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LA SINFÓNICA DEL AIRE

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*pajarear: 1. Cazar pájaros. / 2. Andar vagando, sin trabajar o sin ocuparse en cosa útil. / 3. Am. Dicho de caballería: espantarse (||asustarse). / 4. Am. Oxear. / 5. Méx. Intentar oír o enterarse de algo. (DRAE).

La vida es mutación constante, sostiene mi maestro Hiriart, arrastrando sus pasos paquidermos, con las manos anudadas a la espalda, distendiendo y apretando las quijadas a la par que reflexiona. Masculla algo y, pese a estar yo esperando una peripatética disertación, no vuelve a tocar el tema; me resigno ante el hecho. Acompaso su paso. Me digo que cuando sea viejo me daré el lujo de usar tirantes, me daré el tiempo de caminar sin prisa. De repente, como es costumbre, se detiene; eleva la vista hacía una fronda y se queda observando un tiempo, quizá treinta segundos, quizás un par de minutos, ¿qué es lo que ve?

Esta es una pequeña introducción en cómo me adiestré en el arte de pajarear. Por supuesto que el maestro no observaba exclusivamente aves, sino todo el conjunto, y principalmente (imagino), las perspectivas de luz y sombra en las hojas, dada su pasión por la pintura.

En un principio, cuando el profesor por fin volvía su papagayo cuello a su postura, creía que enfáticamente me pedía que guardara silencio y escuchara, los pájaros, respondía mi cerebro en automático a la par que se desenvolvía el eco de estás palabras dentro de mi cabeza, los pájaros, palabras que escuchaba como si de un aleteo o un trino se tratase, palabras que quedaban desplumadas, hechas trizas en algún recoveco de mi cráneo. Tiempo después descubrí que lo que en realidad realizaba el maestro a manera de señal era un tic, mas las aves ya no abandonaron mi cabeza. Pero dejemos a Hiriart un momento y entremos en materia.

Para ser un buen pajareador es indispensable disponer de muchas horas libres, mientras más, mejor, y si son días o semanas, mejor aún. Un vago, que da lo mismo que un músico, un poeta o un filósofo, son buenos perfiles para ocupar el puesto. Esto no quiere decir que si sólo disponemos de los fines de semana no podamos hacerlo, pero así, el avance será muy poco. También es necesario tener buen oído, no un oído que funcione perfectamente bien, sino uno que sepa escuchar y robarse el sonido: un ‘oído de Beethoven’. Lo mismo es para la vista, se necesitan ojos de cazador para este arte.

Dando mis primeros pasos, comencé por identificar ciertas especies por su tamaño y el color de sus plumas; al principio creía que todos los pájaros de la Ciudad de México poseían ese pardo sucio del ambiente o ese gris indiferente del asfalto (a todos les veía cara de tórtolas y gorriones comunes), pronto descubrí que aquellos colores sobrios escondían toda una gama de reflejos y de tonos ocultos, y mejor aún, comencé a reconocerlos y distinguirlos por su canto, y con una breve introducción comencé a separarlos por especie. En esta urbe existen entre trescientas y trescientas cincuenta especies de aves.

Arriba canta el pájaro y abajo canta el agua
(Arriba y abajo, se me abre el alma.)

Juan Ramón Jiménez

Las aves: trinan, zurean, cantan, chirrían, chillan, ululan, titean, cotorrean, graznan, cacarean, voznan, cloquean, silban, gorjean, gañen, gluglutean, siringan, crepitan, pían, crotoran, serran, gorgoritan, urajean, etcétera. Sus lenguajes y dialectos son tan variados como sus caprichosos plumajes, y así como colores del paraíso a su figura, neologismos, deformaciones sonoras e imitaciones de otros bardos se unen y amplían su repertorio de sonidos, que es tan extenso, complejo y variable, como la Teoría S-2T holográfica.

Existen los sonidos mecánicos, que los pájaros realizan castañeando el pico (a veces como chasquido y otras como metrónomo), friccionando el plumaje contra el viento o erizándolo, también picoteando alguna superficie con la acústica adecuada, teniendo predilección por la madera; los otros tipos de sonidos son los vocales, divididos en: llamados (vocalizaciones cortas equivalentes a una nota o sílaba) y cantos (vocalizaciones largas matizadas con cacofonías y variaciones que van desde los sonidos planos hasta el más culterano barroquismo); los “cantos” son capaces de formar frases y mensajes encriptados en símbolos sonoros (cualquier parecido con Pound no es mera coincidencia).

