ocos cuentos me han dejado tan inquieto como “Un árbol de noche”, de Capote, y “Como en el mundo”, de Jesús Gardea. Con inquieto me refiero a que arruinaron el resto de mi día abandonándome a una zozobra sombría e inexplicable. Cuentos que esa tarde, en esa mesa de café, cierran de golpe todos los otros libros del mundo y su posible consuelo. Queda un resabor horrendo. Sostengo la idea de que la literatura existe para subrayar con firme candileja todo lo que está mal en el mundo.
Hay ahora mismo en las mesas de novedades un tomo de cuentos que se suscribe a lo antes mencionado. Hablo de los inquietantes relatos contenidos en La superficie más honda, de Emiliano Monge.
La provocación es inmediata: desde el primer texto nos damos cuenta de que no sabemos dónde estamos pero es un hecho que corremos peligro y somos jóvenes y estamos cachondos y con miedo. Un pesar por el que me atrevo a decir que todos hemos pasado. En otras ocasiones he mencionado que un libro de cuentos se me figura un puente de piedras que lleva de una orilla a otra por encima de un río sinuoso. En el caso de La superficie más honda se trata de piedras resbalosas e inseguras. Estamos metidos en un problema. Es un hecho. Todo es una infernal y progresiva reclusión. Un personaje tiene incrustada una bomba en la cabeza, las balaceras están a la vuelta de la esquina y figuran con la naturalidad de los piquetes de un mosquito, el dios de nuestros padres nos quiere ver amenamente mutilados. Monge nos encierra en diversos microcosmos regidos por sus reglas y límites estrechos. En efecto, cada relato deja el estómago del lector transformado en una piedra. En estos cuentos impera la sensación de que la humanidad necesita ser arreglada, de que en algún momento erramos el camino y ahora no nos queda sino ser salvajes, violentos y obcecados. Algo muy parecido a lo que ocurre en el cine del austriaco Haneke.
Mención especial exigen dos cuentos. El mejor del tomo (y que a mi parecer accede con pase de lujo a cualquier antología de cuentistas vivitos y coleando) se intitula “Sólo importa que lo arreglen”. Un hombre avanza por un tramo de ciudad bardeado de patrullas y policías y peligros, trae en la espalda una mochila con su bebé que ha dejado de respirar. Marcha con rumbo a un médico. De verdad: es una bendición que no hayamos superado a Rulfo.
El otro cuento sólo puede vivir en este puente de piedras en específico. En “Una lúgubre satisfacción”, el autor aprovecha el clima lúgubre en que nos ha imbuido y nos obliga a imaginar lo peor ante una situación inverosímil y religiosa. Más que humor negro: humor color moretón. Le deben de vibrar bastante seguido los oídos a Monge desde hace unas semanas.
¿En qué momento un sueño se transforma en pesadilla? Es en esta frontera ambigua y siniestra donde Monge, arrodillado, escribe La superficie más honda, que no es sino la desesperación pura, el miedo, la impotencia. La súbita llegada del mal.
El género cuentístico nos salvará a todos.
Emiliano Monge. La superficie más honda. México, Literatura Random House, 2017.