El pretexto para este tiro es el cinturón que acredita al portador como campeón mundial peso pluma del Consejo Mundial de Boxeo. Don King Productions, Inc. es la encargada de cobrar las entradas y pagar el salario de los pugilistas.
Corre la noche del 12 de agosto de 1981 en Las Vegas, Nevada. El hotel donde se lleva a cabo la pelea es el legendario Cesar’s Palace.
Antes de salir rumbo al pasillo que lo lleva al ring, Wilfredo Gómez toca la puerta del vestidor de Salvador Sánchez. No es recibido, nadie abre, pero la voz de Wilfredo se hace escuchar, le recomienda a Salvador Sánchez tomarse una selfie para que pueda recordar su rostro al bajar del ring.
Para muchos el favorito es Wilfredo Gómez, por una sola y evidente razón. Es un matamexicanos. Ha ganado siempre contra los boxeadores aztecas, y hasta ha cometido el exceso de ser gandalla.
A Carlos Zárate, que subió enfermo a la pelea, lo castigó incluso cuando ya había tocado lona. No tuvo piedad. Pero a eso suben los hombres al ring. A devorar o a ser devorados. Wilfredo es un hombre peligroso. Un devorador. Un felino. Un hombre armado con una bazuca en cada brazo.
Cuando Salvador Salió rumbo al cuadrilátero la orquesta comenzó a hacerle burla a Sánchez, cantando algo así como: ¡Ay, Salvador! ¡Ay, Salvador! Alguna vez Wilfredo, ya retirado, declaró: “Tuve muchas peleas fuertes. Por mencionar algunas, te diré que con Lupe Pintor, con Salvador Sánchez, Azumah Nelson y Rocky Lockridge. Todas fueron sumamente duras. En esa pelea con Nelson se me disloco la tráquea, debido a eso hablo con dificultad”.
Wilfredo se nota engarrotado. Trata de caminar erguido, para simular que está seguro de sí mismo. Pero no se aleja de su esquina, de los suyos, de donde se siente protegido. Salvador sube y abarca toda la lona, hace suyo el ring, va de acá para allá, corre, suelta golpes, danza, presume de ser él, el príncipe envuelto en su elegante bata azul. La orquesta de Gómez no permitió que los mariachis tocaran. Salvador se rió de eso.
Antes de que la campana suene, los boxeadores quedan de frente y Sánchez se porta un poco burlón, sonriendo de frente a Wilfredo. Como si ya quisiera comerse el pastel. La pelea está pactada a quince rounds.
El referi es Carlos Padilla. Las apuestas estaban primero 5-2, y han cerrado 3-1, a favor de Wilfredo. La legendaria voz de Jimmy Lennon hace la presentación. Wilfredo Gómez campeón mundial súper gallo pasea nervioso allá, al fondo de todo, en su esquina. Ha ganado treinta y dos peleas por nocaut. Sólo ha empatado una pelea. La de su debut como profesional.
La campana suena por fin.
Wilfredo arranca con seguridad. Se nota confiado, suelta los puños, lleva a Salvador contra las cuerdas. Quiere demostrarle al mexicano el poder de sus puños y terminar lo más pronto posible la pelea. Manda una izquierda que deja su mandíbula sin protección y por instinto sale un óper izquierdo de Salvador Sánchez.
Salvador no tiene dinamita en los puños, ni tampoco bazucas. Él mismo reconocía que era un boxeador que tenía que ir poco a poco destruyendo a sus rivales, porque su pegada no era tan potente. Pero apenas soltó todo su veneno, se notó que era suficiente para controlar a Wilfredo.
El golpe da directo en la mandíbula de Gómez. El boricua comienza a derrumbarse. Wilfredo viaja a la lona por segunda vez en su carrera. La mano izquierda de Gómez busca sostenerse de las cuerdas. Una vez que nos toca caer no hay modo de evitarlo. La zurda violenta de Sánchez alcanza el rostro del boricua en pleno viaje hacia la nada, acelerando la caída.
La arena enloquece.
Parece que la pelea ya tiene dueño. Wilfredo Gómez enreda los guantes en las cuerdas para levantarse. Algo en su mirada denota sorpresa. Mira al réferi como si lo hiciera desde un lugar lejano de su propia alma. Algo, un dejo de fanfarronería permanece en su forma de mirar a Sánchez. Wilfredo tiene muchos güevos.
En la esquina de Salvador Sánchez, su manager, Cristóbal Rosas, le habla a su pupilo que luce sereno, inalterable, concentrado: “No es justo que te lo acabes ahorita. Ya lo tienes, pero no te lo acabes. Llévatelo unos rounds más. Yo te digo. Sólo sigue así y cuídate de su izquierda”.