Los pájaros cantan en pajarístico,
 pero los escuchamos en español.

(El español es una lengua opaca,
con un gran número de
palabras fantasmas;
el pajarístico es una lengua transparente y sin
palabras).
Juan Luis Martínez

¿Por qué cantan las aves? ¿Qué dicen cuando cantan?, ¿qué, cuando llaman? Puede sonar disparatado lo que expone Juan Luis Martínez, sin embargo, la lógica más chabacana nos dice que las aves no dicen nada porque las aves no hablan. Su canto es un glamuroso llamado al coito (dicen que nuestro pajareo contemporáneo también va de eso: todos queremos ser pájaro cantor), pero entre ellos, el arte de la seducción no ha desaparecido. Ellos se comunican, pero no con nosotros; se expresan, pero su enigmática lengua nos está vedada para una plena, justa y decente traducción; podemos interpretarla (vagamente), grabarla y reproducirla una y otra vez, pero no podemos poseer su mensaje. El hombre empieza hablando de una cosa y termina en otra, el sinsentido, perder la ruta, forman parte de su proceso (inconsciente) cognitivo; una variedad más del azar. Pero lejos de pensar que el pajarístico es un idioma que anida en el silencio, su misma urdimbre deshace esta teoría, el pajarístico es un mercado que nunca cierra, siempre reverberante y convulsivo, la ebullición del silencio está sostenida sobre millones de millones de ruidos.

Dentro de la sinfonía pajarística o ‘confabulación fonética’ entran los elementos ambientales como pieza fundamental del engranaje de la melodía. Siguiendo al músico, compositor y filósofo, John Cage, los ruidos con los que solemos nombrar al silencio se aglutinan para brindarnos el espectáculo vivo de la intromisión constante, es decir, la manifestación de la vida vibrando y resonando a través de todos y cada uno de sus elementos sin descanso, sin fin ni principio. El silencio no existe, en todo caso, el silencio no es un hecho acústico sino que es el abandono de la intención de oír, dice el desmitificador del silencio. El silencio y el ruido constituyen este mismo fundamento: si el vacío es la ausencia de todo, el vacío carece de vacío.

El Lenguaje de los Pájaros o Confabulación Fonética es un lenguaje
inarticulado por medio del cual casi todos los pájaros y algunos
escritores se expresan de la manera más irracional posible, es decir
a través del silencio. La Confabulación Fonética no es sino la otra
cara del silencio. (los pájaros más jóvenes como también así algunos
escritores y músicos sufren hoy por exceso de libertad y están a la
búsqueda del padre perdido)

Juan Luis Martínez

Los palíndromos rítmicos o patrones no retrogradables de Olivier Messiaen son quizá el ejercicio más esmerado y fiel de traducción pajaríl o transcripción musical del canto de las aves, y tal vez sea el mayor de los pajareros, aunque siempre propenso a la precisión, insistía en que se le llamara ornitólogo. Otros iluminados pajareros son John Burroughs (colega y amigo de Walt Whitman) y sus libros: “Pájaro y rama (poemas), “Miradas a la naturaleza” y “Las aves y los poetas”; Simeon Pease Cheney con “La Música de los pájaros”; y por supuesto Pablo Neruda (aparte de malacólogo) y su “Arte de pájaros”, con sus pajarintos (aves reales) y pajarantes (aves ficticias); cabe mencionar a Saint John Perse con “Oiseaux” y a René Char y sus múltiples asociaciones y transposiciones poéticas aladas.

Ser un buen pajareador es darse por completo al vuelo, y abarca todas las disciplinas que atañen al espíritu. Ya lo presentía el poeta Farid ud-Din Attar en “La conferencia de los pájaros”, hace ya como mil ochocientos años: Soy el espejo en el que mi sol refleja a los que se miran en él y ven sus cuerpos y almas al completo.

Los colibríes vuelan como helicópteros, Panyagua, me dice el maestro Hiriart; sonríe, levanta su poblada y cana ceja derecha, en sus gafas parasol se refleja el chupamirto, suspendido en el aire, con sus cincuenta y cinco aleteos por segundo ahogados en sangre. Entramos a comer a El Quijote del Valle.

