CARIÑO COMPRADO

QUERIDO CARLOS:

Empezar esta carta con una disculpa es de mal gusto pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? La manera como ocurrieron las cosas fue el motivo principal de mi arrebato. Tú eres un hombre de negocios, seguro que lo comprenderás. Yo vivo al día, por lo que el más mínimo ofrecimiento de ahorro o descuento me llama como abeja en un campo de margaritas. Y no me vas a negar que la publicidad es tan fuerte como un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. Te mueve el tapete. El ofrecimiento de internet de gran velocidad y llamadas ilimitadas por 400 pesos no es algo que pase todos los días. Sé que la competencia te ha jugado malas pasadas pero creo que ya estás acostumbrado: así son los negocios.

Desde que llegué al módulo de Izzi me atendieron como deberían de hacerlo en todos lados: el ejecutivo llenó la solicitud y hasta me ofreció un café. Uno busca eso, cierta deferencia. Alguien dijo una vez que Dios está en los detalles.

El hombre, muy formal, quedó de indicarme el día y la hora en que irían a instalar la experiencia Izzi (lo de la experiencia es exageración mía, Carlos). El ejecutivo escribió para decirme que un técnico me visitaría entre las 2 y las 6 de la tarde. Y no te creas que no pensé en ti: tantos años juntos no se olvidan así de fácil. ¿Te acuerdas cuando mi laptop se quemó de pronto? ¿Quién me ayudó cuando más lo necesitaba? Solo tú, que me diste la oportunidad de llevarme un modelo más moderno sin exigirme nada a cambio, incluso a precio especial por ser cliente de muchos años. Visto así, me siento un desagradecido.

El día de la visita tenía sentimientos encontrados. Como a las dos y media me llamó el técnico. Que ya iba en camino. Le dije que si no estaba la portera me llamara otra vez para abrirle. Me emocioné, ya me veía bajando archivos a toda velocidad sin dejar de jugar FIFA en línea. Media hora después el técnico llamó de nuevo. Le dije que ya bajaba. Me interrumpió diciendo algo sobre la llave de la azotea. Que alguien le había dicho que no se podía subir. Mi corazón latió fuerte. Esto no podía estar pasando. Bajé lo más rápido que pude. El técnico estaba afuera de su vehículo, como acomodando la escalera. En mi ingenuidad pensé que se alistaba para atenderme.

—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Que dice el portero que no hay llave.

Lo raro es que donde yo vivo no hay portero, sino porteras. Recordé que la mujer que cubre el turno de la tarde estaba de vacaciones. En su lugar se queda un hombre, quien limpia el vestíbulo y luego se va. Ahí estaba él. Le pregunté por la llave.

—La tiene la señora Lupe. Todo lo que quieran hacer tiene que ser en la mañana.

Le expliqué que necesitaba la llave para que instalaran el internet. Me respondió que él no era el portero y que no tenía la llave.

Llamé directamente al encargado de mantenimiento. Le expliqué el asunto y me dijo que en quince minutos llegaría alguien con la llave, información que transmití al técnico. Lo noté raro.

—Vengo solo y tengo que buscarle lugar al coche. ¿Dónde lo puedo dejar?

Iba a decirle que ese era problema suyo pero me contuve. Le expliqué dónde podía estacionarlo, y me contestó con esa frase lapidaria cuyo significado equivale a descender al Hades: “Ahorita regreso”.

Subí a mi casa, confiado en la palabra del técnico. Izzi no me podía quedar mal. No le podían hacer esto a Diego Luna, que con tanta gracia anuncia la revolución telefónica y de internet en México. Encendí la computadora para buscar el correo y llamar al centro de atención. En eso me llegó un mensaje al celular: “Como no estuviste en tu domicilio para recibir al técnico reagendaremos la visita. Buenas tardes”. No lo podía creer. Luego, en la bandeja de entrada había un correo nuevo, también de Izzi, donde decía lo mismo: que yo era un informal.

Llamé a las oficinas. Según la publicidad, un ser humano siempre contestaría el teléfono, nada de máquinas ni esperas inútiles. Entonces quedé solo en un laberinto de menús, a merced de ejecutivos que no sabían de qué les hablaba, me retuvieron en la línea, uno de ellos me colgó y otro me comunicó a Cablemás, donde me dijeron que ellos no daban servicio en la Ciudad de México. Era el colmo, Carlos. Tras repetir por quinta vez lo que había pasado, una ejecutiva me ofreció disculpas, hizo el intento por convencerme de que no cancelara en servicio, ofreciéndome la luna y las estrellas, pero era demasiado tarde. Me mantuve fiel al dicho “lo que mal empieza, mal acaba”. Si este era el comienzo, ¿qué pasaría después cuando me quedara sin servicio o me cobraran indebidamente algo no solicitado? Entonces, para terminar el asunto le dije: “Prefiero seguirle pagando a Carlos Slim”. Así fue, Carlos, de veras. La sola mención de tu nombre le sonó a maldición, como si hubiera pronunciado el nombre prohibido de Dios.

Todavía me siguen llegando correos de Izzi, pidiéndome que lleve unos documentos para terminar el trámite de la portabilidad. Te digo, Carlos, se traen un relajo que no veas. Te escribo hasta ahora porque no tenía cara para contarte lo que había pasado. Hasta pensé que estabas enojado conmigo. Me animé cuando hace unos días, como regalo de inicio de año, recibí tu correo en el que me decías que por ser cliente Infinitum las llamadas locales y a celular son ilimitadas, así como de Lada Internacional, y hasta un año gratis de Clarovideo.

¡Cómo son las cosas! Gracias a una triste llave de azotea me salvé de cometer una tontería. Fue un arrebato, Carlos, y la emoción desbordada no nos deja pensar con claridad.

Te saluda afectuosamente,

Jorge Vázquez Ángeles

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