Salvador Sánchez casi era desconocido hasta su pelea del 2 de febrero de 1980, en Arizona. Esa noche Dany López, el hasta entonces campeón mundial pluma, sería testigo y víctima del brote de una leyenda. Salvador Sánchez enfrentó, en sus peleas de campeonato, sólo a la crema de su época. A los mejores ranqueados. Nunca hubo un solo costal. Las nueve defensas que hace son contra peleadores de alto nivel. Dany López fue una prueba grande que Sánchez superó con maestría. Luego de 13 rounds le otorgan el campeonato por nocaut técnico. El Coloradito era un tipo duro que supo ser digno hasta el final de la contienda. Aunque su rostro terminó masacrado.
La pelea contra Gómez significa la sexta defensa del título para Sánchez. Wilfredo sale al segundo round más aterrizado. Avanza amenazante. Pero Salvador esquiva con facilidad los ataques. Al final del segundo round Wilfredo ya tiene el pómulo derecho completamente inflamado. Acordes en el viento anuncian la derrota.
Esta voz es de Wilfredo: “Pienso que nací con habilidades boxísticas. Cuando tenía ocho, nueve años me gustaba pelear mucho en la calle, en la escuela y donde fuera. Ya cuando tenía como doce me llevaron a un gimnasio y ahí comencé mi carrera”. Antes que boxeador soñó con ser jockey, como su ídolo, Ángel Cornejo junior, otro habitante del barrio de las Monjas. El destino de Wilfredo no era domar caballos, sino noquear hombres.
En el tercer round Gómez alcanza en varias ocasiones el rostro de su rival. Cuando el round está cerca del final, Salvador Sánchez conecta una izquierda en el rostro de Gómez quien se estremece. La gente le pide a Sánchez que se coma a su presa. Quieren ver sangre. La campana suena.
En la esquina de Salvador Sánchez se encuentra su promotor, Juan José Torres Landa, quien le recomienda a Salvador tener mucha precaución y no exponerse de más. La dinamita de Gómez puede explotar en cualquier momento. Pero Salvador está seguro y le dice que no se preocupe, él puede resistir los obuses y va a ganar.
Usando su brutal y precisa zurda, Salvador Sánchez masacra el rostro de Gómez. Al final del cuarto round el tiro está tan prendido que hay un conato de bronca luego de que suena la campana.
Salvador Sánchez fue integrado al Salón de la Fama del Boxeo en 1991. El estilo tan singular, esa forma que tenía de mover los guantes como si fueran maracas, la fuerza de sus golpes, lo esponjado de su cabellera, lo contundente que era para ganar, el rostro sin cicatrices y su forma tan efectiva de defenderse lo hicieron ídolo. El rango de leyenda se lo ganó desde muy joven.
Suena la campana por quinta vez. Wilfredo sacude dos veces la cabeza de Salvador, de su mata saltan pequeñas gotas de agua y sudor. Una gran característica de Sánchez es su resistencia. Como si en su cuerpo no surtiera efecto la fuerza ajena. Con un movimiento magistral Salvador sale del acoso. Y otra vez al ataque. La mente de Salvador Sánchez es un congelador de emociones.
Otra leyenda cuenta que el auto en el que muriera Salvador Sánchez fue regalo de un apostador que ganó mucha lana esta noche. La última vez que alguien vio a Salvador Sánchez fue en un bar. Un par de hombres lo vieron allí, en Querétaro. Hay dos horas en donde nadie sabe dónde estuvo. Luego viene el choque contra el camión de carga.
Los boricuas siempre justificarán la dolorosa derrota diciendo que Wilfredo no estaba en su mejor momento, que no se preparó bien, que no se encontraba al cien por ciento. En el documental de Mario Díaz, Bazooka, las batallas de Wilfredo Gómez, el campeón boricua confiesa que Sánchez era su motivo para levantarse, y la noticia de la muerte del mexicano lo frustró. Ya no había modo de demostrar que él era mejor. No habría revancha.
Cuando la campana suena por sexta vez, Salvador sale con todo. No deja de jalar del gatillo y todas sus balas entran. Wilfredo abre la boca para darle entrada al valioso aire que le permita seguir creyendo en los milagros.
Salvador esquiva los golpes de Wilfredo con facilidad. Se anticipa al pensamiento del boricua. Como si otro de sus poderes fuera leer la mente.
Quizá los puños de Wilfredo huelan a pólvora mojada, pero él es un soldado dispuesto a morir en la resistencia. Quizá los dioses que protegían a Salvador Sánchez intuían el futuro y le quisieron regalar esta noche.