Siempre me ha parecido gracioso cómo caminan las palomas y los pollos, ríe gozoso, con fascinación de niño. Si te interesan las aves debes ver las pinturas de Chen Jialing. Chen-Yia-Lin, escribo, disimuladamente y mal, mientras él pesca una rodaja de plátano sobre un monte de arroz en su tenedor; antes de llevarse a la boca aquel bocado, sus ojos (a veces zarcos, a veces gris nublado, a veces aceitunas) se estremecen en la nada, allí, en el medio de todo; ¡tienes que ver los de Hokusai!, pronuncia. Mastica con parsimonia; vuelve a juntar una buena cantidad de arroz e incorpora un chícharo, con la punta del tenedor logra pinchar el costado de un círculo de plátano… ¡los de El Bosco!, dice para sí mismo en voz alta, con los ojos puestos en la dicha, cual si hubiera visto al Simurg.

Vuela libre y poco a poco, vuela mi pájaro loco,
Vuela y volaré contigo, lejos, donde no haya ruido.
Federico García Lorca

Cantografía:

*Oiseaux Triste – Miroirs No. 2, Maurice Ravel
https://www.youtube.com/watch?v=SZxjtuvnTNc

*Catalogue d’oiseaux, Olivier Messiaen
https://www.youtube.com/watch?v=1qWhpSCHCxg

*Bird Cage, John Cage
https://www.youtube.com/watch?v=aq6BrQrCajY

*Llamados y Cantos (grabaciones)
https://www.youtube.com/watch?v=wKhFZPefb64

Plasticografía:
El jardín de las delicias, Hieronymus Bosch (El Bosco)
El aire, Martín de Vos
Concierto de pájaros, Paul de Vos
San Francisco predicando a las aves, Antonio Carnicero
San Francisco predicando a los pájaros, Giotto di Bondone
Eolo, P. P. Rubens
Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, Brueghel el Viejo
Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, Brueghel el Joven
Entrada de los animales en el arca de Noé, Jacopo Bassano
Conservatorio de pájaros, Frans Snyders
Los pájaros muertos, Pablo Picasso
Canto del ruiseñor a media noche / Vuelo de pájaros / Cabeza-Pájaro, Joan Miró
La clarividencia / La isla del tesoro / Las gracias naturales, Rene Magritte
Pájaro putrefacto / Pájaro pescando, Salvador Dalí
Quería ser pájaro / Baño de pájaro, Leonora Carrington

VHS

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SANTO CONTRA LAS MUJERES VAMPIRO. UNA LUCHA ENTRE TRADICIÓN Y MODERNIDAD

Varios de los más importantes éxitos televisivos en años recientes han sido series cuya trama es sobre vampiros, zombis o licántropos. Si bien en sus argumentos el tema religioso se ha desdibujado o es inexistente en comparación con los libretos del siglo pasado, me llama la atención que perduren como narraciones de suspenso y melodrama con tramas muy sencillas.

Con muchísimos más recursos, pero en fondo y forma son productos de las industrias del entretenimiento que renuevan de tiempo en tiempo la explotación de una fórmula añeja: la del temor a amenazas que puedan acabar a la especie humana o avasallarla, tema que en nuestro país tuvo su auge en lo que se ha denominado como cine de luchadores. Si bien la primera película de este subgénero, estilo o lenguaje cinematográfico es El enmascarado de plata, de 1952, protagonizada por El Médico Asesino, tal vez la película más icónica es Santo contra las mujeres vampiro, producida en 1961 y exhibida un año después.

La historia no es mucho más simple o complicada que la de las nuevas series, aunque su guión es sumamente acartonado y con un lenguaje exageradamente formal. Se trata de lo siguiente: la reina de las mujeres vampiro, Zurina, ha despertado de un muy largo letargo junto con su corte y necesita una sucesora. Para ella no puede ser ninguna otra que la descendiente de una mujer que doscientos años antes se salvó del proceso de vampirización. Por lo cual, requieren raptarla y llevarla a su cripta en un castillo próximo a la Ciudad de México. Esa joven, Diana, próxima a cumplir veintiún años y contraer matrimonio, cae en poder de ellas, pero su padre, el profesor Orlof, logra descifrar de un manuscrito antiguo (al parecer un pergamino con jeroglíficos ¡egipcios!) la ubicación donde se encuentran. Vía teleconferencia en audio y video, se lo hace saber a El Santo y éste acude al rescate. Aunque el final es del todo predecible, lo sorprendente es que el enmascarado, habiendo sido sometido, logra vencer por descuido de sus adversarias más que por sus propias cualidades.

