ANARCRÓNICAS

TALLA XXX

Pocas cosas hay más humillantes para un gordo que comprar ropa.

Ser delgado-casi-radiografía es lo de hoy. En esta sociedad, ávida de modelos huacaludas y chicas tipo tutsi-pop –es decir, cabecita redonda y un palito abajo–, cualquier ser con algunas lonjas de más es considerado un esperpento. Por todos lados están los mensajes de la maravillosa delgadez contra la indeseable gordura: las campañas del gobierno, de las televisoras, los remedios mágicos para perder kilos que son el negocio de los vivales de siempre, y las clínicas para bajar de peso que se visitan más que el santuario del Tepeyac.

Por otro lado, las tiendas de ropa, en un acto de crueldad inimaginable, exhiben las prendas más vistosas, más lindas, montadas en flacos maniquies que las lucen con arrogancia plástica. Cualquiera que pasa por ahí los ve y piensa. “Yo quisiera verme así”. Por desgracia, la realidad es muy otra de este lado del aparador. Todos tenemos vanidad, o si no, todos tenemos necesidad de vestirnos. Salir encuerados a la calle sería fabuloso, pero poco práctico así que cualquier persona, por muy contracultural que sea, tiene, aunque sea una vez en su vida, la imperiosa necesidad de comprarse ropa.

Llegué algún lluvioso día a una tienda de ropa, de esas que se enorgullecen de vestir Godínez. Necesitaba algunas camisas, así que me dirigí a la sección de caballeros a buscar algunas prendas de mi vieja talla. He de decir que los miembros de mi familia somos peculiares: los años no pasan por nosotros, sino que se nos enrollan. Fui a buscar una camisa y me la probé: no me quedaba. “Pero si es mi talla”, pensé. “Las deben estar haciendo más pequeñas”. Sí, Chucha.

En ese momento te cae el veinte: subiste de peso.

En ese momento llega la fase de la negación: “No, no, claro que no. Si tengo camisas del mismo tamaño y me siguen quedando, no es posible”, para seguir con la de explicación: “Mira, si ni siquiera te queda de los hombros. !!Claro¡¡ Es más chica”.

El hecho es que, después de medirme tres camisas de mi antigua talla, llegué a la conclusión de que había en la sociedad un complot para fabricar ropa liliputense. En ese momento llegó la vendedora de Caballeros.

–¿Le puedo ayudar en algo, señor?
–Esta camisa no me queda, señorita -dije metiendo la panza y haciendo más profunda la voz-¿ No tiene en existencia una talla más grande?
–Cómo no. Acompáñeme.

La chica me llevó al lugar más espantoso de la tienda, la sección “Tallas grandes”, o como dicta la corrección política Bigs (o Pigs?) & Talls. !!Puta madre¡¡ Me sentí un cachalote al ver aquellas barbaridades: camisas que parecen carpas de circo, chamarras con las cuales se podría construir un albergue para damnificados; pantalones hechos para albergar culos… lovecraftianos. Lo más cruel es que uno, humilde gordo de lonjas modestas, al ver semejantes monumentos a la obesidad, no puede dejar de pensar: “No puedo estar tan cerdo, no puedo estar tan cerdo”.

–Mire -comentó vendedora-. Tenemos una talla 48. Creo que esa es su talla ¿Se la prueba?
–No,no… Creo que soy una talla más chica
–Creo que tiene razón. ¿Cómo ve la 47 1/2?
–Más chica -mi voz se hizo un leve murmullo de mar
–¿Una 46? ¿45?

Guardé un solemne silencio. Tomé la prenda con la cabeza gacha y me fui a los mostradores. La linda vendedora me seguía.

–Verá como con ella se ve guapísimo -comentó y yo complementé la frase en mi mente “Claro, para ser un zeppelín”. Ya en el probador me puse la prenda. Me quedaba bien, demasiado bien. Jalé aire y disimulé el estómago. Me vi al espejo. “No, qué va”, me dije” Si me queda enorme esta madre. Seguro soy talla 42 o 40″.

–¿Ya acabó? -gritó la vendedora desde afuera. La sorpresa me hizo soltar el aire, y mis rubicundas carnes llenaron otra vez la camisa, tensando los botones. “Déjate de mamadas”, me dije, “Estás hecho un globo de cantoya”.

Con la misma expresión de quien va a comprar un servicio funerario, salí del probador. Casi de la mano, la vendedora me llevó a la caja para luego desaparecer, seguro que iría a torturar a otro gordo distraído.

–¿Va a pagar con tarjeta? -casi me grita la cajera al tiempo que extendía la camisa. “¡Puta madre, es enorme! Espero que nadie llegue y me diga: Oiga, qué bonita sábana se compró.
Pague y me deslicé con discreción hacia fuera de la tienda. Al salir, me vuelvo: ahí estaban los maniquíes viéndome con expresión burlona.

–Pero eso sí…”, les digo con la misma gallardía que el general MacArthur mentándole la madre a los japoneses, “…Adelgazaré. Vendré y compraré tallas más chicas y las luciré. Me veré como ustedes, o casi”.

Sí, chucha.

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