l abuso de la pirotecnia narrativa en los contenidos generados para el “entertainment” masivo no es un secreto, y conscientes de ello, los creadores de Banshee en vez de optar por ese camino, supieron dosificar los excesos. Y claro que los hay: escenas violentas, peleas con mucha sangre, relaciones incestuosas y subtramas desbordadas. No obstante, para bien del producto final, se evita la grandilocuencia. Es así como el riesgo de la ridiculez, en cambio, se convierte en una suma de sutiles guiños a referencias tanto clásicas como de culto. Aunque originalmente se presentaría en HBO, el estreno se prefirió en Cinemax, el canal “B” del gigante mediático, y no sin razón.
Es improbable que esta historia ocupe un sitio privilegiado en las preferencias del gran público. Quien se precie de gustos menos predecibles quizá la valore, (insistimos: quizá). Las audiencias más exigentes con toda seguridad la podrían minimizar, o hasta ignorar, con todo y mirada de desdén, más la discreta risilla burlona a espaldas de quien aquí reseña.
A veces quienes son propensos al name-droppismo justifican la calidad de los productos por las personalidades que estuvieron a cargo de una u otra responsabilidad creativa. Allan Ball (American Beauty, Six Feet Under, True Blood) podría ser pretexto para este tipo de actitudes irresponsables. Tal vez alguien que aprecie westerns raros, thrillers intencionalmente predecibles o tramas burlonas podría gozar de Banshee.
No obstante, cuando se pone bajo la lupa la construcción dramática y el uso acertado, casi didáctico, de los elementos que se requieren para una composición afortunada, llega el momento placentero de la serie que ocupa la columna de este mes. Ahí es donde está uno de sus grandes valores, algo a lo que pocas veces se le dedica tiempo y atención.
El inicio de la serie es sencillo: un EX-PRESIDIARIO, tras cumplir su condena vuelve a las calles. La testosterona acumulada lo lleva a la trastienda de un restaurante: sexo inmediato con la camarera, el robo de una motocicleta y la visita a su mejor amigo: JOB (Hoon Lee) un musculoso hacker y drag-queen de rasgos orientales (así, desbordado), propietario de un salón de belleza en Manhattan.
El ex-presidiario rompe la armonía del oriental, quien lo lleva a la trastienda y luego de interrogarlo accede a brindar ayuda. La amenaza de persecución se intuye, y sí, un par de malandrines ingresan al local, son vistos en los monitores de las cámaras de vigilancia. En la huída, JOB hace estallar a control remoto el que fuera su negocio, no sin reclamar a su amigo, de quien hasta ahora no sabemos cómo se llama.
Algunas secuencias en carretera, descanso visual con mucho verde y naturaleza boscosa. Finalmente llega este personaje recién liberado de la cárcel a un pueblo llamado “Banshee” (así, como suspiro en inglés). En ese lugar está ANASTASIA, una mujer de su pasado que ahora se ha cambiado el nombre a CARRIE (Ivana Milicevic).
Después nos enteraremos que es hija de un gran mafioso con quien el protagonista tiene una cuenta pendiente. ¿Por qué no sabemos cómo se llama el protagonista? Porque nunca se menciona su nombre, y es importante la omisión dado que es el verdadero resorte dramático con el que detona la trama.
Tras la llegada a Banshee y un encuentro poco afortunado con la mujer amada, el ex-presidiario tiene una primera visita al bar de SUGAR BATES (que interpreta el enorme Frankie Faison, sí, el comisario Ervin H. Burrell en The Wire). Ese breve diálogo de arquitectura casi excelsa, guarda los subtextos necesarios con la sutileza y los silencios de la buena escritura dramática para dejarnos claro el pasado de uno y otro personaje.
Los personajes no han terminado de conocerse cuando llega quien será el nuevo sheriff del pueblo: Lucas Hood. Apenas logra presentarse con el barman y el primer forastero como único parroquiano, un asaltante irrumpe y sin terminar su amenaza fanfarrona el ex-presidiario hace gala de buen oficio con los puños y gran puntería con las armas de fuego.
El Sheriff, que ni siquiera ha llegado a su nueva oficina, pierde la vida durante la pelea. El asaltante también muere. Para limpiar la escena del crimen, Sugar Bates y el ex-presidiario llevan los cadáveres al bosque y los entierran. Entonces la identidad de Lucas Hood queda en el cuerpo de un ladrón que todavía esa mañana había despertado tras las rejas. Sí, Don Draper también era un usurpador de la identidad, sólo que Mad Men está escrita como Pieza (y vaya inmensidad de Pieza), pero Banshee no, y sin embargo, a pesar del préstamo (o cuasi-plagio) también logra sostener una trama con este mismo recurso narrativo, primero gracias a las dotes de hacker de Job, quien acude en auxilio de su amigo y cambia cuanto puede en la red (licencia autoral que agradecemos por el nivel de sarcasmo), y después por una acertada composición orquestal con los frentes dramáticos que se desarrollan a lo largo de las temporadas.