La cinta es en blanco y negro, que para 1961 podría explicarse muy posiblemente como una manera de ahorrar costos, pero no le va mal a una historia de vampiras que sucede en la oscuridad de un castillo y en la que todo fuera de ahí pasa durante la noche. Se trata no sólo de una película de bajo presupuesto, sino también descuidada o despreocupada en la producción. La crítica común enfatiza que la dirección no hizo mucho por tratar de disimular los hilos que notoriamente le daban movimiento a los murciélagos de utilería. Detalles como ése han de haber sido poca cosa como para no haber causado miedo al público en sala, si consideramos que en 1960 más del 43 por ciento de la población en México era analfabeta y el promedio de escolaridad era de 2.2, es decir, apenas de segundo grado de primaria. A favor, se suele destacar la notoria participación de Lorena Velázquez, hecha una diva, en el papel de Zorina. Tal vez sea por la película que más se le recuerda a ella.

Lo interesante, para mí, no tiene que ver con la producción ni con lo actoral, sino en que es una narración que concilia o negocia los valores de una sociedad apegada al catolicismo con el arribo de México a la modernidad, al menos el de sus élites. Según su argumento, la energía nuclear aparece como un signo de los tiempos, propios del apocalipsis, una época en que los hombres, en su afán por destruirse unos a otros, se valen de la manipulación de las fuerzas de la naturaleza. Paradójicamente, la amenaza a la humanidad no proviene del desarrollo económico capitalista ni del progreso científico, sino de una otredad diabólica, una especie enemiga, contra la cual las nuevas tecnologías no bastan para vencerla, sino que se requiere la fe y la ayuda de dios, así como la mediación de un hombre extraordinario de atributos crísticos: El Santo.

En ese México moderno la pobreza no aparece. El pueblo se asoma apenas como público asistente a la arena de lucha, vestido de traje y corbata, o como empleados uniformados en lujosas residencias. Santo es un personaje que convive con la élite, que forma parte de ella, y que cuenta con la vanguardia tecnológica, como medios de telecomunicación en voz y video, así como un automóvil deportivo. El doblaje de su voz, hace de él un sujeto refinado. El luchador, de manera particular el enmascarado de plata representa, para esa época, un nuevo paradigma o prototipo de masculinidad. Ya no es más el charro ni el buen cristiano de barriada urbana, sino el cosmopolita, un sujeto con calidad de roce internacional.

La masculinidad de El Santo ya no se demuestra en tener que cumplir con las expectativas de rol del macho mexicano: borracho, parrandero y jugador, el mismo que es conquistador con serenatas, bravuconadas o besos robados; sino que se constituye como deportista, es alguien dedicado al cultivo y desarrollo de su cuerpo. Comparte con el macho su habilidad y fortaleza para pelear, de hecho ésa es su profesión. Inclusive se permite mostrar su torso desnudo la mayor parte del tiempo que pasa a cuadro, así como pantalón entallado y capa. Un outfit de dudosa virilidad en otros contextos, pero que, legitimado como atuendo propio de un luchador, no debe caber la menor duda de la orientación heterosexual de su portador, al que su hombría le manda la defensa de los débiles por medio de sus artes luchísticas, particularmente de las mujeres, así como la lucha por la libertad y la justicia; pero, en tanto héroe y santo, está obligado a mantener distancia erótica y afectiva respecto a las mujeres, cualidades a las que me refiero como de un personaje crístico o sacerdotal.

En cuanto a las mujeres, éstas presentan dos roles que contrastan bastante: el tradicional, personificado por Diana, la chica débil y dócil, a la que hay que ocultarle secretos sobre su propio cuerpo (el significado de un lunar), hija de familia, que requiere ser protegida por su padre y debe ser salvada por el héroe. Su prometido le asegura: “dentro de poco serás mi esposa y yo seré quien dé las órdenes” (en referencia a que mientras permanece soltera ella recibe órdenes del profesor, su papá). Pero también está el rol novedoso: el de la vampiresa, en un sentido literal y figurado. Es, a la vez, inteligente y seductora. Las mujeres vampiro cuentan con poderes mentales y constituyen una casta de seres superiores a los vampiros varones, los cuales tienen sometida su voluntad a la de ellas y no cuentan con mayores atributos que su fuerza bruta. A fin de cuentas, el rol que prevalece es el de la muchacha tradicional, que representa al bien; en tanto que debe sucumbir el de la vampiresa, con todo su poder y su escotes, representante del mal.

