monte silencioso, junto con una muchacha también mexicana, con quien organizó alguna vez una fiesta que se prolongó hasta la madrugada. Cuando todos se habían ido —o al menos eso pensó—, entró al baño y al salir encontró a uno de sus amigos fregando los platos en la cocina. Se desconcertó. Como casi todo en la realidad, el hecho tuvo una explicación lógica y se acabó el misterio y la diversión esa misma noche, pero Bibiana trasladó a la ficción ese extrañamiento que producen los eventos inesperados en el cuento “El intruso”, sobre una mujer que no puede deshacerse de un tipo que se instaló en su casa como si nada.

«Al volver me acordé del ofrecimiento que me habían hecho en la Fundación para las Letras Mexicanas: ir como invitada a los talleres que daban, y pensé que lo que había escrito podría tallerearlo ahí. Entré con Orlando Ortiz y las críticas se pusieron algo rudas. Era la primera vez que iba a un taller, y sentí que algunos me veían como “y ésta qué hace aquí”». No todos eran así, como el escritor J. M. Servín que acababa de terminar su novela Al final del vacío, y acudía clase con clase a leerla en público, y escuchar los comentarios de los demás.

Su trabajo en una agencia de publicidad acababa poco a poco con su entusiasmo por las cosas, así que Bibiana solicitó otra beca para irse a España y se la dieron. Pasó dos meses capacitándose en encuadernación de libros. Al mismo tiempo, Servín se encontraba en Colombia en una residencia para escribir, y la convenció de que lo alcanzara cuando ella terminara sus estudios.

«Estaba duro y dale con que me fuera con él, y yo no quería porque no tenía trabajo ni dinero. Entonces me dijo que si me conseguía trabajo en Colombia me iba con él y le dije que sí, ¡ya parecía que me iba a conseguir trabajo! Cumplió su palabra y pues que me voy. Estuve en la Escuela de Artes y Oficios de Bogotá dando un taller de encuadernación, durante un mes. Después de eso comenzamos a vivir juntos».

También empezó a escribir su siguiente libro, Tras las huellas de mi olvido. Mientras lo corregía daba clases de encuadernación a escritores. «Cada sesión era como una terapia de grupo. Nos daba por hablar y hablar mientras hacíamos el trabajo manual. El chisme estaba buenísimo». Al terminar el texto, lo mandó al Premio Bellas Artes Juan Rulfo para primera novela (2007) y obtuvo una mención honorífica, que le allanó el camino para lanzarlo en Almadia en 2010. Curiosamente, ese mismo año salió su primer libro de cuentos, el que había mandado a Jus.

Su situación económica no era la óptima para abandonarse por completo a la escritura, así que Bibiana consiguió varios trabajos y consideró que con el poco tiempo que le quedaba para escribir, sería más sencillo desarrollar otro libro de cuentos que una novela. «No sé en qué estaba pensando. Lograr un cuento eficiente requiere mucho esfuerzo y dedicación».

Contar con otro escritor en casa, J.M. Servín, le permitió a Bibiana revisar los cuentos de La sonámbula (Almadía, 2013) sin la necesidad de volver a otro taller literario. «Solemos ser mala onda con el otro. No nos ofendemos, hay paz, pero no siempre nos hacemos caso. Nos hacemos comentarios, el otro sabe si pela o no y cuando sí, siempre es muy útil».

De lo que no se libra es de las labores que le corresponden al escritor en estos tiempos para promocionar un nuevo libro. «El medio literario nunca me ha gustado, la verdad. Tengo más amigos bailarines que escritores. Y a los escritores que conozco y quiero mucho casi no los veo, no porque no quiera, sino porque siempre estoy chambeando o a veces no tengo lana. Cuando los veo hablamos de cualquier otra cosa que no sea literatura, de nuestras familias, por ejemplo. Las verdaderas amistades están para hablar de lo que cada uno trae en el corazón».

Durante la escritura de Lobo, el padre de Bibiana enfermó. Ahora no faltaba dinero, pero carecía de tranquilidad. Aún así, se trasladó a vivir seis meses a Oaxaca, donde experimentó la sensación de estar lejos de casa, un estremecimiento que configura la atmósfera de su más reciente libro. Su papá recuperó la salud.

La novela transcurre en apenas unas horas, el tiempo que la protagonista, Berenice, aspirante a investigadora, ocupa para escapar de El Lobo, un lugar ajeno al progreso, arraigado a costumbres pasadas, donde antaño crecían en los árboles perones y chabacanos, pero donde ahora ha comenzando a germinar el terror porque las personas desaparecen de repente y para siempre. El lector acompaña a la narradora a lo largo de un viaje que comienza inofensivo, pero al que ella nunca se sintió segura de seguir el paso. El miedo es un lobo que aúlla a las espaldas.

«El amor es un sentimiento que ocurre, que existe, y que pudiera desatarse hacia direcciones, insospechadas, incluso la violencia. Pero qué pasa cuando no traes nada ahí adentro. Ay. Eso para que veas sí me resulta tremendo».

En sus horas de comida, Bibiana aprovecha para escribir un nuevo libro, una novela sobre una anciana de ochenta años que acude con frecuencia al salón de belleza, con una mujer que no es de su agrado, pero cuyo trabajo con el pelo es extraordinario. Un día matan a la estilista y la vieja inicia una investigación sobre la indiferencia de los que la rodeaban.

Cuando no escribe, lee. Descubrió hace poco a la escritora estadounidense, Lucia Berlin, cuya honestidad ante el hecho literario la ha conmovido más de la cuenta. Aprendió a abandonar a la mitad los libros que no le están gustando durante la lectura. El más reciente que dejó fue En lucha incierta, de John Steinbeck, y lo sustituyó por uno de la autora Tedi López Mills. «Las uvas de la ira me encantó pero en éste, el autor mismo se regodea en el discurso del narrador atiborrado de sus propias ideas políticas».

Hoy jueves, Bibiana Camacho presentará su más reciente novela, Lobo, editada por Almadía, junto con sus amigos Karen Chacek y Juan Coronel Rivera, en el bar Bucardón. Un buen día para darle esa revista El cuento, en cuyas páginas se incluye un relato de Lucia Berlin, que transcurre en la Ciudad de México, y de quien, por cierto, existe poca obra traducida al español. Espero que le guste.

¿Que le diré al entregarle el ejemplar? Será una sorpresa.

 

Fotografía de Diana Gutiérrez

 

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