Asumimos que al interior del universo de la historia el uso de redes sociales no había llegado a los niveles que hoy conocemos, pero el voto de confianza en cuanto a la inverosimilitud se le otorga a David Shickler y Jonathan Trooper, creadores de la serie, dado que el uso y disposición de los demás elementos es cuidadosa.
Usurpar una identidad en pleno siglo XXI no todo el mundo se la cree, y ese fue uno de los motivos por los que con Homeland nos quedamos insatisfechos (¿a poco en Washington D.C. puedes tener una vida secreta luego de ser el militar más vigilado de la ciudad?). Pero en el pueblito en medio de la nada que es Banshee, se vale pasar por el arco del triunfo esa clase de exquisiteces.
El encuentro del supuesto Lucas Hood con el mafioso del pueblo no tarda mucho: KAI PROCTOR (el implacable Ulrich Thomsen) desertor de la comunidad Amish que ha forjado su fortuna e imperio comercial a costa de someter a los habitantes del pueblo, y con el toque híper-kitsch que necesitaba esta historia: un Rolls Royce, que conduce su guardaespaldas CLAY BURTON (Matthew Rauch). Proctor, ese mismo cacique, identificable con los personajes más reaccionarios de la “Deep America” poco a poco se convertirá en el gran antagonista del falso LUCAS HOOD (Antony Starr), un usurpador que será investido como el Sheriff con todos los honores, ante la gente distinguida del pueblo. No tardará en aparecer con las hormonas a flor de piel REBECA BOWMAN, una joven Amish (Lili Simmons, bbbbbbaby!!!… Beth en True Detective y New Clementine en Westworld), quien además complicará el antagonismo entre Lucas Hood y su tío, Kai Proctor, al huir de la comunidad familiar que se niega a vivir en el siglo XXI y convertirse en la protegida y amada del Sheriff y del Mafioso.
Vaya, ¿triángulo de melodrama? Sí, pero con la maldad suficiente como para no entrar en arrepentimientos ni mojigaterías.
Los métodos de Lucas Hood definitivamente no coinciden con los protocolos policíacos. De eso se da cuenta en el primer arresto el policía BROCK LOTUS (Matt Servito, el agente Dwight Harris en The Sopranos), quien además tenía la esperanza de convertirse en el Comisario después de la muerte de sus varios antecesores. Banshee es un pueblo que no escapa de violencia y crimen, pero a pesar de todo, sus habitantes quieren vivir ahí, otro aspecto que podría rayar en lo improbable, si bien podemos darle la licencia dramática para seguir explorando la historia.
Los elementos sociológicos y antropológicos están presentes: comunidades indias en sus reservas, no como los buenos apaches que fuman la pipa de la paz, sino en su realidad de vicios y ambiciones como socios de Kai Proctor en un hotel casino.
Los prejuicios del pueblo chico, el racismo, un grupo neonazi, el abuso, la celebración del éxito económico por encima de cualquier marco ético, todo visto con un ojo crítico y mordaz, pero sin perder jamás el buen uso de las curvas de personajes y los infaltables cliffhangers al final de cada capítulo.
Cabe destacar que después de la secuencia de créditos, se agregaban escenas que conformaron un spin-off poco habitual en este tipo de proyectos, y que se puede ver como mini-serie web, llamada Banshee Origins,
Las tres primeras temporadas de diez capítulos cada una, y la cuarta que por complicaciones entre la producción y el condado en donde se realizaba hubo que mudar la locación, bien valen la pena para gozar de una serie que no en muchos lugares veremos con puntajes altos de recomendación.
Y sí, es un ABC para escribir historias de largo aliento que llegan a la pantalla chica. Personajes con vicios y virtudes en equilibrio, una arena dramática que tiene su propia voz y fortalece la propuesta visual, una trama que a pesar de sus orificios (que podrían inferirse como deliberados) se sostiene al internarse en las fauces de una bestia que no está dispuesta a conceder.
En Banshee se estira la capacidad para construir el discurso hasta donde se tiene la experiencia y el dominio en la técnica narrativa. No busca más allá de sus posibilidades, con lo cual evita la arrogancia. Ese es uno de sus muchos méritos: ante cada riesgo de melcocha se detuvieron justo antes de convertirla en una molestia; donde los excesos de sangre y violencia podrían parecer, incluso, una caricatura de la misma serie, los creadores se dieron el lujo de autofestejar sus ironías y restregárnoslas en la cara para reírse con el público y chocar las palmas en alto o brindar con un whiskey gringo chafa de alambique.
En ese gran cinismo está otro de los valores de esta historia.