Me parece que es el tipo de película a la que no cabe calificarla como buena o mala, sino que le corresponden categorías como las de interesante y curiosa.

https://www.youtube.com/watch?v=Pou-QGcnitE

Ficha técnica
Dirección: Alfonso Corona Blake
Producción: Alberto López
Guion: Rafael García Travesí, Antonio Orellana, Fernando Osés
Música: Raúl Lavista, dirección musical
Sonido: Javier Mateos, Manuel San Fernando
Maquillaje: Román Juárez, María Teresa Sánchez
Fotografía: José Ortíz Ramos
Montaje: José W. Bustos
Escenografía: Roberto Silva
Efectos especiales: Juan Muñoz Ravelo
Protagonistas: Santo, Lorena Velázquez, Jaime Fernández, María Duval y Ofelia Montesco.

GUÍA NO TURÍSTICA DE CHIMALHUACÁN

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PRIMERA PARTE

La broma de mal gusto invade los aires polvorientos de uno de los municipios más desfavorecidos del país, y el tercero con mayor índice de pobreza extrema en el Estado de México, sólo debajo de Ecatepec y de Toluca, salvo que la CONEVAL tenga imprecisiones en su Informe de Pobreza y Evaluación en el Estado de México de 2012*. Podría ser, pues a decir del actual régimen, hasta los relatores de la O.N.U. (sic) son imprecisos. Un ensayo sobre la Fealdad habría venido bien: el engendro metálico de inmediato se ganó motes por demás descriptivos, “Ironman”, “Transformer”, da igual.

El especial interés por Chimalhuacán viene de 1996, cuando comencé la carrera de sociología. Primera experiencia en la educación pública tras veinte años de estudiar en instituciones privadas a cargo de congregaciones religiosas. Cursar una segunda licenciatura resultaba un reto personal, pero a muchos compañeros y maestros de la Facultad les fastidiaba que ocupara un pupitre de ahí alguien enfundado en traje y corbata importados; aunque hoy parezca evidente tal rechazo, por aquellos años me tomó tiempo comprenderlo. Al cabo de algunas semanas procuré descifrar los códigos de convivencia, ajenos a lo que hasta entonces había aprendido: los compañeros de clase compraban cigarrillos sueltos y no la cajetilla, o los viernes “hacían la vaca” para las caguamas; otro vendía mota en su colonia para comprarse los libros que pedían los profesores y se hizo novio de una guapa que resultó ser “oreja” de Gobernación sin que nadie se sobresaltara por uno u otra. En el plano académico la exigencia era menor que antes, aunque sí requería más reflexión y visión crítica con sensibilidad social, cosa a la que no estaba acostumbrado. Una de las discusiones en clase abrió la caja de Pandora misma que controló el profesor al pedir un trabajo que implicaba investigación de campo. Se eligieron los temas por sorteo, mi papeleta decía “Chimalhuacán”.

Ese nombre lo reconocía por alguna narración durante las sobremesas dominicales. El bisabuelo H.J. había hecho una larga escala ahí durante la Revolución, en espera de instrucciones superiores. Si la ofensiva no resultaba, en vez de seguir hacia Querétaro tomarían rumbo al poniente hasta la zona que hoy se conoce como Villa Nicolás Romero para esconderse y aguardar la llegada de refuerzos y suministros. La memoria de la bisabuela ya no dio para explicarnos si el pequeño pelotón que encabezaba su difunto marido era villista, carrancista o federalista, aunque por su modo de ver el mundo, se descarta el que hubiera sido zapatista. De cualquier modo, espero en el futuro dedicar algunos días a investigar sobre ello. Por alguna razón el regimiento al que estaba adscrito don H.J. cambió su ruta y en vez de encontrarse con algún otro grupo afín, optaron por asaltar la Hacienda Lanzarote, para evitar a los enemigos que se acuartelaban cerca de Tepotzotlán. Además del botín, el bisabuelo raptó a una de las hijas de la dueña: mi bisabuela M.E. Un alto en el relato dejó entrever que de ese rapto surgió su más importante historia de amor. A cuentagotas compartía los pormenores de la aventura como preámbulo a su nostalgia de niña hacendada, entre otros tantos relatos que a veces compartía con su pudor decimonónico tardío. Se la habían robado en el asalto y, ella muy obediente se subió al caballo del bisabuelo H.J. Era una jovencita, y se le hizo gracioso escapar de casa. En el camino de regreso se quedaron en Cuautitlán, luego de que el muchacho revolucionario se desentendiera unos días de las batallas y los balazos a causa de ese amor.