En septiembre de 2009 entrevisté a Ana María Torres en su gimnasio en Ciudad Nezahualcóyotl y me dijo que uno de los boxeadores que observaba antes de cada pelea era Salvador Sánchez, repetían sus peleas en videos para observar estilo, movimientos, golpes. “Se ve que era muy disciplinado, porque en sus peleas no abre la boca para nada. Tiene una condición tremenda, su ritmo era idéntico durante los quince rounds. Me gusta cómo mueve la cintura, le tiran los golpes y se le van por acá. Eso para mí es el arte de pegar y que no te peguen. Es algo de lo que intento hacer en mis peleas”.
En la arena se encuentran Silvestre Stallone, Sophia Loren, Joe Louis, Sony Liston. Otra vez suena la campana. Este será el mejor round de Wilfredo, quien confesó, refiriéndose a su preparación para este combate, “Tenía mucho sobrepeso cuando faltaban cinco días para la pelea. Yo corría por las mañanas, hacía mis rutinas, y luego me metía al sauna y me quedaba sin comer para dar el peso. No es que quiera justificar la derrota, porque perdí y lo acepto. Pero todo eso me afectó muchísimo”.
Estamos a punto de comenzar el octavo round. Wilfredo quizá está pensando: Seguro que puedo. Aunque me duelan los ojos con los tostones que me frotan para bajar la hinchazón. Yo dije que ganaría en el octavo, y a la mejor podré decir que me costó mucho trabajo, que fue más difícil de lo que pensaba, pero que pude con Salvador Sánchez, que a mí ningún mexicano me gana.
Quizá Sánchez sólo piensa; ya llegó el octavo round.
Wilfredo se lanza con todo para noquear. Pero sus planes no funcionan. Salvador desvía todos los ataques. Pero Wilfredo no deja de lanzar sus puños. Son tres los ganchos arriba que sueltan ambos y enseguida tres abajo. Como si se cumpliera el viejo adagio de que el enemigo es sólo un espejo. Pero Wilfredo sale más dañado.
Wilfredo fue campeón de box en un mundial en Cuba. No cualquier cosa. Sólo tenía 17 años. Dicen que con su primer sueldo le compró un taxi a su padre. El primer combate profesional que tuvo, lo empató. Wilfredo ya había visitado la lona antes de que Sánchez lo tumbara, fue en mayo del 77, en un combate contra el coreano, Dong Kyun Yum, en el coliseo Roberto Clemente, en Puerto Rico. Fue la noche en que Wilfredo se colocaría su primer cetro de campeón mundial.
Se trenza Wilfredo al cuerpo de Sánchez, le caen bien estas pausas. Aunque gasta energía, al menos no está siendo golpeado. Salvador lleva a su rival contra las cuerdas. Esa es su estrategia. Entran en un intercambio abierto de golpes que Gómez no rechaza aunque de ante mano sabe que se llevará la peor parte. A Salvador Sánchez nada lo distrae. Ya detectó el aroma de la sangre de su víctima y no le permitirá escapar.
Sal Sánchez mete una derecha brutal a la quijada del boricua. Un golpe que parece que reservó para este preciso instante. Un cambio notorio de velocidad. El golpe rebasa por dos veces la velocidad de la luz. De inmediato Wilfredo queda como desconectado de este planeta. El shock del golpe ha sido brutal. El cuerpo de Gómez se descompone en el aire y al ir de bajada se sostiene de las cuerdas. Frente a sus ojos pasan obuses fieros que buscan arrancarle la cabeza, y de milagro no lo tocan. Su cuerpo pasea por las cuerdas buscando quedar en pie. Una izquierda lo derrumba. El réferi comienza a contar. Uno…Wilfredo quiere levantarse, seguir. Dos…Me parece que el réferi no termina de aplicar la cuenta de protección, mientras cuenta, aunque Gómez ya se ha puesto en pie, el tercero sobre el ring mira a los ojos al boricua. Debe de estremecer a cualquiera mirar al fondo de los ojos de quien quiere negarse a la derrota inminente.
En un gesto casi paternal, el réferi sostiene la nuca de Wilfredo y le recarga la frente en su hombro. Con la otra mano le avisa al público de la arena y a todos los televidentes, que la pelea ha terminado. Wilfredo alega que él puede seguir. De su esquina salen a llevárselo. Ellos saben que no hay nada qué reclamar.
“Le demostré que no se habla abajo del ring, sino arriba de él”. Eso dijo Sal Sánchez en la entrevista. Alguien en su esquina lo levanta en hombros. Salvador estira los brazos, sonríe y se deja ir hacia atrás, regocijándose.