LA MANÍA DE COLECCIONAR

l asesino serial rico, sofisticado y atrayente es ya prácticamente un lugar común en el imaginario colectivo. De villano pasó a antihéroe y de ahí se transformó en un oscuro objeto del deseo para cierto tipo de lector (¿o lectora?) ávido de emociones fuertes y erotismo duro. Incluso el Christian Grey de la famosa saga de las cincuenta sombras no es sino un versión endulcolorada del carnicero elegante tipo Hannibal Lecter o Dexter Morgan. En otras palabras, el tópico se ha utilizado al extremo de la nausea.

Debido a lo anterior es muy difícil que llegué un nuevo escritor a sorprender con una novela en donde este tipo de criminal sea el protagonista. En ese sentido, El jardín de las mariposas, novela de la escritora Dot Hutchison, no es la excepción, pues es un relato monótono y previsible.

El asesino de ocasión se llama El jardinero, un millonario cuya manía consiste en raptar hermosas jovencitas para tenerlas cautivas en un jardín secreto, ubicado en el centro de su lujosa mansión. Las chicas, al llegar, son tatuadas en la espalda con la imagen de una mariposa, y luego, cuando este proceso termina, son violadas por su captor.

Luego de esta suerte de iniciación –o marcado–, pasan a formar parte del jardín. Durante años, son conservadas como animales exóticos, alimentadas con comida de primera calidad y provistas de servicios médicos y material para ocio. Sin embargo, nada es para siempre, pues el jardinero, un sibarita que goza lo mejor de lo mejor, no puede permitir que sus mariposas envejezcan; necesita conservar su belleza para siempre.

Así que, en el momento que las chicas llegan a su cumpleaños número veintiuno, son embalsamadas vivas y luego sumergidas en resina para, así, transformarse en siniestras estatuas que el Jardinero puede admirar cuando lo desee.

Quizá la única innovación que aporta El jardín de las mariposas es que el relato se estructura de manera retrospectiva, ya que inicia justo después de que el asesino es capturado. Maya, una de las mariposas, se encuentra en la sala de interrogatorios de la policía y es confrontada por el detective a cargo de la investigación, de nombre Victor Hanoverian.

La mayor parte de la novela abarcará el estira y afloja entre la sardónica y perspicaz joven y el veterano detective. Maya se desempeña como una narradora eficaz, que retrata las maravillas y los horrores que ocurrían al interior del jardín sin dejar de mostrar su muy peculiar punto de vista. En ese sentido, es una Sherezada del Bronx que le retrata al lector la exuberancia de un harem dei siglo XXI.

El relato de la chica abarca desde su captura, a los dieciséis años, al escape colectivo en el que alcanzan su libertad. Maya cuenta tanto las distintas vidas de las múltiples habitantes del jardín como los suplicios a los que eran sometidas, ya que si bien bien el jardinero era un tipo “amable” –puesto que sólo las violaba y las asesinaba al cumplir la mayoría de edad–, su hijo, de nombre Avery, era un sádico que las torturaba, muchas veces hasta la muerte. Sería el otro hijo del Jardinero, de nombre Desmond, quien con su llegada desequilibraría el delicado ecosistema del jardín.

El Jardín de las mariposas es una novela que hace agua de muchas partes: desde la localización del “jardín secreto”, que la autora describe como “un invernadero dentro de un jardín que está a su vez dentro de una mansión”, hasta las circunstancias en las que las chicas son secuestrada. Si bien muchas son flores de asfalto, como la misma Maya otras son hijas de familia –incluso de una senadora de los Estados Unidos–, por lo que no es verosímil que nadie se haya preguntado por ellas. Por otro lado, la vuelta de tuerca final es artificiosa y fallida: sólo un revoloteo de bichos sin sentido.

El jardín de las mariposas es una novela para las vacaciones. Buena para leer durante un vuelo trasatlántico o tumbado en una playa, que se recomienda sólo para desconectar el cerebro durante unas horas.

Dot Hutchison, El Jardín de las mariposas, 2018, Editorial Planeta.

 

 

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