A la familia le tomó varias décadas recuperar la Hacienda, litigio que encabezó un tío lejano; y el casco al parecer ahora tiene uso turístico. De cualquier modo, una pequeña anécdota de historia familiar tiene su arranque en el municipio de Chimalhuacán, sitio al que no volvió jamás el viejo revolucionario, pero yo sí, para cumplir con una tarea universitaria más o menos un siglo después de que naciera la adolescente que raptó el enamorado H.J.

Aquél sábado de 1996 llegué de mañana a la estación Pantitlán del Metro. Evidentemente me perdí entre los muchos pasillos: todo por cuestionar en clase la opción armada de los zapatistas y el pasamontañas de Marcos (no tardé mucho en simpatizar con ellos, tan pronto conocí un poco más del tema). Finalmente daría con el sitio en el que salen unas combis que cruzan Ciudad Nezahualcóyotl para llegar hasta la Avenida del Peñón. Caminar por las calles de las colonias La Mohonera, Barrio Ebanistas o Luis Córdoba Reyes fue la experiencia más compleja que hasta entonces hubiera tenido: decenas de calles sin pavimentar, como paisaje de aldea en el África subsahariana, viviendas de cartón, abundantes perros desnutridos, pero lo más indignante eran los muchos niños con el torso desnudo y la barriguita inflada, muy semejantes a las conmovedoras fotografías que poco tiempo antes habían circulado en el National Geographic sobre la hambruna de Biafra. Era un golpe duro con la realidad. Volví unas seis o siete veces para terminar el proyecto de investigación. Debo reconocer que pasé mal varias noches. Antes había estado en muchos lugares del país, la afición a los deportes extremos y de aventura lo arrojan a uno hacia sitios insospechados. Conocía rincones de varios estados de la república a los que sólo se llega tras largas travesías a pie. Sin embargo, a pesar de la pobreza en el valle del Mezquital o la región Triqui de Oaxaca, no tenía memoria de haber visto niños en condición de absoluta miseria, cuya alimentación se redujera a una bolsa de frituras al día. Tampoco en las misiones para regularización académica con niños en la Sierra de Querétaro a las que nos invitaban los religiosos de la secundaria durante la Semana Santa. Había visto el hambre y la precariedad muy de cerca, pero jamás al nivel que observé en Chimalhuacán. He olvidado si obtuve una nota buena o mala en ese trabajo académico. Durante la huelga universitaria del 99 abandoné esa segunda carrera, pero habían bastado un par de semestres ahí para desenmascarar un sistema de creencias que por años había defendido; era eso, un sistema de creencias, no de certezas.

El verano del 2000 lo pasé fuera del país tras renunciar a la corporación aquella de yuppies insensibles. No fue sino hasta que volví a finales de septiembre cuando me enteré que Chimalhuacán salía del anonimato debido a los enfrentamientos entre Antorcha Popular y la Organización de Pueblos y Colonias que encabezaba una mujer que se hizo célebre por aquellos días: Eulalia Buendía, mejor conocida como La Loba. Traté de recabar un poco de información, pero el tema del momento era el triunfo de la oposición en las elecciones celebradas en julio de ese año. Todo el mundo estaba atento al exempleado de la multinacional refresquera más importante del planeta que había derrotado en las urnas al partido oficial con 70 años en el poder.

* http://www3.inegi.org.mx/sistemas/Movil/MexicoCifras/mexicoCifras.aspx?em=15031&i=e
http://www.sedesol.gob.mx/work/models/SEDESOL/Informes_pobreza/2014/Municipios/Mexico/Mexico_031.pdf

ANARCRÓNICAS

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EL ARTE DEL AMOR EN CUATRO (RUEDAS)

Si, como en ciertas culturas, a los hijos se les bautizara con el nombre del lugar en el que fueron concebidos, seguro que mucha gente de mi generación se llamaría “Volkswagen Martínez” o “Renault Cinco Gutierrez”, debido a la popularidad que, por renuencia, diligencia o urgencia, desde siempre ha tenido el automóvil como sustituto de los hoteles de paso.

Lo anterior no es nuevo. Ya Madame Bovary se daba sus buenas agasajadas con sus amantes en los carruajes de alquiler de París. El auto, como recinto privado, cómodo –a veces–, y aislado de los elementos climáticos, ofrece una excelente oportunidad para ahorrarnos esos doscientos o quinientos pesos de una habitación que bien pueden ser invertidos en un pomo, tres six de chelas o en una película que ponga las cosas a la temperatura adecuada (como Cincuenta Sombras de Grey, Avengers: Age of Ultron, o alguna de Tarkowsky si lo suyo es la necrofilia y maneja una carroza fúnebre). Sin embargo, no todos tienen la maestría de utilizar su vehículo como santuario del amor. Por lo mismo, aquí hacemos unas recomendaciones para hacer más placentera la experiencia erótico- motorizada:

1) En primer lugar, asegúrese de tener un medio de transporte adecuado: Créalo, amigo, si su cochecito es de camotes y plátanos fritos será terriblemente incómodo realizar el acto coital encima de la caldera. Además, el silbido es lo más antierótico que existe. Por otro lado, si usted maneja un camión de volteo de 3 1/2, el hecho del faje entre grava y arena puede hacer que la dama no se sienta muy a gusto.

2) Colofón del punto 1: si su vehículo es una Harley, y hace uso amoroso de ella mientras viaja en carretera a 100 K.P.H. ¡Amigo, es usted un dios!

3) Ya que tiene el medio adecuado, asegúrese de que esté limpio. Si usted es un soltero baquetón con su Chevy lleno de latas de cerveza, envolturas de papitas, pedazos de pizza podridos y condones usados, la experiencia no será muy buena. En serio, aunque ni usted se asuma como infrarrealista o admirador de Bukowski, la dama se lo tomará muy a bien. Nada más desagradable que estar en el vavién amoroso mientras se escucha el crujir de una bolsa de Cheetos bajo la espalda o se pisa un mejillón en el suelo.

4) Nada más desagradable que alguien que no planifica: si usted sabe que utilizará su auto para esos menesteres, lleve en la guantera los implementos indispensables para el buen coger (condones, jaleas, anillos retardadores, bolitas chinas, etcétera). Si el automóvil es de la empresa en donde labora, o si usted es casado y no quiere exponerse a la castración, un excelente lugar para esconder su happines kit es el nicho de los faros traseros. (De nada)

5) Estaciónese en un lugar discreto y oscuro: Este punto parecerá una obviedad, pero sólo hay que constatar la cantidad de parejas que se estacionan los domingos frente a parques públicos los domingos para recordarlo. Busque una callecita privada, romántica, preferentemente romántica y sin muchos cadáveres para hacer su nidito de amor. Por favor, no se estacione frente a la plancha Zócalo, y menos, el día del desfile del 20 de Noviembre.

6) Colofón del punto anterior: pagar el parquímetro no incluye ese uso de suelo.

7) Planifique una logística adecuada para el evento: Si usted es delgado, y ella también, puede aplicar la que aplicaban nuestros padres en sus vochos: poner a la dama en medio del asiento trasero, abrir sus piernas, pasarle los pies en medio de las agarraderas de plástico laterales (sí, para eso servían), colocarse usted en medio de los asientos y dejarse caer con alegría. En cambio, si usted es rollizo caballero, esta posición no es viable, pues corre el riesgo de atascarse entre los asientos, o de empalarse con la palanca de velocidades. Si lo suyo son los kilos, lo mejor es quedarse en el asiento delantero, abatir el respaldo hacia atrás y permitir que la dama se sirva con la cuchara grande (bueno… sopera… bueno… de postres… bueno… ¡Ya, chinguen a su madre!). Si, por otro lado, ella es mucha mujer para un hombre, la mejor opción es cambiarse al asiento del copiloto, pues si por alguna razón se enciende la bolsa de aire, usted corre el riesgo de ser ahogado por las rubicundas chichis de su amasia. Recuerde, ante todo, lo práctico.

8) No quiera hacerse el atleta sexual. Lo repito: no quiera hacerse el atleta sexual. El automóvil, por muy amplio y cómodo que sea, no es un espacio diseñado para el himeneo y, si usted se las quiere dar de actor de Bang Bros corre el riesgo de, además de sodomizarse con la palanca de velocidades, cortarse las gónadas con el freno de mano, meterse el encendedor del tablero por el culo, descalabrarse con el foco de interior o de atorar sus nalgas en la guantera. Si tiene dudas, mejor pague el hotel antes que el quiropráctico.

9) Si le llega la autoridad, (léase, la policía) finja demencia. Puede contarle que a usted le estaba dando una falla cardiorespiratoria y que ella le proporcionaba respiración RCP por la uretra. Otra excusa aceptable es decir que usted es un ginecólogo, que ella es su paciente y que estaban practicando un papanicolau sin instrumental. Con suerte, el policía se ríe y los deja en paz. Si no, resígnese a dar esos quinientos pesos que no se gastó en el Five Letters. No quiera hacerse el chistoso abriendo la ventana soltando su eyaculación sobre el rostro del agente y arrancando a toda velocidad: si lo alcanzan le pondrán la madriza de su vida.

10) Si usted es un adolescente o un forever con el coche de sus padres, luego de hacer sus gracias, tenga la decencia de lavar el vehículo. Créalo: su mamá sí sabe que ese líquido que cuelga del volante de su SUV no es extracto de sávila.

Y así, mis estimados, esperemos que estos diez prácticos consejos les hagan la vida más fácil. Que el amor viaje sobre ruedas.

TERCIOPELO

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DINERO EN CRUDO

Una diferencia entre los jóvenes del Instituto Cumbres y Christian Grey de las sombritas, es el que el segundo amasó su riqueza gracias a una mecenas y a su inteligencia, representa el cliché del héroe que se hace a sí mismo (self made man), un Don Draper con las mismas contradicciones de origen (pobres, salidos de los bajos fondos sociales). La triada “joven, empresario, exitoso” seduce a cualquier romántica de nuestros tiempos, se trata de no saber de dónde proviene el dinero, de suponer que proviene del trabajo, y claro, de un trabajo honesto… Al final del día, estas mujeres se creen subyugadas por el amor, cuando lo están por el dinero.

El poder que brinda el dinero en México es absoluto. Nos ofusca con sus resplandores de esfera de espejos. En nuestro país el dinero compra seguridad, consigue poner a muchos en los lugares correctos, lugares como el Instituto Cumbres, porque ¿de qué sirve el dinero si no logras perpetuarlo por medio de los lazos de sangre? El dinero amuralla, deja fuera a los indeseables, a la prole, a los asalariados que se contentan con mirar la esfera de lejos y desde abajo. No sólo se trata de cosificar a las mujeres, sino de decirnos al resto que ellos siempre han podido hacer eso y más, el tiempo y el espacio en esas alturas no acontecen como a nivel de piso. Estos jóvenes no estudian en el Instituto Cumbres, viven y ensayan en su comunidad los valores que han mantenido a su clase en la cima que los aguarda.

Para variar de enfoque, el machismo rampante del video de graduación -que algún escándalo ha causado entre las ingenuas conciencias (aquellas que consideran que Televisa practica los valores que publicita en sus campañas imbéciles)- no es lo de más. La cosificación de las mujeres tampoco asusta ahí, ahí es previsible. Lo que asusta ni siquiera es la vida superflua que llevan estos jovencitos (¿a qué pueden dedicarse que no sea a lo propio de la clase ociosa?), asusta el desprecio que viene con la impunidad de sus acciones. Y a esa impunidad aspiran quienes se empeñan por adquirir los lujos del dinero, ya sea lavándolo, hurtándolo del erario, dedicándose al crimen, o sacándolo de la bolsa de quienes ya lo tienen, como hacen los Legionarios.

Ellos no están por encima de nosotros, sino más allá de todas nuestras ambiciones, en la utopía social del capital narcisista. Hubo un tiempo en que los prole éramos necesarios para esa clase (incluso las divinidades rondaban sus imaginarios), ahora dioses y sociedades somos prescindibles, ni siquiera necesitan mirarse en el reflejo en nuestros ojos, basta el de los suyos.